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La búsqueda (V): ¿Te da morbo mamársela mientras duerme?
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El frío de las 11 despertó a Moní, que se revolvió desnuda en la cama, sin recordar aun lo que había pasado. Cuando abrió los ojos, se encontró la cara tierna de Isa, que la devolvió a la realidad. Sus mejillas se redondeaban con una sonrisa encantadora, y los brazos, acurrucados sobre el pecho, le tapaban los pezones y levantaban sus adorables curvas. Moní veía su cadera y sus pechos, ocultos, y recordaba cómo los había acariciado unas horas antes.

—¿Dormiste bien, amor? —preguntó Isa.

Moní comenzó a notar que esta palabra, “amor”, que las amigas antes usaban jocosamente para hablarse entre ellas, se estaba convirtiendo cada vez más rápidamente en un término cargado de auténtico afecto.

—¿Cuánto…?

—Ni dos horas.

Moní no podía dejar de ver los ojos entrecerrados de Isa, su cuello, la circunferencia de su senos, la línea de su cadera blanquísima. A Isa le gustaba sentirse vista, así que recompensó esta curiosidad de Moní con un beso en los labios. Moní vio como la mano de Isa se acomodaba para abrazarla. Con este movimiento de su brazo, los pezones de Isa, sonrosados, anchos y difusos, quedaron a la vista, y Moní les clavó una rapidísima mirada antes de abrazar a Isa.

Moní tenía frío, pero prefería la desnuda cercanía de Isa que cobijarse. El aliento cálido de ella le respiraba cerca de la boca, pero se deslizaba por el pecho. Los pezones se le erizaban con este soplo. Eso hacía que los besos pasaran de tiernos a encendidos. Moní mordió delicadamente el labio inferior de Isa, lo que a esta le excitó mucho. Isa llevó una mano a la cintura de Moní y empezó a acariciarla con la yema de los dedos, a veces subiendo por sus costillas, a veces como queriendo bajar por sus nalgas.

Nuevamente, la excitación de las dos era diferente. Isa veía en Moní a una amiga con la que podía compartir este momento de emoción. Una especie de “amiga de la calentura”. Besar a Moní no era demasiado diferente a chismear con ella, a narrarle historias, a burlarse de otros o entre ellas. Era una nueva y muy intensa forma de amistad. Para Moní, el deseo no había surgido de la amistad. De hecho, si le hubieran preguntado, Moní no habría podido precisar de dónde le surgió el deseo. Ese origen misterioso, esa imposibilidad de traducir sus sensaciones en ideas, le daba a Moní la impresión de que su deseo era inmenso e incontrolable. Probablemente por eso, se entendieron tan mal en lo que pasó después.

—¿Quieres ver algo gracioso? —preguntó Isa.

Por supuesto que Moní no quería ver algo gracioso. Quería ver su reflejo en los ojos de Isa, mientras dibujaba signos amorosos en sus pechos, en sus brazos y en su vientre. Cuando Isa habló de algo “gracioso”, empezó a romper el encanto. Pero, por supuesto, Moní respondió:

—A ver.

Isa, que había estado de costado todo este tiempo, le había impedido a Moní ver a Mario —el exprofesor con el que habían tenido un trío tan solo unas horas antes. En ese momento, Isa se acostó de espaldas y le mostró a Moní cómo el tercer involucrado en ese encuentro dormía, al parecer muy profundamente. Estaba boca arriba, con la cara echada al lado contrario al que dormían las amigas. Largas respiraciones hinchaban su pecho, donde el bello hacía pequeños remolinos. Moní tardó en descubrir a qué se refería Isa con “algo gracioso”. El miembro de Mario se había erguido considerablemente. Apenas Moní notó esto, Isa empezó a acariciarlo.

—En sueños, sigue cogiendo con nosotras —terminó por decir Isa.

Moní se quedó asombrada y triste. ¿Era eso lo que quería mostrarle? ¿No estaban ellas dos muy cómodas hace un momento? ¿Por qué integrar a Mario, cuando éste no estaba ni siquiera despierto? Moní solo pudo decir:

—¿”En sueños”? Pfff, a mí me parece que más bien es que has estado tocándolo mientras yo estaba dormida.

—Bueno… un poquito. Pero piensa cómo debe estarlo viviendo él. Imagínate, para él mis caricias deben convertirse en una historia excéntrica e inexplicable. Quizá está vendado, atado a una silla, sin ropa, y diez Isas toman turnos para cogérselo.

—¡Ves demasiada pornografía! Además, sí te creo que el profe Mario sueña que se coge a diez alumnas, pero ¿que todas sean Isa?

—¡Todas son yo, mi amor!

Llevada por ese “mi amor”, Moní tomó la cara de Isa y comenzó a besarla, confiando en que eso la alejara un poco de Mario. Le besó las mejillas, la comisura de los labios, los brazos y, finalmente, el pecho. Pero mientras más se excitaba Isa, con más interés masturbaba a Mario. Lo cierto es que Moní había llegado a tener, por momentos, una cercanía muy fuerte con el hombre. Cada vez le daba más morbo estar con él. En ese momento, de hecho, le daba mucho morbo ver su pene erecto. Sin embargo, también experimentaba por él muchos celos.

—Pfff. Mejor te dejo con tu juguete —dijo; luego le pareció que podía abrir una posibilidad para que Isa regresara con ella, y agregó: —Mámasela para que termine rápido, y atiéndeme un poco.

—No se la quiero mamar —contestó Isa, muy segura de lo que estaba diciendo.

—¿Y eso?

—¿Sinceramente a ti te gusta meterte una verga en la boca? —mientras decía esto, Isa no había dejado de masturbar a Mario.

—Pues… No es ni de lejos lo más estimulante del sexo, pero da morbo ¿no?

—Exacto, ¿y por qué da morbo?

—¡Qué sé yo!

—Yo sé por qué me da morbo a mí —siguió Isa, tomando un tono aleccionador. —Me gusta ver cómo los hombres sufren para evitar eyacularnos en la boca. Les encanta (les “mama”, nunca mejor dicho) vernos meter y sacar, sentir nuestra técnica en su cabecilla, oír el clup-clup de nuestras lenguas y gargantas. Y luchan. Luchan contra sí mismos porque lo que más quieren en el mundo es llenarnos la boca de semen, pero creen que serían “poco hombres” si no aguantan hasta poder penetrarnos. Ver esa lucha en sus ojos, en sus quejidos, en sus músculos que se tensan: eso es lo que yo disfruto.

—Te pusiste filosófica —dijo Moní, queriendo hacer un cumplido. —Me pone muy caliente que hables así.

—Es porque el resto del tiempo me crees tonta —se burló Isa. —A ti, ahora, ¿no te da morbo mamársela mientras está dormido?

—Pues… la verdad es que sí… Vaya, nada más de oírte, me dieron ganas de masturbarme.

—Pues a mí no. Si no hay lucha no hay morbo; y una persona dormida no lucha. Pero entonces, si quieres, mámasela, pues. Eso sí me daría morbo

—¿Verme te daría morbo?

—Sí. Muchísimo.

Moní siguió dándole gusto a Isa. Se colocó frente a Mario, a gatas sobre la cama, apoyada en los codos, y comenzó a hacerle sexo oral. Isa, mientras, se masturbaba acostada, viendo a Moní a los ojos.

Le encantaba hacer feliz a Isa, así que hacía que el sexo oral fuera lo más visual posible. Ladeaba la cabeza, para que el pene de Mario presionara en sus mejillas. Hacía que, con la presión, los cachetes se contrajeran dentro de su mandíbula. Pero la parte que más le gustó a Isa fue cómo Moní besaba el glande y se lo frotaba en la cara; Moní tenía el labio inferior más ancho que el superior, lo que hacía que los besos tuvieran una apariencia carnosa. Moní dejaba caer el miembro de Mario sobre su labio, y el peso se lo empujaba hacia abajo, abriéndole un poco la boca, que sonreía de verse observada.

En esos momentos, Mario respiraba muy dificultosamente, y era difícil saber si gemía o roncaba. Moní ni siquiera estaba segura de que siguiera dormido. En todo caso, no dio señales de estar despierto.

—¡Ya sé! —dijo Moní, muy emocionada, pero susurrando. —Sé cómo te podría excitar mamársela.

—A ver, a ver —le contestó Isa.

—Yo me siento de ladito, sobre uno de sus costados, y justo detrás de su verga. Y tú se la mamas así, entre mis piernas.

Mientras decía esto, Moní se sentó sobre la pierna izquierda de Mario, completamente abierta de piernas. Justo enfrente de la vagina de Moní, salía el miembro de Mario.

—Yo me froto un poco con esta cosa, mientras tú te la metes en la boca. Así, sentirás que me haces sexo oral a mí. Y como yo sí estoy despierta, y si puedo gemir y esas cosas, sí te dará morbo.

—Esto es muy raro… pero bueno.

Isa se acercó, también a gatas, al miembro de Mario. En efecto, Moní empezó a restregarse. Había propuesto esa posición, en primer lugar, porque quería sentir el aliento de Isa en su vagina, y tener su boca cerca. Le fascinaba la idea de que Isa le hiciera una especie de sexo oral, teniendo a Mario como mediador. En segundo lugar, la actuación que había dado para Isa la había calentado, y quería tener muy cerca el miembro de Mario. Esa posición le permitía tener a los dos juntos.

Isa se sentía muy extraña y empezó muy lento. Apenas se llevó el miembro a los labios, retrocedió un poco.

—Por favor… por favor —dijo Moní.

A Isa esto le pareció aún más raro… eran los hombres los que normalmente le pedían esta clase de cosas “por favor”. Pero vio a Moní a los ojos. Eran los ojos que quería ver: los ojos que le gustaban. Ojos de desesperación y urgencia. Se metió el miembro de Mario hasta la mitad del tronco, y empezó a presionarlo, ayudándose de boca y manos, contra la entrepierna de su amiga. El procedimiento era complicado, porque la misma cabeza de Isa evitaba que Moní pudiera acercarse todo lo que quería. Pero no importaba, Moní no necesitaba rozar verdaderamente el pene de Mario, sólo necesitaba estar a punto de hacerlo; sentir el aliento de Isa, y que pareciera que Isa se la estaba mamando a ella. Después de un rato, Moní dejó de intentar acercarse y empezó a masturbarse rapidísimamente enfrente de la cara de Isa, quien empezó a hacer lo mismo con la mano que no usaba para apoyarse en la cama.

—Me lo quiero coger —dijo Isa.

—Voy primero —dijo Moní

Moní, cuya vagina estaba mucho más cerca de Mario, necesitó solamente un par de segundos para introducirse completamente el miembro. Mario dio un gemido profundo y grave, casi un quejido. Él estaba completamente rígido y ella increíblemente húmeda, por lo que el miembro de Mario salió de golpe dos o tres veces, y se deslizó por toda la vulva de Moní, rozando su clítoris. A ella eso le parecía delicioso; aunque cada vez que pasaba, Isa, verdaderamente molesta por que le hubiera ganado el lugar, le decía:

—¡Ve! Ni siquiera lo puedes conservar dentro. ¡Mejor me hubieras dejado a mí! —y besaba a su amiga con ira, mordiéndole el labio inferior y pellizcando sus pezones.

La cuarta vez que ocurrió eso fue porque Moní tuvo un orgasmo, que la dejó un par de segundos inhabilitada para volver a cabalgar a Mario.

—Tú ya estás. Déjame —dijo Isa.

—¿Qué me ofreces? —contestó Moní, mientras se colocaba el glande nuevamente en la vagina.

—Déjame que lo monte un rato y me ocupo de ti… como en el café… ¿va?

—No. Quiero tener algo más contigo —dijo Moní mientras seguía introduciéndolo.

—¿Quieres que tengamos unas tijeras?

—Sí.

—Bájate, entonces.

Isa montó a Mario unos minutos. Moní la dejó hacer y la vio desde lejos, saboreando por anticipado lo que la esperaba. Los pechos de su amiga botaban con el ritmo. Mario ya no podía estar dormido. Nadie aguantaría eso. Y, sin embargo, el profesor, que bufaba, no abría los ojos ni movía ninguna parte de su cuerpo, más que la cabeza, cada tanto. Moní quiso ponerlo a prueba, y lo besó. Mario correspondió al beso de inmediato.

—¡Eso! Bésalo —dijo Isa, mientras empezaba a perrear intensamente, con subidas y bajadas, a lo largo del miembro.

Mario contrajo su torso y sus rodillas. Había probado que en esta posición, era menos proclive a eyacular, y quería evitarlo todo lo posible. Isa adivinó su intento y cambió también ella de posición. Se puso en cuclillas.

—Así entra más, ¿verdad? —dijo, mientras se lo cogía así.

Mario duró segundos después de eso. Esta vez no habían usado condón y Mario le acabó dentro. Tanto Isa como Moní tomaban pastillas; olvidar el condón era un asunto de higiene.

Isa no había terminado y Moní estaba allí, recostada, abierta de piernas y destilando un dulce olor a sexo. Isa fue hasta ella, le levantó una pierna (que puso sobre su hombro) y le metió dos dedos sin ningún miramiento. Moní contrajo los músculos del cuello y sonrió todo lo que pudo. Isa puso su vagina contra sus propios dedos, y empezó a ondular las caderas, al ritmo que los hacía penetrar a Moní. Después de un par de embestidas los dedos empezaron a estorbar. Las piernas se cruzaron y el sexo de las dos chicas empezó a golpear húmedamente uno con el otro. Cada una se reclinaba hacia atrás, para tener más impulso, pero abrazaba a la otra por el cuello, para que no se alejara demasiado. Ambas necesitaban el mismo ritmo; ambas se embestían con la misma fuerza. Así, no fue nada extraño que acabaran juntas.

Isa bufó cuando cayó de espaldas en la cama. Su cabeza quedó en el aire, y miró el cuarto al revés. Moní se desenredó como pudo de las piernas de Isa, y fue, desnuda como estaba, pero muy abochornada, a abrir un poquitín una ventana. No recordaba que veinte minutos antes se moría de frío.

Mario se llevó un brazo a la cara, con el que se tapó los ojos.

—¡No sé si eres flojo o solamente egoísta! —regañó Moní a Mario cuando volvió a la cama. —¡Estabas despierto! ¿Por qué no te movías un poco más?

—¿Hablaron de morbo, verdad? —contestaba Mario, visiblemente cansado. —Yo creo que te daba morbo tener sexo con una persona dormida. He estado con varias mujeres que tienen esa fantasía, que es contraria al gusto de la querida Isa, pero creo que bastante normal. Dicen que la Luna pidió que su amante Endimión durmiera eternamente, para que fuera eternamente joven. Yo creo que el sexo le gustaba más con él dormido.

—No sé si es un chiste malo o una referencia ñoña —siguió regañando Moní.

—Creo que son las dos —dijo Isa, riendo. —A ver, a ver. Nos estamos sincerando con esto de los fetiches. Yo ya dije que me gustan las caras de lucha. A mi amada Moní parece que le gustan los dormidos.

—Eso no es cierto —interrumpió Moní

—Hipotéticamente, pues. ¿A usted qué le excita?

—Escucharlas, precisamente. Oír hablar de sexo —dijo Mario y, después de un rato, agregó: —Escuchar historias y fantasías, me parece.

—¿Ha cogido con mucha gente que le cuente sus fantasías? Me parece falso. Nadie cuenta esas cosas, mucho menos a un amante —objetó Moní.

—¡Hagámoslo! —dijo Isa, sin esperar respuesta.

—Hagámoslo, entonces —confirmó Mario—. ¿Qué mejor, para esta dulce sobremesa del orgasmo, que contar historias? Como ustedes son dos mujeres, para que seamos simétricos, yo debería contar la historia de en medio, la segunda. Una de ustedes, entonces, debería empezar.

—No, usted va a empezar —dijo Moní.

—¿Por qué dices eso?

—Ella y yo somos hidalgas, “y vos solo un infançón”; nosotras ponemos las reglas —dijo Moní, citando unos versos del Cid que le gustaban, por altaneros.

—Bien dicho… creo —confirmó Isa.

Si con “hidalgas” quería decir “ricas”; y con “infançón” quería decir “pobre”, entonces Moní estaba mintiendo. Isa era la única en ese cuarto de hotel que aún tenía dinero. Pero a Moní ya no le importaba eso: sólo quería mostrarse segura para dominar a Mario.

El exprofesor de las chicas rio, encantado de que Moní recordara un verso tan raro.

—Como ustedes quieran. Veamos… Alguna vez quise hacer un regalo a una novia, pero para hacerlo necesitaba…

—¡No! —interrumpió Isa, incómoda de que Mario hablara de su vida sentimental. —Yo quiero una narración del pasado, como de historia o algo así. Melodramática y misteriosa.

—Dios mío, mujer. Nos vas a hacer pasar una noche larguísima —comentó Moní.

Los tres rieron.

—Bueno —volvió a empezar Mario. —Hace mucho, mucho tiempo…

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