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Una noche de secretos
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Ana, una mujer casada de 24 años, y su esposo, Raúl, de 27, tenían una vida íntima activa y placentera. Su pasión el uno por el otro seguía siendo fuerte, pero lo que ellos no sabían era que sus vidas mundanas estaban a punto de tomar un emocionante giro.

En una fiesta de la empresa organizada por la firma de Raúl, Ana conoció al colega de su esposo, Martín, un hombre de 45 años, dominante y poderoso que resultó ser el jefe de Raúl. A pesar de su edad, Martín irradiaba una aura de masculinidad cruda que era difícil de ignorar.

Ana: Hmm, ese Martín es algo especial. Hay algo en él que me hace sentir… inquieta. No puedo explicar bien qué es, pero hay una chispa de peligro en sus ojos que me fascina y me repele al mismo tiempo.

Desde el momento en que se conocieron, Martín fijó sus ojos en Ana. Vio en ella una presa hermosa e inocente, lista para ser conquistada. Aunque Ana no lo encontraba físicamente atractivo, había una chispa de curiosidad indescriptible

A medida que avanzaba la noche, Martín le pidió permiso a Raúl para bailar con su esposa, y un reticente Raúl aceptó, no queriendo causar una escena. Ana se encontró en los brazos de Martín, sintiendo sus fuertes manos sobre su cuerpo mientras se mecían al ritmo de la música.

Martín: Ana, bailas muy bonito y suave. Cuando nos tocamos, sentí algo especial entre nosotros, como si hubiera algo mágico en el aire.

Martín hábilmente la condujo a un rincón apartado del salón de baile, oculto en las sombras. Mientras bailaban, sus manos recorrían su cuerpo, acariciando sus curvas sugestivamente. Ana sintió un cosquilleo en su sexo, una mezcla de deseo e inquietud.

Ana: ¿Qué estoy haciendo? Esto está mal. Soy una mujer casada, y aquí estoy, permitiendo que este desconocido me toque de esta manera. Pero se siente tan bien… No puedo evitar rendirme a sus hábiles manos.

Mientras la música continuaba sonando, las manos de Martín se deslizaban cada vez más alto, sus dedos rozando juguetonamente sus bragas húmedas. Ana mordió su labio, luchando por contener un gemido mientras sus dedos masajeaban suavemente su hinchado clítoris.

La canción terminó, y Ana rápidamente se excusó, regresando al lado de su esposo. Raúl, ajeno a lo que había sucedido, charlaba sobre el trabajo y los desafíos que enfrentaba en la oficina. Lo que él no sabía era que su inocente esposa ahora era el objeto del deseo de su jefe.

Mientras Raúl hablaba, Martín aprovechó la oportunidad y le pidió que fuera a buscar un informe a su oficina. Con un asentimiento, Raúl se dirigió a buscarlo, dejando sola a Ana con el hombre mayor.

Martín: Raúl es un hombre afortunado de tener una esposa tan hermosa como tú, Ana. No puedo evitar preguntarme cómo sería explorar cada centímetro de tu cuerpo, escuchar tus gemidos de éxtasis al pronunciar mi nombre.

Ana sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral ante sus audaces palabras. Sabía que debería estar indignada, pero en su lugar, un extraño entusiasmo la embargó.

Ana: Debo estar enojada por su atrevimiento, pero no puedo negar la atracción que siento hacia él. Es como una fruta prohibida, tentándome a probar un bocado y saborear la dulzura oculta dentro.

Martín tomó suavemente su mano y la condujo hacia las escaleras, con los ojos ardientes de deseo.

Martín: Vamos, Ana. Tomémonos un pequeño descanso de la fiesta. Tengo algo que me gustaría mostrarte en mi oficina.

Ana lo siguió, con el corazón palpitando

Ana se encontró de pie frente a la puerta de la oficina de Martín, sintiendo un cosquilleo de anticipación y un poco de nerviosismo. Sus manos temblaban ligeramente mientras él colocaba su mano sobre la manija de la puerta, a punto de abrirla.

Martín: Tranquila, putita. No tienes nada de qué preocuparte. Simplemente entra y deja que todo fluya. Hoy serás mi perra en calor, y te aseguro que disfrutarás cada minuto.

Ana asintió, sintiendo un hormigueo en su estómago. Mientras Martín abría la puerta, ella sintió como si estuviera entrando en un mundo oscuro y prohibido, un lugar donde sus fantasías más sucias se harían realidad.

La oficina estaba escasamente iluminada, con luces tenues que daban un ambiente íntimo y seductor. La amplia mesa de madera estaba cubierta de papeles y carpetas, pero Martín no les prestó atención. En cambio, dirigió su mirada hacia el sofá ubicado en un rincón de la habitación.

Martín: Ven aquí, perra. Siéntate frente a mí y relájate. Es hora de que te conviertas en mi puta sumisa y hagamos realidad tus fantasías más oscuras.

Ana se sentó frente a él, Martín la miró con una mirada intensa y llena de deseo, haciendo que un escalofrío recorriera su cuerpo.

Martín: Desnúdate, perra. Quiero ver ese cuerpo caliente y deseoso de ser usado.

Ana obedeció, sintiendo un hormigueo de excitación mientras se quitaba la ropa. Con cada prenda que quitaba, sentía una mezcla de vulnerabilidad y deseo. Se descubrió deseando ser expuesta y usada por este hombre dominante frente a ella.

Martín: Muy bien, putita. Ahora quítate las bragas y ponlas en tu boca. Quiero que las chupes y las mastiques mientras te follo. Vas a ser mi perra cachonda, ¿lo entiendes?

Ana asintió, sintiendo una oleada de humedad entre sus piernas ante sus palabras. Lentamente, se quitó las bragas y las colocó en su boca, saboreando su propio sabor mientras dejaba sus pechos y su coño expuestos para su maestro.

Martín: Eso es, mi puta obediente. Ahora ponte de rodillas frente a mí y prepárate para chuparme la polla como la buena perra que eres.

Ana obedeció de nuevo, sintiendo un hormigueo en su vientre mientras se arrodillaba frente a él. Miró la erección dura y hinchada que se extendía desde su cuerpo, y sintió un impulso primitivo de saborearla.

Martín: No tengas miedo, perra. Tócala y siente su firmeza. Acaríciala y masajéala antes de empezar a chuparla.

Ana tomó su polla en su mano, sintiendo su dureza y calor. Lentamente, empezó a acariciarla, saboreando la anticipación. Luego, con un gemido sofocado, deslizó la punta de su lengua por el glande, saboreando el sabor salado del pre-semen.

Martín: Oh, sí, putita. Chúpala como la perra en celo que eres. Hazme sentir lo mucho que deseas mi polla.

Ana obedeció, tomando la polla en su boca y succionándola con pasión. Se deleitó con el sabor y la textura, sintiendo la dureza de la polla contra su lengua mientras se movía arriba y abajo.

Martín: Oh, sí, eso es… Chúpala y lamerla como una verdadera puta. Hazme gemir, perra. Muéstrame cuánto deseas ser mi sumisa.

Ana se entregó por completo a la experiencia, sintiendo la excitación y la sumisión correr por sus venas. Disfrutó complaciendo a su maestro, deseando ser usada y degradada por él. Lamió y chupó su polla con devoción, saboreando su esencia y experimentando la sensación de poder que esto le proporcionaba.

Martín: Eso es, perra. Eres una verdadera experta en chupar pollas.

Martín: Ahora, putita, te voy a follar como la perra sumisa que eres. Prepárate para sentir mi polla en lo más profundo de ti mientras te hago gemir.

Ana gimió mientras Martín la penetraba profundamente, sintiendo la totalidad de su longitud llenarla. Se deleitó en la sensación de ser poseída por este hombre dominante, sintiendo cómo su polla vibraba dentro de ella.

Martín: Eso es, perra. Eres una verdadera puta en la cama. Ahora, quiero que me digas cuánto te gusta mi polla mientras te follo. Dímelo, putita.

Ana soltó un gemido ahogado mientras él la embestía con pasión.

Ana: Oh, sí… Me encanta tu polla… Me encanta cómo me follas… Soy tu puta… Tu puta sumisa…

Martín sonrió ante sus palabras y empezó a follarla con más fuerza, haciendo que su cuerpo se retorciera de placer.

Martín: Oh, sí, perra, eso es… Di lo que te gusta… Dímelo mientras te follo como una verdadera puta.

Ana gimió, sintiendo oleadas de placer recorrer su cuerpo.

Ana: Me gusta tu polla dentro de mí… Me gusta ser tu puta… Amo ser tu puta sumisa, Martín…

Mientras Ana pronunciaba esas palabras, la puerta de la oficina se abrió, revelando a Raúl, el esposo de Ana, parado en el umbral, con los ojos abiertos como platos.

Raúl: ¡Ana! ¿Qué… Qué está pasando aquí?

Ana soltó un gemido ahogado mientras Martín continuaba embistiéndola con fuerza, haciendo caso omiso de la presencia de Raúl.

Martín: Oh, sí, perra, sigue gimiendo mientras te follo como la puta que eres. Diles que eres mi puta sumisa y que amas ser usada por mí.

Ana gimió, sintiendo un impulso primitivo de complacer a su maestro.

Ana: Oh, sí… Soy la puta sumisa de Martín… Amo ser usada por él… Oh, Dios…

Raúl se quedó paralizado, sin poder creer lo que estaba presenciando. Miró a su esposa, su cuerpo desnudo siendo penetrado por este hombre dominante, escuchando sus palabras de sumisión y deseo.

Raúl: Ana… ¿Qué estás haciendo?

Ana gimió, incapaz de responder mientras las embestidas de Martín se volvían más intensas. Sentía su cuerpo estremecerse de placer, deseando ser poseída por este hombre frente a su esposo.

Martín: Oh, sí, perra, te estás sintiendo tan bien. Ahora, quiero que le digas a tu esposo lo mucho que te gusta ser mi puta. Díselo, putita.

Ana soltó un gemido ahogado mientras su cuerpo se sacudía de placer.

Ana: Oh, Raúl… Me gusta ser la puta de Martín… Me encanta ser follada por él… Soy su puta sumisa…

Martín soltó un gruñido de placer mientras su polla vibraba dentro de ella, sintiendo su cuerpo contra el suyo, sudorosos y unidos por el deseo.

Martín: Oh, sí, perra, estás siendo una verdadera puta. Ahora, quiero que te pongas de rodillas y chupes mi polla hasta que me haga correr en tu boca.

Ana gimió en anticipación, deseando saborear la esencia de su maestro. Se arrodilló frente a él, tomando su polla en su boca y succionándola con pasión.

Martín: Oh, sí, perra, chupa mi polla. Haz que me corra en tu boca mientras tu esposo observa.

Ana obedeció, saboreando la dureza y la textura de su polla mientras Raúl miraba con incredulidad. La boca de Ana se llenó con su esencia mientras él gemía

Después de que Ana complaciera a Martín, saboreando su esencia y dejándolo satisfecho, el hombre dominante finalmente se alejó de ella. Ana se sentó en el sofá, mirando a Raúl, quien todavía estaba parado en el umbral de la puerta, impactado por lo que acababa de presenciar.

Martín: Bien, Raúl, creo que ha sido una noche reveladora para ambos. Ana, estoy seguro de que tienes algunas explicaciones que darle a tu esposo sobre lo que sucedió aquí.

Ana asintió, sintiendo una mezcla de emoción y vergüenza. Miró a su esposo, quien la observaba con una mezcla de sorpresa, enojo y dolor.

Ana: Raúl, cariño… hay algo que debo confesarte. Esta noche, me convertí en la sumisa de Martín. Me gusta ser dominada y usada por él. Es… emocionante y liberador.

Raúl la miró, su expresión confusa y dolida.

Ana: Sí, Raúl. Lo siento. No fue algo planeado, sino que sucedió en el momento. No pude resistirme a la tentación.

Raúl frunció el ceño, sintiendo una oleada de ira y decepción.

Raúl: ¿Así que simplemente cediste a tus deseos y te acostaste con otro hombre? ¿Tan poco valoras nuestra relación y mi confianza en ti?

Ana bajó la mirada, sintiendo la intensidad de sus emociones.

Ana: Lo sé, Raúl, y lo siento. No fue mi intención lastimarte ni faltar a tu confianza. Fue una decisión impulsiva y no pensé en las consecuencias.

Raúl suspiró, intentando controlar su enojo.

Raúl: Ana, estoy decepcionado y lastimado por tus acciones. No puedo creer que hayas puesto en riesgo nuestra relación. Y todo esto, en una fiesta de mi trabajo, delante de mis compañeros. Me has humillado.

Ana asintió, sintiendo la gravedad de la situación.

Ana: Lo entiendo, Raúl. Estoy dispuesta a hablar sobre lo que sucedió y a trabajar para reparar la confianza entre nosotros. Por favor, dame la oportunidad de explicarte y demostrarte lo que siento.

Raúl suspiró nuevamente, luchando por mantener la calma.

Raúl: Ana, no sé si eso es posible. Esta noche no solo rompiste nuestra confianza, sino que lo hiciste delante de todos en una fiesta de la empresa. Me has humillado públicamente.

Ana levantó la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas.

Ana: Raúl, por favor. No quiero perderte.

Raúl: Ana, ya es demasiado tarde. No puedo seguir con alguien que me ha traicionado de esta manera. No puedo mirar a mis compañeros de trabajo sabiendo lo que hiciste. Me voy.

Raúl se dio la vuelta y salió de la oficina sin mirar atrás. Ana se quedó allí, en el sofá, sollozando mientras Martín observaba en silencio. La fiesta continuaba fuera de la oficina, ajena a la tragedia personal que se desarrollaba.

Los días siguientes fueron un torbellino de rumores y chismes en la empresa. Raúl, incapaz de enfrentar la vergüenza y el dolor, presentó su renuncia y se mudó a otra ciudad, buscando empezar de nuevo lejos de los recuerdos dolorosos. Ana, consumida por la culpa y la vergüenza, también decidió dejar la ciudad, incapaz de soportar la soledad y el peso de su error.

Martín, satisfecho con el desenlace, continuó con su vida sin remordimientos.

La historia de Ana y Raúl terminó con corazones rotos y caminos separados, una amarga lección sobre las consecuencias de la infidelidad y la pérdida de confianza. Ana quedó sola, con el peso de su error siempre presente, y Raúl encontró una nueva vida lejos del dolor, aunque las cicatrices emocionales perduraron.

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