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Mi suegro me coje por el culo, en mi cama matrimonial
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Tenía los ojos cerrados. Estaba boca abajo. Con la luz encendida. Era poco más de las 8 pm. Me había quedado dormida e intentaba seguir pareciendo dormida, pero era imposible. Sentía como mi suegro separaba mis nalgas con sus manos. Sentí, de pronto, humedecerse mi culito. Me había escupido encima.

Desperté un rato antes, cuando me bajaba la tanga. Dormía sólo con ella. El calor era terrible. El bebé dormía en la cuna y mi esposo estaba de viaje. Mi suegro había llegado para acompañarnos, por unos días, durante su viaje. Lo había espiado orinando esa mañana, se dio cuenta. Me enrojecí tanto por el ampay como por el tamaño de su verga, aun estando fláccida y orinando.

Esa misma noche. Mientras dormitaba, en tanga, nalgas arriba, entró a mi cuarto. Lo sentí bajándome la tanga. Pero preferí seguir haciéndome la dormida.

Su saliva humedecía mi culito. Sentí que su lengua recorría mi espalda baja y lentamente se introducía entre mis nalgas. No pude evitarlo y empecé a gemir. En ese momento me hablo. “Diana, sé que no duermes, no soy cojudo. Se también que te gusta y que eres una calentona. No sé si ya le pusiste cuernos a mi hijo. Pero sé que esta noche serás mía.”.

No respondí. Preferí guardar silencio. Entendió que mi silencio era una aceptación. Metió la lengua en mi culito. La sentí húmeda, lasciva. Sentí como recorría mis pliegues y poco a poco se iba hundiendo. Mi esposo, luego de casados, un par de meses antes de haber quedado embarazada me había desvirgado por el culo. Era el único hombre que me había poseído por allí. Y, para responderle a mi suegro, le hubiera dicho que hasta ese momento le había sido fiel a su hijo.

Siguió lamiéndome el culito. Sentía un placer que me acercaba al orgasmo, así, rápido, sin ser penetrada. Don Alberto si que sabía como estimularme. Su lengua me llevaba lejos, donde mi esposo nunca me había llevado. Con sus manos, sin dejar de lamerme, separó mis piernas y casi al instante sentí que me penetraba la vagina con sus dedos. Estaba chorreando. Me lo dijo: “Diana mi nuera putita, chorreando por este viejo.”. Le respondí con un gemido, no podía controlar el orgasmo que venía y mientras escuchaba lo puta que era, entrecortado, hablándome con su lengua en mi culo y dos de sus dedos en mi vagina, tuve el primer orgasmo de esa noche. Lo disfrutó tanto como yo.

-Que ricas son las mujeres jóvenes. Las mamás primerizas. Las zorras infieles.

Me lo dijo con su lengua intermitentemente disfrutando mi culito. Mantuvo la excitación. Con mi esposo, después de venirme, todo terminaba. Usualmente llegábamos juntos, en un orgasmo rico, como todo orgasmo, pero allí nomas.

El primer orgasmo que me dio mi suegro, sólo con su lengua y dedos, fue mejor que cualquiera que haya tenido con mi esposo. Pero mejor aún, me mantuvo caliente y siguió haciéndome disfrutar.

De pronto separó su lengua de mi culito y antes que empiece a extrañarle, sentí dos dedos penetrarme. De tan caliente que estaba, ingresaron muy fácilmente. Mi suegro, me lo hizo saber, estas lista perrita, lista para la verga de tu suegro.

Seguía con los ojos cerrados. Por un instante se separó de mí. Supuse para desnudarse. Así fue. Tras unos segundos que se hicieron interminables, sentí que me hablaba directamente al oído.

-¿Diana estas lista? -No le respondí. Solo gemí.

Se echo encima mío. Me seguía diciendo groserías al oído. Eso me gustaba. En mi cama matrimonial, con la cuna cerca, sentir sus palabras asquerosas y ofensivas, me excitaba aún más.

Separó mis nalgas con sus manos y acomodó su verga en mi hoyito. No la había visto erecta. No tenía idea de lo que me penetraría. Sabía que era grande, quizás muy grande y así fue. Era muy grande. Empujó y con mi excitación entró fácil, pero el siguió empujando y empujando, entrando centímetro a centímetro y sentí como mi culito empezaba a sentirse lleno, hasta lo incómodo. Mi esposo no tenía una verga así y no estaba acostumbrada a ese tamaño dentro.

Siguió penetrando hasta que se quedó quieto. Me dolía, bastante. Era demasiado grande y gruesa. No estaba acostumbrada a algo así atrás. Me dijo “Diana ya te la comiste toda, relájate putita”. Lo intenté, respiré profundo y poco a poco el placer fue invadiéndome, la incomodidad de su largo y grosor desapareció y tenía ya mi culito entregado plenamente a su virilidad brutal.

Y realmente fue brutal. Comenzó a moverse salvajemente. Sacándola y volviéndola a meter. Estaba en el limbo entre el dolor y el placer y eso me hacía volar, gemir, murmurar incoherencias.

De pronto me cogió por el vientre y me acomodó como perrita. Se puso de pie sobre la cama y empezó a cogerme así. A hacerme su perra en mi cama matrimonial.

Llegué.

Él siguió dándome. Luego se separó de mí y se acostó. Allí por primera vez, pude ver el tamaño de su mástil. Quedé sorprendida del tamaño de la verga que mi culito había aguantado. Me relamí pensando lo puta caliente que era. Me ordenó que me siente encima de él.

Lo obedecí, pero siguiendo la costumbre con mi esposo, quise entregarle mi concha. Me miró y me dijo “eres cojuda, quiero tu culo”. Lo miré con sorpresa. Mi esposo nunca me había cogido por atrás en esa posición. Pero, lo acepté. Me adelanté ligeramente, instintivamente me incliné un poco hacia atrás, con mi mano derecha acomodé su verga en mi orificio palpitante y me dejé caer.

Sentí su embestida. O, mejor dicho, mi caída. Sentí que me desgarraba y a la vez que mi placer se desbordaba. Me sentí llena, puta, plena. Tuve un orgasmo y otro, sentí que el mundo sólo era su pene enorme en mi culo estrecho. Me vine otra vez y él se volvió loco. Me insultaba, me decía que era una infiel de mierda. Se vino dentro.

Me empujó sobre la cama. Se levantó. Se fue.

Quedé allí entre adolorida y satisfecha. Con el culo palpitando aún, lleno de la leche del padre de mi esposo.

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