Hola mi nombre es Javier, tengo 30 años, soy de CDMX, hacia 5 años que trabajaba en la misma oficina. Éramos 6 trabajadores, el jefe y su secretaria. Por motivos que no conocimos muy bien, el jefe se fue y con él su secretaria, y llegó Isidoro, el nuevo jefe. Y con él, vino también su secretaria personal, Lucero. Era una mujer explosiva, de 28 años, que cada vez que pasaba por enfrente nuestro no podíamos dejar de mirarla. Ni que decir tiene que los murmullos sobre la relación entre jefe y secretaria estaban al orden del día.
Pero al cabo de medio año, Lucero se cambió de trabajo, y Isidoro me pidió si podía ocupar su sitio mientras buscábamos a una sustituta. Debo decir que Isidoro era un jefe algo autoritario, que sin llegar a ser desagradable, imponía su mando con firmeza, y yo no había podido evitar aún sentir algo de intimidación las pocas veces que había tenido que ir a su despacho. Su volumen corporal, como 1,85 de alto, no gordo pero si grandote, sus 50 años y su vestimenta impecable me hacían sentir como pequeño.
La cuestión es que no pude negarme, además de que me ofreció un aumento de sueldo mientras estuviera ocupando esa plaza que no me irían nada mal. En pocos días me di cuenta que realmente me estaba convirtiendo en su secretario personal. No solo me encargaba de cosas del trabajo, sino también de llevarle el café, concertarle su agenda privada, irle a comprar regalos para su familia, etc. A veces incluso me contaba cosas de su vida personal.
A las semanas de estar trabajando, un día me llamó a su despacho y me pidió que cerrara la puerta. La conversación no fue muy larga, me dijo que estaba muy contento de mi rendimiento, que quería que me quedase como su "secretaria" (uso esta expresión) y que me aumentaría el sueldo para compensarlo. Me dió un día para pensármelo, y antes de terminar, y ante mi sorpresa, me regaló una pulsera como agradecimiento. Era una pulsera más bien femenina. Me la puso él mismo, lo cual me provocó algo de vergüenza.
Al llegar a casa y pensar, me dio rabia sentir como mi jefe me trataba más como a una mujer que como a un hombre. Me había llamado secretaria, había valorado positivamente el toque femenino que le daba a mi trabajo, y me había regalado una pulsera de mujer. Pero que podía hacer?
Al día siguiente le dije a Isidoro que sí, y me contestó que seguro que nos entenderíamos muy bien y que estaba muy contento.
A partir de ese día, mi jornada laboral iba alargándose. Me quedaba hasta tarde ayudando o simplemente esperando por si él necesitaba algo. Incluso le acompañaba a alguna reunión.
Un día me comentó que le gustaría que vistiese más formal, y al día siguiente, con la oficina vacía ya, me obsequió con un par de pantalones, zapatos y camisas. Me pidió que me los probara allí mismo. No quise negarme pero fui al baño. Solo de ponérmelos noté que me iban algo ajustados, y que marcaban mi culo más de lo acostumbrado. Isidoro insistió en que me quedaban muy bien.
Ese pasó a ser mi uniforme de trabajo. Notaba como Isidoro me miraba al salir del despacho, y algunas veces noté como su mano rozaba mi culo al pasar por detrás de mí mientras me mandaba tareas. No quise darle importancia. Algún día también estando sentado en mi mesa, se acercaba y mientras me felicitaba por haber hecho bien algún trabajo, me acariciaba el pelo. Eso me hacía sentir como una mascota. Incluso de vez en cuando me llamaba Lucero. Se disculpaba de inmediato pero yo tenía mis dudas que fuese por error.
Todo junto hacía que me enfadase conmigo mismo por gustarme el trabajo. Me sentía bien atendiendo a Isidoro, ya que además con frecuencia reconocía mi trabajo. Pero me daba cuenta que me trataba como a una mujer. El siguiente paso en consolidar esta sensación fue el día que me dio una palmadita en el culo después de hacer una broma. Me sentí casi humillado pero me callé.
Ese fin de semana no paré hasta encontrar un rollete en la discoteca y poder follarme a una mujer como un buen macho, pues necesitaba autoafirmar la masculinidad que en el trabajo quedaba escondida, apagada.
Al cabo de pocos días, Isidoro terminó tarde una reunión, y me invitó a cenar. Fuimos a un buen restaurante y estuvimos charlando de la vida … antes de despedirnos me entregó un regalo. Me dijo, casi con ternura, que quería agradecerme todo lo que hacía por él. Me pidió que no lo abriera hasta llegar a casa. Y así lo hice. Al hacerlo, comprobé que eran un conjunto de 4 tanguitas finas. Pensé que era un error, o una broma, pero la tarjeta que acompañaba el regalo no dejaba dudas:
"Querido Javi,
Creo que este es el complemento ideal que le falta a tu estilo personal y femenino de atenderme. Te agradecería mucho si las utilizas para venir a trabajar."
Intenté contenerme pero no pude evitar llorar de la rabia que sentía. Quería decirle a Isidoro que no pensaba ponerme esas prendas, ni la otra ropa que me había regalado. Que no quería ser femenino en el trato… pero a la mañana siguiente, considerando mi posición y mi sueldo, me puse, por primera vez en mi vida, una tanga de mujer. Al vestir el pantalón, noté el suave tacto en los glúteos… al andar era una sensación agradable y volví a enfadarme conmigo.
Al llegar al trabajo, Isidoro me llamó enseguida a su despacho y me preguntó si me había gustado el regalo. Mi cabeza pensó No, pero mi boca dijo "Si, muchas gracias Isidoro".
-Llevas unas puestas?
-Si
-Y que tal se va? te quedan bien?
-Si – volví a contestar.
Se mostró agradecido, y a partir de ese día las palmaditas y los roces más o menos involuntarios a mi culo aumentaron de frecuencia.
Los días se fueron sucediendo y yo cada vez más dejaba mi personalidad en casa para ir a trabajar. El trato de Isidoro cada vez tomaba más confianza, y siguieron algunas otras cenas y regalos: un collar, unas medias… El protocolo siempre era el mismo: regalo sorpresa que no podía abrir hasta llegar a casa, y a la mañana siguiente las respuestas afirmativas a sus preguntas sobre si me gustaba o si lo llevaba puesto. Yo me resignaba a mi función intentando no sentirme más humillado de lo necesario, vestido con tanga, medias, brazalete, collar y anillo, todo de Isidoro.
El día de mi aniversario recibí, en casa, un vale en un centro de estética para una depilación completa!!! En la nota de Isidoro se podía leer:
"Estoy seguro que te sentará muy bien, y te hará sentir mejor contigo misma. Isidoro".
Pero que pretendía mi jefe con todo aquello? Quería convertirme en una especie de afeminado? Donde llevaba todo eso?
A la mañana siguiente, pedí permiso para entrar en su despacho:
-Mire, Isidoro (el trato formal no lo había superado), quería hablarle sobre el regalo de ayer…
-Acaso no te gustó? Acaso no te gusta todo lo que hago por ti?
-Si claro, no es esto, pero es que no me encuentro a gusto…
-Con que no te encuentras a gusto? Acaso te trato mal? Acaso no te pago bien tu trabajo? O quizas tienes alguna queja?
-No señor solo que…
-Solo que? No estarás pensando en rechazar mi regalo? Creo que sería una falta de consideración muy grave por tu parte.
-No claro que no señor.
-Así me gusta – mientras decía esto, se levantó, y dando la vuelta por el amplio despacho se colocó detrás de mí – Espero que el jueves utilices mi regalo, y por la noche nos vayamos a cenar para celebrarlo. Y ahora si no tienes nada más que comentar, vete a buscarme el café.
Me dio un apretón en mi glúteo y yo, sin poder mediar más palabra que un -Si, me retiré, maldiciéndome por no haber sido capaz de decirle basta.
Total, que el jueves me dispuse a irme a cenar con Isidoro vestido, como me había pedido, para la ocasión: Medias, tanga, el conjunto de brazalete, collar, anillo, pantalón ajustado y el cuerpo completamente depilado. El contacto de la ropa sobre mi piel fina producía una sensación especial que me calentó, cuando salía de casa. En el ascensor tuve que concentrarme para apagar la erección que empezaba a tener, para que Isidoro que me esperaba en un taxi en la puerta no notase nada.
Fuimos a un lujoso restaurante en una mesa apartada y estuvimos tomando una cena deliciosa. Al terminar me preguntó:
-Como te sientes con el cuerpo depilado?
-Es una sensación extraña.
-Pero te gusta, verdad?
-No sabría que decirle…
-Anda, no me mientas, dime que te gusta llevar el cuerpo peladito como una mujercita.
-Bueno, el tacto con la ropa es agradable.
-Ves como sabía que te gustaría. Te conozco y sé que vas a sentirte muy bien.
-Sí señor.
-Bueno, si quiero que te sientas tan bien y estés tan a gusto es porque la semana que viene tengo que ir de viaje tres días y quiero que me acompañes… necesito que me ayudes y también que me hagas compañía. Que te parece?
-No lo sé señor, si puedo serle de ayuda?
-Claro que si, y seguro que además tenemos ratos para pasarlo bien. Nos iremos el miércoles hasta el viernes.
Y ahí estaba yo el miércoles por la tarde listo con mis vestimentas y recién depilado. Volamos a Monterrey, nos fuimos a un lujoso hotel y mientras dejábamos que los botones subieran el equipaje, nos tomamos unas copas.
-Esta noche nos iremos a cenar y quiero que lo pasemos muy bien. Me apetece que sea una noche especial. Te apetece?
-Si señor – respondí algo inquieto por su tono.
Nos fuimos cada uno a su habitación y me pidió que cuando estuviera listo le pasase a recoger por la suya.
Al entrar en mi habitación, encontré unos paquetes encima la cama. Empecé a abrirlos: un vestido de mujer de noche, unos zapatos de tacón, un bolso, complementos, ropa interior femenina muy sexy… y una tarjetita:
"Hoy quiero que seas Lucero. Sé que en el fondo lo estabas esperando. Creo que con lo bien que me he portado contigo no puedes negarte a ello. Arréglate para mi y déjate atender por el servicio de habitaciones. Esta noche lo tenemos que pasar muy bien. Me lo debes. Para mi Lucero, Isidoro".
Me quedé helado. Me senté en la cama para no caerme al suelo, y casi a punto de llorar, llamaron a la puerta, era el servicio de habitaciones. Abrí y entró una mujer vieja, más bien fea:
-Hola Lucero, Isidoro me ha pedido que me encargue de tí. Vete a duchar que yo voy preparando todo esto, pero date prisa que no tenemos mucho tiempo.
Todo esto era una locura… entre en el baño y, ahora si, me puse a llorar. Como me estaba pasando esto a mi? Que tenía que hacer? Podía largarme y mandarlo todo al carajo? O mejor ir a ver a Isidoro? No me atrevía ni a lo uno ni a lo otro. Tenía un buen trabajo, un sueldo que difícilmente hubiese imaginado hacía solo unos meses… y Isidoro me infundía un respeto, miedo… autoridad que no me atrevía a enfrentarme a él…
Me metí en la ducha, salí envuelto en la toalla… y me entregué, resignado, a mi destino, deseando que la noche terminara cuanto antes.
En media hora me miré al espejo y casi ni me reconocí: me había convertido en Lucero…
Tanga fina a juego con un sostén con relleno. Medias y portaligas, falda corta ajustada, blusa ceñida, botas de tacón alto, todo negro, y también peluca, maquillaje, perfume, joyas. Realmente estaba distinta.
Aquella mujer había hecho un buen trabajo, no se podía negar. Incluso me enseñó a caminar para que no me pegase una buena torta solo salir de la habitación.
Antes de irse se despidió con dos besos en las mejillas y me susurró:
-Estás preciosa. Olvídate de todo y pásalo en grande, mi niña.
La mujer se fue y me quedé sola, pensativa. El vestido y la situación me humillaba. Me sentía como una especie de puta disfrazada. Pero también sentía un cosquilleo, una especie de excitación extraña, que atribuí al contacto suave de las ropas que vestía. Analicé por última vez esa noche la situación, me tragué mi orgullo y mi personalidad, tomé aire y salí de la habitación a buscar a Isidoro. Por lo menos podía dar gracias que esto sucediera lejos de mi ciudad.
Llamé y Isidoro abrió la puerta enseguida y me hizo pasar. Me saludó como Lucero, me agradeció que me hubiese arreglado tan bien, me insistió en lo preciosa que estaba, y finalmente nos fuimos.
Al salir de la habitación me ofreció su brazo al cual me tuve que agarrar, lo cual me ayudó a andar mejor con esos tacones.
En la calle creía que todo el mundo se daba cuenta de quien era yo, pero en el lujoso restaurante donde fuimos empecé a tener la sensación que no, que pasaba como mujer. A media cena, me vinieron ganas de orinar. Me levanté y de poco no me meto en el baño de hombres. Pero por suerte me di cuenta y me metí en el de damas. Cuando me lavaba las manos, entró también una mujer a retocarse el maquillaje y me morí de vergüenza.
La cena continuó con normalidad y bastante vino. Al terminar, Isidoro me propuso de ir a tomar una copa en un local cerca del hotel. Tomamos un taxi y aprovecho que sentado, la falda subió por mi muslo, para poner una mano encima y acariciándome, seguir hablando como si nada.
Al entrar en el local, con poca luz y la música bastante fuerte, me acompaño hasta una mesa mientras su mano bajaba de mi cintura a mi culo, y notaba como su palma acariciaba mi nalga.
Tomamos una copa de licor y me ofreció un cigarrillo. Seguimos charlando animados por el alcohol y de temas variados, que consiguieron que olvidara mi particular situación.
Finalmente volvimos al hotel y me pidió que le acompañara a su habitación a tomar la última copa. Le dije que estaba cansada y que prefería irme a dormir.
-Venga Lucero, una copita más y basta.
Me tomó del brazo con firmeza y me acompañó hasta su habitación. No tuve más remedio que seguir a su lado y entrar. Sirvió las copas y cuando estaba tomando el primer sorbo, se acercó a mi por detrás y, agarrándome por la cintura, se pegó a mi. Sentí perfectamente su miembro duro y erecto pegarse contra mi culo y mientras me lo hacía notar con descaro, me susurró al oído:
-Ay mi Lucero, no sabes los días que he estado esperando este momento. Esta noche vas a ser solo mía, voy a hacer que te sientas como una auténtica mujer.
No pude evitar que una lágrima cayera por mi mejilla, pero consciente de que no había parado aquello cuando aún podía por la avaricia del dinero que ganaba, entendí que ahora solo me quedaba dejarme llevar y asumir las consecuencias.
Isidoro acariciaba mi cuerpo y me abrazaba. Me dio la vuelta, quedé contra su cuerpo y me besó con pasión. Metió la lengua dentro de la mía. Me comía la boca y me inundaba de saliva. Yo le dejaba hacer pero casi con pánico noté como mi miembro empezaba a endurecerse.
Isidoro tomó mi mano y la llevó a su paquete. Acercó su boca a mi oído:
-Venga mi niña, acaricia el paquete a tu papito.
Yo ya había apartado mi conciencia de hombre y empecé a acariciarle, sintiendo la dureza de su verga bajo el pantalón.
-Ahora deja que te desnude para poder gozar de tu cuerpo.
Con poca delicadeza y mucha prisa, me despojó de mi ropa dejándome solo con la ropa interior: sostén, tanguita, medias, portaliga y botas, y se fijó en mi erección.
-Vaya, vaya con mi Lucero, veo que esto empieza a gustarte. Lo sabía. Sabía que te gustaría. Venga, ahora desnúdame a mí.
Así lo hice y cuando le desabroché el pantalón, me forzó a arrodillarme de manera que mi cara quedó justo delante de su paquete. Le quité el pantalón y quedó solo con el slip ajustado blanco. Debajo luchaba por liberarse una herramienta de un tamaño algo mayor de lo habitual. No necesité que me lo dijera y empecé a acariciar ese bulto enorme bajo la tela. Lo notaba duro y caliente.
-Ahora suéltala para poderla tocar bien.
Le quité el slip y su verga saltó como un resorte, apuntándome directamente a mi cara.
-Anda, bonita, tócala, acaríciala con suavidad.
Llevé una mano hasta aquel pedazo de carne y la envolví con mis dedos. Estaba caliente.
-Así, Lucero, muy bien. Ahora acaríciala toda y con la otra mano tócame los huevos.
La mano que agarraba la verga de Isidoro empezó a recorrer el falo, sintiendo como se estremecía de placer. Con la otra mano agarré los dos testículos y también los acaricié con suavidad para no hacerle daño. Me sentía completamente humillada, pero mi personalidad, mi persona estaba totalmente anulada por una Lucero sumisa y obediente ante Isidoro. Y sin entender porque, sentí que no me daba asco, que el tacto caliente del falo de Isidoro se me hacía incluso agradable. Y mi verga no paraba de endurecerse. Isidoro estaba muy excitado y suspiraba de placer.
-Muy bien, Lucero, muy bien. Lo haces muy bien.
Me dejó tocándole un rato más.
-Bueno ahora mi querida ha llegado el momento que pruebes el sabor de un buen macho. Verdad que te apetece chuparme la verga?
Me miró hacia abajo. Yo le miré hacia arriba. Que me estaba pasando? Su mirada y sus ordenes se clavaban en mi cerebro. Notaba mi cuerpo excitado, mi verga erecta y sin poderlo entender, sentí la necesidad de obedecer a Isidoro.
-Anda, no te hagas de rogar. Se que te mueres por comerle la verga a tu Isidoro.
El glande tocaba ya mis labios y las manos de Isidoro, agarrando mi cabeza, apretaron justo lo necesario para que yo cerrara los ojos, abriera la boca y dejara entrar, por primera vez en mi vida, una verga en mi boca.
-Muy bien, Lucero, muy bien, te estás portando muy bien. Ahora mójala toda con saliva, lámela con la lengua y luego dame una buena mamada.
Y así lo hice. Recorrí con la lengua el falo de Isidoro de abajo a arriba, dejándolo bien untado en saliva. Repetí las lamidas una cuantas veces y cuando toda su verga estaba completamente empapada de mi saliva, Isidoro me metió toda su herramienta en mi boca. Yo la apretaba como podía con los labios mientras él empezó el vaivén con el que me follaba la boca. Yo ya no pensaba, pero ese gusto salado me gustaba, me agradaba sentir mi boca llena de la carne caliente y palpitante de la verga de Isidoro. Él no paraba de suspirar, de jadear:
-Ohohoh, muy bien, sigue… no pares… que bien la chupas Lucero… no pares …
Estuvo así un buen rato hasta que paró, separó mi cabeza de su cuerpo, por lo que dejé salir su falo de mi boca.
-Te gusta comer verga, lucero? – me preguntó mirándome a los ojos sonriendo de satisfacción.
Estaba avergonzada, me sentía humillada, pero mi respuesta fue, de echo, clara:
-Si Isidoro.
-Te gusta chupar verga como una buena niña?
-Si señor – el tono algo autoritario que usaba y esas palabras no hacían más que aumentar esta excitación tan extraña que sentía.
-Y sabes lo que viene ahora, verdad querida?
En mi interior sabía que llegaría esta pregunta, que llegaría este momento. No quería que llegase, pero ahora sabía cual tenía que ser mi respuesta. Y en el fondo de mi interior sentía que empezaba a desearlo.
-Si Isidoro.
-Si verdad? A ver, dimelo?
-Toca que me tomes – contesté avergonzada.
-Que quieres decir, Lucero?
-Que ha llegado el momento que tomes mi ano, que me folles el culo.
-Bien dicho, Lucero, bien dicho. Te apetece verdad que te folle?
Sentía como mi polla estaba a punto de reventar el tanga, y como un cosquilleo extraño, desconocido, recorría mis entrañas hasta llegar a mi ano. No podía negarme ni a mi misma la respuesta:
-Si Isidoro.
-Si que? Anda pídemelo, pídele a tu papito que es lo que quieres.
-Quiero que me folles el culo, quiero que me metas tu verga hasta el fondo de mi culito – me salieron solas las palabras, sin poder creer que esto lo estuviera diciendo yo sola.
-Pues ahora quiero que te pongas de cuatro patitas como una buena perrita, mientras me lo vuelves a pedir, Lucero querida.
Me levanté, me quité el tanga dejando solo las medias y el portaligas y me puse encima la cama. Me coloqué de cuatro patas, abrí las piernas y arqueé un poco la espalda entregándole mi culito completamente virgen a Isidoro para que hiciera con él lo que quisiera. Un culito que, sin poderlo evitar, ardía de ganas de experimentar la sensación de ser follado.
-Soy toda tuya, Isidoro.
-Estás preciosa – me dijo mientras sentía sus manos en mis nalgas y como empezaba a masajear mi culo y mi ano.
Las caricias de Isidoro me gustaban, no podía negarlo, y mi excitación crecía más y más por segundos. Y cuando sentí su lengua caliente y húmeda lamer mi ano, el placer era ya insoportable. Y entendí lo que Isidoro estaba esperando:
-Isidoro, por favor, follame ya, no puedo más.
-Ah si? Mi Lucero quiere que la folle?
-Si por favor, me muero por sentir como me follas el culo. – No sabía muy bien como lo había conseguido Isidoro, pero en ese momento lo que más deseaba en el mundo es que Isidoro me tomara como suya y me follara mi culito que ardía de deseo.
-Muy bien, muy bien, sigue hablando así, como me gusta, como me calientas – me dijo mientras empezaba a meter primero uno y después dos dedos embadurnados con alguna crema.
-Quiero sentir tu verga en mi culo.
-Quieres que tu papito te folle?
-Si, por favor. Papito follame – ya todo me daba igual. Estaba dispuesta, a lo que fuese, pero en ese momento necesitaba sentirme llena de verga. No quería pensar como había llegado a sentir tan gran deseo, pero no me importaba, lo necesitaba.
-Eres una niña mala con ganas de verga, Lucero?
-Si, soy muy mala y quiero verga, papito.
Isidoro sacó los dedos de mi culito. Sentí sus manos agarrar fuerte mi cintura y la punta de su falo colocarse a la entrada de mi ano. Mi corazón estaba a punto de estallar, al igual que mi polla.
-Estás lista, Lucero?
-Si, Isidoro, estoy lista.
Y pude sentir como la gruesa verga de Isidoro empezaba a taladrarme. Primero solo sentía dolor, como un quemor en mis entrañas, como si algo ardiente me estuviera partiendo. Y no pude evitar gritar un poco de dolor.
-Aguanta mi niña que ahora vendrá lo bueno.
Sentía mi vientre lleno de verga caliente. Isidoro se quedó unos segundos quieto, esperando que mi ano se dilatara. Al poco tiempo empezó, lentamente, a meter y sacar su gruesa herramienta y yo empecé a sentir no solo el dolor, sino también un profundo placer desconocido hasta el momento. Un placer que me llenaba entera…
Isidoro empezó a acelerar el movimiento y a follarme más duro, mientras yo empezaba a jadear de puro placer…
-Te gusta, mi Lucero?
-Siii, me gusta.
-Quieres más?
-Si por favor, no pares…
-Te gusta como te folla tu papito?
-Si, me encanta… ahahah.. no pares…
-Como me gusta tu culito…
Isidoro cada vez me daba más duro. Sentía sus testículos golpear mi culo cuando me clavaba su verga hasta el fondo… cada vez más rápido, cada vez con más fuerza… y yo cada vez sentía que quería más… sentía como me gustaba notar el culo lleno de carne dura y caliente…
Isidoro enloquecía de gusto. Me daba alguna nalgada… y empezó a subir el tono de sus palabras. Pero yo ya estaba entregada, loca de placer, ya no había marcha atrás. Me gustaba ser Lucero y me gustaba ser follada por Isidoro. Me sentía suya, totalmente suya. Y me gustaba.
-Ahahaha no pares de moverte, zorra !!! Como me gusta tu culo… eres una puta fabulosa…
-Siii no pares… dame más Isidoro… dame más por favor…
-Así me gusta, que me pidas más como una zorrita viciosa… eres una zorrita verdad Lucero?
-Si…
-Quieres ser mi zorrita verdad?
-Si Isidoro, toda tuya…
-Voy a vaciarme en tu culito Lucero
-Si, dame toda tu leche… ahaha que locura dios… como me gusta…
Y no hubo tiempo para más. Isidoro aceleró un poco más, clavó una mano en mi cintura con mucha fuerza, con la otra me agarró mi falo, que con solo tocarlo empezó a correrse como no lo había hecho nunca, justo en el momento que también podía sentir los espasmos del falo de Isidoro y como su leche caliente, húmeda, me llenaba las entrañas… entre jadeos de puro placer…
Unos segundos eternos, de éxtasi absoluto, de placer desconocido y descomunal… hasta que nos derrumbamos… Isidoro cayó encima mía, aplastándome… y sintiendo su respiración entrecortada del orgasmo divino que acababa de tener… en mi culo.
Estuvimos unos momentos mientras recuperábamos la conciencia. Isidoro se levantó para ir al baño mientras me decía lo fabuloso que había sido, y que me quedaría a dormir con él.
Me sentía extraña. Sentía un terrible remordimiento de conciencia por lo que había pasado, y por haberme gustado tanto el placer que había sentido.
Aquella noche me costó dormirme, por todo lo que me había sucedido. Pero cuando lo hice, mi pene estaba a media erección, pensando en como me había follado mi jefe un rato antes.
Espero que les haya gustado, besos.
Excelente la narración de tu relato poniendo énfasis en cada detalle de transformarte en mujercita
Me ha gustado mucho. Yo habría actuado como tu…