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Aquella vez…
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Mi matrimonio no era el más feliz en aquel punto, tampoco era un desastre insalvable, simplemente era una temporada oscura en la que la intimidad escaseaba y el deseo había escapado por la ventana.

Fue entonces que apareció; a mi trabajo había llegado una nueva compañera, no se trataba de una belleza despampanante sin embargo tenía un encanto y energía que enseguida captaron mi atención, ella era bajita pues no superaba el metro sesenta y cinco, siempre amarraba su cabello en una coleta de caballo pequeñita, sus ojos oscuros siempre irradiaban energía y tenía un físico por demás atractivo, el uniforme hacia un gran trabajo ocultando unos senos medianos, suaves y bien formados, no tanto con sus caderas que eran amplias resultando en unos glúteos y piernas mas bien exuberantes, era una delicia verla recorrer los pasillos a toda velocidad.

Enseguida hicimos amistad la cual comenzó más temprano que tarde a convertirse en flirteo, un jugueteo de miradas, de insinuaciones, juegos de palabras de doble sentido e incluso mensajes que subían cada vez más y mas de tono hasta ese día, el día.

Logramos escaparnos después del trabajo, ni mi pareja, ni la suya parecían sospechar y honestamente no lo pensamos mucho; la habitación del hotel era agradable, y la compañía aún mas, ella dio el primer paso, se abalanzo a besarme de forma pasional empujándome contra la cama y colocándose encima, correspondí, mis manos repasaron su espalda, cintura y lentamente sus caderas y glúteos, fue abriendo mi camisa, besando mi pecho, abdomen y finalmente bajo con sus manos hasta mi muy endurecido miembro el cual acaricio por sobre el pantalón un momento hasta que decidió sacarlo, ego aparte, sigue siendo satisfactorio recordar su expresión al vérmelo y más escucharla decir:

—no esperaba algo así de grande.

Pero poco tiempo me dio para enorgullecerme pues enseguida comenzó a recorrerlo con su lengua mientras con su mano masajeaba mis testículos y el tronco, sus labios eran muy suaves y su lengua se movía con maestría alrededor de la punta y el cuerpo de este, de cuando en cuando bajaba a lamer y succionar ligeramente mis testículos, el placer era demasiado para mí en aquel momento pero antes de poder llegar al éxtasis se detuvo lentamente para comenzar a abrirse su blusa.

Procedí a ayudarla, besando su cuello y bajando a sus clavículas, al retirar su sostén por fin pude ver y sostener aquellos excitantes, suaves y sensitivos montes de placer, una forma perfecta, con pezones no muy grandes, cafés, y muy paraditos en ese momento, la acomode boca arriba mientras tomaba mi turno de bajar e irla desnudando, un abdomen plano y más allá su sexo recubierto por una ligera capa de vello púbico que no hizo mas que excitarme aún mas, hundí mi rostro entre sus piernas acariciando sus muslos y saboreando su clítoris y labios, sondeando mi desempeño en base a sus gemidos de placer y ligeros murmullos:

—así… Sigue… Eso me gustó

Tras un rato estimulando con mi lengua y dedos pude sentir como ella comenzaba a estremecerse de forma más bien un poco agresiva y con la respiración entrecortada solo me dijo:

—lo quiero dentro

Preparado con la respectiva protección procedí a acomodarme entre sus piernas besándola, cuando lo hundí dentro de ella sentí como lo apretaba de forma deliciosa, ella por su parte arqueo la espalda y dejo escapar un gemido suave y a sujetar con cierta fuerza mi espalda, comencé a mover las caderas y a penetrarla no con fuerza pero si con pasión, ella gemía, se mordía los labios, me clavaba las uñas mientras yo hacía lo mío un poco más rápido y fuerte cada vez.

—déjame cambiar -me dijo de forma entrecortada.

Se coloco boca abajo con el pecho en la cama y las caderas bien levantadas, una posición perfecta, sujete sus caderas y la penetre de forma apasionada, una y otra y otra vez, veía mi reflejo en un gran espejo a nuestro lado, el reflejo me mostraba su expresión llena de placer y sus senos rebotando.

—sigue… Ahhh… Sigue… —gemía ella apretando los puños.

No sé cuánto más dure hasta que comencé a sentir el rictus de placer que lleva al orgasmo, posiblemente ella también lo sintió pues por su propia cuenta comenzó a mover las caderas de forma rápida hundiéndose hasta el fondo mi miembro, sujete firmemente sus caderas y la penetre con fuerza hasta sentir como llenaba el condón, ella se dejó caer en la cama con la respiración entre cortada y sonriendo.

—que rico —balbuceo.

Me quite el condón, me limpie y me recosté con ella acariciando su abdomen.

—descansa, aún hay otros dos —me dijo jocosamente mientras recuperaba el aliento— pienso aprovechar esa cosa lo más posible eh

Lo hicimos, aquella noche aprovechamos los otros dos condones liberando estrés, preocupaciones y más, fue la primera más no la última vez que fui infiel con ella, siempre fue un torbellino de pasión, un pecado que admito y que no me arrepiento de haber cometido.

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