No mentiría si dijera que nunca estuve segura del paso que di. No fue fácil renunciar a tantas cosas que habían formado parte de mi día a día durante años. Pero, de un modo u otro, todos los caminos parecían llevar a ello; había algo dentro de mí que me gritaba que lo hiciera y, si de algo sí estoy convencida, es que estoy perdidamente enamorada de Lex.
Tras decidir dejar los dos nuestras vidas promiscuas y poner punto y final a eso de follarnos a todo lo que se cruzaba en nuestro camino, pasamos juntos unos de los mejores días de nuestras vidas. A su lado no dudaba de nada y me sentía la persona más feliz del mundo. No paraba de reír, de divertirme, de follar, de sentirme cuidada, de sentirme bien… Pero ahora tocaba volver a casa y a una realidad muy distinta. Ahora tocaba esperar al próximo viaje y luego al siguiente, y así hasta que terminara esta etapa de mierda y lo volvieran a destinar aquí, a mi lado.
En el avión no paraba de pensar en las pocas ganas que tenía de trabajar al día siguiente. La rutina y la normalidad me perseguían de nuevo: tenía que hacer la compra, planificar las comidas de toda la semana, regar las macetas, avisar a mi amigo Jack, que me estaba cuidando los gatos durante mi ausencia, de que ya volvía… Qué poco me gustaba esto sin que Lex estuviera a mi lado.
Al llegar a casa, cargada de maletas y pensando en todo lo que tenía que hacer, mis dos bolitas de pelo salieron a saludarme. Se me fue el santo al cielo y, cuando fui a darme cuenta, casi había pasado una hora achuchándome con los gatos, sin hacer absolutamente nada. Me entraron las prisas y me puse a deshacer las maletas en el mismo salón. Le enviaba un audio a Lex para que no se preocupara cuando, al abrir la segunda maleta, los ojos me hicieron chiribitas. Acababa de ver, entre la ropa, el juego de dildos que compramos juntos y la voz se me cortó en seco. Tras unos segundos, seguí hablando al móvil para decirle que lo llamaba en un momento.
Abrí la cajita de los dildos y los contemplé con una risita. El plug pequeño, el plug grande, el dildo básico, el finito pero curvado, el grande y rugoso y el obscenamente ancho. Era preciosos, parecían llevar grabado a fuego las horas y horas de placer que garantizaban. Llena de malos pensamientos, cerré las cortinas, fui a la habitación, me cambié y cogí lubricante de la mesita de noche.
Coloqué el móvil en la mesa, frente al sofá, apoyado con lo primero que pillé, e hice una videollamada a Lex. “Hola, cariño. ¿Cómo has llegado?” fue su saludo, a lo que no contesté con nada más que una sonrisa. Me alejé del teléfono dejando ver mi sencillo atuendo: un simple liguero negro, de cintas anchas y lisas y argollas metálicas. Nada más. Nada arriba, nada más abajo. Lex se quedó mudo y tragó saliva. Se mordía el labio viendo como me sentaba en el sofá, abriendo las piernas y cogiendo el más pequeño de los dildos. Abrí las piernas a la vez que me llevaba el dildo a la boca, lamiéndolo y chupándolo con delicadeza al mismo tiempo que empezaba a tocarme. Lex, en su casa, tomó asiento, se metió la mano bajo el pantalón y se dispuso a disfrutar del espectáculo.
El manantial de fluidos vaginales no se hizo esperar y, con una hilera de saliva colgando, el dildo viajó desde mi boca a mi coño. Lex se desabrochó el pantalón cuando el primero de mis gemidos, tímido y breve, se escapó de mi garganta. Mis movimientos eran lentos y fluidos, describiendo una ligera e involuntaria onda con la cadera al compás del dildo introduciéndose en mi coño. Cuando Lex se sacó la polla, próxima a la erección, me incorporé en mi asiento para ver mejor y, como un automatismo, agarré el dildo más fuerte y lo introduje más rápido y profundo.
A cientos de kilómetros, conectados por la pequeña pantalla de móvil, nuestras masturbaciones se sincronizaron. Lex se la meneaba siguiendo mi mano, con cara de interés, sin perder detalle. Giré mi cadera hacia la izquierda para que se me viera bien el culo, quedando mi mano derecha con el dilo atrapada entre mis muslos. Con la mano izquierda, me agarré el cachete y abrí para que se viera bien. Llevaba el plug metido en el culo. A Lex casi se le salen los ojos de las órbitas. Reclinado hacia delante, olvidó nuestra sincronización y empezó a masturbarse como un desesperado. Sin dejar de meterme el dildo, me acariciaba el contorno del ano, jugando con la base del plug y amagando con sacarlo. Al cabo de un rato, con Lex comiéndome con los ojos, lo fui sacando muy despacito, dejando ver como mi ano se iba dilatando. Tras unos segundos y con un pequeño sonido que recordó al del vacío, el plug quedó fuera y mi culo abierto.
Permanecí así unos segundos, para que Lex me viera… para verlo yo a él. En el breve trascurso de tiempo desde que vi los dildos en la maleta y fui a mi habitación había planeado toda una secuencia a seguir. Sin dejar en ningún momento de darme caña con el primero de los dildos, tomé de la caja el segundo. Era turno de ese chico tan sutil, pero de malas ideas, el dildo finito con curva endiablada destinado desde el día en que se diseñó a recorrer mi recto. Se acercó a la puerta de mi ano y ni siquiera tocó antes de entrar. La dilatación y su curva se aliaron para allanar el camino a mis entrañas. Cuando lo tuve dentro tuve, sentí como si un gancho me agarrara desde el culo pero, al tirar de él, salió con la misma suavidad con la que entró. Era maravilloso, solo que había un problema: el plug era tan gordo que, aun teniéndolo puesto solo unos minutos, me dejó el culo tan ensanchado que ahora me sabía a poco. No dudé mucho y di un salto de guion.
Acto tercero: golpeando con La Maza. Así llamé al dildo más largo de la colección. No me cerraban los dedos por poco al cogerlo. Su punta estaba formada por grandes óvalos y esferas que cumplían una labor similar a la de las bolas chinas. Dándole la espalda al teléfono, dejé en la caja los dos dildos con los que ya había jugado y pasé al siguiente nivel. Me giré para mirar a Lex y que viera bien lo que venía. Como un reflejo de pasión, pasé la lengua por el dildo. Me pareció por instantes que la larga polla negra de la videollamada era lo que tenía entre manos. Su sabor se representó en mi mente y, salivando, mi lengua se aplastó contra el dildo en su ascenso. Rocié lubricante tanto en él como en la mano para aplicármelo después en el culo. Lancé una última mirada a Lex y me puse a cuatro patas, dejándole la visión de mi culo y mi coño. Las dos primeras bolitas entraron bien, resbalándose con el lubricante. Sin embargo, la tercera suponía un salto considerable. No lo esperaba y no puse delicadeza alguna en mis acciones. De golpe, mi culo se había abierto un centímetro más. Los ojos se me dieron la vuelta y noté un calambrazo en el ano. Con una mano hacia atrás usando a La Maza no era la postura más idónea para estimularme el clítoris, pero tenía que hacerlo. Con la cara aplastada contra el sofá y poniendo más el culo en popa, llegué hasta el clítoris con la mano tonta como pude. Mis abundantes fluidos se mezclaban con el lubricante que chorreaba por mi culo. Mi mano era una locomotora. Un temblor me recorrió por dentro desde el coño a las rodillas y desde el coño a la garganta. Una “A” vibrante y creciente se escapó por mi boca y la cuarta esfera entró en mi culo.
Se hizo el silencio en mi mente. Mi mente se perturbó tanto como mi culo. Moví el dildo en la dirección opuesta, sintiendo como cada milímetro del relieve salía suavemente. Al volver a introducirlo, no hallé resistencia alguna. ¿Tan fácil?, pensé. Lo saqué y lo metí una vez más, un poco más rápido. Y después un poco más. Cuando vine a darme cuenta, estaba aporreándome el culo poseída por un apetito voraz hacia una cosa que no podía ni agarrar bien con una sola mano. Un dildo al que el sobrenombre de La Maza se le quedaba corto. Con fuerza y constancia perseveré en mi flagelo anal hasta que el brazo se me quedó dormido.
Me dejé caer, agotada. Observé el dildo en la mano y asentí al ver todo lo que mi culo podía tragarse. Busqué a Lex en el móvil y los dos reímos como pícaros. Me tomé unos segundos para recuperar el aliento. Usando solo gestos, le indiqué a Lex que esto no había terminado.
Quedaba un último amigo por conocer. Tenía forma de bala achatada, pero de tamaño obscenamente grande. Solo para expertos… como yo. En aquel momento no supe decir si era largo o corto, porque era tan jodidamente grueso que su longitud parecía ridícula. Haciéndome la remolona, dejé caer con pausa el lubricante por su superficie. Lex resoplaba retomando la sincronicidad conmigo al masturbarse. Me abrí de piernas y alcé la cadera, mi coño se veía brillante y mi culo negro profundo. Apoyé aquella herramienta de locura contra mi ano, cerré los ojos y empujé. Para sorpresa de nadie, mi culo hambriento y experimentado se tragó aquella aberración con suma facilidad. Mantuve los ojos cerrados y respiré profundo hacia el cielo. Oh, Dios. Creo que nunca tuve algo tan gordo dentro de mi, mucho menos de mi culo. Con ese tamaño no podía darme mucha caña, así que centré mis esfuerzos en reventarme el clítoris. Con el roce de mis dedos por mi coño se escuchaba un ligero chapoteo. Sentí un quemazón en mi interior que me impedía abrir los ojos, indicando que estaba a punto de correrme. Se venía, estaba llegando. Mi cuerpo ardiendo se tensó para recibir el orgasmo… y la puerta se abrió.
Grité, pero no fue el orgasmo lo que me empujó a ello. Ajeno a mi presencia, Jack entró a la casa como hizo cada día durante mi ausencia para alimentar a mis gatos. No sé si por el grito o por la imagen que le recibió, su amiga desnuda y abierta de piernas con el coño chorreando y un consolador del grosor de su puño metido en el culo, Jack casi se cae del susto. Atropellando las palabras trataba de disculparse y dejar atrás este comprometido momento. “Perdón”, “no sabía que ya habías llegado”, “quedamos en otro momento”… decía todo a la vez mientras daba marcha atrás cerrando la puerta. Lex pedía explicaciones preocupado, pues no tenía ni idea de qué estaba pasando, ya que solo me veía a mí blanca como la leche, con cara de haber visto un fantasma y sacándome a toda prisa el troncho del culo. “Ahora te llamo”, le dije y colgué.
Me tapé con lo primero que pillé y me asomé a la puerta para llamar a Jack. La vergüenza, el remordimiento o vete tú a saber qué sentimiento me estaba corroyendo. Jack era uno esos amigos a los que me follé innumerables veces en mi recién apartada vida promiscua y me había visto cientos de veces en pelotas (y con cosas dentro del culo), pero esto era diferente. Tenía la necesidad de justificarme, pedirle perdón no se muy bien por qué.
-¡Jack! -grité asomada a la puerta, sin llegar a salir- Ven… lo siento. No pasa nada.
-No te preocupes. Vengo en otro momento. Pensaba que aún no habías llegado y…
-Ven, porfa. Si ya está. Si… -no tenía ni idea de qué decir-. Entra, porfa, y hablamos.
Levantando los brazos, en señal de no tener otra opción, Jack se dio la vuelta y entró en la casa. Tapada solo con una camiseta de baloncesto de Lex, que me quedaba como un vestido y tenía para estar por casa, siempre tirada por el sofá, le di un fuerte abrazo. Nos sentamos en el sofá donde acababa de pillarme metiéndome una bala de cañón por el culo, me senté girada hacia él, nerviosa aún y torpe en mis movimientos por lo que acababa de ocurrir. De inmediato me di cuenta de que, al sentarme, el camisetón no me cubría mucho más del culo y no tenía nada debajo. Di un saltito tirando de la camiseta hacia abajo y me crucé de piernas tratando de preservar la poca vergüenza que me quedaba.
-Muchas gracias por cuidarme los gatos y… Y perdona por lo que has visto. Se me ha olvidado avisarte cuando he llegado. ¡Lo siento, lo siento!
-Tranquila, Hanna. ¿De qué tienes que disculparte? No estabas haciendo nada malo y… no he visto nada que hubiera visto antes.
-Eso es verdad. No te vas a asustar después de todo.
-Creo que en peores te he visto. Buenos, nos hemos visto.
Nos reímos, normalizando, al fin, la situación. Sentí mucho alivio. Jack se reclinó en el sofá y dio un pequeño brinco para buscar por su espalda algo que le molestó. Lentamente sacó de entre los cojines el dildo gordo que había tenido en el culo. Me eché las manos a la boca en cuanto lo vi en sus manos. Aún pringoso de lubricante, lo observaba con cierta distancia y cara de asombro.
-¡Dame, dame! -me apresuré a decir-. Toma, límpiate las manos. ¡Joder, lo siento!
-¡Que no te preocupes, tonta! ¡Que es normal!
-Bueno -miré el grueso del dildo-. Normal, normal…
-Vale, ahí llevas razón. No quería ser yo quien lo dijera. Pero porque tú eres una campeona y esa alegría que te llevas -contestó Jack medio en broma medio en serio.
-Sí, alegría me estaba llevando… pero ahora noto como me entra aire por el culo.
A Jack se le escapó una risa sonora y se tapó la cara con la mano, mirando hacia otro lado.
-¿Por el culo? ¿Eso? Ha sido muy rápido y no me ha dado tiempo a distinguir prácticamente nada. Pero, joder…
-No te sorprendas ahora, amigo. Que sabes que mi novio que cumple el estereotipo de negro. Y, bueno, tú tampoco estás mal. Y, que yo recuerde, un par de veces lo hemos hecho por detrás -dije haciéndome la indignada, dándole palmaditas en la pierna.
-Sí, un par de ves. Y tres, y cuatro.
Me eché a reír colorada de la vergüenza. Le di un abrazo ocultándome la cara y el me zarandeó entre risas.
-Soy lo peor.
-No, simplemente disfrutas de tu sexualidad. A ver, déjamelo que lo vea.
-¿Pero que dices, tonto? Si está lleno de lubricante y me lo acabo de meter por el culo.
-¿Volvemos al principio? ¿Tú crees que me importa? -sin mucha convicción, le hice caso y se lo pasé-. ¡Joder! La verdad que es un buen troncho.
-Ya te he dicho, he estado entrenada por los mejores. Entre unos y otros me habéis acostumbrado a lo bueno y uno normalito ahora me sabe a poco.
Cuando acabé de decir esta última frase, cientos de recuerdos me bombardearon la mente y me hicieron estremecer. La maquinaria, que no había terminado de apagarse, se puso en marcha de nuevo, calentándose rápidamente, presa de un deseo olvidado, que nunca extinguido. Hubo silencio y proximidad; una mirada de sonrisa muda y todos los elementos de la futura culpabilidad se reunieron. Me gustaría decir que fue cosa de los dos y no mentiría mucho, pero fui yo quien se lanzó a su boca. Fui yo quien rompió la frágil barrera entre el mero tonteo de los antiguos amantes y la pasión de los nuevos. Hasta el culo levanté del asiento para ir a buscarlo y no perdieron tiempos mis manos en rodear su cabeza.
La respuesta, eso sí, fue inmediata. Con cierto titubeo me rodeó la cintura mas, cuando mi lengua entro en su boca, sus manos entraron bajo mi escasa vestimenta. Me agarró el culo y me dejé caer sobre él. A la vez que caía mi cuerpo, cientos de pensamientos cayeron en mi consciencia. Todos los actores de mi cuerpo se detuvieron cuando entre ellos hallaron culpa. Culpa. Culpa por algo que hace nada no suponía un problema. Culpa por lo que iba a hacer, culpa por mi ser. Desprendí mis labios de los suyos y busqué en su mirada auxilio. Jack, confuso, me miró contrariado, con ojos de tierna preocupación. Mi cara se alargaba y este inesperado dolor preparó las lágrimas en mis ojos. Jack, con las manos aún bajo mi ropa, me acarició la espalda con cariño. Y fue el nuevo contacto de su piel con piel lo que avivó las ascuas del incendio en mi interior.
Mordí de nuevo su boca como un depredador en la noche y le agarré la cabeza con ambas manos de tal forma que casi se la arranco. El fuego era el silencio de la culpa y más fuego necesitaba mi pesar. Casi con desesperación, le agarré el paquete, sin soltarle la cabeza, sin dejarle de morderle los labios. Con rápidos movimientos tuve en un instante su polla en mi mano. Jack se estremeció en ese momento y tiró de mi camiseta hacia arriba, mostrando el liguero y mi sexo desnudo. Había estado masturbándome durante quince minutos delante de un móvil, estaba chorreando y más que preparada. No quería esperar más. La culpa era grande, pero el deseo lo era más.
-¿Ya? -preguntó sorprendido Jack.
-Me has cortado la paja, los preliminares los traía ya hechos.
Me levanté, dirigí con la mano y me dejé caer. Mi coño se tragó su polla. Ambos aspiramos un quejido al unísono. Sin esperas, sin calentamiento, sin ritmo ascendente… mi cadera golpeó con fuerza tras ese primer suspiro. Jack tragó saliva y apretó los dientes, incapaz de asimilar tanta pasión de golpe. Me agarré a su cuello para ganar potencia y estabilidad. Las sacudidas de mi pelvis eran limpias y poderosas como un ariete… a la inversa. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Mi cuerpo machacaba al suyo al caer contra él. Tratando de capear la andanada de golpes pélvicos, Jack despertó de su trance, me agarró del culo con las manos bien abiertas y se hizo con las riendas de mi galope. Con la fuerza que llevaba, al caer la siguiente vez, noté su polla tan adentro que sentí algo parecido a un calambre en el estómago.
Estaba flotando en una especie de ingravidez sexual, dando botes en una nube. Los dos con sonrisas en la boca, nos miramos y supimos entender que estaba siendo tan divertido para el otro como lo era para nosotros. Había echado de menos a mi amante. Estaba tan guapo y tierno follándome con esa sonrisa. ¿Por qué dejamos de hacerlo? Oh, ya…
Me sentí miserable. De la ingrávida nube caí al suelo firme, partiéndome en la caída. No por la imposición, sin por haber faltado tan fácil y rápido a mi palabra, a un acuerdo del que fui precursora a partes iguales. Y Lex… ¿En qué lugar le dejaba esto? Le estaba fallando, le había mentido. Pero, él era como yo, ¿por qué privarnos de lo que nos causa gozo? ¡Dios! No quería buscar respuestas, no quería indagar en esa tormenta. No ahora. Estaba echando un polvo y esas sombras no iban a joderme.
La caída no fue solo metafórica, pues mi cuerpo, sin mente que lo gobernara, cedió hacia un lado. Jack se apresuró a cogerme y, cuando se despejó la bruma de mi cabeza, traté de disimularlo con risas, besos y mordiscos al cuello. De un empujón lo mandé de nuevo contra el respaldo del sofá. De un brinco me escapé y de otro me puse de rodillas frente a él. Le agarré la polla, le masajeé los huevos, desproveyendo a mi víctima de toda fuerza, y me metí todo lo que pude en la boca. Me encantaba verlo mientras se la mamaba, con el cuello retorcido, los ojos cerrados y gimiendo muy gracioso al paso de mi lengua por su pene.
Me aventuré hacia regiones desconocidas. Manteniendo presa su polla en mi mano y, haciendo previa escala por esos huevazos que tenía, descendí por el perineo. Entendió rápidamente las señales y me facilitó el acceso levantando las piernas de forma obediente. Mi lengua descendió en vertical y, al hacer contacto con el ano, apretó los glúteos y emitió un sonoro suspiro. Tuve una idea malvada.
Me acerqué a la caja de los dildos transparentes y saqué el plug pequeño, aún sin estrenar. Con la boca bien abierta, enseñando los dientes y frotándome las manos con mi juguete le pregunté como una niña traviesa “¿puedo?”. A lo que Jack, con un gesto que no indicaba mucha convicción, contestó “dale”.
Volví a mi sitio para saborear de nuevo su polla, deslizando el plug por ella. Con un buen chorreón de lubricante, lo acerqué hasta su ano y, dibujando círculos con mi muñeca, se lo introduje muy, muy lentamente sin dejar de pajearlo en el proceso. “¡Hostia!” profirió cuando entró del todo en su culo. Consciente de cuál era mi labor en ese momento, mi boca se pegó de nuevo a sus genitales y se tragó sus casi veinte centímetros de carne. Me esforcé para que se olvidara del plug que acababa de meterle y así parece que fue. El otrora silencioso Jack gemía constantemente con sus músculos agarrotados. Cuando ya lo tuvo olvidado, volví a meter la polla al completo en mi boca como maniobra de distracción y aproveché para sacar y meter varias veces el plug. Las piernas de Jack se entrelazaron sobre mi cuello a la vez que su tragaba sus quejidos. Mi boca se separo de su polla, dejando por el camino abundantes hilos de densa baba blanca. Mi trabajo aquí estaba terminado.
Sobre el sofá podía ver a dos de mis nuevos amigos. La bala gigante que Jack sacó de entre los cojines y, escondida en el lateral, se hallaba la Maza. Tomé mi arma en mano y me eché al sofá, de lado. Alcé mi pierna derecha e hice un candado con mi brazo izquierdo, dejando mi culo y mi coño bien a la vista. Llevé mi maza hasta el culo, aún lubricado, pensando que tendría que tomarme mi tiempo para dilatar nuevamente. No fue así, el camino aún seguía abierto. La Maza se adentró bien profunda en mi interior y Jack se quedó como un pasmarote viendo el espectáculo. Tuve que llamarle la atención, había otro camino esperándolo a él.
Jack tomó posición sobre mí. De repente, mi pelvis estuvo rellena de plástico y carne. ¡Joder! Un subidón de pura energía me llego hasta el paladar. ¡Guau!, exclamé y me mordí los labios. Dio inició a las penetraciones y yo lo seguí machacándome el culo. Nos mantuvimos la mirada, los dos con la lengua casi fuera, viendo como disfrutaba el otro. Lo retaba a que me diera más duro aumentando la velocidad con la que me metía el dildo. Siempre me alcanzaba. Nuestro duelo fue in crescendo hasta que el arma de mi mano empezó a golpear en su cadera, haciendo muy difícil continuar nuestro reto. Así que me saqué del todo la Maza, sentía como se había quedado abierto de par en par, y, con decisión, le dije “fóllame el culo”.
Sin perder tiempo, sacó la polla de mi coño, se escupió y me penetró el ano. Apreté los dientes cuando empezó a empalarme, hasta que mi garganta escupió un alargado grito. Apoyé la cara contra los cojines y me limité a recibir las embestidas. Dejé la pierna caer y apreté los muslos, rozándolos con la propia vibración de las acometidas, sintiendo en el clítoris una percusión salvaje.
Las potentes sacudidas de un Jack envalentonado, me estaban dejando KO. Me dio un palmetazo en el culo, para después subir por mi muslo, agarrando bien en su ascenso; abrazó mi pierna para pegarse más a mí, piel con piel, y darme con toda su fuerza. La vuelta de su amante pródiga había sido recibida con una enérgica fiesta de machacantes penetraciones. Sin embargo, lejos de mermarme ante semejante vendaval, se despertó en mí un hambre vampírica que me hacía querer más por mucho que recibiera.
Aprovechando una breve pausa que tomó para respirar, dejé mi posición y me puse en pie para besarlo, llena de babas de la mamada que le hice momentos antes. Estaba desquiciada y mis manos, al igual que mi boca, iban de un lado para otro, sin control, resbalando con nuestros sudores; le agarré el culito respingón que tenía (relativamente generoso para ser un hombre) y comprobé que aún llevaba el pequeño plug que le había metido. Me excitó muchísimo y pensé en el último polvo que eché con Lex y lo cerdo que se puso en la discoteca al ver que llevaba el plug gordo metido. Lex, joder… perdóname.
Unos deditos que llegaron por sorpresa a mi coño evitaron que cayera de nuevo al pozo de la culpa. Di un respingo y me eché a reír. Le agarré del cuello, en un acto reflejo, y le pegué un manotazo en la polla. Sin preguntarle nada, me puse a su lado a cuatro patas, ya sabía que tocaba ahora. De inmediato recibí un mordisco en el culo, seguido de un buen lametón en el coño que me hizo retorcerme del gusto. Me agarró por las caderas como si le fuera la vida en ello y, de pronto, fui arrollada por un tren. Mi esfínter se apretó entorno a su polla y todo mi recto vibraba con cada penetración. La excitación era tal que, sin contacto alguno, el clítoris y todo el coño me palpitaba. En aquella posición sentía placer en cada terminación de mi cuerpo. Cuando llevé mi mano al clítoris para llevar más lejos aquella sensación, fui presa de una hipersensibilidad pasmosa que me hizo contraerme entera. Tensa, fruto del inesperado espasmo, mi ano se cerró de tal manera que a Jack le dificultó continuar.
-Me voy a correr ya mismo -dijo tras mi espasmo.
“¡No ahora, no! ¡Aguanta, Jack, aguanta!” Me dije a mí misma al borde de un orgasmo que prometía ser épico. Necesitaba solo un poco más. Sin pensarlo, de manera casi automática, escapé de mi posición y me giré deprisa. Cogí a Jack de los pelos y, sin tener en cuenta el daño que pudiera hacerle, arrastré su cabeza hasta mi coño. Él también, actuando bajo automatismos, se puso a comer en cuanto su boca hizo contacto. Este chico tenía un don, una lengua prodigiosa, pero, aunque me tuviera gimiendo descontrolada, no era lo que necesitaba ahora, fue casi que una maniobra de distracción para ganar unos segundos y tratar de emparejar nuestros orgasmos. De la misma manera que lleve su boca hasta mi coño, la separé después. Lo empujé con vehemencia y me senté sobre él; esta vez dándole la espalda, esta vez clavándome una polla por el culo hasta el estómago. Apoyé la espalda contra Jack y me eché la mano al coño. Mis caderas subían y bajaban violentamente.
Mi culo caía como un martillo sobre él, su polla me golpeaba duro las entrañas y mis dedos casi me arrancan el clítoris. Jack estaba anulado, todo el control era mío, toda la fuerza, creciente, infinita. Un maremoto con epicentro en la barriga me advirtió que algo llegaba. Estaba aquí. Un prolongado grito fue la antesala de la catarata que escapó por mi coño. Un inesperado squirt se manifestó en tres caudalosos chorros que cayeron sobre nuestras piernas y el sofá. Y en esas olas se fueron mis fuerzas y mi pasión, quedando lánguida sobre mi amante. Sin demora, este tomó el relevo, no solo en cuanto a la fuerza motora que requería nuestro sexo, sino también al poner la voz al grito que se iba desvaneciendo en mi garganta y ahora crecía en la suya. Un relevo fugaz que acabó con el semen escapando lentamente por mi ano, aún ensartado por su miembro, y con un dueto a contratiempo de nuestros gemidos, profundos y cansados.
Al romper nuestra unión, me hice un ovillo sobre mi compañero, que me recogió entre sus ahora tiernos brazos. No se pronunció palabra alguna durante largos minutos, no se limpiaron ni los múltiples fluidos que de nuestro coito fueron fruto. Me limité a estar, a sentir refugio entre aquellos brazos. Y al fin, cuando nuestros cansados gemidos cesaron y dieron paso al silencio, Jack, con un beso, me preguntó:
-¿Cómo estás?
-Bien -contesté acariciándole el rostro. Volví a mi refugio, cerré los ojos y, cuando escapó la primera lágrima, aún no supe decirme si decía la verdad o no. Lex, te amo… pero no me arrepiento. Y, no se por qué, me duele.