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La cuñada se queda a dormir
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Pedro y su novia Ana, vivían juntos en un pequeño apartamento de un solo dormitorio. Ana era de un pueblo y había venido a la ciudad para estudiar la carrera, conociendo a Pedro en la universidad. Llevaban varios años viviendo juntos.

Ana tenía una hermana, Laura, tres años más joven que vivía en el pueblo, pero en ocasiones, venía a la ciudad a pasar el fin de semana y se quedaba con ellos a dormir. Como el sofá era viejo e incómodo (lo compraron de segunda mano porque no podían permitirse uno nuevo) Pedro se ofrecía a dormir en él y dejaba que su cuñada durmiera en la cama doble con Ana.

Uno de aquellos fines de semana, Laura vino el viernes por la tarde en autobús. Cenaron unas pizzas y vieron una película en Netflix. Cuando terminó las dos chicas se fueron a la cama y Pedro se tiró en el sofá y se durmió pronto.

A la mañana siguiente, se despertó con un poco de dolor de cuello. Miró el reloj y aún eran las nueve, pero ya no tenía más sueño, así que se levantó. Se dio una ducha rápida y con una toalla atada a la cintura entró al dormitorio para coger ropa interior limpia.

La puerta del dormitorio había estado vuelta, y cuando la empujó para entrar se encontró con algo inesperado que lo sorprendió enormemente. Las dos chicas estaban tumbadas en la cama, con las sábanas a los pies (había sido una noche muy cálida). Las dos llevaban una camiseta ancha pero la de Laura se había arrebujado en su cintura. La de Ana también estaba un poco levantada pero la diferencia entre las dos hermanas era que la más joven no llevaba braguitas. Estaba tumbada boca abajo, con la rodilla derecha levantada hasta el pecho y la izquierda estirada y abierta, el pie sobresaliendo del borde del colchón. Pedro podía ver con total perfección su coño.

Quiso apartar la mirada, pero no pudo. Laura estaba completamente depilada y al tener las piernas abiertas de aquel modo los labios de su coño estaban separados y Pedro podía ver la entrada de su vagina. La luz del sol matutino entraba por la ventana y pudo ver como el interior del coño de Laura brillaba húmedo.

Pedro sintió como le crecía su pene bajo la toalla, apartándola de su entrepierna. Dio unos pasos hacia delante acercándose a la cama para echar un mejor vistazo. Laura tenía labios internos gruesos y que sobresalían más que los labios externos. Tenía la cadera en pompa, lo que le permitía incluso ver su clítoris.

Él se acercó un poco más, agachándose y se le cayó la toalla. La sujetó con la mano izquierda y avanzó más. Por fin se puso de cuclillas, asomándose a su entrepierna, su rostro apenas a diez centímetros de distancia. Podía oler el olor de su coño y vio como líquido transparente salía de su vagina y resbalaba por el interior de su coño, bajando hacia su clítoris.

Miró hacia el suelo, momentáneamente y vio las bragas de Laura tiradas allí. Pedro se agarró el pene y empezó a masturbarse. Sin quitar ojo de la entrepierna de su cuñada, el agujero de su vagina, los labios internos rosas y gruesos, el ano depilado…

En seguida llegó el orgasmo y cogió las bragas de Laura y se corrió en ellas. No eran tangas, así pues tenían más tela, pero no la suficiente para absorber todo el líquido que había brotado de su pene. Pero ya era demasiado tarde. Las dejó en el suelo y salió del dormitorio con su cambio de ropa interior.

Un par de horas más tarde Laura salió del dormitorio y entró a la cocina, donde Pedro preparaba el desayuno.

—Buenos días —dijo ella con una sonrisa. Iba vestida con la camiseta que estando de pie le caía hasta la mitad de los muslos.

—Hola ¿has dormido bien?

Ella asintió cogiendo un vaso y llenándolo de zumo de naranja.

—¿Se ha despertado Ana?

—No —bebió un trago de zumo y apoyó la cadera contra la encimera, mirándolo con intensidad.

Pedro la miró y se sintió incómodo. Por fin le dijo:

—Deberías vestirte. Hace fresco.

—Sí —contestó ella con una sonrisa. Y guiñándole un ojo le dijo:— en cuanto se me sequen las braguitas me vestiré.

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