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Elda, la instructora de la Sección Femenina (II)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Castillo de la Mota, 25 de agosto de 1950.

Son las siete en punto de la mañana. Hace cosa de una hora y media que ha amanecido en tierras vallisoletanas. Como cada día, después de abrir puertas y ventanas, vamos todas al patio interior y puedo ver como todas las mujeres, instructoras y futuras instructoras rezan las plegarias de la mañana y acto seguido izan las tres banderas: la rojigualda con el águila de San Juan, la de Falange y la carlista. Acto seguido, como entonan el Cara al Sol con el brazo bien alto haciendo el saludo fascista. Las aspirantes a instructoras detrás, las instructoras delante. Elda, como directora, en el centro. E

s increíble lo que destaca e impone. A pesar de tener todas muy mala leche, ella es la más temida, sumándole también su increíble alta estatura y su corpulencia al lado de todas las demás. Ver a Elda con su cara de mala leche, su uniforme paramilitar, con el brazo derecho en alto y la manaza bien abierta con sus largos y gorditos dedos bien juntos entonando el Cara al Sol a pleno pulmón y con ese rabioso fervor patriotero me atrae en sobremanera. Me da algo de reparo pensarlo, y más proviniendo de donde provengo, pero debo de reconocer que, a mis ojos, toda la parafernalia fascista tiene un gran atractivo, que absolutamente nada tiene que ver con la de izquierdas.

Ella, bien imponente. Su inquisitiva mirada de pequeños ojos cafés, sus carnosos labios y su rostro de sargento autoritaria con mala leche, su larga y preciosa cabellera castaña clara bien recogida dejando a la vista su largo flequillo peinado de lado, su blanquísima piel, su cuerpo de abundantes curvas, bien proporcionadas por su alta estatura. Su atractivo uniforme paramilitar. La camisa azul con el yugo y las flechas bordados en rojo y repleta de condecoraciones militares y de órdenes religiosas de origen medieval, debajo de la cual puedo intuir sus colosales ubres y en varias ocasiones sus carnosos pezones bien entumecidos.

Su falda negra, bien ceñida con el cinturonazo a su gorda barriga y a su cintura, debajo de la cual intuyo unos buenos michelines y unas colosales nalgas y caderas. Suele llevar una porra extensible y una pequeña pistola pendiendo del cinturón, siempre previniéndose ante cualquier amenaza de ataque por parte de los maquis. A partir de algo por encima de las rodillas deja al descubierto unas largas, abundantes y blanquísimas piernas, estilizadas con sus atrevidas botas o chanclas negras de cuero, plataforma y taconazo, esos atrevidos calzados que acentúan todavía más su sensualidad y al mismo tiempo su aire autoritario y dominante. Estoy descubriendo que me gustan mucho estos calzados de cuero, plataforma y tacón ancho, en demasía, pero no precisamente por placer estético y para llevarlos yo, en absoluto, sino de una manera muy diferente.

A mis ojos, Elda es toda una mujer empoderada de pies a cabeza, muy hecha y derecha. Ni punto de comparación con muchas mujeres de izquierdas o liberales tan abanderadas del feminismo. Es contradictorio que Elda, que forma parte de un entorno en el que tanto se llenan la boca de sumisión y delicadeza de la mujer, sea todo lo opuesto y todavía más teniendo un alto cargo. De la misma manera que varias feministas marxistas y anarquistas que he conocido en mi entorno se llenen tanto la boca de liberación de la mujer del yugo patriarcal pero después acaben siendo sus maridos quienes tiran más del carro. En parte pienso que esto se debe a que en las ideologías, prediquen los valores que prediquen a nivel racional, siempre pesa más la visceralidad que otra cosa. Y el fascismo es una ideología muy agresiva y de carácter fuertemente autoritario y militarista, entre poco y nada que ver con el comunismo y todavía menos con el liberalismo o el anarquismo. Aunque se intenten imponer unos valores, por ejemplo, en el caso de las mujeres, ser obedientes, sumisas y delicadas, si estos van acompañados de una ideología como es el fascismo, lógicamente ellas mismas también pueden llegar a ser igual o más agresivas y temidas que sus camaradas hombres y dejar de lado lo que tanto predican de boquilla.

Sí que es cierto que las republicanas fueron mujeres muy empoderadas y que en la República se ganaron muchos derechos en pos a la mujer, sí. Aunque no sé, irracionalmente no puedo evitar que me atraiga mucho más y me parezca mucho más poderosa una fascista de tomo y lomo y con muy mala leche como Elda, tan o más temida que un hombre de su misma ralea, que mil milicianas rojas en tropel en el frente de batalla. Me estoy percatando de que el mundo es mucho más complejo de lo que siempre creí.

Me pesan un poco los ojos. Tengo sueño. Últimamente estoy durmiendo más bien poco por las noches. Cuando estoy en la intimidad de mi habitación esa sensación de calor y humedad dentro de mí pensando en Elda es demasiado irresistible. Es una sensación dulce, muy dulce, demasiado dulce, adictiva. La imagen de Elda se ha apoderado de mi mente, hasta el punto de traspasar mi subconsciente y soñar con ella. Es increíble cuánto la deseo. Además, pasan por mi mente recuerdos de las veces que le he entrevisto las braguitas mientras se encuentra repanchingada en el sillón leyendo el periódico Arriba o libros de historia de España medieval y moderna y alabando a Franco, a José Antonio y a la Falange o a personajes heroicos de la historia de España, sus grandes referentes de patriotismo, como en sus sesiones de FEN (Formación del Espíritu Nacional). También que bajo el pretexto de pasar mucho tiempo las dos, hemos ido juntas al cuarto de baño (la verdad es que no se corta ni un pelo, desvergonzada lo es un rato y bueno, de finura y decoro nada) y además de acompañarla algunos sábados sujetándose de mis hombros porque no se aguanta derecha cuando camina y aguantándole la cabeza mientras vomita a causa de sus desvaríos con el alcohol (algo de ella que, en cierta manera, me tiene bastante preocupada), pasa también por mí mente el recuerdo del resto de veces, como la primera, cuando empezamos a hablar. Lo mismo que la primera vez, le veo las braguitas, siempre de color negro, bajándoselas por sus voluptuosas, largas y blanquísimas piernas hasta las botas o las chanclas (algo que, no sé por qué, me excita demasiado) y después subiéndoselas. Además, me da muchísima vergüenza reconocerme a mí misma algo que puede parecer asqueroso, pero no sabía que me atraía y provocaba tanto calor en mí ver y escuchar a una persona orinar y también lo otro… Hasta ahora. Bueno, no me gusta realmente, pero con Elda es todo muy diferente. El deseo y la morbosidad pueden más que todo.

También me imagino y hasta sueño con que ella y yo tenemos una relación de pareja y nos besamos los labios y acariciamos y besamos nuestros cuerpos con sumo frenesí. Primero ella a mí, tratándome con delicadeza, como una princesa, haciéndome suya. Después yo a ella, fundiéndome ante sus encantos, presa de su voluptuosidad. Que hacemos el amor, entre otras situaciones románticas y eróticas. Y también con un toque más fuerte, por ejemplo, que mientras hacemos el amor estoy agachada ante ella, besando y lamiendo sus botas de cuero, plataforma y tacón o sus pies con las chanclas de cuero y plataforma como si no hubiera un mañana.

Sobre todo, en mi fantasía romántica y erótica ella, por su fuerte y dominante carácter y su grande, robusta y fuerte constitución física, juega un rol como si fuera la parte más «masculina» de la relación. Yo, en cambio, por mi docilidad y mi candidez (como ya bien dice mi nombre) y mi menuda y delicada constitución física, la parte más «femenina». No sé si me explico. Es como que me atraen las mismas cualidades que a las demás mujeres en los hombres pero a mí en otra mujer.

Con la belleza, sensualidad y al mismo tiempo la rudeza de Elda y estos recuerdos e imaginaciones pasando por mi mente, muevo muy sensualmente mi cuerpo y siento como lentamente se humedece mi entrepierna y se endurecen mis pechos y pezones. Instintivamente, mis delicadas manos empiezan a acariciar mis pechos, a pellizcar y amasar suavemente mis pezones y también a acariciar mi estómago y mi vientre hasta llegar a mi rosa del amor, que empiezo a tocarla por los laterales, nunca directamente, haciendo más intensa esa dulce sensación, así como mojando todavía más mi ropa interior, mi fino camisón y las sábanas, tanto del néctar del amor y el deseo como de sudor. Continuo dando amor a mi cuerpo durante un lapso de tiempo relativamente largo, suspirando con más intensidad a cada segundo, con mis dedos de una mano recorriendo mi clítoris y hundiendo el dedo corazón y el anular de la otra mano en mi vagina. Me imagino los largos y gorditos dedos de Elda dentro de mí, haciéndome suya, poseyéndome… Mientras tanto, mi cabeza entre sus grandes pechos… Me muerdo el labio inferior… Me tumbo boca abajo… Muerdo la almohada, dejándola empapada de mi abundante saliva, fruto de la excitación… Mmmmm… Hasta que esta sensación se transforma en una dulce e irresistible explosión que me provoca un suspiro todavía más ardiente e intenso. ¿Será esto tener un orgasmo?

Un fortísimo pitido hecho con un silbato seguido de un discurso a voz en grito me despabilan de mis cavilaciones. Elda dirigiéndose a sus alumnas mientras con su mano sostiene una bolsa de basura medio llena del suelo.

–¡¡La próxima vez que me encuentre ESTO –saca de la bolsa envoltorios de caramelos y de botellas de agua y de refresco– Y ESTO, una puta compresa llena de sangre –saca la compresa en cuestión y la enseña con suma desfachatez– os juro por Dios y por el Caudillo que agarro de los pelos y de la oreja a la marrana en cuestión, se lo hago recoger con la boca y se lo hago tragar!! ¡¿Queda claro?!

–Sí, directora. A sus órdenes –responden todas al unísono. Puedo intuir el pavor en el tono de voz de muchas de ellas.

–¡Bien firmes os voy a poner yo! ¡Con mano de hierro! ¡A ver si espabiláis de una puñetera vez! –acto seguido, se pone el silbato en la boca y suelta otro pitido a modo de pistoletazo de salida de un nuevo día, capaz de ensordecer a cualquiera y con el que bastantes se sobresaltan, yo incluida.

–Tú conmigo, Cándida. Tú siempre conmigo –me dice en voz baja y confiadamente mientras me toma delicadamente del brazo, dirigiéndonos otra vez al edificio y estando ambas delante de todas las alumnas y demás instructoras, como cada día desde que soy su secretaria y trabajamos juntas codo con codo.

Mientras Elda me toma del brazo y está ya completamente de espaldas a las demás mujeres, me percato de como más de una alumna me lanza una mala mirada seguida de una mueca de desdén. Desde que soy secretaria de Elda y las estudiantes nos ven juntas con mucha frecuencia, con el paso de los días he empezado a notar malas miradas y algunas risitas y cuchicheos malintencionados por parte de algunas de las alumnas, un grupo en concreto, cuando me ven sola. Son precisamente las que Elda tiene más en el ojo de la tormenta y coleccionan más reprendidas en forma de gritos por parte de ella. Me han escupido y puesto la zancadilla más de una vez. Hago como que no le doy importancia, pero realmente no paso un buen rato y me empieza a afectar. Siento que revivo bastantes momentos traumáticos de mi infancia y adolescencia en los que mis compañeras de clase se metían conmigo, me acosaban y no sabía defenderme. Y a mis 27 años sigo sin tener la fortaleza de carácter para hacerlo. Aprovechan que soy más jovencita que ellas y entre eso, mi tímida vocecilla y mi carácter (o ausencia de él, mejor dicho) también me ven vulnerable. Obviamente cuando me cruzo con ellas en presencia de Elda, nos miran mal de reojo y con sumo disimulo esquivando con habilidad precisa la inquisitiva mirada de Elda o directamente ni se atreven, porque saben que les puede caer la del pulpo. Reaccionen de la manera que reaccionen está más que clara una cosa y es que la temen en sobremanera. Lo puedo intuir en su lenguaje facial y corporal cada vez que caminan cerca de ella.

Entonces todas entramos al edificio y las alumnas se dirigen al comedor a desayunar, junto con las demás instructoras. Elda y yo nos dirigimos a su despacho, ella tomándome de la cintura con delicadeza. Estas muestras suyas de afecto y confianza para conmigo se han vuelto más que habituales en nuestro día a día. Entre mucho trabajo documental, administrativo y de limpieza, poco a poco va surgiendo un bonito vínculo entre nosotras. Elda conmigo es diferente que con las demás. Poco a poco, conmigo se muestra más confiada, humana y sensible, sin dejar de lado su tono de sargento que tanto me atrae. Pienso que ella habla así por mera costumbre, independientemente del trato que tenga con el interlocutor. No dejo de preguntarme por qué es así conmigo y solo conmigo. Está sumamente contenta con mi trabajo y también por el respeto que muestro hacia ella.

–Es que de verdad… ¡Algunas llegan a ser tan descaradas! Es que de verdad, te lo digo con toda confianza, Cándida… Parecen tan modositas cuando estoy yo presente y con el miedo que me tienen… ¡Pero realmente tienen una buena patada en la boca las muy víboras y arpías! ¡Son cierto grupito a las que tengo ya bien caladas, ya! ¡Desde el primer día! ¡Son el puto demonio en calzoncillos, de verdad te lo digo! Sí, sí, cara a cara me tienen mucho miedo, pero por las espaldas y sin mi presencia… ¡Muy poca vergüenza es lo que tienen! –se queja, con un tono vehemente y enfadado– Si tienes algún problema con ellas no dudes en decírmelo, me dice, tomándome suavemente de la mano.

Mientras me dice esto no puedo evitar pensar en las mujeres que me miran mal y se ríen de mí.

–Sí, de acuerdo. Gracias por avisarme de ello. Alucino con la poca vergüenza de la gente, de verdad… –le respondo indignada, mordiéndome la lengua de decir más cosas. Realmente no me atrevo a contarle nada.

–A la próxima tontería, te juro por Dios y por el Caudillo que las voy a expulsar. Ya me ha tocado lidiar mucho con gentuza de mierda durante toda mi juventud… Liándome a hostias con rojos y pijos liberales de toda índole… Tanto con mujeres, sobre todo milicianas, como con hombres… Y yo sola… Demasiado… No será la primera ni la última vez… Porque no he tenido una vida fácil, ¿sabes? ¡Nada fácil! –deja escapar un amargo suspiro.

–Entiendo… –le respondo, sin saber bien qué decir.

–En fin… –me dice, soltando otro amargo suspiro mientras toma el monedero y saca las pesetas– Ten –me dice.

Ya sé muy bien lo que debo de hacer. Bajo a la cafetería y le compro el desayuno: su bocadillo bien grande de siempre de pan con tomate, aceite y sal, jamón serrano y queso manchego y su café con leche y azúcar. También voy al estanco con la rojigualda del águila de San Juan bien izada en la fachada a comprarle su paquete diario de tabaco y después al quiosco a traerle unos caramelos de eucalipto y el periódico Arriba, siempre con el yugo y las flechas en la portada, el que siempre lee como buena adicta al régimen y falangista del tres al cuarto.

Regreso al castillo con la bolsa de la compra para mi hermosa Elda, dirigiéndome a su despacho. Tengo que pasar sí o sí por el claustro. De repente, me cruzo con tres del grupo de mujeres que me acosan, justamente las que son más las cabecillas. Están allí escondidas escaqueándose de seguir el horario, esta vez de desayunar, como de costumbre. Y comiendo caramelos, chucherías y tomando refrescos. ¡Ajá! ¡Ahora ya sé quiénes son las que lo dejan todo hecho un asco! Pero igualmente empiezo a entrar en pánico cuando sus crueles miradas se centran en mí. Me duele el estómago de los nervios. Ellas huelen mi miedo. Me dirigen miradas intimidatorias acompañadas de sonrisas burlescas y de desprecio.

–¡Hola! ¡Jajaja! ¿Dónde te crees que vas??

–Por cierto, ¿cómo te llamabas? ¿Candidiasis vaginal?

–¡Jajaja…! –se ríen las tres al unísono, fuerte y a carcajadas.

Una de ellas me pone la zancadilla y caigo al suelo. Empiezo a llorar.

–Por favor, parad… No os he hecho nada… ¿Qué queréis de mi…? Parad… Os lo ruego… –respondo, temblando y entre lágrimas y sollozos, intentando levantarme del suelo.

Acto seguido, una de ellas toma un palo de tronco bastante largo y grueso y empieza a darme golpes en la cabeza como si fuera un perro. Estoy paralizada y no dejo de llorar.

–Te gusta ser la putita de la mala bruja de Zorrelda, ¿no, Candidiasis? ¡Jajaja! –me pregunta en un tono chulesco la que me golpea con el palo, riéndose con maldad.

–Ser secretaria de la puta loca y borracha de Zorrelda implica hacerle favorcillos de más, ¿no? –grita una de las otras dos, con un tono chulesco –¿Cuánto te paga de más? ¿Eh? ¡Responde, coño!

–¡Sí! Desde que los rojos le mataron a sus padres y a su hermana gemela está ida de la cabeza y que no puede con sus vicios con el alcohol y el tabaco y su amargura y mala leche… En el fondo no levanta cabeza… Va muy necesitada de amor la pobre… Jajaja –grita la otra, riéndose con maldad.

–¡Jajaja! ¡Qué hijaputa eres, amiga! –se ríen las otras dos al unísono.

Sigo paralizada y continuo llorando desconsoladamente y temblando. Acto seguido la que me golpea con el tronco me lo mete en la boca. Se vuelven a reír a carcajadas al unísono.

–¡Esto también te gusta, eh, cerda degenerada! ¡Tú le das a todo! –me dice otra de ellas, cruelmente, agachada hacia mí y gritándome al oído.

Siento como empieza a sangrarme la boca. Empiezo a reaccionar y opongo resistencia, pero la otra de las tres también se agacha hacia mí y sostiene fuertemente mi cabeza mientras me dice, también gritándome al oído:

–Bueno, y aunque no te guste, ¡la tontería te la vamos a quitar entre nosotras, no te hará falta ningún hombre!

–¡Quien no llora no mama, eh! ¡Jajaja! ¡Ahora responde, coño! ¡Que no tenemos todo el día! ¡Eres muda, o qué! ¿Se te ha comido la lengua el gato? –me dice la que me mete el palo en la boca.

–O… ¿Tienes la lengua muy cansada por tus trabajitos de más para Zorrelda?

–¡Jajaja! –se ríen todas al unísono.

Finalmente, logro deshacerme del palo mientras me sangra la boca. Me han hecho unas cuantas llagas. Sigo paralizada, indefensa y llorando dolorosamente.

Acto seguido, la que me ha metido el palo en la boca me pega una patada en la cabeza y hace amago de pegarme otra, pero de repente escucho a Elda voz en grito y más iracunda que nunca, al compás de sus rápidos taconeos.

–¡Eh! ¿Qué pasa aquí? ¿Qué os creéis que hacéis? ¡Que sepáis que lo he escuchado todo! ¡Os voy a reventar, hijas de puta! ¡Os vais a acordar de mí todo lo que os queda de vuestras putas vidas!

Elda se acerca corriendo a ellas, se saca la porra extensible del cinturón y empieza a hincharles la cara y el cuerpo entero a puñetazos y a hostias con la porra.

–¡Aaaah! No, no es lo que crees…

–Perdón, señora Elda…

–¡Mucho miedo y muy poca vergüenza es lo que tenéis! ¡Tratar así a quien no os ha hecho nada y que además es una excelente trabajadora y que os da mil vueltas como mujer y como persona! ¡Os debería de dar vergüenza! ¡Tratarla así a ella y encima hablar así de mí! ¡De mí, pero sobre todo de mi familia, metiendo el puto dedito en la llaga! ¡Con todo lo que hago por vosotras! –les grita, con la cara bien roja y llorando de la ira, mientras las golpea fuertemente y las patea con sus botazas de plataforma y taconazo– ¡Sois unas hijas de puta!

Llegan el resto de alumnas e instructoras en tropel, alertadas. Es la primera vez que veo a Elda en este estado.

–Te lo rogamos, no nos hagas esto…

Acto seguido, cuando están las tres retorciéndose del dolor y con las caras bien heridas e hinchadas de la somanta de hostias que se han llevado, Elda empieza a desnudarlas agresivamente.

–¡Fuera la ropa! ¡Sois unas puercas sin ningún honor ni principios! ¡No sois dignas de llevar este uniforme! Es que… ¡Ya os tenía caladas desde el primer día que entrasteis aquí…! ¡Y no me equivocaba, eh…! ¡Joder si no…! ¡Joder! ¡Hostia puta! –grita Elda, coléricamente y entre lágrimas de ira, mientras les quita la ropa sin ningún miramiento. Puedo sentir el dolor emocional en sus gritos. Es más que obvio que le han tocado un tema muy sensible para ella y del que todavía no me había hablado en nuestras conversaciones en nuestros tiempos libres y que por lo tanto yo tampoco sabía. Hasta en este violento instante.

Mientras tanto, ellas siguen retorciéndose del dolor. Puedo ver como tienen el cuerpo bien rojo y lleno de moretones.

–¡Así merecéis estar! ¡Como Dios os trajo al mundo! ¡Ratas de cloaca es lo que sois, no mujeres! ¡Estáis expulsadas! ¡Fuera!

Con su descomunal fuerza, agarra a las tres de los pelos y de las orejas y se las lleva a rastras por el claustro y el cortísimo pasillo hasta la puerta del castillo. El resto de instructoras contemplan impasibles el escenario. Con la misma cara de mala leche pero al mismo tiempo aplaudiendo con la mirada. Imagino que también las tenían más que caladas. El resto de las alumnas contemplan el escenario perplejas y con el miedo en el cuerpo y sus miradas se centran en mí, que estoy con un pañuelo en la boca limpiándome la sangre y al borde de un ataque de ansiedad, con el rostro lleno de lágrimas, temblando y mareada. Caigo rendida sentada en el suelo, arrambada a la pared, tapándome la cara con las dos manos y llorando con más desesperación. Me siento tan y tan culpable…

–¡A la puta calle os váis! ¡Sin ropa y sin nada! ¡En bragas! ¡No os merecéis ni esto! ¡Os buscáis la vida! ¡Lo que os pase no es asunto mío sino vuestro! ¡Por mí, como si abusan de vosotras! ¡Os lo habéis buscado a pulso con vuestras putas actitudes y con lo malas perras que sois! ¡Hasta nunca!

Las empuja hacia la calle y cierra dando un fortísimo portazo. Acto seguido, regresa de nuevo al claustro, se dirige rápidamente a mí, se agacha frente a mí y me abraza.

–Ya está, ya está… –me dice en un tono dolorido mientras me acaricia el cabello y me besa la frente. Continuo llorando en sus brazos.

Me ayuda a levantarme lentamente, me toma delicadamente de la cintura y me lleva con ella.

–¡Y todas vosotras vigilad! ¡Porque a la primera tontería será esto que acabáis de ver lo que os va a pasar! ¡A ver quién será la siguiente! –grita, dirigiéndose a las alumnas– ¡Y vosotras! –grita, dirigiéndose a las demás instructoras– ¡Controladlas más! Y a la que se desvíe ni esta, ¡la zurráis sin piedad! –se dirige a todas de nuevo– ¿Ha quedado claro?

–Sí, señora Elda –responden al unísono.

Nos dirigimos las dos a su despacho, ella, como siempre, tomándome de la cintura. Yo con la bolsa intacta con mi compra diaria para ella.

Me siento muy y muy protegida a su lado. Es que es tan diferente conmigo… Conmigo tiene un trato más humano y delicado. Eso sí, no dejan de caer lágrimas de mis ojos. Me siento fatal por ella y culpable.

Continuará.

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