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En el avión
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Era un vuelo corto, en una hora y media llegaría a destino, el tiempo no parecía pasar y estaba aburrida.

Era de noche y las luces estaban apagadas, pero igual no podía conciliar el sueño. Todos a mi alrededor dormían, y yo pensaba, ¿cómo es posible? Porque les resulta tan fácil dormir y yo no podía ni mantener los ojos cerrados. Estaba inquieta, ansiosa. No sabría explicar por qué.

Y dije ya fue, hay algo que siempre me relaja y voy a poder dormir un ratito antes de llegar, así que disimuladamente metí mi mano dentro de la calza y llegué con mi dedo medio a tocar el encaje de la tanga. Era una de mis tangas preferidas, negra, de esas que te sentís una diosa porno. Y ya podía sentir la humedad de la entrepierna.

No era solo el contacto, era la adrenalina de la gente al rededor, del movimiento del avión y cada vez me ponía más cachonda, más excitada. Podía sentir los pezones como se me estaban poniendo cada vez más duros, rozando con la tela del corpiño y generando sumar un poco más a la excitación.

No podía controlarme, quería más, sentía mi respiración agitada, escucharme, el miedo a que los demás me escuchen, hacía más excitante todo. Cerraba los ojos y me daba placer, ya había perdido la cordura, no me importaba nada más que llegar a explotar de placer.

Cada vez más rápido, un dedo, dos dedos estaba en el cielo, literal, cuando me doy cuenta que había alguien más que estaba gozando como yo, dos asientos de distancia, dos personas de por medio, pero ahí estaba el, mirándome con cara de placer, su mano también estaba dentro de su pantalón y se podía observar su excitación desde donde estaba. Nada más que seguir mirándonos, sin ninguna palabra, sin ningún gesto.

Ambos seguimos dándonos placer, mirándonos, y al cabo de unos minutos explotamos en un profundo orgasmo. Se podían escuchar nuestras respiraciones agitadas, ver nuestras caras de gozo.

Al cabo de unos minutos se prendieron las luces y el piloto anunciaba nuestra llegada a destino por el altavoz.

Con una mirada nos despedimos con picardía, sabiendo que no volveríamos a cruzarnos pero que recordaríamos ese orgasmo en cada vuelo que tomáramos.

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