La tensión sexual y el deseo que nos teníamos era evidente, casi insoportable para nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestra alma.
Y la primera vez que se dio simplemente fue de casualidad, me llamaste para que veamos juntos una presentación a enviar a contrarreloj. Vos sentada en tu silla y yo parado al lado, viendo la pantalla y haciendo los últimos retoques, hasta que pudiste enviarlo correctamente…
Te paraste de un salto de la silla y me abrazaste con tanta dulzura, tanto amor para agradecerme, que ese fue “el momento”. Nos besamos de una manera apasionada como dos adolescentes que están descubriendo el mundo nuevo, nuestra lenguas se cruzaban y la respiración se agitaba cada vez más. Nuestros brazos se movían frenéticamente en abrazos y caricias, hasta que mi camisa se desabrochó, y tu blusa terminó en el piso, junto con nuestros pantalones.
Nos fuimos a la sala de reuniones y allí en la mesa grande te recosté para empezar a hacerte un sexo oral que todavía recuerdo el sabor dulce y el aroma perfumado. Gritaste, te estremeciste, casi que se podían sacar chispas de la electricidad que recorría tu cuerpo.
Ahora era mi turno, me sentaste en la silla y te subiste arriba mío. Nos hicimos uno solo mientras tus uñas querían hundirse en mi espalda y mis brazos te apretaban para que nunca más te despegues de mí. Nuestras miradas se cruzaban a cada instante, pero nuestros ojos miraban la intensidad de nuestra pasión, nuestra saliva era una sola ahora, y el ambiente se respiraba “sexo”.
Terminamos y paso un rato hasta que pudimos recomponernos. Nos limpiamos. Nos despedimos como dos colegas y cada uno se marchó en dirección a su hogar, para encontrarse con su familia, pero nuestra mente estaba el uno con el otro…