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Podría ser mi hija (pero por suerte no lo es)
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Tiempo de lectura: 11 minutos

A Lucía la conocí de casualidad. Ella estaba empezando Letras y necesitaba alguien que pudiera orientarla en Lógica. Un conocido mío me pidió si podía ayudarla. Me dijo que era una piba que, con gran sacrificio estaba siguiendo la Facultad. Me dio el número de su celu y la llamé. Me explicó sus dudas y quedamos en vernos para una charla. Le hice una cita en un bar cerca de casa y, al día siguiente nos encontramos.

Dos cosas me impactaron inmediatamente, su belleza y su humildad. Una belleza morocha, de finos rasgos, con la impronta de sus años (después supe que tenía 22) y un cuerpo bien formado, esbelto y delgado. Vestida con botas altas, pollera cortita, camisa y campera. De entrada hubo empatía y la charla se prolongó sin que nos demos cuenta. Según me dijo, la charla le sirvió mucho, pero le mostró también todo lo que le faltaba saber del tema.

Le ofrecí enseñarle. Le conté que era jubilado sin problemas de horarios ni tiempos y, si le servía, sería un placer darle una mano. Mi amigo me había súper recomendado, de modo que aceptó venir a mi casa dos veces por semana. Insistió en pagarme y le respondí:

– “No, no hace falta. A vos te falta la plata y a mi me sobra el tiempo. Me va a entretener volver a recordar Lógica”

Se desvivió en agradecimientos y nos despedimos hasta la próxima. El martes a la tarde, puntualmente, sonó el portero. Bajé a abrirle y la ayudé a entrar, sosteniéndole el paraguas ya que llovía intensamente. Al entrar en mi departamento, vi que estaba totalmente empapada. Le ofrecí una bata de algodón, si quería sacarse las ropas mojadas y secarlas frente a la estufa. Dudó y empezó por negarse, pero le insistí. Le dije que si tenía desconfianza, la dejaba sola y yo me iba al café de la esquina y que me avisara cuando podía volver. Se negó rotundamente y, con bastante recelo pero sin mucha alternativa si no quería resfriarse, aceptó. Fue al baño y volvió con la bata puesta y sus ropas en la mano, que colgamos en un tender para secarlas con la estufa. Cuando empezamos a charlar de Lógica, se fue aflojando y terminó sintiéndose cómoda y segura.

Creo que ese encuentro fue el que abrió el canal de confianza y simpatía mutua que fuimos forjando en pocos encuentros. Al mes ya venía con algunas masitas y compartíamos la merienda mientras avanzábamos en el estudio y a los dos meses le ofrecí que se quede a cenar y después la llevaba a su casa. Le había comentado que me gustaba cocinar y le había hecho probar varias de mis conservas y preparados caseros (chutneys, pollo a la vinagreta, tia maría casero, etc.) y me había comentado las ganas de comer goulash. Le dije que había preparado uno y le dije que se quede a comerlo. Dudó un poco, pero aceptó. Cuando llegamos a la casa, me abrazó un rato largo y me dijo:

– “Gracias”.

– “Por qué?, pregunté.

– “Por todo, por enseñarme y encima gratis, por tratarme con cariño. No sé porque lo hacés, pero me hace sentir bien”

-”Lucía, me gusta hacerlo. Tu compañía es encantadora, me siento bien ayudando a una piba que se rompe el lomo para salir adelante. No te sientas en deuda. Disfruto los momentos que venís.”

– “Pese a lo que decís, gracias”. Dijo y me volvió a abrazar y a quedarse como disfrutando de esa ternura que parecía faltarle.

De a poco, la relación se fue haciendo más sólida y más abierta en cuanto a los temas que charlábamos, pero nunca me metí en su vida y su intimidad. Después de terminar con lo que yo podía enseñarle de Lógica (que le sirvió para aprobar la materia), me dijo que le vendría bien que la ayudara en Filosofía y Literatura, pero que se negaba a que lo haga gratis. Le insistí que no necesitaba y me dijo:

– ”Ya lo sé. Pero yo me siento mal. Mirá, te propongo algo para resolverlo, porque me daría pena no poder contar con vos, pero gratis no puedo aceptarlo. Vos vivís solo, ¿no? Bueno, yo vengo dos veces a la semana y me quedo dos horas después de tus clases y limpio el departamento, te plancho la ropa y esas cosas. Decime que sí, porque no voy a seguir viniendo gratis y me dolería no hacerlo”

– “Bueno, pero conste que no tenes obligación alguna, ¿está bien?”

– “Si profe”, respondió con una sonrisa.

Y siguió viniendo para charlar de Literatura, de Filosofía y terminó siendo una compañía habitual todas las semanas. Un día vino de muy mal humor porque le habían robado la notebook y no tenía plata para comprarla y la necesitaba para su trabajo y para el estudio. Estaba muy angustiada y triste. Le ofrecí que busque en la web un lugar para comprarla en cuotas.

– “No puedo, trabajo en negro, no tengo cuenta, no tengo tarjeta”

– “Comprala con mi tarjeta y me pagás las cuotas a mí”, le dije.

Me miró seria, como no entendiendo lo que le decía. Se quedó muda un rato y una lágrima le empezó a rodar por la mejilla.

-”¿Qué te pasa?, pregunté.

– “Casi no me conocés y me ofrecés eso, ¿por qué?”

– “Porque me caíste bien, sos una buena piba, te rompes el alma para salir adelante. Además puedo hacerlo y me da gusto poder ayudarte”

– “Te creo, pero … nadie me trató así. Gracias”, me dijo y me abrazó.

Ese suceso fue como si se hubiera roto el dique de contención de sus angustias. Me contó la poca atención de sus padres, totalmente volcados a su hermano mayor, la dificultad que siempre tuvo para establecer relaciones y los fracasos y traiciones que soportó. Los sacrificios que tenía que hacer para vivir por su cuenta, sin tener donde apoyarse, sin encontrar nunca en su vida un respaldo. Fue una larga charla sobre su falta de cariño, su soledad y cuanto significaba para ella mi actitud de ayudarla.

– “Te mereces que te ayuden y lo hago con todo gusto”.

– “Gracias. No sabés lo bien que se siente saber que tenes alguien en quien confiar y con quién contar. Es muchísimo para mí”

– “Nunca te pregunté, pero ¿no tenés novio?

– “No”

– “Pero ¿por qué?, sos hermosa y muy buena piba”

– “No sé, nunca encontré alguien con quien me sintiera bien.”

Estábamos sentados en el sofá, se cobijó contra mí, la abracé y comenzó a llorar suavemente y al rato me dijo:

– “Con vos me siento bien, me hace bien verte y cuando me abrazás me siento segura”.-

– “Me encanta brindarte esas sensaciones y me gusta que eso te sirva para salir adelante. Pero no podés estar tan sola, necesitas conectarte con gente y encontrar una relación de tu edad”

Levantó la cara. Me miró seria y como dolida por lo que le dije y me preguntó

– “¿Por qué? Si es con vos que me siento bien. ¿No te gusto, acaso?”

Me quedé helado. Jamás, hasta ese momento soñé siquiera la posibilidad de que algo pase entre nosotros. Me gustaba, mucho. Pero ni se me ocurría que pudiera querer tener algo conmigo. Nos separaban casi 40 años. Me quedé duro, sin hablar. Ella se separó apenas de mí, me miró un rato largo, me puso la mano en la nuca y fue acercando su rostro y me besó en la boca. Primero suavemente y después abrió los labios para dejar entrar mi lengua. La sensación de ternura y deseo que sentí fue inmensa, mientras sus labios se derretían sobre los míos. La levanté por la cintura y la senté sobre mis piernas, la abracé y la besé un largo rato.

– “Estoy en shock. Jamás pensé en esto”

– “¿No te atraigo?”

– “Por supuesto que sí. Me gustas muchísimo”, le dije. “No solo sos muy bonita, sino que me encanta como sos. Me siento muy a gusto con vos”

– “Me alegro. Tenía muchas ganas de besarte y me gusta estar con vos. Pero tengo que aclararte algo”

– “¿Qué es, preciosa?”

– “Es algo que me pasa cuando empiezo una relación, es como que tengo mucho miedo”

– “Por qué?

– “Porque las relaciones que tuve no las disfruté. Siempre me sentí presionada a tener sexo y a mi me cuesta mucho llegar a la cama. Y, o cortaba para evitar problemas, o se enojaban conmigo o lo hacía solo para complacer al otro. Y nunca pude disfrutar a mi ritmo”, dijo mientras me miraba como asustada.

– “Qué pena que hayas tenido malas experiencias”

– “Es que tardo mucho en que me surjan las ganas de tener sexo con alguien. ¿No te vas a enojar, no? Con vos siento que puedo decírtelo tranquila. Porfi, no te enojes””.

– “No. Jamás me enojaría por eso. Tenes todo el derecho que te respeten tu manera de ser. El sexo tiene que darse en forma natural de parte de ambos. Tomate todo el tiempo que necesites. Pero no dejes de venir ni de besarme mientras tanto”.

– “Gracias, sos muy bueno. No dejaría de verte ni loca y espero no cansarte, porque tengo muchas ganas de comerte la boca”.

Y de ahí en más vivimos un amor adolescente y tímido (¡¡a mi edad!!). Venía dos veces por semana y algunos fines de semana íbamos a pasear a algún lugar verde. Con mucha reticencia de su parte, la convencí de dormir en mi casa cuando se hacía muy tarde, asegurándole que eso no implicaba nada ni la obligaba a nada. Yo, como si fuera solo un amigo, dormía en el sofá. Las caricias fueron subiendo de tono y terminábamos los dos muy calientes, pero en el momento cúlmine ella se retraía, se sentía el temor que tenía y lo que le costaba entregarse. Debía tener muchas heridas que la frenaban. Siempre me pedía perdón y siempre le decía que no tenía que hacerlo. Incluso me ofreció que, si ya no aguantaba, me masturbaba o chupaba, lo cual rechacé.

– “No mi amor, no hagas nada forzado. Ya va a llegar el momento en que vos, sola, vas a querer abrirte sexualmente a mi”

Cuando llevábamos casi un mes así, en una noche que se había desatado una tormenta brutal, se quedó a dormir. Yo ya me había acomodado en el sofá y estaba empezando a conciliar el sueño, cuando sentí que se acercaba despacito, se arrodilló a mi lado y me dijo:

– “No prendas la luz, acariciame”

Empecé a acariciarle el cuello y la cara, la atraje hacia mí para besarla y sentí el contacto de sus pechos contra mi. Estaba desnuda. Suavemente le acaricié la espalda y la cola mientras seguía besándola. La aparte suavemente y mi boca fue a buscar sus pezones. Los lamí delicadamente mientras ella suspiraba.

– “Despacito, tratame suavemente”

– “No lo haría de otra forma”

Me levanté, la tomé con un brazo por debajo de los brazos, con el otro le tomé las piernas y la alcé. Fui con ella en mis brazos hasta la cama. La acosté suavemente, la hice girar para ponerla de espaldas y le dije:

– “Dejame acariciarte. Disfruta de mis caricias”.

Me puse sobre ella y fui acariciando su espalda, sus nalgas, los muslos y bajé despacito hasta los pies. Los tomé en mis manos y los fui masajeando. Después volví a subir hasta sus nalgas y pasé mi dedo sobre la raya, rozando apenas su ano y su vagina. Tembló toda cuando lo hice. Seguí acariciando su espalda, la besé toda y besé su cuello. Luego, con delicadeza, la hice girar. La besé en la boca y fui bajando y besándola toda. Me quedé un rato largo en sus pechos, succionando sus pezones. Ella me dejaba hacer y respondía con jadeos y gemidos.

Bajé hasta su pubis que apenas rocé y le acaricié las piernas y los pies. Volví a subir y delicadamente le abrí las piernas para meter mi cabeza y llegar con mi lengua hasta su clítoris, el cual lamí suavemente, mientras mi dedo índice acariciaba la entrada a su vagina. Cuando sentí que se abría introduje el dedo despacito mientras seguía lamiendo y besando toda su conchita. Ella se movía, se contorsionaba y gemía mientras sus manos se apoyaban en mi cabeza y me empujaba contra ella. Un momento después, sentí una respiración ronca, después unos gemidos y un espasmo que contrajo todo su cuerpo, mientras la presión de sus manos se intensificó, hundiéndome contra su sexo. Cuando sentí que se aflojaba, subí a besarla, sintiendo que me respondía con pasión.

– “Gracias”

– “Nunca me agradezcas el sexo. Lo disfruté enormemente. Y tengo una alegría enorme que te abrieras a mi”

– “Aunque te enojes, te voy a decir gracias. Por esperarme, por tenerme paciencia. Por ser tan tierno y por haberme hecho sentir el sexo como nunca. Es la primera vez que llego al sexo con ganas y no por obligación. Y me hiciste volar de placer. Por todo eso, gracias”

– “Me alegro que te sientas bien, pero no se apure mi bella damita, que esto recién empieza”

– “Buenísimo”, me dijo con una sonrisa pícara. “Pero ahora, acostate y dejame a mi”, dijo mientras empezaba a besar mi pecho, bajando hasta encontrar mi miembro, el cual besó con una ternura enorme, lo lamió y acarició. “Es muy grande”, me dijo.

– “No sé, hermosa, lo único que me interesa es que te dé placer”

Me acarició y lamió un rato largo y preguntó “¿Tenes un forro?, dámelo” Se lo dí y sin dejar de acariciarme y besarme, me lo colocó y dijo:

– “Veamos”, dijo, mientras se subía a caballito mío y lo iba introduciendo en su vagina.

Yo la miraba extasiado. Era una hermosísima joven la que se entregaba a mí, con tetas pequeñas y firmes, un cuerpo bellísimo y una colita pequeña y respingada, tal como me gusta. Pero, por sobre todo, cada movimiento, cada beso, lamida, gesto y sonido me expresaban que me deseaba fervientemente. Y eso es lo que más me calentaba. Sentirla cerca, cálida y abierta a mí. Estuvo un rato largo arriba mío, moviéndose para que mi miembro entre y salga de su cochita. Hasta que se detuvo y me preguntó:

-”¿No te gusto?”, con una cara de pena y decepción enorme.

– “¿Por qué extraña razón crees que no me gustas”, le respondí sorprendido. “Me encantás, te estoy disfrutando mucho, sos bellísima y te lo dije”

– “Si, pero no acabás”

– “Mi vida, ¿cuánto crees que dura el sexo?”

– “Tengo poca experiencia, pero nunca más de diez minutos y ya llevamos mucho más que eso. Te chupé, me cogiste mucho, pero no acabás”

– “Espero que te guste mucho coger conmigo, porque vamos a estar no menos de media hora y a veces, mucho más que eso. Y pienso disfrutarte todo ese tiempo y quizá más. ¿Te parece mal?”

– “Para nada”, dijo mientras su rostro se iluminaba. “Pensé que estaba haciendo algo mal”

– “Hermosa, esto no es un examen. No hay reglas de lo que está bien o está mal. Si hay algo que no me gusta, te lo digo y si hay algo que no te guste, me lo decís. No te conozco ni vos a mi. Tengo que aprender las caricias y las cosas que te gustan y vos las mías”.

– “Me parece bien. Decime si querés algo”

– “Que disfrutes. Que disfrutes mucho, y hagas lo que te guste. ¿Te gusta tenerme dentro tuyo?”

– “¡¡Sííí!!”, dijo con entusiasmo.

– “Me encantan tus pechos”, le dije masajeándolos. “Te gusta que te hable sucio”

– “Cómo qué”

– “Que te diga putita por ejemplo”.

– “¡¡Sí!!, me gusta, me encantaría ser tu putita.”

– “Bien, me encanta que lo seas. Y vos, soltate, hablame como quieras, sin límites, porque me calentás cuando te hablo así y vos me hablas así.”

– “¿Que te diga “cogeme” o “¿me gusta tu pija”?”

– “Eso mismo, y todo lo que te surja. ¿Qué posición te gusta más?”

– “Vos arriba mío. Y que me beses mientras me penetras y que me hables al oído cosas como eso de llamarme putita”

La acosté al lado mío, me subí sobre ella y la penetré despacio, mientras la besaba. Cuando estaba toda adentro le pedí que levante un poco más las piernas y me subí sobre su pubis, con lo cual le penetración fue mayor. Ella contestó con un gemido.

– “¿Qué hiciste?”, preguntó

– “¿No te gusta?, ¿Te duele?”

– “¡¡Nooo!! Me encanta”.

– “Entonces disfrutalo”

– “Está muy adentro”

– “Esa es la idea. ¿te gusta?

– “Mucho”

Empecé a moverme despacio y a cada rato le daba un profundo beso. Le hablaba en el oído suavecito:

– “Me gusta tu conchita, es preciosa, calentita, húmeda, sensual. Sos una nena hermosa y una putita divina y me encanta cogerte y estar así, dentro tuyo. ¿Te gusta que te penetre así, bebé?”

– “Sí, sí. Seguí así, por favor”

– “Vení putita, acabame toda”

Hice más fuerte la penetración y me moví apenas más fuerte y acabó con un largo quejido y un abrazo con todas sus fuerzas.

– “Te quiero, te quiero”, dijo mientras se aferraba con brazos y piernas a mi.

La besé dulcemente, separándome apenas para acariciar sus pechos y nos quedamos un largo rato así, mirándonos y acariciándonos. De vez en cuando me movía dentro de ella para mantener mi erección. Salí dentro de ella, la hice dar vuelta, poniéndole una almohada bajo su cintura para que su cola quedara hacia arriba, le besé la espalda y, acostándome sobre ella la penetré por atrás. Empecé a cogerla así, mirando su espalda, su colita y toda esa hermosura que tenía debajo mío.

– “Mi cielo, te voy a coger fuerte ¿querés?”

– “Sí, cogeme toda como quieras, te quiero sentir acabar dentro mío.”

Comencé a entrar y salir de ella más fuerte y ella me alentaba “Así, así papito. Cogela toda a tu nena”, me decía, hasta que acabé, me apoyé sobre ella y la llené de besos. La llevé conmigo para ponernos de costado y le dije:

– “No quiero irme de adentro tuyo”

Se río, se soltó de mi abrazo y despacito se fue de mi lado. Se sentó en la cama, me sacó el preservativo, lo puso sobre la mesita de luz y fue directamente a lamer, besar y chupar mi pija. Y, para mi sorpresa, tuvo respuesta a sus caricias. Sentí como se volvía a parar en medio de una calentura que el orgasmo no me había sacado del todo.

– “¿Te puedo masturbar”, me preguntó

– “Ese muchacho que tenes entre tus manos es para vos. Hace tranquila, belleza. Pero eso sí, dejame mirar”, dije mientras iba acomodando las almohadas para quedar casi sentado. Cuando estuve acomodado, empezó a lamerme y chuparme mientras me miraba con deseo.

– “Sos una nena preciosa y una hembrita divina”, le dije.

– “Acabame papi, acabame en la boca”, me dijo mientras le pasaba la lengua y me masturbaba mirándome sensualmente. Fue demasiado para mí. En pocos minutos acabé en su boca. Siguió lamiendo y chupando hasta que estuvo flácido. Se sentó a caballito, me miró y con toda seriedad me dijo:

– “Quiero que me cojas mucho. Nadie me trató con tanto cariño y ternura y, a la vez, nunca sentí lo que sentí con vos. Quiero que me hagas acabar de todas las formas y que me enseñes lo que no sepa de sexo. Quiero ser tuya y cogerte de todas las formas que quieras. No me interesa tu edad ni nada que no sea poder gozarte. ¿Me entendés?”

– “Totalmente. Y lo voy a hacer con todo el placer del mundo. Vas a ser mi nena, mi putita y mi hembra, te voy a gozar, te voy a coger mucho y de todas las maneras. Sos vos la que tenes que decir basta, si alguna vez querés.”

– “No por ahora ni por mucho tiempo. No solo me gusta coger con vos. Me gusta estar con vos, pasear con vos, charlar con vos.”

– “Si, está bien, Pero necesitas buscar a alguien de tu edad. Si lo hacés, te entiendo, sin drama”

– “Me gusta ir a recitales o cosas así y no te voy a pedir que vengas conmigo. Entiendo que no podemos ser una pareja “normal”. Pero ¿no me vas a dejar ser feliz con vos? Dejame hacer lo que quiero ahora, que es ser tu hembrita, como vos decís”

– “Bueno, de acuerdo. Me encanta que seas mi hembrita”. Le dije con una sonrisa. “Si es así, primer pedido. Saquemos el forro de nuestro sexo. Yo me hice hace dos meses los análisis y no tengo HIV ni ninguna ETS. Y tengo hecha una vasectomía, de modo que ni chance de embarazarte Quiero llenarte de lechita por todos lados”

– Ningún problema. De modo que, si no tenes problema, la próxima vez que me penetres, me acabas dentro. Me va a encantar tener tu lechita.”

– Perfecto preciosa”. Le dí un beso y le dije “¿No querés que ahora te cocine algo rico”

– “¡¡Sííí!! Me muero de hambre. Eso te pasa por hacerme acabar tanto”, dijo riéndose mientras se iba para el baño.

– “¿Dónde vas?

– “A bañarme, ¿puedo?”

– “No, solita no, yo te voy a enjabonar”

– “Si papá”, dijo riéndose. “Te molesta que te llame así”

– “Para nada”, le conteste mientras me levantaba y la acompañaba a la ducha. “Me encanta verte desnuda y me encanta acariciarte. ¿no te cansa”

– “Nada que ver, me encanta. Soy toda tuya papi”

– “Entonces, a bañarte”. Le dije mientras le daba una palmada en las nalgas y ella respondió con un mohín.

– “Si papi, tu nena se porta bien y te obedece”, dijo con una sonrisa.

– “¿Te gusta jugar a ser mi nena y que te de chirlos?”

– “Suavecitos, si”

– “Todo tiene que ser placentero. Nunca te haría doler, jamás.”

– “Lo sé”, dijo y me dio un beso profundo y largo. “Y ahora, vamos a bañarnos que quiero que me cocines alguna de tus exquisiteces”

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