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La cantante (parte 1)
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Conocí a Roxana hace cinco años atrás, la vi, mejor decir porque en ese momento apenas si cambié unas palabras con ella.

Estábamos en un crucero con mi esposa de esa época, mi ex actual. Esas vacaciones inútiles que hace una pareja con más de veinte años de matrimonio para revivir algo que ya está muerto desde hace tiempo.

Ya habíamos cenado, estábamos bebiendo una copa en el piano bar, yo había visto un piano de cola pero no le presté mucha atención, no soy un melómano precisamente.

Comencé a escuchar una canción en inglés, pero en realidad ya digo que no le prestaba atención.

–¿Te has fijado que guapa es la cantante? –dijo mi esposa

–¿Si? –dije, me di vuelta para evitar discusiones, porque hasta que no miraba algo que me señalaba, no me dejaba en paz.

Y entonces la vi. Cantaba con los ojos cerrados con el micrófono en la mano, de pie frente al piano.

Era una chica alta de 1,70 o más, con el cabello oscuro, muy largo, hasta la cintura, morena de piel.

Y entonces abrió los ojos, por dios que ojos, eran espectaculares, grandes y oscuros con unas largas pestañas, como de princesa árabe, pues tenía unas cejas densas, delicadas pero maravillosamente densas.

El ovalo de su cara era perfecto, tal vez con el mentón un poco retraído y una boca contundente y de labios carnosos, la nariz recta y fina.

Pero en ese rostro lo que dominaban eran los ojos, que en gran parte del tiempo los tenía cerrados, pero al abrirlos, generalmente cuando daba una nota más aguda, producía una sensación de inmensidad inmediata. Cada vez que abría los ojos, sentía yo una punzada en el estómago.

Y por supuesto esa boca, que por el hecho de estar cantando dejaba ver parte de los blancos y fuertes dientes, la lengua rosada y pequeña.

Y su cuerpo era algo increíble, llevaba un vestido, negro, sin nada especial, el clásico vestido que usa una cantante como ropa de trabajo. Se adivinaban unos pechos exagerados y llenos, la cintura pequeña, unas caderas poderosas. El vestido era largo con una abertura que por momentos dejaba ver una pierna morena y estilizada, recuerdo que me llamó la atención las finas pulseras en su brazo moreno y una pulsera en el tobillo, un poco más gruesa y que parecía ser de oro, usaba zapatos de tacón, también negros.

–¿Es guapa no? –dijo mi esposa.

Poe dios, no podía dejar de mirarla, darme vuelta finalmente para encararme con mi esposa fue una verdadera tortura.

–Si, guapísima –dije

–Siéntate a mi lado, así la puedes ver bien –dijo ella.

Le agradecí, por dentro, ese gesto a Isabel, fue un hermoso gesto de su parte. Aunque unos meses más tarde en pleno divorcio, ya no era tan amable.

Demás está decir que esos diez días del crucero estuve pendiente de esa cantante, pude averiguar que se llamaba Roxana Abraham y era argentina y el pianista, un chico rubio y delgado de aspecto triste y torvo, era su pareja.

Al día siguiente estábamos en la piscina y fue otra vez mi esposa quien me alertó.

–Mira, ahí viene la cantante –dijo

Fue girar la cabeza y el universo entero estalló.

Llevaba un bikini blanco de tipo brasileño es decir la parte de abajo era un tanga diminuto metido en su increíble culo. Comprobé lo que me había parecido durante la noche, sus pechos eran exagerados, llenos, opulentos, lamenté que no estuviese permitido hacer topless en el barco.

Sus piernas eran morenas y musculadas y en el tobillo llevaba esa pulsera de oro que había llamado mi atención.

Por desgracia llevaba anteojos de sol que ocultaban sus ojos oscuros.

–Es bellísima esta niña –dijo mi esposa

–Si, es verdad –dije como si apenas lo hubiese notado

–Pensaba que la tripulación no podía acceder a la piscina –dijo Isabel

–Debe tener un trato especial –dije yo

Las pocas veces que se levantó de la tumbona, mi corazón comenzaba a dar brincos, su vientre liso, exquisito, sus hombros morenos, su pequeña barbilla, sus pómulos.

Su culo era algo de otro mundo, liso, impoluto, dos globos carnosos divididos por una fina tira de tela blanca.

Solo una vez hable con ella, yo estaba en la barra, ella acababa de cantar, se acercó como con cierto fastidio, mis ojos se perdían en su escote, el vestido era rojo esta vez

–Cantas muy bonito –le dije

–Gracias–dijo ella con una sonrisa de compromiso que despareció de su rostro en cuanto se dio la vuelta

Debo confesarlo, yo en ese entonces tenía cuarenta años, era padre de dos hijos adolescentes, soy universitario, ejecutivo de una gran empresa, un tío normal con gustos normales pero esos diez días del crucero, me hice al menos dos pajas diarias pensando en esa chica, me masturbaba con su imagen incluso los pocos días que follábamos con mi esposa. Por supuesto pensaba en Roxana mientras follábamos con Isabel, estaba obsesionado con esta chica.

Me parecía tan exótica como una princesa de oriente, tan sensual, exuberante y delicada al mismo tiempo y hasta busqué videos suyos cantando en YouTube.

Había algunos videos cantando en los cruceros y eran bastante antiguos, seis o siete años. Deduje que hacía bastante que estaba dedicándose a lo mismo.

Su Instagram fue una desilusión, muy pocas fotos rescatables, parecía que no daba bola a las redes.

Me divorcié, otras cosas ocuparon mi mete, vino la pandemia, la cuarentena, de vez en cuando me acordaba de ella y pasaba por su Instagram, casi nada de nuevo.

Hará unos diez días atrás, habían venido unos Ceos de la sucursal de Barcelona, fuimos a beber algo al bar de un gran hotel, era un último piso de una torre de la Castellana, tenía unas vistas increíbles de la ciudad.

Había un piano, fue escuchar su voz, cantando en inglés y mi mente se nubló.

Era ella, estaba igual de exquisita que hacía cinco años atrás, su largo pelo, uno de esos vestidos de noche que ella llenaba con su cuerpazo increíble.

Esto era un viernes por la noche. Éramos cuatro o cinco tíos de la misma edad, cincuentones la mayoría, entre ellos estaba Jordi, un tío golfo y bastante graciosillo, que me hacía reír en general con sus ocurrencias.

El ambiente era exclusivo, relajado se podría decir, la música de piano y voz acompañaba perfectamente.

Noté que el pianista era otro, un chico moreno de aire ausente.

Pronto el comentario fue lo buena que estaba la cantante

–Vaya globos –dijo Jordi quien estaba sentado a mi lado

–Yo la conozco, cantaba en un crucero que hicimos con mi esposa

–Oye ¿por qué no la invitas a nuestra mesa?

–No, en realidad apenas he cambiado palabra con ella

–Joder que boquita, a esta me la follo yo por mis cojones –dijo Jordi

Era un tío de 56 años, con una gran barriga y si no calvo, tenía unos pocos pelos canosos y engominados a ambos lados de la cabeza, su piel sebosa, su cara con verrugas, grandes ojeras bajo los ojos.

Debía estar loco para pensar en ligar con ella.

–Se llama Roxana –dije como en un sueño

–Vaya nombre de puta –dijo Jordi

Me informé por un camarero que ella cantaba allí de jueves a domingo.

La noche pasó, yo no podía despegar mis ojos de ella.

Cuando hacían un descanso y ella se acercaba a la barra para conversar con el barman, estaba tentado de acercarme, pero me daba corte con todos estos buitres a mí alrededor.

El sábado tenía compromiso con una de mis hijas y el domingo estuve pensando en ir, pero no suelo salir los domingos.

Ahora sabía dónde podía encontrarla, recordé cada detalle de su cuerpo, esa larga pierna morena que asomaba por la abertura lateral del vestido, con su pulsera de oro en el tobillo.

El jueves estaba allí, en mi puesto como un soldado, había ido solo, incluso antes de que el show comenzara, nunca me ha gustado especialmente la música, es decir, alguna cancioncilla allá y aquí, pero no tenía una banda o cantante favorita.

Pedí un Old fashsioned y estaba ansioso como un adolescente.

Ella apareció de la nada, llevaba ahora un vestido blanco, con una falda tubo, joder, contrastaba con su piel morena de una manera tremenda, que brutal estaba esta tía, no recordaba que ninguna mujer me hubiese puesto así.

Comenzó a cantar, la mayoría de las canciones en inglés, también algún bolero, ella decía unos tímidos gracias, luego de los indiferentes aplausos.

Esos ojos de ella, eran algo que no se podía explicar, el movimiento de sus manos, sus largos dedos morenos al cantar, yo estaba fascinado como hacía cinco años atrás o más, estaba completamente pillado por ella, antes de hablar una palabra.

Luego de cuarenta y cinco minutos, hicieron un pequeño descanso y ella se acercó a la barra, reuní coraje como pude y me encomendé a dios.

Debo decir que soy un hombre alto, que me cuido bastante, que no soy mal parecido y que desde mi divorcio, había ligado con muchas tías, incluidas un par de noviazgos con mujeres de mi edad o unos pocos años menores. Calcule que esta niña andaría por los treinta o treinta y pocos.

–Perdona, quiero felicitarte, cantas muy bonito –dije

–Gracias –dijo ella con una sonrisa en automático, sentada en un taburete de la barra.

–Ya te había escuchado en el crucero tal y tal… con mi esposa.

–Ah, mirá hace un tiempo ya, que no canto en cruceros –su voz era ligeramente nasal y con un acento que no me sonaba del todo argentino

Ver esos ojos de cerca me producía como un mareo y tener ten cerca de mí esas tetazas, esa piel morena tan tersa, con pequeñas venas azules, era algo difícil de manejar, pero seguí adelante.

–En ese crucero estabais con otro pianista, un chico rubio

–Si, Matias, pero ya no estamos juntos –dijo, con un tono de tristeza

Me alegré por dentro, si era su pareja, quería decir que ya no estaban juntos.

–¿Y ya no vuelves a los cruceros? Por cierto mi nombre es Javier –dije tendiendo la mano

Ella tendió su mano por compromiso, al sentir ese tacto cálido y suave tuve una erección, así de sencillo.

–Roxana, encantada, no… fueron muchos años… doce años estuve cantando en cruceros

–¿Si? ¿Pero qué edad tienes tú?–comprendí que me había precipitado, pero estaba ansioso quería saber todo de ella

–Treinta y seis tengo… una vieja.

–Pero que dices criatura… yo te daba menos todavía.

–Bueno… gracias –dijo ella, alisándose el pelazo, largo hasta la cintura

El pianista se acercó a ella, le dijo algo. Ella se dio la vuelta

–Permiso eh, un gusto –dijo y se fue con él

–Que guapa es ¿No? –dijo el barman cuando se alejaba, su culazo enfundado en ese vestido ceñido era bestial.

–Ya te digo que si –dije yo para mis adentros

–Y maja además –remató el barman

Y ya escucharle decir eso me puso un poco celoso.

Luego escuché como si fuera un niño, esos cuarenta y cinco minutos siguientes de música.

Estaba embobado, prendado, completamente pillado por ella y lo poco que habíamos conversado me daba la sensación de una tía normal y simpática, no una diva vanidosa.

Miraba yo su largo cuello moreno, las pulseras abundantes sobre su brazo, sus tetones exagerados, sus piernas, sus curvas descomunales, era demasiado.

El show concluyó, ella se quedó luego a un costado del piano con su bolso y un abrigo en la mano.

Me acerqué con algo de temor.

–Perdona Roxana, no quiero parecer pesado pero… me gustaría conversar un poco más contigo, quisiera invitarte una copa.

Noté como su rostro se contrariaba, hizo una mueca.

–No… disculpa… pero yo no hago esas cosas… solo me pagan por cantar –dijo

Se me vino el alma a los pies.

–Si… si… perdona… no he querido ofender… para nada… es que… te digo la verdad… sinceramente… en ese crucero en que te escuché cantar… es que quedé… tan fascinado contigo… con tu voz, tu personalidad… perdona no he querido sugerir nada… –dije atolondradamente, tratando de ser sincero.

–Está bien… está bien… perdóname vos también… pero no quiero que se confundan las cosas… aquí esto es un hotel y yo… –dijo esto desde una cierta vulnerabilidad que no parecía coincidente con semejante tía buena, con ese cuerpazo.

–Oye déjame invitarte a tomar un café o a cenar entonces… en otro sitio.

–No… por las noches yo estoy cantando aquí y…

Parecía tan incómoda con la situación que preferí desistir.

–Bueno vale no te molesto más Roxana, perdona no he querido ofenderte, ha sido una alegría volver a verte –dije ya resignado y me disponía a irme

–Esperá… esperá… Javier me dijiste que te llamás ¿no es verdad?

–Si, Javier… –dije yo

–Lo que pasa… no es que yo sea una… perseguida por así decir… pero es que fueron muchos años de trabajar en los barcos y ahí… es que todo estaba más claro… y es la primera vez que estoy sola… trabajando sin mi pareja quiero decir… y es todo un poco raro ¿viste?

–Claro entiendo, pero no te preocupes chica… podemos tomar un café… uno de estos días… durante la tarde si prefieres… –yo me aferraba a la más remota posibilidad y no entendía bien porque se había puesto tan tensa de repente

–Bueno… –ella parecía estudiarme detenidamente con el bolso colgado del brazo, esos ojos oscuros me perforaban el corazón

El pianista se acercó y le dijo que ya había llamado un coche.

–¿Qué te parece el sábado por la tarde? –dije

Pensé realmente que iba a decir que no.

–Bueno, está bien, te paso mi número–dijo por fin

No cabía en mí de la alegría, tener ese entusiasmo por salir con alguien a los 45 años no es poca cosa.

Pasó el viernes con una lentitud exasperante y el sábado por la tarde, quedamos en las puertas del Parque del Retiro.

Era como una cita de adolescentes casi. Ella llevaba un vaquero ajustado, bastante ajustado a decir verdad y una camiseta con tirantes que dejaba sus hombros morenos y torneados al desnudo, era la primera vez que la veía vestida así, sin su vestido de cantar o en bikini.

Nos dimos dos beso en las mejillas, su aliento era fresco, su perfume, Uff que pillado estaba, no podía creerlo a mi edad.

Era caminar a su lado y sentir que volvía a vivir. Me contó que era de la provincia de San Juan, lugar que yo ni sabía que existía por supuesto y que era descendiente de sirio libaneses, salvo por una abuela italiana por línea materna. Finalmente no estaba tan equivocado en ese aire oriental que le encontré desde el principio.

–Yo estoy divorciado desde hace cuatro años, dos hijos, grandes ya –le dije

–Yo me separé hace dos meses –dijo otra vez con tristeza

–Joder que pena ¿hacía mucho que estabais juntos?

–Dieciséis años con Matías, desde los 20

–¿Desde los veinte? –dije yo sin poder creerlo

–Si, es difícil creerlo ¿no? Yo creo que no daba para más… pero…  Compartíamos todo, la música, los sueños, el trabajo…

–¿Y en los cruceros habíais comenzado juntos?

–Si, nos presentamos a un casting, parece increíble que hayamos pasado doce años arriba de un barco

–¿Tan así fue ?

–Bueno eran contratos de seis meses, pero no parábamos, algunas vacaciones de dos o tres meses en Argentina y luego otra vez a embarcarnos, no podíamos dejarlo, hasta pasamos la cuarentena en un barco.

Miraba sus sandalias que dejaba los delicados dedos de sus pies al desnudo, sus uñas eran casi blancas, tenía un andar felino alucinante, era como una pantera. Vislumbré su pulsera del tobillo.

–Por cierto, eres alta ¿Cuánto mides?

–1,71 ¿Y vos?

–1,80 –dije

–Nos separan nueve centímetros –dijo ella, por momentos me parecía cándida como una niña

–Nueve centímetros y nueve años también –dije

–Yo creo que la edad no importa, si se es joven de espíritu –dijo ella

Hasta ese lugar común, dicho por ella, me pareció encantador.

La tomé de los hombros y la besé, se dejó hacer, el calor y el sabor de sus labios eran un néctar de los dioses.

No podía creer estar besando a esa diosa inalcanzable con la que me había hecho tantas pajas durante el crucero.

–Javier, lo que si… quiero ir despacio…

–¿Ir despacio?

–Si teneme paciencia… fueron muchos años con Mati y todavía… como que estoy haciendo el duelo ¿sabés?

–No hay prisas cariño, yo no tengo ningún prisa –quise volver a besarla, pero ella apoyó su cabeza en mi hombro.

–Vayamos lento… por favor… –dijo

Tomamos unos cafés, luego, ella me preguntó más cosas sobre mis hijos y mi trabajo.

M confesó que estaba un poco cansada del trabajo de la música, que incluso desde el punto de vista económico notaba la ausencia de su ex pareja.

–Antes no dividíamos el dinero, todo entraba al mismo pozo –dijo

–Puedo aprender a tocar el piano –dije, nos reímos

–Además, me sentía protegida con él, siempre canté con él, desde chica y los tipos como sea, al saber que él era mi pareja

–En cambio ahora hay cada pesado que… –dije bromeando

–No lo digo por vos… vos sos divino pero hay cada uno… hay cada hijo de puta en esta vida –dijo, yo miraba obnubilado el canalito de sus tetas, eran realmente exageradas y morenas, la forma de sus cejas tan densas y a la vez tan delicadas, me iba costar mucho ir despacio con ella.

Nos volvimos a besar, un breve pico en los labios y al sentir la punta de su lengua en mis dientes, tuve una tremenda erección.

Fue dejarla en el portal de su casa y llegar a mi piso y masturbarme frenéticamente, lo que me ponía esta argentina era algo bestial, me corrí sobre el sofá a los gritos, pensando en ella.

Luego ese sábado por la noche, fui a escucharla cantar, ella parecía contenta con la situación, en esos descansos luego de los cuarenta y cinco minutos venía a sentarse a mi mesa.

Y yo, por dios, miraba ese cuerpazo y pensaba que pronto sería mío y me ponía malo.

Esta vez llevaba un vestido azul marino que la ceñía como un guante, falda larga con abertura lateral que dejaba ver esa piernaza morena hasta el muslo, abombado, musculado.

Y esos pechos que eran como si la naturaleza se hubiese empeñado en cargar a esa pobre niña cono todos los dones posibles.

Y esa boquita de la que ya había probado su sabor, cuando acercaba el micrófono a sus labios no podía dejar de imaginarla chupando mi polla con esos labios llenos.

Me sentía un poco culpable de esos pensamientos tan vulgares, pero es lo que es.

Era salida de las mil y una noches, una princesa árabe argentina con un cuerpazo del demonio.

En el último descanso entre cante y cante, incluso le cogí la mano y ella no la quitó, esos ojazos oscuros me miraban de un modo.

Pensé yo, a pesar de lo que me había dicho sobre ir lento y tal, que esa noche acabaríamos follando.

Porque es que la notaba fogosa y apasionada, por momentos ingenua sí, pero cuando te clavaba esos enormes ojazos negros y veías esas tetazas emerger desde su escote, es que era puro fuego esa morena, se adivinaba, y ese culazo enfundado en el vestido, vaya tela.

Es que tenía que ser la ostia follarse a semejante mujer.

Y cuando salimos del hotel, yo cogido de su pequeña cintura, su cuerpazo pegado al mío, era increíble, me sentía en las nubes.

Nos besamos antes de entrar al coche y luego al aparcar frente al portal de su casa nos comimos la boca a besos, era un morreo desesperado y la notaba cachonda y respirando agitadamente, buscando aire en mi boca y acaricié su vientre por sobre la tela y luego rocé con el dorso de mi mano uno de sus pechos increíbles.

–Javier… espera… espera… no sigamos

–¿No?–dije decepcionado.

–Ya te voy a invitar a subir… pronto… pero hoy no…

–Vale… –dije sin poder ocultar cierto abatimiento

Me acarició la cara con una mano exquisita, fina y fuerte a la vez.

–Sos divino –me dijo y bajó del coche

Esa noche fue parecida a la tarde, regresar a la soledad de mi piso y pajearme hasta correrme como un loco pensando en ella.

El domingo decidí no ir a escucharle cantar, tampoco quería parecer un pesado, me costó tomar la decisión, nos enviamos mensajes tiernos, de adolescentes.

–Una noche que no venís y ya te extraño –me escribió

–Me visto y voy –puse

–No… ja,ja,ja… quédate en casita… ojalá yo pudiera –escribió.

Me daba cuenta que estaba un poco quemada con la música y tal vez ya quería dejar de andar cantando, por esos sitios. Me imaginaba como el príncipe que rescata a la princesa, ofreciéndole vivir juntos y ¿Quién sabe? Tal vez hasta casándome con ella en un futuro.

Volví a masturbarme pensando en Roxana.

El lunes charlamos durante una hora por teléfono y la invité a cenar, me dijo que esa noche mejor no y que el martes no podría, quedamos para el miércoles.

El martes por la mañana me sorprendí al recibir un mensaje de Jordi.

–Estoy en Madrid tío ¿por qué no almorzamos juntos? Tengo que contarte una, que vas a flipar –me ponía

–Yo también tengo algo para contar –le dije

Pensaba en la cara que pondría cuando le contara que estaba casi de novio con Roxana.

Nos encontramos, él con sus pintas de siempre, panzón, un poco achacado, era más bien bajo, no sé si llegaría al 1,70. Sus escasos pelos engominados al costado del cráneo. Tenía once años más que yo, pero a cierta edad si no te cuidas un poco.

Cuando nos sentamos a la mesa, vi que sus ojeras ya eran bolsas bajo sus ojos, un poco inyectados en sangre, las verrugas prominentes de su cuello.

–¿Qué haces tú aquí, cabrón? –le dije, nos conocíamos desde hacía mucho tiempo

–Inventé una excusa para escaparme, mi mujer no veas como me tiene, mas marcado que a Messi

–ja,ja,ja!! ¿Hoy tienes batallita o qué? –exclamé jovial

–Oye ¿recuerdas a la cantante argentina esa que estaba tan buena? ¿La del bar del hotel?

–Si… ¿Qué hay con ella?

Pensé que alguien nos había visto y que Jordi se había enterado de lo nuestro.

–Pues el sábado ese, a la noche siguiente que estuvimos con los chicos allí, volví a por ella, joder, vas a alucinar en colores cuando escuches esto –me dijo.

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