Me llamo Carolina, tengo 45 años y vivo en una ciudad tranquila del interior de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Soy casada y convivo felizmente con Néstor, mi marido. Convivir es una manera de decir, ya que él es camionero y la mayor parte del tiempo se encuentra sentado en su camión haciendo su trabajo. El poco tiempo que Néstor está en casa nunca fue un motivo de conflicto; él mantiene el mismo trabajo desde mucho antes de conocernos y fue una de las primeras cosas que me aclaró al considerar la idea de mudarnos juntos. El tema de los hijos fue una de las coincidencias que nos llevó a formar una vida juntos; ninguno quiso cambiar pañales ni tener esa necesidad imperiosa de trascender por medio de la descendencia.
La historia que voy a contar transcurre durante un caluroso verano. La noche que todo empezó Néstor estaba en casa preparándose para hacer un viaje en su camión que lo mantendría ausente durante tres días. Cómo cada vez que él se iba de viaje, yo aprovechaba la soledad de nuestro hogar para mantenerlo limpio y ordenado. Obviamente, siempre me sobró tiempo para relajarme, leer, mirar mis series preferidas y disfrutar el día con la mejor compañía que puede disfrutar el ser humano: uno mismo.
Antes de compartir con Néstor la última cena en varios días, tomé una larga ducha y, mientras el agua caía en cascada sobre mi cuerpo, tuve una especie de presentimiento o sexto sentido de que algo iba a modificar la normalidad de mi rutina; si nada hubiera pasado no estaría contando esa extraña sensación, pero lo que sucedería después de secarme y vestirme le daría la razón a mi instinto.
Mientras salía del baño pude escuchar el ringtone de llamada del celular de Néstor. El atendió y, para mi sorpresa, escuché como saludaba a su hermana menor, Karina. No era extraño que Karina se comunicara con Néstor para saludar y saber cómo estaba la familia, pero el horario de la llamada me desconcertó. Pude confirmar que algo extraño pasaba porque Néstor abrió la puerta del patio y salió para continuar afuera la conversación con su hermana. Pasaron algunos minutos y mi marido regresó del patio.
Antes de continuar con el motivo de la llamada de mi cuñada, debo informarles sobre algunas particularidades de su familia. La hermana de Néstor tiene 40 años y se encuentra casada con Pablo. Él es un poco más grande que Karina; tiene 52 años y, no menos importante, un hijo de 25 años de su primer matrimonio; Esteban. Son una familia ensamblada funcional pese a algunos malos momentos que han debido afrontar; sobre todo Pablo y Esteban. La madre biológica del joven había fallecido de una enfermedad letal hacía apenas cinco años. La muerte de unos de los pilares fundamentales de su familia fue uno de los golpes más duros; pero la ayuda de Karina, segunda esposa de Pablo y madrastra de Esteban fue de mucha ayuda para que ellos puedan superar el duelo. Los tres miembros de la familia tenían muy claro que Karina no venía a reemplazar a ninguna esposa ni madre, solamente era una mujer madura que amaba a Pablo y que había ocupado con creces el lugar de una buena madrastra para Esteban.
Al igual que mi marido, Pablo suele pasar mucho tiempo fuera de su hogar por motivos de trabajo. Su amor por el estudio y la informática lo habían llevado a un mejor pasar que Néstor en cuanto a lo económico; tanto así que Karina convenció a Pablo de comprar nuestra propia casa y darnos un plan de pagos que ningún otro banco otorgaría nunca. Pablo era gerente general de una prestigiosa empresa de software de seguridad y gran parte de su semana visitaba todas las ciudades que su empresa tenía distribuidas por el mundo.
La ausencia de su marido hacía que Karina llevara una vida muy similar a la mía, con la enorme diferencia de que ella debía convivir con un joven de 25 años en uno de sus últimos años de facultad. Esteban parecía haber heredado la inteligencia de su padre y las ganas de progresar en la vida. La muerte de su madre a sus 20 años lo había devastado emocionalmente, pero centrarse en sus estudios y la posterior llegada de Karina lo ayudaron a recuperarse de su perdida rápidamente.
Había un solo defecto en Esteban, el cual no era su culpa; siempre fue un joven muy mimado y con poca tolerancia a la frustración. Desde que nació, su padre ya era considerado un afamado empresario y millonario. Ser hijo único le permitió a Esteban poseer todo aquello que el dinero pudiera comprar. Su padre nunca tenía un “no” como respuesta ante los pedidos de su hijo. La opulencia y las primeras marcas siempre giraron alrededor de la vida de Pablo, Esteban y Karina. Al principio, esto había sido un motivo de diferencias entre la pareja, pero el lugar de madrastra de Karina no le daba la suficiente autoridad para tomar decisiones en el vínculo padre e hijo entre Pablo y Esteban.
Vuelvo al motivo de la charla de mi marido con su hermana y al de unos días realmente extraños: Néstor regresó del patio con un gesto de preocupación en su rostro. Al notarlo, le pregunté qué pasaba mientras pensaba en que podía haber sucedido algo grave; Néstor me tranquilizó y me dijo que no era grave, pero que su Karina y Esteban habían tenido que irse a un hotel porque la caldera de su lujosa casa había sufrido un desperfecto y los había dejado sin agua. Además de ser personas que nunca estuvieron acostumbradas a prescindir de ciertos lujos, el calor en esa época del año era realmente agobiante, por lo que el agua no podía ser considerado un lujo, sino una necesidad básica.
Cuando Néstor me dijo lo que le pasó a su hermana, sabía lo que pensaba: que su hermana fuera responsable de que tuviéramos un techo sobre nuestra cabeza nos ponía en el compromiso de ofrecerle asilo a su hermana y a su hijastro. Ese tipo de situaciones me lleva a pensar a que todo se debe pagar, incluso las buenas intenciones.
Néstor me comentó que Pablo ya estaba al tanto de la situación y que la solución ya estaba en marcha; como toda solución que es requerida por alguien adinerado. Pero la reparación de una caldera para una casa tan grande y lujosa llevaría tres días, aún para el millonario cuñado de mi marido.
Mientras me vestía, no dude en decirle a Néstor que llame a Karina y que le diga que la habitación de huéspedes estaba disponible. Es cierto que lamentaría romper con la costumbre de mis ratos de soledad, pero si no fuera por Karina y Pablo, quien sabe si podría tener un techo para esos ratos. Además, no me disgustaba la idea de tres días con la compañía de familiares a los que no veía tan seguido. Al fin y al cabo, Karina y yo teníamos muchas cosas en común; sobre todo el buen gusto por el vino.
Al enterarse de mi buena predisposición para los invitados de improvisto, Néstor se acercó con una sonrisa y me dio uno de esos abrazos que me gustan tanto, con amor verdadero y sincero. Siempre supe que nuestro amor era de esos, lo único que nos faltaba era más tiempo para compartir juntos.
Mi marido se volvió a comunicar con su hermana para ofrecerle nuestra casa mientras arreglaban la suya. Tanto Néstor como yo sabíamos que nuestra casa no era ni la mitad de grande, lujosa y cómoda como la casa de su hermana, pero cualquier cosa era mejor que pasar tres noches en un hotel de mala muerte. Al colgar, Néstor me comunicó que su hermana y su sobrino postizo estaban en camino, por lo que me dispuse a ordenar la habitación de huéspedes, provista de dos camas individuales lo suficientemente grandes y cómodas.
Faltaba apenas una hora para que Néstor se subiera al camión y comenzara su viaje. Un Uber se detuvo en la puerta y del auto bajaron Karina y Esteban. Ambos llevaban una pequeña valija de plástico duro de color metalizado. Desde lejos se podía oler el perfume importado de mi cuñada.
Néstor les abrió la puerta antes de que llegaran a tocar el timbre y le dio un cálido abrazo fraternal a su hermana mientras yo saludaba cordialmente a Esteban, y viceversa. Ambos representaban el estereotipo de gente adinerada: Karina era una típica mujer de 43 años con un marido trabajador y exitoso e invirtiendo la mayor parte de su tiempo y el dinero de su esposo en su apariencia. Y con eso no quiero decir que sea mala gente; todo lo contrario, ya que mi cuñada siempre fue una mujer muy simpática y sin la necesidad de sentirse superior por su apariencia o su estilo de vida. A ella nunca le interesó la vida del resto, ni lo que el resto dijera de ella. A Karina la vida le dio una oportunidad y ella la aprovechó.
Mi cuñada siempre fue una mujer bellísima; Su cabellera negra azabache de peluquería adornaba su bello rostro de forma perfecta. Ni una imperfección se hacía presente en su piel. Esa noche estaba sin maquillar y aun así se podía apreciar la belleza de sus ojos color negro intenso y su boca pequeña y seductora al hablar. Un delicado lunar en el lado izquierdo de su mentón adornaba el final de su delicada cara. Su chispa y simpatía la hacían sonreír la mayor parte del día y, como ya estábamos acostumbrados, ella nos saludó con un enérgico abrazo a ambos. Su cuerpo tallado a mano y con algunas cirugías encima se lucía con un conjunto deportivo de primera marca que calzaba perfectamente en su escultural figura. Su delgada cintura y su culo de gimnasio se llevaban miradas todos los días, acompañados por un par de implantes en sus tetas lo suficientemente grandes para darse cuenta de que esos senos no eran naturales.
Mientras Karina daba detalles sobre el desastre que había dejado en su hogar la rotura de la caldera, yo me dedicada a observar disimuladamente a Esteban. Se podía decir con certeza que la simpatía y la sociabilidad no eran virtudes del joven de 25 años. Como la mayoría de los jóvenes de su edad, el teléfono celular era una extensión más de su cuerpo y apenas sacó su vista de la pantalla para saludarnos y agradecernos a Néstor y a mí.
Esteban era una versión de su padre mucho más joven y atlético. En los ratos que no se la pasaba estudiando, el joven entrenaba a diario en un completo gimnasio que su padre había mandado a construir en la casa. El muchacho de un metro setenta de altura había heredado los rulos de Pablo y la encantadora sonrisa de su madre. El verano y las horas de sol junto a la pileta le habían dado a Esteban un tono de piel muy caribeño y las ondulaciones de sus músculos lo convertían en unos de esos chicos muy deseables cuando las hormonas te controlan. A tal punto que me vi obligada a sacar la mirada de esa remera musculosa más ajustada de lo normal y sus bermudas de jean. No me había dado cuenta del desarrollo físico del joven hasta esa noche.
Los invitados entraron a nuestra casa y Karina dedico los primeros minutos a mostrar su encanto por nuestra decoración y cada cosa que teníamos. Nos miramos un microsegundo con Néstor en un gesto de complicidad; ambos sabíamos que nuestro humilde hogar no era nada comparada con la opulencia de la suya.
Antes de que Néstor emprendiera su viaje, todos cenamos alrededor de la mesa. A pesar de ser una mujer adinerada y sin problemas, Karina no se consideraba el centro del mundo. Desde el principio, pudimos tener una conversación muy amena y se la notaba realmente interesada en los temas de conversación o los problemas que traíamos a la charla.
La voz de Esteban apenas se escuchó durante la cena. El joven se dedicó a asentir o a mencionar algún breve comentario sobre alguna afirmación de su madrastra. El resto del tiempo siguió con su celular en una mano y con el tenedor en la otra. Como la crianza nunca fue un tema de nuestro interés, ni Néstor ni yo hicimos un comentario al respecto.
En la mesa, Karina se había sentado a mi lado y en el lado opuesto, Esteban se sentó junto a Néstor. La ubicación me permitió ver de frente a mi sobrino postizo durante toda la cena y pude notar que en las pocas ocasiones que levantó la mirada, algunas veces lo hizo para clavar sus ojos en el marcado escote de Karina. Debo reconocer que sus tetas de quirófano eran realmente llamativas; lo que no me pareció normal fue que su hijastro las mire tanto después de más tres años de convivir juntos en la misma casa. En ese momento me convencí a mí misma de que era una actitud aislada de un joven de 25 años al cual le llamaban la atención todos los pechos turgentes sin importar de quien sean.
Terminamos de cenar y Néstor comenzó a alistarse para su viaje. Minutos después me despidió con un beso y un amoroso abrazo y puso en marcha su camión. Era viernes a la noche y, repentinamente, tenía a dos huéspedes en mi casa. Apenas se dejó de escuchar el motor del camión, mi cuñada salió de la habitación con una caja blanca y dorada.
– Caro, yo sé que a mi hermano no le gusta que gastemos en regalos, pero no podía venir con las manos vacías después de semejante favor que nos hacen – dijo Karina mientras ponía en mis manos la brillante caja.
– ¡Ay! Kari, no era necesario. Cómo no le vamos a abrir las puertas de casa después de todo lo que hicieron por nosotros – le respondí mientras abría la caja y sacaba una pesada botella de champagne. Mi sorpresa fue mayúscula; era una botella de primera calidad, impensada entre personas de clase media como Néstor y yo – Esto es demasiado Karina. Esto vale una fortuna – exprese con una mezcla de asombro y felicidad.
No importa lo que vale, cuñada. Lo que importa es que la vamos a compartir juntas – expresó ella mientras sacaba dos copas de la alacena.
Respondí al entusiasmo de Karina con una sonrisa. Descorché la botella y la invité al patio. El verano hacía que las noches sean especiales para tomar una copa de ese lujoso champagne al aire libre. Preparé una pequeña mesa junto a la piscina y nos sentamos frente a frente con Karina a disfrutar de una charla y champagne del bueno.
Mi cuñada me contó muchos detalles acerca de su vida como esposa de un afamado empresario; mucho tiempo sola, gimnasio, noches en bares con amigas, redes sociales, shopping, tarjetas de crédito sin límite y todo lo que desearía una mujer que no tiene otro objetivo en la vida más que disfrutar de banalidades. Mientras la escuchaba, me imaginaba a mí misma en su lugar y llegué a la conclusión de que no me quejaría de llevar una vida similar a la suya. Habíamos vaciado media botella cuando recordé que Karina no había venido sola.
– Kari, ¿Esteban ya se acostó?
– Si, Caro. Está medio sensible con esto de no poder estar en su casa. – respondió ella. Pude notar el desánimo que sintió cuando saqué el tema de su hijastro.
– Perdón, Kari. No quise meterme en temas que no me interesa – me disculpe mientras servía otra copa para ambas.
– No, Caro, está bien. De alguna manera es tu sobrino y está bien que preguntes, pero es muy difícil convivir con un chico tan cerrado y con tan poca presencia de los padres. La pérdida de la madre y la ausencia constante de Pablo no ayudan para nada – expresó ella mientras comenzó a dar sorbos más largos de su copa. Parecía que el alcohol apagaba un poco la angustia de sus palabras.
– No me quiero imaginar lo que debe ser, Kari. Con Néstor no tenemos hijos y no puedo saber lo que implica semejante responsabilidad -respondí tratando de mostrar algo de empatía.
– Gracias, Caro. Seguramente debes pensar que con tanta plata y sin que falte nada material la vida está solucionada, pero a veces hacen falta otras cosas aparte del dinero. – dijo ella casi con tono triste y terminando la copa de un sorbo.
– No pienso eso, Kari. Esteban perdió a su mamá hace no tanto tiempo y de repente se encontró con un padre que no para de viajar y una madrastra super amorosa, pero que no es su madre. La cabeza de ese chico debe ser una revolución de emociones.
– No hay mejores palabras para describirlo, Caro – contestó ella mientras volvía a llenar las copas. – Y lo peor de todo es que esas emociones no las expresa, no las habla con nadie. Y cuando las quiere hablar con su papá, lo único que recibe es un regalo o más plata.
– Seguramente, el tiempo hará lo suyo y cambiará. No puede estar así siempre, Kari. – le contesté a mi cuñada tratando de tener una mirada optimista sobre el futuro de su hijastro.
– Eso espero, Caro. Yo hago todo lo posible por Esteban; tengo muy claro que no soy la madre, pero se nota que es muy buen chico y me preocupa su bienestar. A veces pienso que tuvo una vida tan desafortunada que lo único que pudo recibir fue plata. – expresó Karina con un tono que mostraba la preocupación por su hijastro.
No sé si habrán sido las burbujas del champagne, pero al escuchar la congoja de mi cuñada por su hijastro no podía dejar de pensar en la mirada de ese joven en las tetas de su madrastra mientras cenábamos. Esas mismas tetas estaban frente a mí y hasta a mí se me hacía difícil no desviar la vista hacia abajo. Ese pensamiento me trajo más ganas de indagar acerca de la vida de Esteban.
– Kari, estoy seguro de que la actitud de Esteban va a cambiar con una sola cosa – expresé con la mayor seguridad posible. Karina se quedó mirándome con expresión de sorpresa. – Cuando consiga donde ponerla – dije casi riéndome por la expresión. Mi cuñada se tapó la boca y estalló en una carcajada.
– Vos sabes que pensé exactamente lo mismo, Caro. – contestó ella todavía risueña y arrastrando las palabras por el alcohol; ya casi nos habíamos terminado la botella. – Pero no la va a poder poner ni conseguir novia si sigue tan tímido y vergonzoso.
– No pienses cualquier cosa, Kari. Pero se mata en el gimnasio y es un pibe con mucha facha, alguna chica se tiene que interesar en todo eso – respondí y me di cuenta al instante que tratar a mi sobrino postizo como “todo eso” fue demasiado.
– Yo pensé exactamente lo mismo, cuñada. Al fin alguien más lo dijo sin escandalizarse – dijo Karina casi gritándolo – Esteban podría estar cogiéndose a quien quiera, pero no. Sigue ahí encerrado estudiando o entrenando.
El alcohol ya nos estaba haciendo efecto e hizo que la charla fuera entrando en confianza. Luego de hacerme prometer que no le iba a decir nada a nadie, Karina me contó que había intentado presentarle a su hijastro a algunas hijas de sus amigas. A muchas les había parecido atractivo, pero su falta de simpatía y confianza debido a su encierro no dejaron que el joven haya tenido una vida social ni sexualmente activa desde la muerte de su madre biológica.
Mi cuñada también me confió que la falta de deseo sexual no era el problema en Esteban, ya que más de una vez lo había sorprendido masturbándose frente a la pantalla de su computadora o su celular. Al escuchar sus palabras no pude dejar de imaginarme en la situación de encontrarme a ese joven con su pene en la mano y una minúscula electricidad recorrió mi cuerpo. No sé si Karina se habrá dado cuenta de las imágenes que recorrieron mi mente, pero una vez más pensé en que no me quejaría de tener una foto mental de esa situación, al menos para “relajarme” en mis largos ratos de soledad.
Ella había intentado hablar de la falta de socialización de su hijo y lo preocupante de la situación con Pablo, pero él papel de padre presente nunca había sido su fuerte y la mayor parte de su tiempo estaba dedicado a hacer más dinero del que se podía gastar. Karina ya se había acostumbrado a esa situación y había dejado de insistir para lograr más presencia paterna en su casa.
Luego de una larga charla y de una exquisita bebida, el reloj marcaba las dos y media de la mañana. La temperatura de la noche era ideal para seguir nuestra charla, pero el sueño proveniente del alcohol nos había invadido a ambas, al punto que nos costó un poco levantarnos de nuestros asientos. Fuimos adentro entre tropezones y carcajadas y nos dirigimos cada una a su habitación: ella a la de huéspedes en donde Esteban ya se había acostado hacía horas, y yo a mi cómoda cama grande.
Me despojé de toda mi ropa y me acosté totalmente desnuda. Las burbujas del champagne no solamente se habían ido a mi cabeza; los labios de mi vagina estaban a muy alta temperatura, quizá ayudados por la imagen de mi sobrino postizo masturbándose. En cierto momento, me dije que lo que pensaba estaba mal, pero al final, los pensamientos son solo fantasías; solo hay que preocuparse por mantenerlas en ese plano. No debí haber sido la única persona que sorprendió a ese joven mirar con lascivia las tetas de su madrastra. Si nadie le dijo nada a él, tampoco estaría mal que yo me masturbara sola en mi casa con una simple creación de mi cabeza. Después de haber pasado esos tres días de locura, debo reconocer que no me iba a conformar con una simple imagen mental.
Bajé mi mano hacía mi entrepierna y comencé a masajear suavemente el clítoris. Podía sentir esa humedad en aumento en la yema de los dedos y correando por la palma de mi mano. Estaba a mitad de camino al orgasmo cuando la voz de lo que no se debe hacer se prendió en mi cabeza; recordé que la obsesión por la seguridad de mi marido lo habían llevado a instalar cámaras en todas las habitaciones de la casa, incluido el patio.
Saqué los dedos empapados de mi concha y agarré mi celular. Sabía que estaba a punto de cruzar un límite del que iba a ser difícil volver. Mi calentura me iba a llevar al punto de buscar ver a un miembro de la familia mostrando algo para que yo pueda aumentar mi excitación. No lo pensé dos veces y accedí a la aplicación por la cual veía todas las cámaras de la casa. Otro detalle que me dejaba tranquila es que Néstor nunca había sido amigo de la tecnología y cada vez que el intentaba ver las cámaras en su celular se terminaba frustrando y desistiendo de verlas.
Puse mi usuario y contraseña y accedí al link que decía “habitación de huéspedes”. El reloj mostraba que eran las tres y diez de la mañana y para mi sorpresa, Esteban seguía despierto. La luz de la habitación estaba apagada, pero las cámaras de visión nocturna mostraban todo el cuarto con claridad; se podía ver al joven tapado hasta el pecho y con su rostro iluminado por la pantalla de su teléfono. En la cama de al lado, Karina estaba acostada de espaldas a la cama de su hijastro, probablemente borracha y en un sueño muy profundo.
Podía ver a ese joven lleno de músculos y testosterona acostado en mi propia casa, a pocos metros de mí y, una vez más, una leve descarga eléctrica recorría mi cuerpo. Instintivamente, bajé una vez más mi mano a los labios empapados de mi concha, mientras con la otra mano sostenía mi teléfono. Lo único que se movía en Esteban era su dedo pulgar arrastrando el táctil de su celular; verlo ahí acostado era todo lo que necesitaba como estimulante para esa noche, pero el destino quiso que no me conformara con eso solo.
Estaba segura de que Esteban desconocía que había cámaras instaladas en todas las habitaciones y su siguiente movimiento me lo confirmó: dejó su teléfono apoyado a un costado y se destapó lentamente hasta por debajo de la cintura. Sin correr la vista de la pantalla, bajo su ropa interior, sacó su enorme verga erecta y comenzó a subir y bajar lentamente su mano. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Al igual que yo, Esteban estaba respondiendo a sus más bajos instintos, con la enorme diferencia que yo estaba sola en la habitación y su madre dormía a dos metros de donde el amasaba ese falo de carne endurecida. La imagen de ese joven masturbándose ya no era solamente un producto de mi imaginación, sino que la estaba viendo en vivo y en directo. No podía medir con certeza el tamaño de su verga, pero la nitidez de la cámara me permitía saber que, por lo menos, eran 17 cm de pija con un grosor realmente apetecible.
Hacía mucho tiempo que no me masturbaba con tantas ganas como aquella noche. La luz de su celular seguía alumbrando su rostro, probablemente reproduciendo una escena porno de su agrado, mientras el aumentaba el ritmo y la presión de su mano izquierda sobre su deseable pija. Creo que me bastó poco más de un minuto para sentir como el deseo se descargaba por mi cuerpo en una espesa catarata de fluido, haciéndome retorcer de placer y dejando una mancha espesa sobre mis sábanas.
Luego de acabar, me invadió la típica culpa después del orgasmo; sabía que lo que había hecho estaba mal, pero me tranquilizaba pensar que nunca nadie lo iba a saber. Luego de sentirme satisfecha por semejante acto de amor propio, seguí observando un rato más como mi sobrino postizo se masturbaba; la curiosidad me llevó a querer ver como el hacía lo mismo que había hecho yo, pero lo cierto es que lo que iba a suceder me iba a dejar estupefacta.
Antes de que Esteban expulsara su leche, pude ver algunos movimientos en la cama que Karina ocupaba a su lado. Esteban también lo notó y, como pudo, tapó su verga endurecida con las sábanas y bloqueó rápidamente su teléfono. Masturbarse junto a su madrastra fue un riesgo que Esteban decidió correr, pero se notaba experiencia y velocidad a la hora de cuidarse cuando sus hormonas lo obligaban a descargarse.
Me había olvidado de mi orgasmo y seguía con la atención pegada a lo que sucedía en la habitación de al lado. Karina se movió un poco más en su cama y noté como prendía la luz de su teléfono; se había despertado y por poco no había visto a su hijastro, una vez más, con su falo en la mano, o al menos eso creía.
Ella se levantó lentamente de su cama e hizo dos pasos para ponerse junto a la cama de Esteban, lo miró por algunos segundos y se sentó en el borde de la cama. ¿Lo había visto? Si lo vio ¿Por qué se le acercaba a la mitad de la noche? Además, ella estaba en un conjunto de ropa interior negro. Me costaba mucho creer que hubiera tanta confianza en su vínculo como para mostrarse tan provocadora.
Ella sonreía. El ángulo de la cámara me dejaba ver su sonrisa. Parecía ser esa mirada con ternura, esa con la cual una madre ve dormir a su hijo, pero además de eso podía jurar que Karina sabía lo que su hijastro estaba haciendo antes de que ella se despertara.
Las acciones de Karina eran realmente desconcertantes, pero a la vez no podía sacar los ojos de esa extraña escena que la cámara me estaba mostrado. Esteban seguía acostado, disimulando estar dormido de una manera casi profesional; cualquiera que lo hubiera visto juraría que estaba en un sueño muy profundo, Karina sabía que no.
Ella pasó su mano por su frente muy despacio, una vez más, con una actitud propia de una madre, Esteban seguía inmóvil. Luego de acariciar unos segundos la frente de su hijastro, Karina tomó el celular del joven y pasó su pulgar por el táctil y comenzó a ver atentamente lo que se reproducía. Probablemente, el ruido del teléfono haya hecho reaccionar a Esteban; el movió su cabeza lentamente y fijo la mirada en su madrastra. Ella lo volvió a mirar con una sonrisa y apoyó su dedo índice en sus labios haciendo el típico gesto de silencia, el asintió con la cabeza. Karina volvió a fijar la mirada en el teléfono de Esteban y la misma mano que usó para acariciarlo con ternura, ahora la estaba usando para bajar la sábana que cubría a su hijastro.
Ya me había dado cuenta por donde venía la situación, y hasta el día de hoy me sigo preguntando como ver eso me generó tanto nivel de excitación y ningún tipo de indignación. Casi sin darme cuenta, había vuelto a bajar mis dedos a mi vagina empapada.
Al bajar las sábanas por debajo de la cintura de Esteban, Karina dejó ver una vez más el enorme trozo de carne que escondía su hijastro. Ella lo admiró sin perder la sonrisa y lo tomó firmemente con sus finos dedos adornados por sus hermosas uñas. Comenzó a bajar y a subir suavemente la palma de su mano y Esteban no pudo ocultar el placer en su rostro. Mi propia cuñada estaba masturbando a su hijastro en la habitación de al lado y yo estaba extremadamente caliente al verlo.
Karina subía y bajaba su mano como una profesional; incluso podía ver como la excitación en Esteban iba en aumento con cada movimiento. Con su mano libre, ella tomo suavemente la nuca de su hijastro y llevó su cabeza a sus enormes tetas. El joven no dudo un momento en saborear cada centímetro de esos implantes perfectos. La pija de Esteban parecía a punto de explotar mientras el mordisqueaba los endurecidos pezones de Karina.
Como si lo que había visto no era poco, faltaba un condimento más. En un momento, Karina detuvo su mano, se paró junto a la cama y se agachó para dejar su boca a la altura del pene endurecido de Esteban. Ella comenzó a mamarle la verga como una verdadera actriz porno; sus labios y subían y bajaban desde la base hasta la punta de la pija endurecida. Al cabo de unos minutos, Esteban miró al techo y su cuerpo se tensó de tal manera que casi se podía ver como su semen llegaba a la punta de su pene. Karina no dejó de succionar hasta que el cuerpo del joven se relajó. Pude ver a mi cuñada como pasaba por su garganta toda la producción de leche de su hijastro.
Esteban se volvió a tapar y la miró casi con vergüenza mientras ella guardaba sus enormes tetas de vuelta en su corpiño de encaje. Ella lo volvió a mirar con su sonrisa tan tierna como desconcertante, lo acarició con sus adorables manos un par de veces más, lo ayudo a taparse con las sábanas y bajó su cabeza para darle un largo y delicado beso en los labios. Esteban le devolvió el beso, se dio vuelta y se durmió plácidamente. Karina volvió a su cama y se volvió a dormir.
En el lapso de tiempo en el que Karina se levantó de su cama y terminó con la boca llena de leche de su hijastro, yo ya había acabado dos veces. La culpa se iba disipando con cada orgasmo, y al día de hoy no puedo responder al porque me excitó ver semejante situación. Al día siguiente, ambos se levantaron y se comportaron como si nada hubiese pasado, confiando en que nadie los había visto. Pero ninguno contaba con que yo había visto cada detalle en la pantalla de mi celular y había disfrutado cada segundo de tan morbosa y rara situación.
Continuará…
(Gracias a todos los lectores por tomarse el tiempo de leer mi relato. Sigo trabajando en la continuación y cualquier sugerencia es bienvenida. En mi perfil tienen a disposición mi casilla de mail para escribirme cualquier crítica, halago o sugerencia que quieran. Saludos y felices fantasías)