No le pregunté más nada, le dije que iba al baño y aproveché para llamar a casa y decir que estaría muy tarde por una invitación de última hora. Invité a Yolanda a salir, los dos callados, en la puerta paré un taxi y le pedí al chofer que nos condujera a "Los Pinos" el hotel más alejado del centro de la ciudad.
Apenas cerramos la puerta de la habitación nos fundimos en un beso interminable. Nuestras manos sentían nuestros cuerpos y la ropa fue cayendo poco a poco, sin darnos cuenta ya estábamos desnudos encima de la cama, explorando yo con mi boca cada centímetro de su blanco cuerpo. Me apodere de su vagina y mis dedos eran imparables al tiempo que mi boca le chupaba los senos el ombligo y todo por donde pasaba.
Luego baje a besar por primera vez esos labios abultados y húmedos que esperaban ansiosos de lamidas, penetre hasta donde pudo mi lengua y luego me hice dueño de ese clítoris pequeño pero lindo. En ese momento sentí que ella entraba en una especie de trance y se sacudía cada vez mas fuerte, sus gemidos se convirtieron en voces que pedían descanso, pero yo apenas empezaba.
Mi boca fue inundada por sus líquidos de sabor dulce, si, dulce con un poquito de acidez que me embriagaba y alocaba, me quede allí por muchos mas minutos, ella se sacudía y me decía que pare que ya quería ser penetrada. Yo tenia el pene totalmente erecto y con algo de flujo preseminal por la punta, no falto decirle que me devolviera el favor y por su cuenta ella me empezó a mamar como pocas lo saben hacer, despacio y solo con los labios. introduciéndoselo hasta la base del pene.
Yo estuve a punto y le dije que me venía, ella no dijo nada y mantenía mi pinga en su boca, eyaculé y ella siguió por poco tiempo mas. Poco después, Yolanda me abrazo fuertemente y me ofreció sus labios, segundos después empecé a sentir que me enviaba parte de mi propio semen con su boca. Eso al principio me desagrado, pero no se lo dije, seguimos besándonos y entonces me comento que si queríamos una unión sincera y abierta ambos debíamos compartir nuestros jugos.
Ambos habíamos alcanzado el clímax, pero aún no la había penetrado, e increíblemente mi pene seguía erecto, listo para conseguir su trofeo. Me puse encima de ella besándola, pero sin penetrarla, me movía poco a poco haciéndole sentir entre sus labios el grosor de mi tiesa herramienta, sus labios estuvieron bastante húmedos y ella de nuevo se empezó a inquietar pidiéndome ser penetrada. Entonces, ella quiso tomarme del pene y colocárselo, le cogí las manos y le dije que lo debíamos hacer sin ayuda de las manos, lo cierto es que yo quería hacerla sufrir un poquito antes de entrar en su cuevita, lo que finalmente se pudo luego de un par de minutos de intentos.
Cuando sentí la cabeza de mi pene entre sus labios le pedí que se quede quieta y yo empecé a meterla poquito a poco y muy lentamente, hasta que de un momento a otro le ensarte toda la pinga y ella me abrazo con fuerza, empezó nuestro vaivén incansable, me rodeo con las piernas por la cintura y ambos nos movíamos como locos. Después de unos 10 minutos me di cuenta que ese viaje debía ser muy largo, le pedí que se pusiera en posición de perrito y por primera vez pude admirar ese trasero que por años me había vuelto loco. Sus nalgas eran blanquitas en contraste con el botón marrón de su ano, la empecé al penetrar sostenido por ambos lados de sus nalgas jalándola hacia mi para que pudiera entrar hasta donde me sea posible.
Ella tenía control de sus músculos vaginales y de rato en rato me apretaba el pene como un aspirador, sin duda sus músculos vaginales tenían vida propia. Después de un rato eyaculé en sus nalgas y entonces me sentí tan atraído por su ano que sin previo aviso empecé a introducírsela por allí. Yolanda se quedó en silencio y me dejo penetrarla lentamente y mi sorpresa fue que nunca se quejó o se sintió incomoda, ella al parecer gozaba tanto al tener sexo anal como vaginal. Continúe por unos 10 minutos mas, no logre eyacular, mi falo seguía erguido y ella me pidió descansar. Nos tumbamos en la cama y empezamos a conversar y me dijo que me dejo hacerlo por su ano porque siempre había notado que lo que mas le miraba cuando estábamos juntos eran sus nalgas y que ese era mi regalo por ser bueno con ella.
En nuestra conversación me comento que mi pene en tamaño y grosor era muy similar al de su ex marido: mi tío. Al final me pidió que nunca hiciera comentario alguno con nadie, que debía ser un secreto de familia pero que si alguna vez nos encontrábamos por la calle podíamos guardar mas secretos nuestros. Esa noche nos despedimos en el taxi, me dio un beso en la mejilla y me envío saludos a mi familia. Muchas veces coincidimos en reuniones con mis primos u amigos y cuando nos encontrábamos a solas nos regalábamos con caricias directas en nuestros sexos y un par de besos muy húmedos.
Hoy si alguna vez lees este relato quiero decirte que te extraño mucho querida tía.