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Una aventura inesperada
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Era una noche calurosa de verano. Salí a tomar algo con unos amigos para divertirme y olvidar un rato el calor. Entre cervezas y música se pasaron las horas y, ya de madrugada, decidí que era mejor volver a casa. La calle estaba vacía, alumbrada por los focos de luz y prácticamente silenciosa, solo se oían mis pasos y los cantos de algunos grillos cada tanto. Todavía seguía un poco mareado por el alcohol cuando escuché un ruido diferente.

Llegué a una esquina y al ver hacia mi derecha descubrí la figura entre sombras de una mujer con un vestido ajustado al cuerpo que dejaba ver una figura magnífica. Caminaba sobre tacones altos que se escuchaban con fuerza a cada paso que daba. Me quedé mirándola mientras se acercaba cada vez más a mí, y cuando estuvo a poco más de tres metros la saludé con un simple "hola", estando yo aún un poco desinhibido por las cervezas.

-Buenas noches- Me contestó ella con una voz suave y sensual.

-¿Hacia dónde vas con este calor?- Le pregunté yo.

Ella en ningún momento dejó de caminar hacia mí, haciendo resonar sus zapatos en la soledad de la noche.

-Hacia aquí justamente es donde vengo- Dijo ella y puso sus manos sobre mis hombros.

La miré fijamente, sin poder creer lo que estaba ocurriendo. Me devolvió la mirada y me besó. Antes que pudiera entender nada su lengua jugaba con la mía y nos acariciábamos por todas partes.

Mi cabeza daba vueltas y mi corazón latía con fuerza. Temía despertarme de ese sueño tan maravilloso. Me aferré con mis manos a sus nalgas firmes, como creyendo que podía escapárseme en cualquier momento. Una de sus manos se dirigió a mi entrepierna y acarició mi creciente paquete con suavidad. Yo hice lo mismo. Levanté su vestido y acaricié su cálido coño por sobre su ropa interior, una tanga negra con el dibujo de un corazón en el frente. En eso estuvimos un corto tiempo. Me dediqué a sentir su humedad a través de la tela y ella a estimular mi verga a través del pantalón.

La miré a los ojos. Ella me sonrió con una mezcla de excitación y picardía. Me tomó de la mano y me llevó con ella. Con la incomodad de una enorme erección, caminé a su lado 3 calles hasta llegar a un coche estacionado frente a un edificio de más de diez pisos. Ella lo abrió y nos metimos directamente en los asientos traseros.

Lo primero que hizo dentro del coche fue bajarse la parte superior del vestido dejándome ver unas tetas preciosas con unos pezones rosaditos que me lancé a chupar de inmediato. Comenzó a gemir mientras mi lengua y mis labios devoraban sus tetas. Se las apretaba con mis manos y las chupaba como si fueran la última bebida del desierto. Ella empezó a intentar desabrochar mi pantalón y yo me separé de sus tetas para ayudarla. Pronto estaba con el pantalón y el calzón bajos, y mi verga apuntando al techo del coche. Se quitó su tanga y la tiró a un costado para subirse sobre mí y besarme mientras su caliente coñito se frotaba contra mi pene.

En seguida volvió a mirarme a los ojos fijamente y se introdujo ella sola mi verga. Podía notar perfectamente la humedad, la calidez y la presión que su apretada vagina ejercía en mi pene durísimo. Empezó a montarme de a poco, subiendo el ritmo a medida que el tiempo pasaba. Apreté sus nalgas animándola a que lo haga tan rápido como quisiera. Hundí mi cara en sus tetas y disfruté del mejor sexo que había tenido en mucho tiempo. Sus gemidos eran ya fuertes, se escuchaban tanto como los golpes de sus nalgas contra mi cuerpo, una y otra vez. Entregado por completo a la pasión me movía yo también, haciendo que la penetración sea lo más profunda posible.

Mientras lo hacíamos así, pasé una de mis manos hacia atrás suyo y busqué con mis dedos su ano. Me volvió a sonreír en señal de asentimiento y le metí uno de mis dedos en ese culo cerradito. Lo dejé ahí dentro y sentí como ella se estremecía de placer por los estímulos en ambos orificios. No tardamos mucho en acabarnos. Ella contrajo su vagina y se entregó a un orgasmo que dejó mis piernas y el asiento empapados. En cuanto ella terminó lo hice yo. Mi verga palpitó con fuerza y expulsó varios chorros de semen adentro suyo. Quedamos abrazados, descansando de un polvo fantástico.

Ella se levantó, sacando mi pene de su interior y se sentó a mi lado para volver a ponerse su tanga y arreglarse el vestido. Yo me subí el calzón y los pantalones y estuve a punto de preguntarle su nombre cuando vi a alguien saliendo del edificio y dirigiéndose hacia el coche en el que estábamos. Ahí fue cuando ella me dijo que saliera rápido del coche y yo lo hice. El hombre que venía nos vio salir, se quedó quieto un par de segundos mirando fijamente la escena y luego una expresión de ira se dibujó en su rostro. Comenzaron los gritos entre ambos mientras yo, en silencio y con un poco de miedo, escuchaba todo. En ese momento, a través de la discusión, comprendí todo lo que ocurría. Entre insultos la mujer le recriminaba que el hombre le había sido infiel y que ella estaba al tanto de todo. Le confesó que esto era una venganza, quería que el hombre sienta el mismo dolor que sintió ella cuando vio a su marido con otra.

Entre gritos y amenazas la discusión continuó. El hombre no se fijó en mí más que unos segundos y no me dirigió la palabra. El haber sido descubierto y haber recibido de su propia medicina ya era suficiente como para preocuparse por un extraño que estaba ahí de casualidad. Nervioso y atento a todo, yo ni intenté moverme de donde estaba. Me mantuve estático incluso cuando la pelea terminó, el hombre se subió al coche y se fue. En el frente del edificio quedamos ella y yo. La miré y estaba muy agitada, con los ojos llorosos y respirando rápidamente.

Luego de unos minutos se calmó, me miró y me dijo que era mejor que me vaya. También dijo que iba a entrar a su apartamento en aquel edificio para recoger sus cosas e irse a la casa de una amiga. Entonces me miró fijamente, como ya había hecho varias veces esa madrugada, se quedó en silencio unos segundos, sonrió y me dijo:

– Me encantó cuando me metiste el dedo por atrás. Amo el sexo anal.

Me guiñó un ojo y se fue.

Aturdido por todo lo ocurrido, me fui a mi casa caminando y pensando, o quizá deseando, que con un poco de suerte, tal vez podría volver a verla. Entré a mi habitación y me acosté. Lo único que tenía en mi mente era su cuerpo, su calidez, su sonrisa y la imagen de su marido yéndose en ese auto que, sin duda, olía mucho a sexo.

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