Mi padre fue electricista y desde la adolescencia ejerció ese oficio, primero como aprendiz y luego como independiente. Yo hice lo mismo a su lado hasta que comprobé la necesidad de una base teórica donde asentar la valiosa experiencia que él me transmitía, pero insuficiente para proyectar debidamente una instalación.
Y para ello aproveché la oportunidad, que mi progenitor no había tenido, e ingresé a la universidad. Obtenido un título intermedio, la tecnicatura, volví plenamente al trabajo. Poco tiempo después papá, ya cansado, me dejó totalmente a cargo del taller, pues con la jubilación suya y la de mamá, solventaban bien sus necesidades. Así fue que con veinticuatro años estaba en buena posición, tenía título, experiencia, taller instalado y cartera de clientes.
Con esa preparación me animé a enfrentar trabajos de cierta envergadura y uno de ellos fue en la casa de un ingeniero; la había adquirido poco antes y como parte de la remodelación deseaba una instalación eléctrica nueva y apta para un consumo que triplicaba el anterior. Cuando le presenté el presupuesto me objetó la estimación de costo de los materiales, diciendo que ahí yo también ganaba pues los comercios hacen descuentos a los profesionales. Ante esa duda sobre sobre la honestidad de mi proceder le contesté que no le convenía contratarme y, tomando la carpeta que le había preparado, lo saludé y me fui. Prefería perder el día empleado en confeccionar el escrito antes que aceptar su desconfianza.
A los quince días me llamó.
– “Hola ingeniero”.
– “Hola Jerjes, podrás venir a casa?"
– “Seguro que no, ingeniero, con usted perdí dos días de trabajo y no quisiera repetir la experiencia”.
– “Es que quiero encargarte la tarea”.
– “Perfecto, con un mensajero le mando la carpeta que había preparado; dos modificaciones hay, va la lista de los materiales pero la compra no corre a mi cuenta y la mano de obra tiene un incremento del diez por ciento. Si le parece bien me avisa cuándo estima tener los materiales y acordamos el momento de comenzar”.
– “Bien, miro tus papeles y te llamo”.
Lo hizo al día siguiente, acordamos la fecha de comienzo y el modo de pago, que sería en tres partes, la última al término del trabajo. Comenzada la actividad las dos primeras entregas de dinero fueron hechas por su hija, una joven cercana a los veinte muy linda; con ella tuve solo el trato de recibir la plata y dar la factura correspondiente. Terminada la instalación fui a su casa a finalizar el trámite y cobrar lo restante; lamentablemente sucedió lo que temía, me dijo que en ese momento no tenía dinero.
– “No hay problema ingeniero, cuando pueda pagar me avisa, instalo el disyuntor y le entrego el plano junto a la factura”.
Al pasar dos meses sin recibir su llamada di por perdido ese dinero.
Un sábado más tarde, para cambiar la rutina, fui con dos amigos a una discoteca, y gran sorpresa fue encontrarme a la entrada con la hija del deudor, ambos nos reconocimos y saludamos con un simple «hola».
Ya en la barra pidiendo la bebida veo aproximarse a la niña que había saludado junto a otra joven.
– “Disculpame, no sé tu nombre, quiero presentarte una amiga”.
– “Es verdad, yo tampoco conozco el tuyo, me llamo Jerjes”.
– “Je. . .?”
– “Te lo deletreo, Jota, Empleo, Río, Jota, Empleo, Sol; Jerjes”.
– “Es raro”.
– “Sí, es poco común”.
– “De dónde lo sacaron”.
– “Del hijo de Darío y nieto de Ciro”.
– “Y a esos, quién los conoce”.
– “Ni vale la pena preocuparse, son dos vagos que en su momento fueron dueños de medio mundo”.
La mirada de ambas oscilaba entre la sorpresa y la incredulidad, cuando la hija de mi ex cliente retomó la charla.
– “Me llamo Claudia y ella es Sonia; te cuento que mi papá está enojado con vos pues se quemó toda la instalación que habías hecho”.
– “Quien lo diría, decile que me lo contaste y que me alegré muchísimo, aunque más me hubiera gustado que se incendiara toda la casa. Seguramente por unos pocos pesos buscó a otro que conectara la red al tablero y la hiciera funcionar. Eso les pasa a quienes ahorran trampeando, pues no terminó de pagarme el trabajo”.
No podía decirle que intencionalmente había dejado conexiones que provocaran un cortocircuito, cosa que pensaba arreglar luego de cobrar lo faltante.
– “Pero vamos a lo importante, Sonia, por qué una dama hermosa puede querer conocer a un tipo cualquiera como yo”.
– “Te diré la verdad, según lo que me contó Claudia sos un espécimen medio raro, al padre de ella primero lo plantaste, después le impusiste tus condiciones y ahora le mandás a decir que lamentás que no se le haya incendiado la casa. A mi amiga la viste tres veces y siempre serio, limitado exclusivamente al trámite realizar y saludando por protocolo, no intentaste agradarle y mucho menos levantarla, siendo que es muy atractiva. Eso, unido a que sos joven, es extraño”.
– “Yo también te voy a responder con la verdad, con inmensa suerte tengo muchos clientes, todos satisfechos por trabajo y precio, no necesito regatear ni implorar para conseguir ocupación, si alguien duda de mi honestidad prefiero no seguir, aún a costa de perder plata. Respecto de tu amiga tenés razón, es muy linda, espectacularmente deseable, social y económicamente muy por encima de mí, entonces apliqué el sabio dicho «No hay que pretender dar un paso más largo de lo que dan las piernas». Creo que eso no es ser raro sino realista”.
– “Y sos electricista?”
– “Sí, pero no entiendo la extrañeza que parece haber en tu pregunta?”.
– “Es que no lo parecés”.
– “Qué maravilla, todos los días aprendo algo nuevo, recién ahora me entero que los electricistas tenemos características particulares que nos distinguen del resto, identifican a los de ese oficio y se manifiestan en nuestra apariencia. Por favor, contame qué es lo que me diferencia del resto”.
– “En realidad nada, simplemente uno presupone cosas y las da por hechas. En este caso asumí encontrar a alguien poco agraciado, ordinariamente vestido, modales toscos y sin estudios”.
Después de esa presentación poco común salimos a bailar; yo manteniendo una cierta reserva, pues hacerse ilusiones sin base es tan fácil como funesto, y estaba decidido a no caer en esa trampa tan común. Sin embargo lo que se inició como un encuentro para satisfacer la curiosidad de conocer un espécimen raro, devino en noviazgo.
La relación tenía sus bemoles ya que la extracción social de ambos era notoriamente diversa y tanto ella con mi entorno, cuanto yo con el de ella, nos sentíamos como sapo de otro pozo. Habiendo buenas intenciones por ambas partes acordamos hacer avances lentos para tratar de ampliar el núcleo de amistades. Así fue como yo empecé a asistir a reuniones con sus viejas amistades y algo avanzamos con los naturales escollos pues en todas partes hay de todo.
Durante la semana nos veíamos algunas noches, ya que su trabajo de secretaria en una importante empresa y mi actividad laboral ocupaban buena parte de nuestro tiempo, y así, aunque no fuera con la frecuencia deseable, pasábamos muy lindos momentos donde la pasión estaba presente pero no tenía el papel protagónico, haciendo que el antes y el después también fueran disfrutados.
Dos meses después de iniciado el noviazgo me hizo saber que el electricista de la empresa se jubilaba y quizá me convendría presentar mi currículo; así lo hice, unos días después me llamaron para entrevista y una semana más tarde me comunicaron que el puesto era mío, empezando la tarea en seguida para orientarme junto al que dejaba el cargo.
En cuanto a las reuniones, estas eran más frecuentes con el grupo de ella que con el mío, y la razón era que yo había logrado una mejor adaptación, lo que redundaba en favorecer el ambiente propicio para pasar un buen rato. Como suele suceder hay quienes son la personificación del conocido dicho “el mejor negocio es comprar a un hombre por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale”.
Eso hacía que yo, el electricista, fuera frecuente blanco de bromas que, generalmente, me permitían poner en ridículo al gracioso pues en esos ambientes la mayoría puede vivir muy bien sin esfuerzo alguno y, cuando lo importante es pasarla bien, la preparación en cualquier campo es escasa. Lo que no puede fallar es la apariencia y estos eran maestros aparentadores.
En una de esas juntadas el dueño de casa era más o menos de mi edad, pero me sacaba una cabeza y el ancho de hombros superaba al mío, como mínimo veinte centímetros. Su envergadura y la abultada billetera que portaba lo habían trasformado en el amo del grupo, y así se conducía con todos incluida Sonia teniendo a veces familiaridades que no eran de mi agrado, cosa que mi novia sabía. Seguramente ella se lo contaría pues la relación, de por sí ríspida al no estar entre sus seguidores, se había enrarecido algo más, y eclosionó en esa oportunidad.
– “Vos sos el electricista que sale con Sonia?”
– “El mismo”.
– “Me parece que es demasiada mujer para vos”:
– “Seguramente, ella es una dama preciosa”.
– “O sea que estás preparado para tener cuernos, y de esa manera equilibrar la balanza”.
– “No, y espero que antes de hacerlo me avise, así acordamos nuestro futuro”.
– “No te va a avisar porque ya los tenés, mirá…”
En ese momento, mientras sacaba su celular para mostrarme algo, llegó mi novia.
– “Veo que ya se conocen, de qué hablaban?”
– “Él me conoce poco y yo, al revés, nada. Me estaba diciendo que sos demasiada mujer para mí, y que la manera de equilibrar las cargas es que me pongás los cuernos, cosa que, según él, ya has hecho. Cuando llegaste estaba por enseñarme algo en el teléfono”.
Con la cara congestionada por la furia se dirigió al grandote.
– “Vos sos un enfermo, cómo vas a decir eso!”
– “Bien que anoche gritabas de gusto cuando te llenaba el culo de leche”.
– “Realmente estoy frente a un hijo de puta, vamos querido”.
Tres pasos habíamos dado cuando sonó nuevamente la voz del galán.
– “Che electricista, decile que te muestre el culito, seguro que no se le cerró del todo”.
Lo suficientemente lejos del engreído musculitos aproveché para insistir sobre algo, que hasta entonces me había negado.
– “Las palabras de tu amigo me han renovado el deseo de disfrutar de lo que acunan tus nalgas”.
– “Ni loca, yo no hago eso”.
– “Una lástima, voy al baño y luego te alcanzo”.
Pensando que este episodio recién empezaba, hice unos pasos en la dirección indicada y me oculté en un recodo. Y fue tal cual, el galán dejado de lado renovó la apuesta, a pasos largos alcanzó a mi novia y tirando de su mano la llevó, casi a rastras, hasta el primer piso entrando en la primera habitación encontrada y cerrando la puerta.
Apoyado al lado del marco encendí un cigarrillo y recurrí al depósito de paciencia para escuchar el desarrollo de la reunión que tenía lugar puertas adentro. No hizo falta aguzar el oído para enterarme de lo que sucedía pues el encuentro tenía características de confrontación.
– “Escuchame bien putita ordinaria, la próxima vez que me insultés delante de otro te bajo los dientes”.
– “Vos sos el culpable, bien sabés que a mi novio lo amo aunque tu poronga me tenga loca”.
– “De todos modos me importa una mierda y ahora te voy a romper el orto, así, sin lubricación voy a taladrar ese agujero aunque llorés”.
Escuchar eso me dio bronca y pena, por lo que decidí hacer dos cosas, dejarla y arruinarle la distracción al amante; para ello abrí despacio, algún pequeño ruido fue disimulado por los ayes de la sodomizada y echando humo toqué con los nudillos la puerta, ante lo cual se dieron vuelta.
– “Querida, lejos de mí querer arruinarte el placer, pero tu activa participación contribuyendo a que este neanderthal oligofrénico te reviente los agujeros, nos está dejando mal a ambos, vos mostrando ser una flor de puta y yo un cornudo. Como no pienso consentirlo se acabó nuestra relación, te sugiero que en el futuro hagás mejores elecciones, esta basura no te merece”.
– “Cómo me dijiste enclenque de mierda?”
– “Perdón, me olvidé tu insalvable dificultad para entender cualquier palabra que tenga más de tres sílabas”.
– “No me vengás con pelotudeces que además de cornudo vas a quedar todo roto”.
– “Dada la diferencia de físico es muy posible que así sea, pero por más que me des una paliza vos no vas a mejorar, seguirás siendo un imbécil”.
– “Me alegro que lo tomés con tranquilidad, vas a necesitar tiempo y paciencia para recuperarte, pero a los cuernos no te los sacás”.
Y éste no se salió de la regla de los grandotes, se me vino al humo como chancho a las batatas. Agradecí a la suerte haberme preparado mentalmente para ese evento, esquivé la atropellada y lancé el puño a la cara; el grito que soltó no se condecía con un simple puñetazo pero era totalmente justificado, pues mi previsión había sido totalmente efectiva.
La mano que había impactado debajo del ojo derecho iba agarrando firmemente el llavero y, por entre los dedos del puño cerrado, sobresalía una llave de paleta que entró de plano rompiendo el hueso de la mejilla, pero antes de sacarla gire la mano noventa grados poniéndola vertical. El resultado, ciertamente doloroso, fue que salió llevando consigo astillas del hueso, fragmentos de carne y piel de la cara. En resumen fue una pelea victoriosa, corta y sin tener que lamentar daños propios.
Así terminó un noviazgo de cinco meses dejándome dos cosas, el dolor por la manera en que había finalizado, y la satisfacción de un buen trabajo estable que me daba tiempo para mantener la vieja clientela. Por supuesto, como no habíamos hecho pública la unión en la empresa, fue fácil seguir ignorándonos. Según mi deseo una duración corta pero no irrazonable, Sonia era una hermosa hembra perseguida por una perseverante jauría y era sabido que alguno iba a tener éxito en la tarea.
Una mañana, me manda a llamar el gerente departamental de quien Sonia era secretaria. El objeto era consultarme sobre un problema que tenía en su casa, edificio de cierta antigüedad, heredado por su mujer, que tenía algunas paredes con notable humedad y temía que eso afectara la instalación eléctrica, con el peligro que ello representa. Quedamos en que primero iría a ver el estado y luego le daría mi opinión.
Fui en la oportunidad acordada siendo atendido por la esposa, una señora joven, agraciada y, por la cortedad con que se desenvolvía, me dio la sensación de una dama algo retraída o tímida. Mientras duró la revisación se mantuvo cerca y muy seria, algo razonable, pues al no conocerme conviene ser precavido; después de medir y anotar los resultados di por terminada la visita; la despedida fue ciertamente fría, al no estirar ella la mano yo tampoco lo hice y el saludo consistió en una simple inclinación de cabeza.
Como el cambio de toda la instalación era una tarea de envergadura, sin urgencia, condicionada a la compra de materiales según plata disponible y mis horarios a ser coordinados con el resto de los compromisos, la conclusión se fue dilatando en el tiempo. Eso hizo que mi trato con la dueña de casa fuera haciéndose más cordial y cercano, amén de placentero pues ella era muy atenta y, en los razonables descansos, me acompañaba tomando algo.
Así fue como me enteré que llevaba casada diez años, habiéndolo hecho a los veinte, que no tenían hijos pues el marido todavía no quería ataduras, y que pasaba mucho tiempo sola pues sus amigas tenían gran parte de su tiempo ocupado entre trabajo y prole. La distracción semanal era alguna salida a la noche viernes o sábados con el marido y sus amigos, o con las amigas en reunión de mujeres solas.
Por mi parte le conté que estaba solo luego de un noviazgo de corta duración, y que mi pasatiempo era la lectura y alguna salida los fines de semana a un discoteca muy agradable cuyo dueño, cliente mío, nos atendía con suma cordialidad. Cuando me preguntó el nombre del local, pues alguna vez habían pensado en esa distracción después de cenar le contesté que se llamaba Inti, aludiendo al sol inca.
En la cuarta o quinta semana de trabajo un día que fui se presentó muy caluroso, temperatura que me causó una gran alegría, pues Ester lucía un vestido liviano, suelto, con un pronunciado escote y sostenido en los hombros por dos tiras. Ese aspecto me alteró la cabeza, el corazón y el miembro, los tres concentrados en la figura de esa mujercita.
Estaba en medio de una lucha desigual entre la fuerza del instinto y la debilidad de mi deber cuando se acercó.
– “Serás tan amable de ayudarme en algo que nada tiene que ver con tu trabajo?”
– “Encantado señora”.
– “Por favor, no me tratés de usted, mi nombre es Ester, necesito colgar esta soga para secar ropa y no me doy maña”.
– “Perfecto, cuando termine de anudarla al gancho, mantenela estirada para que no se salga y así pueda pasarla por el otro”.
Puse la escalera y al darme vuelta para tomar la soga que ella me alcanzaba me doy con un panorama ciertamente turbador. Atrás de la mano extendida había un escote bastante separado del pecho y, en el hueco una teta mediana, firme, con el pezón erguido, que por supuesto atrajo mi vista, me dificultó el tragar saliva e hizo temblar mis dedos que trataban de tomar la cuerda.
Esos efectos eran más o menos disimulables, lo que resultó inocultable fue el bulto surgido en mi entrepierna, que traté de ocultar precipitadamente girando un poco el cuerpo, aunque creo que ella algo notó pues cuando agarré la punta que me alcazaba mostró rubor en la cara y dándose vuelta caminó rápido hacia la cocina. Ante eso la seguí.
– “Ester, te pido disculpas, no quise incomodarte, pero te garanto que sin buscarlo se presentó ante mis ojos algo precioso y tremendamente atractivo, que superó holgadamente mi fuerza de voluntad para vencer la tentación de admirar esa belleza”.
– “No me molestaste, simplemente sentí mucha vergüenza”.
– “Es comprensible por el natural pudor femenino, pero debieras estar contenta de tener esas redondeces hermosas, capaces de alterar a cualquier hombre”.
En eso sonó una llamada entrante al celular que se apresuró en atender.
– “Es Julio, dice que guardes todas tus cosas, viene para acá a ver rápidamente como va el avance del trabajo y luego te lleva a la empresa porque no le funciona el aire acondicionado”.
Acomodé todo y luego de guardar las herramientas me jugué esperando no desencadenar una catástrofe.
– “Ester, si el clima lo permite, será posible que mañana tengas la misma vestimenta que hoy?”
– “No sé, lo voy a pensar”.
Y se fue dejándome solo, volviendo al rato; se había cambiado y vestía pantalón con una camisa abotonada cerca del cuello. Buena seña, pensé, ese vestido hermosamente sugerente era solo para mí.
El desperfecto que lo dejó sin aire acondicionado al marido de Ester era pequeño pero de acceso costoso, así que me demoré un poco. En ese lapso entró un empleado viejo que evidenció tener amistad con el ocupante de la oficina; como yo estaba detrás de la biblioteca no me vio y soltó la pregunta pensando que estaban solos.
– “Ya le diste su ración de leche a la putita de tu secretaria?”
Al no haber respuesta y cambio de tema, presumo que el interrogado debe haber contestado con alguna seña. Yo, sin darme por enterado, salí al terminar la reparación y, saludando, me retiré. Sin querer me había enterado de algo curioso, aunque no me rozaba pues mi noviazgo había concluido cuatro meses atrás.
Al día siguiente volví temprano a la casa de Ester pues la tarea de la jornada anterior había quedado por la mitad; me abrió la puerta el doctor, saludé y seguí hacia las dependencias de servicio pues tenía que terminar esa parte; en el trayecto me crucé con la esposa, nos saludamos respetuosamente y pude apreciar unas hermosas nalgas enfundadas en el jean que vestía, aunque fuera algo holgado.
Con el dueño de casa intercambiamos algunas palabras sobre el avance del trabajo y en seguida se fue. Habría pasado una hora cuando se acercó Ester, se había cambiado y tenía el mismo vestido de ayer, ofreciéndome tomar un café en la cocina junto con ella. Ninguno aludió a la vestimenta, evidentemente ella por pudor y yo respetando su actitud; no había razón para quemar etapas. Disfruté bebida y compañía, tratando de no ser pesado con la mirada sobre ese cuerpo, a todas luces, delicioso. Al levantarse para dejar las tazas recién usadas mi vista se clavó en ella.
– “Jerjes, qué estás mirando?”
– “Por favor, no te muevas, ahora te muestro, podrías separar un poco los pies?”
Y le saqué una fotografía donde se destacaba la silueta, recortada sobre la luz que entraba por la puerta, dando lugar a un espectáculo maravilloso; la leve separación que le había pedido permitía ver la unión de las piernas con el agregado que el vestido, al ser claro, dejaba percibir nítidamente la bombachita la cual era de un color algo más oscuro. Al mirar mi celular se llevó la mano tapando la boca abierta.
– “Dios mío, qué vergüenza”.
– “Yo lo veo de otra manera, no es una vergüenza ser hermosa, tampoco que de casualidad hayas pasado a contraluz y menos aún que yo conserve el buen gusto de deleitarme ante tu atractiva figura”.
– “Tendrías que borrar eso”.
– “Por supuesto voy a hacer lo que me digas, igual te lo pido, me dejarías conservarla un tiempo?”.
– “Y si alguien la ve y encima se entera que vos la sacaste, qué hago”.
– “Te prometo que nadie se la voy a mostrar, más aún, la voy a sacar del teléfono por si me lo robaran”.
– “Igual no me quedo tranquila, mirá si al salir alguien te lo saca de un manotazo. Tampoco quiero negarte que la conserves un tiempo así que te propongo una solución de compromiso, borrá esa y te dejo tomar otra donde no se me vea la cara”.
– “Es una solución maravillosa, para darle pleno sabor a la foto solo tendré que ejercitarme en ponerle tu cara, pues la gestualidad facial agrega muchísimo sentido a la simple imagen de una parte del cuerpo. Podríamos hacer varias para luego elegir”.
– “En eso no estoy tan segura”.
– “No alcanzo a percibir cuál es tu duda”.
– “No voy a negar que me agrada resultar atractiva, pero también me da miedo”.
– “No entiendo por qué el temor”.
– “Me da miedo el futuro, cuando algo que viste te gustó querrás ver cada vez más y, después de ver todo, intentarás renovar la visión cambiando los enfoques, pero ese no es el final, sino que por último desearás poseer lo que tus ojos observaron”.
– “Tenés razón, pero nunca te forzaría”.
– “Ahí está el problema. Así como vos obtendrás placer mirando, yo disfrutaré mostrándome y viendo el efecto que produce mi exhibición, y por ese camino iré avanzando hasta que llegue el deseo de ser poseída. Después de eso no quiero ni pensar en las consecuencias”.
– “Acepto tu postura, hagamos nada más que esa foto, y para que de ninguna manera se te pueda identificar tendría que ser de la cintura para abajo”.
– “Madre mía, creo que sola metí la cabeza en la boca del león”.
– “Te ruego, no tomes esto como una obligación a cumplir siendo que no estás convencida”.
– “Ese es mi drama, sé que no debo, es palpable que no me conviene, pero quiero hacerlo”.
– “Entonces aprovecho que tengo viento a favor”.
– “Confío en tu equilibrio, aunque lo veo algo frágil”
– “Y yo trataré de no traicionar tu confianza; por lo pronto hay que elegir un lugar apropiado para que nada permita identificar el lugar; podrías sentarte en el piso, sobre una tela algo oscura apoyando la espalda en esa pared clara. Ahora va la primera foto que es para buscar alguna imperfección del entorno, por si acaso tomate las piernas con los brazos y apoyá tu cara detrás de las rodillas para que no se vea; después la borramos”.
La hicimos bien, nada había que permitiera atisbar dónde había sido tomada. Sin embargo la protagonista no estuvo conforme.
– “Hacela desaparecer, fíjate en el pequeño espacio entre los tobillos, se me ve todo”.
– “Apenas se distingue algo blanco, y eso tiene de positivo que hace trabajar la imaginación sobre lo que hay detrás. Luego que hagamos todas te dejo libre para que borrés según tu gusto”.
– “No me digás esas cosas que me ponen peor, ya que aumentan al unísono excitación y miedo”.
– “Ahora girá el torso para que quede perpendicular a la pared, la cabeza baja como mirando al zócalo y la rodilla izquierda levantada, mostrando muslo y nacimiento de la nalga”.
Hice tres tomas mirando ese costado y me moví para enfocarla de frente, muy cerca, para que cabeza y cuello quedaran fuera del cuadro y, sin decir nada, tomé su rodilla y la hice abrirse más.
– “Así está mejor”.
Tres tomas más, hechas casi a ras del piso, fueron material suficiente.
– “Vamos a sentarnos así las vemos juntos”.
La ayudé a levantarse pero como si obedeciera a un mecanismo automático, pues todos mis sentidos, mi atención y mi mente estaban pendientes de ese triángulo de tela blanca que se distinguía entre los muslos. Y fuimos al sillón ubicándonos pegados para ver las imágenes, yo con los antebrazos apoyados en los muslos femeninos para evitar que movimientos involuntarios de las manos dificultaran la visión. Ante la primera ya se llevó la mano a la boca en señal de asombro.
– “¡Madre mía!, todo lo que se me ve”.
– “Solo una pierna y gran parte de la nalga”.
– “Menos mal que cara y cuello quedan ocultos.”
La excitación que me dominaba era tal que, con la mente y la voluntad anuladas, tiré a la basura escrúpulos, barreras y cadenas que ponían freno al cumplimiento de mis deseos. La siguiente toma centrada en la conchita, oculta tras la tela pero con la hendidura entre los labios perfectamente visible, la hizo sacarme el teléfono que yo sostenía para acercarlo a sus ojos, cosa que aproveché para que mi mano libre quedara con la palma hacia abajo a milímetros de su vulva mientras pasaba el brazo por detrás de sus hombros aunque apoyado en el respaldo del sillón. En esta oportunidad no me preocupé por disimular la dolorosa y visible erección de mi miembro, que ella percibió, primero de reojo y luego mirando fijamente; lo positivo fue que esta vez no escapó como en la anterior.
– “¡Santo cielo! Cómo puede ser que me preste a esto?
No le respondí sino que mi palma se movió para descansar sobre la mullida unión de los muslos, mientras el brazo pasó a estar sobre los hombros con la mano colgando sobre la tetita que exhibía un erecto pezón, y ahí sí le susurré al oído.
– “Abrí preciosa”.
Con voz lastimera me pidió que no le hiciera hacer eso, pero separó al máximo las rodillas, y ahí aproveché para bajar los breteles y subir el ruedo de modo que el vestido formara un rollo en la cintura, dejando tetas al aire y una biquini escueta de color naranja. Mientras ella seguía con la letanía <No, no, no>, mi boca se ocupaba de los duros pezones y el dedo mayor diestro recorría el canal entre los labios vulvares.
En muy poco tiempo el «No, no, no» suave dio paso a la misma negación, pero en forma de grito expresando un orgasmo de grandes proporciones. La laxitud siguiente, que suponía cierta indefensión, la aproveché para hacer que se diera vuelta, apoyara las rodillas en el piso y el pecho en el asiento; con una mano le abrí las nalgas y con la otra puse el glande en el ingreso a la vagina.
– “Ahora vos tenés el mando”.
– “No mi vida, eso no, después será imposible parar y me podés preñar”.
Mi respuesta fue llevar mis manos por los costados para agarrar las tetas que libres colgaban, acariciar esos apetitosos globos y luego tomar cada pezón entre índice y pulgar para, tirándolos hacia mí, inducir el movimiento de retroceso que culminaría cuando la cabeza de mi pija llegara al fondo de su conducto.
– “No puedo creer lo que estoy haciendo, moviendo el culo como puta que quiere ser clavada, gozando como una burra arrecha; ¡dame fuerte chiquito, haceme berrear de gusto, cogete a esta yegua alzada!”
El ingreso fue suave y ajustado pero con un deslizamiento sin pausa gracias a la abundante lubricación; llegado al fondo seguí con retrocesos cortos y lentos alternados con empujes veloces y fuertes.
– “Es una coreografía divina el movimiento de tu pija acompañado por el chasquido de mis nalgas, ahora quietito que te exprimo mientras me corro, ¡llename de leche mi cielo!”
Después de ese maravilloso episodio colmando un sueño, por una semana no pude volver a la casa pues faltaba material, que llegaría en unos días. Desde ya que más de una noche me dormí después de una furiosa paja, pensando en ella y rogando poder repetirlo aunque lo veía difícil. El viernes a media tarde recibí una llamada suya.
– “Hola Ester, qué gusto escucharte”.
– “Esta noche, después de cenar vamos a Inti”.
– “Qué bueno, me encantará verte ahí”.
– “Entonces hasta más tarde”.
Al entrar a la discoteca lo primero que hice fue buscarlas a pesar del reproche de mi conciencia, ella era mujer ajena aunque hubiera mutua atracción y el marido la engañara. A eso había que agregarle que, en el poco tiempo de trabajo en su casa había empezado a sentir un aprecio desusado que podría desembocar en enamoramiento.
El hecho de que junto a sus amigas ingresara después que nosotros y nos encontráramos fortuitamente fue en cierto modo un alivio, pues me permitía disimular el deseo apremiante de verla, cosa que hubiera quedado patente si yo la buscaba.
– “Hola Ester”.
– “Hola Jerjes, te presento a Marta, pues a Miriam ya la conocés, ambas son mis amigas”.
– “Hola Marta, un gusto; hola Miriam, estoy seguro de conocerte, pero no asocio tu cara a un lugar”.
– “Vos sos electricista de la empresa donde trabajo”.
– “Ahora sí, ocurre que ahí hay muchas personas y como generalmente llego, hago mi trabajo y en seguida me voy, con la gran mayoría solo tengo el saludo protocolar”.
Después de presentar a mis compañeros estuvimos un rato charlando hasta que la invité a Ester a bailar, cosa que aceptó; eran piezas lentas y como el volumen de la música lo permitía conversamos sin necesidad de gritar.
– “Marta está caliente con vos”.
– “No estarás exagerando?”
– “No, porque me lo dijo directamente”.
– “Yo preferiría que sea otra la que esté caliente conmigo”.
– “De quién hablás”.
– “De vos”.
– “Pero sabés que estoy casada”.
– “Lo sé, y lamento la presencia de ese gran obstáculo”.
– “Lo que son las cosas de la vida vos, que no le debés fidelidad a nadie, lo ves como una barrera y sin embargo para mi marido no es un impedimento, hace más de un año que se revuelca con su secretaria. Seguro que algo habrás escuchado”.
– “Escuchar prestando atención no, porque chismes circulan diez por segundo y nadie se salva. Sí me resulta llamativa la noticia, pues la secretaria de tu marido fue la novia que me duró cinco meses y terminamos hace cuatro, lo que significa que mientras estábamos juntos mantenía la relación con tu esposo. Cuando te enteraste?”
– “En la cena de hace un rato; ayer tu ex novia, ignorante de la amistad que tengo con Miriam, lo contó en una charla de café diciendo «Hace un año que lo tengo comiendo de la mano, si necesito algo lo consigo con solo levantarme la pollera y mostrarle la tanga, él sabe que después podrá sumergirse ahí todo lo que quiera, si me da en el gusto»”.
– “Sin pensar nos desviamos del tema y mi preferencia quedó sin respuesta”.
– “Después te contesto, ahora no”.
Evidentemente no era el momento; siendo que la contestación iba a condicionar el futuro, convenía darle tiempo para que madurara y saliera espontáneamente, así que me concentré en el baile y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo pegamos los cuerpos, por lo cual mi aceptación de la espera se la dije con mis labios pegados a la oreja.
– “Por supuesto preciosa, cuando te sientas cómoda”.
Y le di un suave beso en la sien mientras seguíamos la melodía, pero ahora ella con su mejilla en mi pecho y yo con la mía sobre su cabeza. Terminada la música no nos soltamos, ella simplemente levantó la vista para mirarme a los ojos con una expresión tierna.
– “Sí querido, estoy caliente, pero ese estado del cuerpo es consecuencia de que te amo”.
Impactado por esa afirmación, después de acariciarle la mejilla, sin pronunciar palabra caminamos de la mano hasta la barra y a uno de los empleados, que me conocía, le pedí la llave de la pieza donde están los tableros, cuyo único mobiliario son una mesa pequeña y una silla. Ya adentro, apoyado de espaldas en la puerta la tomé en mis brazos.
– “Yo también mi cielo, ardo porque mi corazón levanta la temperatura del cuerpo”.
Y mis labios cubrieron los suyos mientras le bajaba los breteles para que los pechos quedaran libres dando trabajo a mis manos que los abarcaron, moviéndolos de abajo hacia arriba, pinzando los pezones entre los dedos al ritmo de sus quejidos placenteros. Mientras, ella no se había quedado quieta, pues se había apoderado de mi verga y la recorría con ambas manos. Cuando separó sus labios de los míos fue para decirme.
– “No sé cuál es el sabor de la barra que me llenó hace una semana, así que lo voy a probar ahora antes que se mezcle con el mío”.
Si no me corrí apenas empezó la lamida y succión fue de puro milagro.
– “Tesoro, te ruego, dejá que ahora pruebe el gusto de tus jugos y así bajo el nivel de excitación”.
– “Sí querido, sí, comé mi almeja y poneme a punto, yo te aviso para que entrés de un solo golpe y nos corramos juntos, pero no me saqués la tanga, quiero llevarme tu leche a casa y dormir con ella adentro”.
Para eso lo más apropiado era servirme de la mesa, donde la hice sentarse en el borde luego acostarse para dedicarme a paladear ese sabor delicioso solo pasando la lengua y tragando, porque ella, con sus manos, movía mi cabeza marcando el recorrido hasta que escuché «Ahora», era el momento de incorporarme, llevar el miembro al ingreso de su conchita y parar.
– “Dame tu lengua mi cielo, la entrada y corrida quiero hacerlas con nuestras bocas unidas”.
Fueron dos orgasmos al unísono, mi pija palpitando en cada escupida y ella exprimiendo para que nada quedara en el camino. Al regresar a la mesa las amigas nos recibieron con un «¿Todo bien?» recibiendo nuestra respuesta afirmativa. Con un poco más de luz encontré la razón de la pregunta, la cara de Ester, y seguramente la mía, mostraban el desgaste propio del esfuerzo realizado.
Pasé una semana sin verla pues el trabajo en su casa se había discontinuando pero vino en mi ayuda una costumbre del dueño y gerente general de la empresa que solía hacer cada tanto, un almuerzo en su casa de fin de semana para cierto número de empleados, y esa vez había sido favorecido. Reunión muy agradable donde lo que sobraba era bebida y comida. Desde lejos miraba a Ester, que estaba con su marido, tratando de no ser evidente en mi embeleso, mientras alternaba con mis compañeros de mesa. En un momento se acercó el anfitrión para ver cómo lo estábamos pasando y al verme relacionó mi oficio con un tema pendiente.
– “Jerjes, ahora que me acuerdo, te cuento que cuando enciendo todos los reflectores del jardín se corta la luz y debo apagarlos para levantar la llave y que regrese la energía”.
– “Seguramente es una sobrecarga doctor, en seguida doy una mirada rápida y luego le contesto”.
Y al rato lo hice, entré a la casa por la puerta que da al jardín para ver el tablero y después salí por la de la cocina que daba a un costado buscando el tendido exterior que suministraba la corriente. Terminado eso, regresaba hacia la mesa cuando veo a Ester salir por donde yo había ingresado y venía a mi encuentro.
– “¡Qué te habías hecho! ¿De dónde venís?”
Lo inesperado de la interrogación me sorprendió y, cuando reaccioné, la miré seriamente.
– “Esa pregunta no me gusta, y mucho menos la manera de hacerla”.
Al tomar conciencia de su actitud bajó la cabeza y, tapándose la cara con las manos se sentó en el banco cercano
– “Perdón, perdón, sé que conmigo no tenés compromiso ni obligación, pero te amo y por eso obré así. Hace unos minutos te vi entrar a la casa justo cuando una señora me llamó dándome charla, al lograr soltarme y mirar nuevamente veo entrar a tu ex novia, pasando los minutos me temí lo peor y fui, al llegar al baño escuché voces y sonidos de dos que estaban en el apogeo de una cogida, te imaginás el dolor que sentí pensando que eras vos y entonces, al borde del llanto, salí encontrándote”.
– “Por favor, seguime”.
Y la llevé al lado de la puerta lateral, debajo de un ventiluz que correspondía al baño y estaba abierto; eso nos permitía escuchar con cierta nitidez las voces de quienes estaban adentro.
– “Quiénes son?”
– “Con certeza no lo sé, supongo que serán tu marido y su secretaria”.
– “Hijo de puta, hasta ahora disimulaba un poco, se ve que la calentura es superior a cualquier escrúpulo, y tengo que aguatarlo, porque si me separo tendré que darle una casa, cosa que no merece”.
– “Vos sabés que en toda negociación es distinto el resultado según tu posición sea de poder o debilidad”.
– “Sin duda”.
– “Cómo te llevás con la dueña de casa”.
– “Bien, somos amigas aunque no íntimas”.
– “Entonces llamala pidiéndole que venga y te acompañe en el momento en que salgan, no pueden demorarse demasiado. Por otro lado también hay que tener en cuenta el valor del testigo, distinto es el electricista de la empresa que la esposa del gerente general. Esa será una carta a tu favor cuando tengas que negociar un divorcio”.
Y así fue; mayúscula sorpresa se llevó el galán cogedor cuando abrió la puerta y escuchó la voz de su esposa diciendo.
– “Julio, quiero el divorcio”.
El escenario preparado tuvo su efecto; la separación se produjo sin mayores dificultades y, ante la presión de perder el trabajo prefirió pasar a una sucursal.
Transcurridos dos meses, que nos tomamos para reflexionar sobre el lazo que nos unía, decidimos vivir juntos en la casa de ella con la certeza del mutuo amor. Y así fue que una tarde, al regresar del trabajo y recibirme con el consabido amoroso beso, me dijo.
– “Hola mi amor, necesito que hablemos”.
– “Introducción preocupante”.
– “No es algo malo, pero sí importante y trascedente”.
– “Primero me voy a sentar antes de seguir escuchando”.
– “Estoy embazada de unos tres meses, hace un rato volví del médico, no quise decirte algo antes de confirmarlo fehacientemente”.
– “Tres meses, y vos pensás que esa criatura es mía”.
– “Muy probablemente”.
– “Y qué querés hacer”.
– “Quiero ser madre”.
El diálogo fue en el sillón, uno al lado del otro, con caras y tono de voz acorde a la seriedad del asunto.
– “Y tu amor hacia mí ha cambiado en algo?”
– “En nada, y por eso no soy tajante en adjudicarte la paternidad, te amo demasiado como para arriesgarme a decir algo que después resulte mentira. Podría ser de mi ex en la última relación que tuve con él, que fue días antes del viernes cuando estuve con vos en la discoteca. Desde esa noche, en que me enteré de su aventura, ni siquiera le permití darme un beso en la mejilla”.
– “Bien, ahora te vas a sacar el vestido quedándote en corpiño y bombacha, y sentándote de costado en mi falda”.
Viendo mis facciones inexpresivas y un tono de voz que no admitía réplica, hizo lo que le pedí, pero mirándome como quien no entiende el pedido.
– “Naturalmente podés oponerte, pero en este momento lo que deseo es besarte, hacer que nuestras lenguas realicen la danza del sabor, mientras mi mano acaricia esa pancita preciosa, y así hacerle saber a la criatura que su padre está enajenado de contento viéndola crecer”.
Terminé de hablar y se abrieron las compuertas, el llanto bajaba en torrente por sus mejillas y los sollozos acompañaban las lágrimas mientras, aferrada a mi cuello, sepultaba su cara en el hueco del hombro. Pasado un ratito se normalizó y pudo hablar.
– “Qué tonta fui al tener algún temor respecto de tu reacción. Si fuera posible, ahora te amaría más que antes. Mi cielo, es el momento de que trabajen las bocas”.