De Barcelona a Atenas de Crucero nos fuimos,
en biblioteca, piscina y salón de baile comparecimos.
En las veladas en cubierta observando el cielo estrellado,
estás muy hermosa con ese pareo y el pelo mojado.
Le echaste el ojo a una azafata mulata,
de sus pechos, cachas y muslos te empeñaste en hacer una cata.
Sus grandes ojos negros y sus labios carnosos te humedecen el higo,
le guiñas un ojo dándole a entender que quieres montar un trío conmigo.
De madrugada no hay nadie en la popa,
quedamos sobre las dos, por esa zona, para darle estopa.
Marga, la azafata, nos llega con un bikini blanco,
Sonia, mi mujer, la recibe con un piquito y abrazándola por un flanco.
Mientras de pie, Sonia, la magrea y le da un beso sincero,
yo me siento en el suelo y a Marga le lamo el trasero.
Le succiono bien la almeja color café con labios rosados,
y tres piercings en forma de aro en su clítoris y raja, bien adosados.
Sonia le trabaja orejas, cuello, pezones y ombligo,
yo me centro en pantorrillas, muslos, ojete y almeja; sus caldos mendigo.
Ya le llega la flojera, el cuerpo se le estremece, le tiembla,
apoya sus cachas sobre mi cara y de caldos viscosos la siembra.
Me recuesto sobre una hamaca y la invito a montarme,
Marga se coloca sobre mí, mirando hacia Sonia y comienza a follarme.
Mi esposa no pierde un segundo en lamer almeja y chorizo,
chupetea y succiona con furia, parece estar bajo un hechizo.
Me corro, zumbando fuerte el chumino de Marga,
llenando sus entrañas de una buena descarga.
Me desacoplo y al poco, va saliendo mi lechada,
aquel bollo de chocolate regado de nata, mi mujer se lo zampa y queda encantada.
En aquella semana de Crucero Marga, Sonia y un servidor,
repetimos la historia, en muchos lugares, hasta en un vestidor.
Nos hicimos tan íntimos que un día ya en tierra,
Marga nos presentó a su mulato, que a mi esposa puso muy perra.