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La psiquiatra: La escalera del descenso (1 de 8)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

La doctora Mónica Ricaldi tenía delante de si al que sería el último paciente de su vida, al menos al último que le prestaría atención profesional; sin embargo en ese instante ni en sus mas locos sueños habría podido imaginar lo que le iba a suceder en el futuro cercano.

Aquel día recibía por primera vez a Miguel Ceres en su elegante consultorio de la exclusiva torre de especialidades Capricon, fruto del esfuerzo de construir durante años una prestigiosa carrera en la psiquiatría. El chico rondaba los 19 años y estaba allí sentado de manera enjuta mirando al escritorio que separaba a ambos. Normalmente no veía a aquel tipo de casos en su consulta del día a día, en parte porque sus honorarios eran bastante elevados y en parte porque colindaban con actuaciones cercanas con la policía y era algo que ella prefería evitar.

Por comodidad los días se le iban en pacientes depresivos, ansiosos, bulímicos y sus opuestos. Tan rutinaria era su consulta que cuando su colega, el doctor Max le propuso ver a Miguel Ceres como un caso especial y la puso en antecedentes, despertó en ella su curiosidad. Ella se limitaría a examinarlo por 3 sesiones y dar un veredicto sobre si el muchacho representaba un peligro para otras personas, su caso era tan particular que analizarlo podría llevarla a tener un avanza significativo en su carrera profesional. Así que sin pensárselo mucho aceptó fascinada a hacerlo pro-bono. Aquellos casos eran los que la habían llevado a estudiar psiquiatría.

Mirándolo bien, fuera de su posición enjuta y su delgadez que no parecía del todo sana; Miguel era un chico guapo, un poco mas alto que la doctora que medía sus buenos 1,74 metros. Tenía una cabellera castaña desordenada y unos ojos almendrados muy grandes rodeados por sendas ojeras.

“Bienvenido Miguel, soy Mónica y seré tu doctora; puedes hablarme de “tú” si así lo deseas”. Miguel le devolvió una rápida mirada y volvió a bajar la vista murmurando un tímido “Gracias” y como nada mas sucedió, la doctora Mónica comenzó con la consulta. Notó que ahora tenía un ligero temblor en la mano.

“Miguel, quiero que te relajes y me digas si sabes porqué estás aquí”. Miguel no respondió pero volvió a echarle otro vistazo a la doctora, esta vez se detuvo una fracción de tiempo mas en mirar su rostro y quizá dos fracciones mas en el escote de su blusa negra en el cual se adivinaban un par de pechos generosos. La doctora Mónica no estaba segura si de verdad había mirado su escote por un segundo y por reflejo se cerró mas la bata blanca que llevaba puesta.

De pronto Miguel sacó una caja de golosinas y de ellas sacó una especie de panqué de chocolate.

—¿Qué comes? —Le preguntó la doctora Mónica.

—¿Esto?, son unos chocolates que me dio el doctor Max para que me entretuviera el hambre si me ponía nervioso. ¿Quiere uno? —y le deslizó por la mesa y sin hacer contacto visual la cajita de chocolates.

Aquél era un truco del doctor Max para hacer hablar a sus pacientes. La doctora Mónica dudó si tomar uno, normalmente no le gustaba comer entre comidas y tendría que lavarse de nuevo los dientes, cosa que no apetecía; al final aceptó dándole una pequeñísima mordida.

Aquello tenía la forma y consistencia de un chocolate de trufa pero el sabor picante del cúrcuma y a la vez que se mezclaba con un raro sabor maracuyá. Picante, dulce y frutal a la vez; sintió que le dejó un sabor caliente en la boca y que su aliento se cubría de cúrcuma. Estuvo a punto de escupirlo pero para ganarse a su paciente.

Entonces Miguel sacó una Cherry Coke del bolsillo de su hoodie y se dispuso a beberla como si se le fuera la vida en ello. A la doctora Mónica comenzaba a preocuparle el asunto y sin embargo se percató que Miguel se comenzaba a relajar y ello le dio pie a iniciar la consulta.

Conforme la doctora Mónica comenzaba con las preguntas Miguel iba distendiendo en el asiento y comenzaba a sonreír, comenzó a mirarla directamente y cada pregunta respondía con mas confianza. Fue entonces que ella se dispuso entrar en materia.

—Dime Miguel, ¿Sabes porqué estás aquí? —le soltó de pronto.

—Es por lo de mi mamá y mi hermana ¿no? —respondió como no queriendo la cosa.

—Es imprescindible saber lo que las llevó a ese estado, ¿cómo podríamos llamarlo?…

—Locas… —respondió el impávido.

—Bueno, locura no es un término que se use en la medicina moderna y no me refiero a eso. Sino a toda la situación, tienes que comprender que es una situación muy delicada y todo indica que tu eres el responsable.

—¿Yo?, pero si yo solo soy el hijo de la casa ¿Qué podría haber tenido que ver en todo eso?

—Miguel, si quieres que te ayude y de verdad que necesitas a alguien que te apoye en esto; tienes que decirme la verdad y sin rodeos.

Miguel esbozó una leve sonrisa y la miró de una forma un tanto rara antes de bajar la vista a su escote por un instante antes de responder.

“Doctora, me gusta su sostén negro de encaje. Le va muy bien con ese par de tetas”. La doctora Mónica se sonrojó y muy a su pesar volvió su vista a su escote. Si bien, este dejaba ver delicadamente el nacimiento de sus pechos, en el mismo no se apreciaba su sujetador, el cuál en efecto era de encaje negro.

No pudo evitar sorprenderse y cuando regresó la vista a Miguel este tenía una sonrisa un tanto boba y un tanto divertida. La doctora no pudo evitar enfadarse y apenas se pudo contener cuando lo reprendió.

—Acosar a tu médico tratante solo te va a dar un boleto directo a la cárcel Miguel. Si vuelves a hacer un comentario así voy a dar un diagnóstico desfavorable de ti ¿quedó claro? —Lo increpó severamente.

En aquel momento no pudo evitar llevarse a la boca otro bocado de la golosina. Y sintió el picor de la cúrcuma fundirse con su aliento y se maldijo, comenzó a toser de pronto.

—Vale, vale; me he pasado 3 pueblos. Disculpe doctora. —Contestó Miguel con un tono algo golfo y como para hacer las paces le preguntó.

—¿Le ha gustado el Orange Powder no?

—¿Te refieres a esta cosa? —logro responder recuperándose de la carraspera. Miguel asintió.

—No, realmente no. Es solo que lo tomé por la sorpresa.

—Es normal. —contestó Miguel. —En un principio sabe a rayos pero se le va tomando el gusto.

En efecto, la caja decía en letras vintage naranjas sobre un fondo azul retro: Orange Powder.

Un sueño extraño

—Estábamos hablando de tu madre y tu hermana Miguel.

—Ahora que lo dice, creo que todo comenzó con un sueño recurrente. —Respondió pensativo.

—¿Un sueño?, Háblame de él.

—No fue un sueño mío, sino de mi mamá. Eventualmente me lo confesó. —la doctora Mónica puso máxima atención, todo indicaba que estaba por descubrir algo importante en su extraño paciente.

“Comenzaba en un callejón, ella se encontraba vestida con una minifalda roja brillante, medias de red y zapatos de tacón con plataforma de charol rojo. Tenía un top strapless azul cielo satinado donde se le transparentaban los pezones, que en su sueño estaban anillados. Sobre sus hombros tenía una estola de mink, los labios los tenía pintados de un rojo escarlata y el pelo estaba teñido igual de un rojo encendido y enchinado. Al lado derecho de su boca tenía un lunar…

Conforme Miguel iba describiendo a su madre, a la doctora Mónica le cruzó por la cabeza pero que podría estar jugando nuevamente con algo soez pero no parecía ser el caso. Ella tenía los antecedentes parciales de aquel caso tan increíble y Miguel parecía totalmente concentrado en evocar el recuerdo.

“Ella esperaba en el callejón en medio de aquél frío, pero estaba húmeda. Ya sabe su vagina pedía atención. Aquella tanga de encaje azul cielo estaba totalmente empapada al igual que los pelos de su coño”.

La doctora Mónica estaba totalmente concentrada en el sueño de la mamá de Miguel y no notó cuando se le empezó a acelerar la respiración aunque si comenzó a sentir cada vez mas lleno y caliente el aliento a cúrcuma. Ya le subía el picor por la nariz.

“Es entonces cuando llegaba la Fiera pelando los colmillos y gruñendo, aquél ser que es como una hiena o un perro, de pelaje pardo y rayas negras. Entonces a ella le comenzaban a temblar las piernas y ponía las manos contra la pared dándole la espala da la Fiera y comenzaba a menearle el culo sugestivamente”.

Al imaginarse la escena, aquella mujer ofreciéndose a una bestia; la doctora Mónica comenzó casi sin ser consciente a humedecerse.

“Ella deseaba con todas sus fuerzas que la montara, que la poseyera, que la hiciera suya y la liberara de ese ardor. Entonces la Fiera se levantaba en dos patas y comenzaba a acercarse con una enorme erección que mi madre no podía ver pero si sentir…”

—¿Que pasaba después? —Quiso preguntar de la manera mas impersonal la doctora Mónica sin lograr disimular su interés no tan profesional y su respiración algo acelerada. Fue entonces que se sintió húmeda y aunque bajó los ojos a sus notas, casi pudo sentir que Miguel desde el otro lado del escritorio casi podía ver y oler sus flujos e involuntariamente cruzó sus bien torneadas piernas entre la falda negra. Se sintió expuesta y al parecer se había sonrojado un poco, pero Miguel no dio señas de haberse dado cuenta de nada.

—Nada, allí se cortaba el sueño las primeras veces. —La doctora Mónica apenas pudo reprimir una mueca de decepción.

—Claro que el sueño fue cambiando posteriormente, pero ¿sabe que fue lo mas curioso del asunto? —La doctora Mónica lo miró expectante.

—Después de la primera vez que soñó eso mi madre tiró toda su ropa conservadora, todo lo que no era sexy y provocativo, tanto de lencería como de prendas de vestir comenzó a deshacerse de ello. Con cada vez que se repetía el sueño mas ropa comenzaba a tirar y a sustituir con prendas mas sexys. Para mi tiene sentido.

—¿Por qué lo crees?

—Pues solo digo que si tuviera una novia, y usted sabe que las tuve como dice allí. Le pediría que me complaciera al vestirse.

—¿De manera sexy? Preguntó casi en contra de su voluntad la doctora.

—Depende, no sabe usted sabe como está la sociedad hoy en día. Los valores se pierden, las mujeres de la nuevas generaciones abusan de la libertad, se pierden las tradiciones familiares y las mujeres dejan de ser el pilar de la familia. La gente se aleja de la religión y eso no está bien, el recato es el encanto de hoy.

La doctora Mónica se quedó atónita ante semejante declaración un momento y cuando estaba por preguntarle, entonces porque casi había llegado con semejantes acusaciones cuando llamaron a la puerta y su asistente, Ruth asomó su cabeza.

Doctora, acaba de llegar la señora Abbels; quien a sus 80 años era una paciente de las mas influyentes a las que no les gustaba esperar. La sesión había terminado, así que citó a Miguel para la siguiente semana.

“Le contaré mas sobre lo que pasó en mi familia doctora, lo prometo”. Le dijo y la doctora Mónica se puso de pie para acompañarlo a la puerta, rara vez hacía eso con sus pacientes. Por debajo de la bata vestía una minifalda ajustada, un par de medias negras con tacones y una blusa negra ajustada. Todo ello resaltaba su curvilíneo cuerpo y sin embargo se sintió vulgar y sintió pena de que la pudiera ver Miguel y apenas este hubo salido se cerró la bata, con todos los botones dejándola así el resto de la jornada durante la cual ya no pudo poner mucha atención al resto de sus pacientes.

Hora de ir a casa.

Llegada la noche en cuanto terminó la consulta se disponía a salir cuando la interrumpió su asistente Ruth.

—Doctora, ¿y eso? Dijo señalando la bata abrochada hasta arriba.

—¿Esto? Ah, es que me ha dado frío de pronto. —Mintió.

—Quizá está trabajando demasiado. Le quería decir que el chico al que vio en la tarde le dejó esta caja de dulces. ¿“Orange Powder”?

—Muy amable Ruth, gracias. —Dijo la doctora Mónica casi arrebatándoselos de la mano y saliendo disparada al estacionamiento.

Una vez allí, a punto de subirse a su BMW gris y a esa hora no había nadie quien la viera pero igual se sentía sucia y vulgar con ese atuendo aunque tampoco podía sacarse de la cabeza el sueño de la mamá de Miguel. Era el enigma mas fascinante de su carrera.

Por sobre todo ya quería que fuese la siguiente semana para ver a Miguel nuevamente y seguir conociendo los sueños de su madre.

Decidió comerse otro Orange Powder y el efecto picante la hizo volver a toser, sin apenas darse cuenta comenzó a pisar mas el acelerador, iba disparada a su casa y muy sutilmente comenzó a salivar sin motivo aparente…

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