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Laura y el jefe: secretaria, psicóloga y puta
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Tiempo de lectura: 6 minutos

– Laura García García – dijo Juan recalcando cada palabra.

La nueva empleada, nerviosa, aguardaba de pie en el despacho del jefe. Llevaba pantalones de vestir negros, zapatos del mismo color y camisa blanca de manga larga. El pelo largo y oscuro le llegaba a la altura de los hombros. Rostro risueño de tez pálida, nariz discreta, y ojos carbón protegidos tras unas gafas de montura cuadrada y marco estrecho.

Juan se levantó de la silla mullida y caminó, con las manos tras la espalda, alrededor de su subordinada. Se fijó en el trasero, amplio y algo caído y pensó: "bonitos pechos".

La joven, sintiendo la mirada sobre su cuerpo, agachó la cabeza y trató de ocultar el rubor y el calor que subía por sus mejillas. Había metido la pata una vez más y eso le daba rabia. Había trabajado duro para llegar hasta ahí, había luchado contra los prejuicios para conseguir ese puesto y ahora.

Se rebeló en su fuero interno. Aquello no podía acabar así, seguiría, costase lo que costase. De repente, sorprendida de su propio atrevimiento, pero demasiado tarde para volverse atrás, se oyó a si misma pidiendo disculpas y dando consejos.

– Me he equivocado, lo admito, pero creo que puedo serle muy útil. Usted está día tras día soportando la presión de su cargo, guiando a la empresa hacia el éxito. Pero eso tiene un precio, una carga que recae sobre sus capaces hombros. Yo puedo ayudarle, no como consejera, pero sí como persona de confianza… puedo prepararle tazas de té, oír los lamentos que no puede compartir, darle un masaje… en fin, puedo ser alguien sobre el que descargar tensión.

El hombre la miró con curiosidad. Había algo en aquella mujer que le gustaba, algo…

Caminó hacia la puerta del despacho y echó el cerrojo.

Laura tragó saliva.

– Bien, hablemos. Tu idea no es tan descabellada. Sí, creo que podríamos probar. Lo único, me gustaría saber hasta dónde estarías dispuesta a llegar.

La joven, titubeando, trató de decir algo, pero su jefe hizo un gesto con la mano para que callase.

– No tienes que responder. Podemos probar. Por supuesto, no estás obligada a nada y te puedes negar a ello… me entiendes, yo necesito muchas personas a mi alrededor, una masajista, una psicóloga, una sirvienta…. una puta… ¿tú puedes ser todo esto? Obviamente el sueldo mejorará acorde a tu desempeño.

La empleada se puso colorada.

– Ya veo… – dijo Juan.

– Mire, yo necesito este trabajo y estoy dispuesta a todo.

Podía decirle más, decirle que en su día, había considerado eso de trabajar de señorita de compañía, pero vender su cuerpo a desconocidos la preocupaba. Esto era distinto, tenía un poco de todo y… bueno, lo de dar placer a su jefe no le desagradaba de entrada. No había tenido muchas ocasiones de intimar con hombres y aquí, si lo hacía bien, quien sabe, quizás podría darle gusto al cuerpo y cobrar por ello.

– Esta bien, quedas contratada. La semana que viene empezamos pero antes inclínate sobre la mesa.

La joven se apoyó sobre el escritorio.

Juan le dio un sonoro azote en las nalgas.

– Esto por tu error. Espero que no se den más errores en el futuro.

Laura asintió y dejó el despacho.

*****************

El fin de semana paso con rapidez y el lunes, el despertador con ese sonido que tanto irrita, se dejó oír en la habitación de la joven empleada. Había puesto la alarma media hora antes de lo habitual para no llegar con retraso. Se duchó, se puso su mejor ropa interior y eligió un traje de una pieza gris.

La mañana transcurrió sin novedad, atendiendo al teléfono, repasando la agenda y preparando infusiones. Al llegar la tarde, Laura recordó a su jefe que tenía cita con el médico.

– Joder, con lo liado que estoy.

– La salud es importante. – replicó la asistenta.

– Ya, pero no puedo… tengo esta reu y si no voy nos van a joder.

El lenguaje de Juan estaba cargado de palabras gruesas y contrastaba con la educación y cuidado que ponía al hablar en público. Laura había notado esto y también que estaba más relajado cuando compartían despacho. Era otro hombre, más humano, más primitivo.

– ¿De qué se trata? Lo del doctor digo – comentó la empleada con tono suave mientras apoyaba sus manos en los hombros de Juan masajeándolos.

– Una inyección intramuscular. – dijo serio.

Y añadió.

– ¿tú podrías ponérmela? –

Y sin esperar respuesta dijo.

– A las cinco y media. Tienes las cosas en el cajón.

Y salió.

Laura reaccionó unos segundos después. Nunca había puesto inyecciones, tendría que mirar en algún sitio. Todo lo que sabía era que intramuscular significaba en las nalgas.

*******

A las cinco y media, como si se tratase de una enfermera, tenía todo dispuesto sobre el escritorio. El algodón, el bote de alcohol, la jeringa, su temida aguja y el frasquito con la medicina.

Juan entró, vio los preparativos y comentó.

– Vale, ¿qué hago? Me bajo los pantalones aquí.

– Si le parece apóyese en el escritorio mejor.

El hombre se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones y los calzoncillos dejando expuesto un culo bien formado y con algo de vello.

Laura, jugando a ser mayor, dejó a un lado pensamientos pueriles y se centró en cargar la inyección. Una vez que todo estuvo listo, frotó el algodón empapado en alcohol en el glúteo derecho y sin miramientos clavó la aguja.

– Relájate. – ordenó mientras, con medida lentitud, apretaba el émbolo de la jeringa administrando el medicamento.

Antes de que Juan comenzase a pensar en como escocía aquello, la joven terminó y extrajo la aguja, deteniendo con el mismo algodón una gota de sangre que manaba del diminuto agujero.

– Listo.

Juan se subió los calzoncillos y los pantalones.

– Gracias, casi no lo he notado.

Luego se sentó con cuidado y suspiró.

– ¿Ocurre algo? – preguntó solícita la empleada.

– Me has visto el culo. ¿Qué te parece? – dijo en tono cansado.

– Bien, tiene un culo interesante.

– Menudo piropo… yo aquí de jefe enseñando el trasero y la nueva nada. Pero no te vas a librar tan fácilmente, uno de estos días tienes que enseñarme tu culo. – continuó como hablando para si mismo.

– Por su puesto señor, lo que usted desee. – respondió la joven.

– Estoy cansado… acércate y siéntate aquí, sobre mis rodillas.

Laura hizo lo que le pedían apoyando sus posaderas sobre las rodillas de su jefe mientras, por el rabillo del ojo, notaba la erección de su miembro.

Juan la besó en los labios y ella respondió. Pronto las lenguas entraron en contacto. El beso era adictivo. El sabor como una droga, de los que crean dependencia.

– ¿Estás más tranquilo? – preguntó la empleada.

Él la miró.

– Si quieres puedo ayudarte con esto. – añadió Laura apoyando su mano en el paquete.

El hombre asintió.

La joven se incorporó y luego, agachándose, poniéndose en cuclillas, desabrochó el botón de los pantalones de su jefe, bajó la cremallera y tirando de pantalones y ropa interior, liberó el pene.

– ¿Puedo? – añadió levantando la mirada hacia a los ojos del varón.

Juan asintió y la joven comenzó a lamer la punta del falo con su lengua. Luego, abrió la boca y comenzó a chuparlo. El hombre gimió, disfrutando de la felación.

Unos minutos después, con los pantalones en su sitio, llamó a un cliente por teléfono.

******

Tres días después del pinchazo. Se presentó en la oficina una mujer altiva y segura de si misma. La ropa se pegaba a su cuerpo remarcando su silueta.

– Soy Paola, de F. Enterprise y quiero hablar con el encargado.

Laura se metió en el despacho de Juan y le anunció la visita. La cara de su jefe le dijo todo lo que tenía que saber.

El encuentro no duró más de diez minutos, pero fue intenso, muy intenso. Laura, que estaba presente, nunca había visto semejante comportamiento. Aquella mujer tenía un lenguaje de todo menos educado, alzaba la voz sin venir a cuento e incluso se atrevió a dar un par de puñetazos en la mesa. Por su parte, en una clase magistral de autocontrol, Juan mantuvo la calma y rebatió lo mejor que pudo todo.

Cuando la cliente abandonó la oficina, Juan estalló.

– Menuda zorra. Me daban ganas de… a ver, tiene parte de razón, pero eso no justifica que venga aquí a humillarnos. Desgraciadamente es una cliente importante… sí, se que da por culo un montón pero sabes, a veces no nos queda más remedio que aplicar vaselina y ponernos a cuatro patas… Si por mi fuese la tumbaba sobre mis rodillas y la calentaba ese culo respingón que no paraba de pavonear…

– Relájese… – dijo Laura.

– Si quiere puedo…

– No, hoy no… necesito… pero.

La empleada reflexionó unos segundos y tomó la palabra.

– Si quiere le enseño el culo… recuerda que me dijo.

– El culo… – dijo Juan recuperando el interés.

– Sí, y además, si quiere, puede darme algunos de esos azotes en los que piensa… quizás así se relaje.

– No, a ver, tu no te mereces azotes… aunque el otro día cometiste un error y… pero no…

– Estoy a su disposición señor.

– Está bien, te daré unos azotes, pero poquitos… ahora bien, esos azotes serán con el culo al aire.

Laura tragó saliva y sin esperar órdenes se quitó los pantalones y las bragas. Juan contempló el coño peludo y luego, tras ordenar que le diera la espalda, se deleitó con el jugoso trasero de su empleada, aquellas nalgas y esa raja glotona capaz de engullir bragas. Todo eso estaba empezando a encenderle.

– Ven, sobre mis rodillas.

Laura quedó boca abajo sobre el regazo de su jefe, las palmas de las manos en el suelo, el culo en pompa, las mejillas acaloradas por la vergüenza.

Juan le dio media docena de azotes sin mucha fuerza. Las nalgas danzaban con gracia después de cada palmada y el pene del azotador, con ansias de libertad, apretaba los ceñidos pantalones.

– Levántate y quítate la camisa.

La muchacha se quitó la camisa y el sujetador quedándose en pelotas. Juan manoseó los pechos femeninos y chupeteó por turno los pezones haciéndola gemir.

– Tómame, quiero sentir tu pene dentro. – susurró la empleada al oido de Juan.

Este no se hizo de rogar, sacó un condón del cajón del escritorio y vistió el miembro. Laura tumbó su tronco sobre el escritorio ofreciendo su culo, el hombre se puso en posición y la penetró. El sonido de los huevos al chocar contra las nalgas se mezcló con el gemido de ambos amantes. Juan la embistió una y otra vez, combinando la penetración con azotes suaves.

– Date la vuelta y túmbate boca arriba en el suelo.

Laura obedeció notando un escalofrío en su espalda. Juan colocó el pene en la entrada de la vagina empapada y pegando sus labios a los de la empleada, comenzó a cabalgar.

Llegó el orgasmo para ella y poco después para él y otra vez para ella. El cuerpo temblando sin control, la mente vacía y las olas de placer apareciendo y desapareciendo en forma de espasmos que no se podían controlar.

Laura sonrió… por fin había completado el training, secretaria, masajista, sirvienta y ahora … ahora eso…

Después de hacerlo se quedaron todavía un rato más… aquello era sexo, pero también confianza… eran un equipo, un jefe y su empleada, una psicóloga y su paciente… un dúo con una capacidad para intimar que ya querrían tener muchas parejas.

Fin

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