Me pasó hace un rato. Yo tenía unos 23, 24…
Trabajaba en una agencia de seguridad privada, me echó la mano un compa. La paga era buena y que los turnos eran fijos, nada de rolar ni cambios de días de descanso. La jornada sí era de 12 horas, pero siempre teníamos wifi en las casetas o si no, el teléfono que nos daban en la empresa tenía plan ilimitado.
Primero estuve en una placita de locales, nunca pasó nada. Luego, me mandaron llamar para contarme que iba a cambiar de locación y ahora iba a trabajar en una casa. Yo creí que se referían a una caseta de fraccionamiento, resultó que era una caseta para poder entrar a la casa.
No era una mansión, estaba en un fraccionamiento, acá, bien elegante, de esos donde la gente compra terreno y construyen a su bola. El terreno era grande, pero había más grandes en esa zona, ninguna colindaba con la del vecino, ni que fueran de interés social. Tenía muros gruesos, cosa que no todas las otras casas tenían y dentro, había unos diez metros de patio y jardín alrededor de la casa, de dos plantas y terraza. La alberca atrás era chica, cabrían unas 10 o 12 personas dentro cuando hacían sus fiestas. Yo me espanté cuando vi árboles frutales, creí que eran… acá… ya sabes, de esos… al principio pensé que en cualquier momento iba a ver un tigre o algo así.
Nunca supe a qué se dedicaban, pero de que cagaban dinero, cagaban dinero. Dicen que me recomendaron porque nunca había robado nada y, parece ser que eso era raro en esta chamba. No esperaba que me recibieran, pero la señora de la casa pidió verme junto a la jefa de limpieza. Habrá tenido unos cuarenta y tantos, porque sus hijos estaban ya huevuditos, pero se conservaba re bien, la condenada. Era delgada y con los tacones estaba de mi vuelo (yo mido 1.81), era de piel morena pero llevaba el pelo de rojo. Estaba sentada con las piernas cruzadas, meciendo un pie en el aire. Parecía una leona, siempre tenía esa mirada de estar a cargo de todo, no sólo conmigo, con todos, hasta las visitas… incluso su propia madre.
Entre semana, todo estaba bien muerto. Pero los fines de semana, se armaban las pedas bestiales y lo pesado era revisar la gente que entraba, tomar capturas de los carros, las placas y cuantas caras pudiera al ingresar y al salir. Se la mamaban, muchas veces me iba y la música todavía seguía sonando (no por nada las casas alrededor estaban vacías). Mi principal trabajo era echarle el ojo a la gente que se viera sospechosa, me tocó reportar gente que hacía destrozos por andar de borrachos y hubo una señora que quiso chingarse una estatua, la que armaron ese día. La echaron a patadas y nunca regresó, luego me enteré que era un familiar del esposo.
Y pues ya, pinche trabajo culero. Llevaba unos 4 meses y ya quería pedir que me volvieran a cuidar una tienda o un supermercado, algo más tranqui. Pero justo entonces, me mandaron hablar los dueños. La señora me dijo que no me fuera a la mañana siguiente y cuando llegó mi relevo, esperamos en la cocina a que se levantara su esposo.
Claro que le había echado el ojo, tenía un culazo y unas tetotas que le gustaba andar mostrando. Le gustaba usar vestidos con la espalda descubierta y para sus fiestas, siempre eran entallados y con escotazos que se veían claramente desde las cámaras, todo le rebotaba cuando caminaba. Rara vez sonería y si lo hacía, era para aplacar, a esa le gustaba intimidar y que le temieran. Tenía dos hijos varones, a los que conocía sólo por las cámaras, uno porque ya vivía solo y los visitaba algunos fines de semana y al otro, que era el que armaba pedas, estaba estudiando en la universidad. Por mis horarios, nunca me tocaba verlos llegar o salir. Y el esposo era un caso aparte, si seguían casados era seguro por apariencias, porque siempre que los veía juntos llevaba una cara de haber olido un pedo ajeno.
Mientras esperaba, la señora llevaba una bata y un camisón de seda. Iba descalza y estaba viendo su celular en lo que se dignaba en presentarse el marido, de nuevo, sentada con las piernas cruzadas y el pie en el aire, como acostumbraba. Como siempre, la jefa de mucamas nos hacía tercia y por órdenes de la dueña me sirvió café y galletas. Pasó un buen rato, estábamos los tres en silencio, a excepción de los sonidos de su teléfono, hasta que se desesperó y me dijo que querían que fuera su chofer personal.
Yo escuché eso y estaba a punto de decirle que ni de pedo, si de por sí era bien incómodo estar ahí con ella sin decir nada, ni quería imaginarme lo que sería andar aguantándola todo el día. Vio mi cara de seguro y me soltó lo que iba a ganar, dije que sí. Viendo que ya no era necesario esperar a su esposo, me dijo que me fuera, me dieron dos días de descanso para aclimatarme al nuevo horario.
Fue bien pesado los primeros días. Apenas y me dirigía la palabra para decirme a dónde ir, era o al club o a alguna tienda o café. Lo bueno era que muchas veces me decía que ya no me necesitaba ese día y que me podía ir temprano, eso y que un día, cuando me preguntó qué me estaba pareciendo la chamba, le confesé que lo único que no me gustaba era usar ese uniforme ridículo. Dijo que a ella también le parecía feo, “anticuado” y esa misma tarde, me dijo que la acompañara a una tienda, me escogió atuendos para usar en la semana, mandaron llamar al sastre y me tomó medidas. Aquello era algo nuevo para mí y después de una semana, se consumó mi experiencia Pretty Woman.
Pasaron los meses y poco a poco, se le iba soltando la lengua conmigo para quejarse sobre sus amistades o familiares. Pero una noche, me marcó en la madrugada y me ordenó que pasara a recogerla. Estaba hasta el culo, tenían una de sus fiestas y su marido dizque la intentaba convencer de no irse, pero no dio un paso fuera de la casa y al verla tambalearse por los peldaños del jardín principal, bajé para ayudarla a llegar a la camioneta. Me ordenó irnos a toda velocidad, pero por más que le preguntaba a dónde, sólo me decía que nos fuéramos de la casa. Conduje sin rumbo, le ofrecía dejarla en algún hotel, pero ella decía que no, tampoco quise ir a un parque o sitio público porque pensé que un carro así llamaría la atención de malandros. Se la pasó mentando madres a la familia del señor y por primera vez, la escuché insultarlo. De pendejo y pocos huevos no lo bajó… hasta que se quebró.
Íbamos por el libramiento y se me ocurrió tomar la carretera. Ella chillaba y gritaba mientras aventaba lo que tenía a la mano a las ventanas, eso sí, nunca dirigió su ira hacia mí. Para cuando se empezó a calmar y preguntó dónde estábamos, le dije que estábamos en la carretera y ya casi llegábamos a la siguiente ciudad. Ni se sorprendió, ni me preguntó a dónde íbamos. Llegamos al sitio que no podía sacarme de la cabeza, el mirador al que iba cuando estaba en secundaria. Me bajé y me dirigí al barandal desde donde se veían las luces de la ciudad y esperé a que ella bajara a acompañarme. Lancé un grito que me salió del pecho, como lo hacía cuando era morro y después de hacerlo unas veces más, ella se animó a hacerlo también. Éramos dos perros aullando en el cerro, pero yo sabía que aquello era lo que podría aplacarla al fin.
Nos volteamos a ver y por primera vez, la escuché reírse. Le dio un ataque o algo así, porque no paró por un buen rato, se llevó las manos a la barriga y le acerqué un pañuelo para limpiarse las lágrimas y mocos. Cuando al fin recuperó la compostura, dijo que volviéramos, estuvo callada todo el trayecto, la puerta siempre se abría sin necesidad de detenernos y ella entró a la casa sin decir nada más.
A la mañana siguiente, me presenté a la hora que se me requería siempre y esperé dentro del vehículo hasta mediodía. Ella salió con una especie de mochila de viaje y en cuanto cerró la puerta al subirse, sólo me dijo “vamos allá”. La miré por el retrovisor y antes de que pudiera preguntarle nada, me sonrió. Se me puso la piel chinita, al chile, hasta se me paró un poquito, era bien raro verla sonreír así, sin que intentara amedrentar. Nos pusimos en marcha y, de nuevo, hicimos el recorrido en silencio.
Llegamos al sitio, era horrible verlo de día, no era más que un baldío. Esperé a que ella bajara, pero sólo se quedó sentada y eso me puso de nervios, no quería verla directamente, sólo veía su pie balancearse. Después de un rato, dijo que la llevara a una plaza o algo así que yo conociera en aquella ciudad, ya que ella no se ubicaba. Decidí llevarla a (…), que era la plaza más fresona, ni modo de llevarla a donde yo me paseaba de morro. Al llegar, dijo que la acompañara. Estacioné la camioneta cerca de donde estaba el guardia y le di su Sor Juana para que me la cuidara bien, en eso, la señora se agarró a mi brazo y nos pusimos a pasear. Al llegar al cine, dijo que entráramos y empezó a recargar la cabeza en mi hombro, compramos los boletos para la función que ya estaba empezando y cuando pensé en pasar a la dulcería ella me jaló para que fuéramos directo a la sala. Ni bien cruzamos la puerta sentí que me agarró entre las piernas, como no había dejado de embarrarme las tetas todo el paseo pues ya la traía bien dura y en vez de sentarnos donde nos tocaba, fuimos a la última fila.
Esa yo ya me la sabía, así que nos llevé lo más lejos posible de las 4 o 5 personas más que había en la sala. Me senté y luego, luego me abrí el cierre, ella sólo se quedó viéndomela. Me la zangoloteé mientras veía cómo sus ojos la seguían con la mirada, subí y bajé la mano unas veces hasta que por fin se animó a agarrarla. Lo hacía muy mal, con fuerza y lentamente. Me encomendé a la Patrona y probé mi suerte al poner mi mano sobre una de sus tetas. Nos vimos, ella no se detuvo y su mirada ya no era la de esa sargento que mantenía a todos a raya, parecía una morra que no sabía qué hacer.
Agarré su mano y le mostré cómo hacer mejor la chamba mientras seguía amasando esas lolas que ya se habían salido del vestido, primero una y luego otra. Estaba haciéndolo cada vez mejor, tanto que cerré los ojos y ni bien lo hice, tuve que volver a abrirlos por lo que sentí. Su boca estaba caliente y su lengua estaba haciendo círculos sobre la punta de mi verga. La muy puta no sabía hacer chaquetas pero sabía mamarla bien rico, me vine luego, luego.
Escupió mis mecos, hizo mucho ruido y un par de cabezas giraron a vernos. Le acomodé el vestido y supe que lo mejor era irnos de esa sala en chinga. Ya en el pasillo, la vi despeinada y con la cara bien roja. Con la mano le señalé otra sala y ella asintió. También estaba casi vacía, pero había alguien en la última fila, así que nos acomodamos en medio, de nuevo, lo más lejos posible de todos los demás. Ella se abanicaba con una mano y sujetaba la mía con la otra, cuando al fin nos vimos, me echó una sonrisa nerviosa y se aseguró de que viera que abrió las piernas cuando me soltó los dedos. Al buen entendedor, pocas palabras.
Fue mi turno de devolverle el favor, ella se sobaba las tetas mientras se tapaba la boca, entendió que teníamos que guardar silencio. Cuando por fin le temblaron las piernas, me encajó las garras en el brazo y se mordió el labio, clavándome la mirada como si quisiera gritar. Cuando al fin se volvió a acomodar el vestido, la llevé de la mano y salimos de la sala, no sin recibir un chiflido del sujeto en la última fila, seguro se dio cuenta de lo que hicimos.
Ella se aferraba a mí y le temblaban las piernas al bajar los escalones. La llevé a la zona de comida y fui a llevarle una ensalada del lugar en el que yo sabía que comía a veces. Yo nomás me compré una bebida, sentí que si comía algo iba a vomitar. Al terminar de comer ella, me dijo que regresáramos a la camioneta, pero en vez de volvernos para la casa, fue indicándome por dónde me tenía que ir, siguiendo las instrucciones del GPS en su teléfono.
Terminamos frente a una casa enrome, era una puta mansión. Me dijo que estacionara frente al portón y detrás de nosotros apareció una mujer que reconocía de algunas fiestas. Bajó a saludarla y tras unas palabras de ánimo de su amiga, recibió las llaves y activó el portón automático al volver a subirse. Una vez dentro, bajó y me dijo que la acompañara nuevamente. No había un alma más en esa casona, ella usó el baño y mientras, yo veía un poco de todo, eso sí, sin tocar nada. Luego escuché que ella me hablaba, pero desde el piso de arriba y la encontré por su voz.
Estaba echada sobre la cama, ya se había quitado los tacones y me echó una mirada de cordero a medio morir al tiempo que le daba palmadas al colchón. Me puse en cuatro encima de ella, me le quedé viendo apenas unos segundos antes de empezar a quitarle el vestido y comerle esas tetotas que siempre le rebotaban debajo de la tela y que quería que todos le viéramos. Ella me pasaba las manos por debajo de la camisa en la espalda y de repente, se puso encima de mí. Fue abriéndola como rabiosa, uno o dos botones salieron disparados y fue encajándome los dedos (no se dejaba crecer las uñas) en el pecho y la panza y me sacó la verga del pantalón.
¡Güey! Esa ruca la mama como si le pagaran, chupa para sacarte el alma y mientras, con las manos termina de bajarme el pantalón. Ya cuando me la dejó bien dura, que se quita el vestido y vi sus calzones, todos mojados, volando hacia el piso. Se la ensartó pero no hasta el fondo, me cae que con ese carácter debió andar así de malcogida por un buen rato, estaba bien estrecha al principio, pero bien mojadita, la cabrona. Creo que quiso montarme y hacerse la dominante, empezó a montarme bien lento y sí se sentía rico, pero yo andaba al mil y la agarré de las caderas. ¡Uf! Se puso más apretadita, pero me lancé y que se la meto más y más al fondo. Ella bufaba como toro, con voz gruesa, como que se aguantaba las ganas.
Ya cuando se la pude meter entera fue que la empecé a bombear como se debe. Los huevos me dolían, pero le daba hasta el fondo. La acosté de lado y me puse esa piernota al hombro mientras le seguíamos haciendo para que sonara como perro tomando agua. Sus melones se sacudían, sus nalgas se sacudían, pero yo quería oírla gemir. Le pellizqué un pezón y me quitó de un manotazo… y que le doy una nalgada de castigo, ahí era. Le cambiaba la voz cuando gemía tuve que parar para no venirme. La puse boca abajo y seguí azotándola un rato hasta ver ese culazo todo rojo y metérsela de nuevo.
Estaba gritando al final, eso era lo que quería oír. Y me vine dentro. Ella se tocó la panocha un rato mientras le daba mis últimas estocadas y luego se quedó blandita, blandita.
Cuando se despertó yo estaba en la sala, había un partido de la Champions y me quedé esperando. Seguía encuerada y yo estaba vestido, me había cambiado la camisa con el repuesto que siempre llevaba en la cajuela. Dijo que si quería algo de comer o beber era libre de agarrar lo que quisiera, resulta que esa casa era de ella, pero estaba a nombre de otra persona, que la mantenía limpia (cosas de ricos, supongo) y de la que ya ni siquiera se acordaba. Bebimos cerveza, comimos botana, vimos el partido y repetimos la hazaña en el cuarto. Nos quedamos dormidos y a la mañana siguiente, después del mañanero y salir a desayunar a un Sanborns, la llevé de vuelta a casa con su familia.
Sí, volvimos a hacerlo en aquella casa otras veces. Nunca nos tratamos como amantes, ni nos besábamos ni nos agarrábamos de la mano, nada de eso; si a lo mucho, llegamos a quedarnos dormidos en la misma cama tras la fechoría. Hasta la fecha, yo todo eso lo sentí como parte de la chamba.
¿Qué hubiera hecho si le decía que no? Claro que me la cogía y me gustaba, pero también creía que estaba a nada de cometer un error que me costara el trabajo… o la vida.
Mira, un día la caché viendo las noticias mientras hablaban de una mujer que habían encontrado muerta en la carretera. Yo conocía a esa mujer, se veía con ella a veces cuando salía, nunca fue a la casa (ni a la otra). La sonrisa de la señora mientras el presentador en la tele decía que la policía investigaba a la pareja de la occisa es algo que no se me borra de la cabeza.
Como al año y medio de trabajar ahí, ella pidió el divorcio. Si un amigo se tardó meses en que su vieja firmara, estos dos, según sé, se la llevaron años. Desde que entablaron la demanda, me despidieron, ella dijo que no iba a darle armas a su exmarido y aparte de la liquidación que me dieron, un día me visitó la jefa de limpieza en mi casa. Nada más me entregó un sobre con un fajote de dinero y se fue. De inmediato me cambié de casa, de teléfono y busqué jale de otra cosa que no tuviera que ver con seguridad ni nada de eso. Me fui a donde nadie me conociera y hasta la fecha, todavía no sé si me alegraría o me daría miedo si ella me llegase a encontrar.