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Lame rico, chupa delicioso y traga saboreando
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Tiempo de lectura: 13 minutos

– “Saúl, tu hermano está al teléfono.”

– “Voy. Hola Roque.”

– “Hermano, necesito de vos un favor. Ocurre que me han ofrecido hacer los reemplazos de vacaciones en una sucursal de otra ciudad; aunque dura cuatro meses vendré un fin de semana cada quince días y es con una remuneración muy importante. El problema es Nuria, que no me animo a dejarla sin compañía estando ya en el cuarto mes de embarazo, a pesar de decirme que va a estar bien y no teme quedarse sola. ¿Te animarías a vivir en casa durante ese tiempo?”

– “Encantado, además el colegio me queda más cerca.”

Al día siguiente, con poco equipaje, me cambié y como la relación de toda la familia era cercana no me costó adaptarme al nuevo régimen de vida.

Roque (28) y Nuria (21) llevan dos años casados y viven en una casa con todas las comodidades y bien equipada. Fue regalo del padre de ella que está en una posición económica envidiable. Está separado y en pareja con una joven de la edad de la hija. Ha cumplido acabadamente con el conocido enunciado que reza “Por lo general el hombre, a su primera mujer le debe el éxito, y al éxito su segunda mujer”. La mamá vive en otra ciudad y también con acompañante.

La cantidad de ambientes sobraba para los recién casados y la calidad de la construcción es muy buena. Yo ocupé las dependencias de servicio, un pequeño departamento al fondo de la casa, que satisfacía con creces mis necesidades en un marco de intimidad.

La convivencia fue muy agradable, yo ayudaba en las tareas hogareñas dentro de mis posibilidades y disfrutaba de la amena, agradable y tentadora compañía de mi cuñada. El viernes previo al primer franco de mi hermano preparé unas pocas cosas para regresar a casa ese fin de semana y así darles la intimidad razonable, que seguramente deseaban, pero Nuria se opuso.

– “Nada de irte, no somos tan fogosos como para necesitar toda la casa. Además si sos mi compañía habitual y me estás ayudando en todo, sería una ingrata si ahora te hiciera a un lado”.

– “Agradezco mucho lo que me decís, y te sugiero una pequeña modificación, poné “casi todo”, pues alguien podría pensar que también compartimos la cama”.

– “Y quien pensara eso no estaría del todo errado porque solemos ver películas en mi cama. Simplemente no le damos el uso más placentero. Y por favor que esto no se escape delante de tu hermano pues, con lo celoso que es, tendríamos un disgusto”.

Habiendo pasado casi dos meses de mi llegada, en el almuerzo me comentó.

– “Esta tarde tengo turno en el médico para control, me acompañás?”

– “Encantado.”

Cuando le llegó el turno de entrar al consultorio el médico me hizo pasar, probablemente creyendo que era el esposo y mi cuñada no puso objeción alguna, por lo que me senté al lado de ella. El control incluía ecografía y la realizaban ahí mismo. Mi cuñada se levantó el vestido hasta debajo de los pechos para que quedara libre el abdomen que, en su delgadez, la señal del embarazo era una pequeña protuberancia. Ver la bombachita que cubría su intimidad y comenzar a galopar mi corazón fue una sola cosa. Por supuesto que Nuria se dio cuenta a pesar de mis intentos por disimular y hasta me pareció ver una cierta complacencia en exhibirse porque, mirándome a los ojos y simulando ponerse más cómoda, separó por un momento las piernas. Esa actitud de su parte me movió a no ocultar el placer que sentía viendo su intimidad, aunque siendo cuidadoso respecto del médico.

Mientras regresábamos a casa ella expresaba su alegría de que los resultados del examen hubieran dado bien, indicando el normal curso del embarazo. Ya en casa, tomando algo fresco, me agarró de sorpresa.

– “Qué te gustó más, la ecografía de tu sobrino o mi bombacha? Porque tu mirada iba de la pantalla a mi entrepierna”.

Tuve que hacer un esfuerzo para reponerme y contestar.

– “Mi curiosidad me llevó a observar con detenimiento las dos cosas. La ecografía mostrando el avance de la técnica que permite seguir paso a paso el proceso de gestación y, por otro lado, la maravilla de la naturaleza, haciendo que esa parte de la anatomía, de ordinario pequeña, se adapte hasta permitir la salida de la criatura”.

La expresión de su cara y el tono de voz eran de un enojo totalmente fingido y por eso no me alarmé.

– “¡Mentiroso!, el bulto que se te marcaba, desde la unión de los muslos llegando casi a la cintura, nada tiene que ver con la ciencia”

– “Nuria, por favor, no lo tomés a mal, vos sos una mujer preparada, bien sabés que se trata de una reacción involuntaria, un efecto secundario no buscado”.

– “Escuchame bien y no tratés de envolverme. Si tu cabeza hubiera estado dedicada a reflexionar sobre las maravillas de la naturaleza tu miembro hubiera permanecido tan muerto como mi bisabuela. No quiero imaginar los pensamientos que ocasionaron esa tremenda erección, y espero que el médico no se haya dado cuenta”.

– “Querés que te los cuente?”

– “Ni loca, además no sé si te podré llevar a la próxima ecografía, porque si hoy de pusiste así, ese día te me vas a tirar encima”.

– “No alcanzo a imaginar por qué se incrementaría el espectáculo”.

– “Muy simple, como me va a crecer la panza la bombacha tenderá a bajarse y lógicamente a cubrir menos. Si me prometés portarte bien te muestro”.

– “Te lo juro”.

Levantó el ruedo del vestido hasta la cintura y bajó el elástico de la bombacha hasta mostrar el comienzo del vello pubiano. Quizá exagere un poco, pero muy poco, los ojos casi se me salen de las órbitas, los dientes mordieron el labio inferior y el miembro, de manera súbita, se agrandó, adquiriendo rigidez en dirección al cinturón.

– “Tengo razón, mirá como estás, en lo que dura un parpadeo se te formó un enorme bulto y tu cara es la personificación del deseo. Tendría que hablar con tu hermano que viene mañana, quizá él te modere”.

– “Nuevamente te ruego, no te enojés, es una reacción normal ante un panorama tan delicioso. De todos modos te pido perdón si te ofendí o molesté. Voy a buscar la manera de que no vuelva a suceder”.

Ya en mi pieza tomé conciencia de las últimas palabras de Nuria y el único remedio a la vista para no ceder a la tentación era alejarme. No tenía fuerza para enfrentar un reproche de mi hermano y estaba seguro que, de darse la oportunidad, caería nuevamente. Ya buscaría una excusa creíble para Roque, sobre todo teniendo en cuenta que, en sesenta días más ya estaría de regreso. Resueltos mis próximos pasos primero tenía que conseguir el silencio de mi cuñada. Estaba acomodando mis cosas en el bolso cuando escuché su voz desde la puerta.

– “Qué estás haciendo?”

– “Preparando mis cosas, soy incapaz de enfrentar a tu marido mañana cuando le cuentes. Además no creo tener la fortaleza suficiente para resistir la tentación de mirarte. Confieso mi debilidad y el único remedio es poner distancia”.

Su cara de sorpresa duró poco ante mi vista, porque la tapó con sus manos y giró apoyándose en la pared. Quedé mirando la figura de la muñeca preciosa que amaba, preciosa aún de espaldas, mostrando sus nalgas erguidas, el vestido blanco suelto a medio muslo, en una actitud de abatimiento, lo que me llevó a tomarla de los hombros.

– “Por favor Nuria, te juro que no tengo otra opción”.

Se dio vuelta y pasando los brazos alrededor de mi cuello escondió la cara en mi pecho.

– “Por Dios Saúl, fue una broma. Ni loca le diría algo a tu hermano de vos, que sos mi compañero, mi ayuda, que parecés más marido que mi marido, ni con un ataque de esquizofrenia haría algo que te aleje de mí. Además me encanta que me mirés, me siento viva con tu mirada”.

Mientras hablaba depositaba besos de labios cerrados en mi cara para terminar en el ingreso a mi boca. Sin moverse de ahí siguió con lo mismo hasta que delicadamente su lengua hizo contacto con los míos, que se abrieron para acogerla, succionar para que entrara más, y saborearla. Después intercambiamos los papeles y mis manos bajaron a las nalgas que me habían tentado un momento antes y que, ante la simple caricia, se movieron para que las pelvis se pegaran.

Lenta fue la progresión de subir el ruedo, acariciar por encima de la prenda por si hubiera resistencia, luego pasar las palmas bajo el elástico, recorrer con los dedos la separación de ambos globos para llegar a la parte más baja de la vulva. Al sentir que separaba ligeramente las piernas y se ponía en puntas de pies para facilitar mi maniobra, una de mis manos pasó al frente mientras la otra tomaba una de las suyas para hacerla ingresar por debajo de mi ropa y sentir la dureza que había provocado. En acciones simultáneas mi dedo mayor recorría el canal desde el clítoris hasta el anillo del delicioso culito, y ella, asiendo firmemente el tronco, realizaba el movimiento para que el glande asomara y se ocultara.

El revoltijo de lenguas y labios cesó ante la inminencia de los orgasmos pues nuestras gargantas se habían dedicado a rugir, dar ayes y traducir en palabras las sensaciones orgánicas del cuerpo. El recorrido de mi dedo paró al recibir el pedido en forma de ruego.

– “Adentro, mi vida, bien adentro que me estoy viniendo, hacelo rotar sobre las paredes, así mi amor, ¡así!!!”

Ese pedido aceleró mi corrida, y cuatro lechazos mojaron su mano, mi pelvis y la ropa, quedando abrazados y recuperando la cordura perdida. Ella habló primero.

– “Lo que hicimos no está bien”.

– “Es verdad, pero no me pude contener”.

– “El problema es que no estoy arrepentida”.

– “Yo tampoco”.

– “Pero la falta de arrepentimiento no es preocupante, lo realmente grave es que estoy feliz”.

– “Entonces creo que ambos estamos en un brete. Quizá convenga consultarlo con la almohada y mañana intercambiar resultados de la consulta”.

Si bien la calentura había cedido algo se mantenía presente y no se exteriorizaba a pleno por los escrúpulos que subsistían y no sabíamos cómo encararlos. Por eso, después de cenar, frente al televisor tirados en la cama matrimonial, solamente estuvimos bien juntos, con las manos tomadas y resistiendo el mutuo deseo, que en mí era evidente por el abultamiento de la bermuda. El momento de despedirnos fue de gran indecisión, pues sabíamos del equilibrio inestable en que estábamos; yo opté por una caricia con la palma de la mano sobre su mejilla mientras le decía.

– “En el desayuno charlamos?”

– “Sí, mi amor”.

Si la respuesta me conmovió, lo que siguió casi me mata; tomó mi mano moviéndola lentamente hasta que el índice llegó a la boca y, abriendo los labios, lo hizo ingresar para chuparlo con deleite, en un vaivén de entrada y salida cerrando los ojos, como quien desea que nada ensombrezca la sensación del contacto. Ahí mis buenas intenciones fueron a parar al tacho de basura pues bajé la cintura del pijama dejando libre el miembro duro y erguido, ante lo cual ella sola sustituyó el dedo por mi glande. Su caricia bucal duró poco pues mi eyaculación se produjo en seguida, fruto de la tremenda excitación que me embargaba. Después de acoger con gusto el espeso líquido lo tragó para en seguida besarme.

– “Gracias mi cielo, es la mejor bebida que he probado en mucho tiempo”.

La reflexión nocturna duró poco, porque vi que ninguna solución posible era totalmente buena, y en consecuencia el sueño fue de mala calidad. Cuando fui a desayunar la cara de mi cuñada indicaba que su noche tampoco había tenido la placidez deseada, aunque me dio la bienvenida con una sonrisa.

– “Qué te sirvo?”

– “Café fuerte por favor, necesito despertarme”.

– “Y cómo anduvo la consulta?”

– “Bien, pero con resultado defectuoso”.

– “Dame detalles porque eso nada me dice”.

– “De inmediato se me presentaron dos opciones, ambas con partes buenas y malas. La primera es hacerle caso a mi corazón, dejando que mi atracción por vos se manifieste en plenitud, aunque tenga que soportar el reclamo de la conciencia diciendo que soy una basura”.

– “La otra mejoró algo?”

– “Nada. Porque es hacerle caso a mi cabeza, sabiendo que el corazón no se va a rendir y, más temprano que tarde, explotará con consecuencias impredecibles”.

– “Y en qué quedaste?”

– “Decidí no decidir y que el destino marque el rumbo”.

– “Entonces estamos en la misma situación aunque por distinto motivo, no decidí por miedo a enfrentar las consecuencias”.

– “A qué hora llega mi hermano?”

– “Cerca del mediodía y necesito tu ayuda. Quiero pintarme las uñas de los pies y esta panza, aún pequeña, me incomoda. Lo harías vos?”

Por supuesto que acepté, y al verla con el camisón suelto que le llegaba a medio muslo, supe hacia dónde me iba a llevar el destino en cuyas manos me había puesto. Sobre la mesa, al lado del café estaban los enseres para la tarea a encarar.

– “Vamos que no tengo toda la mañana, después te hago otro café”.

Y pasando a la acción se sentó sobre la mesa dándome frente.

– “Para que durante el secado no se corra el esmalte por algún rozamiento poneme entre los dedos un rollito de algodón que los separe”.

Y comenzó mi tortura pues, corriéndose hacia atrás, puso un pie sobre la mesa. Lógicamente, con la rodilla levantada, todo el muslo quedó a centímetros de mi cara aunque el camisón tapaba la entrepierna, dando por resultado una dolorosa erección de mi miembro. Realizar la tarea en el otro pie hizo que la tuviera de frente, con las rodillas levantadas y separadas haciendo que su bombachita asomara debajo del ruedo. Con toda suerte mi pulso se mantuvo firme y pude terminar prolijamente.

– “Ahora preciosa, inevitablemente, un rato de espera hasta finalizar el secado. La paciencia es parte del proceso”.

– “Sí, pero tener los brazos estirados para sostenerme cansa, mejor me acuesto”.

Cuando su espalda tocó la superficie de madera el ruedo del camisón se ubicó en la cintura. Un extraño que presenciara la escena podría creer que estaba en presencia de un ginecólogo iniciando la revisión de una paciente.

– “Lo que veo me hace acordar al momento de la ecografía, pero esto es mejor por amplio margen”.

– “Me imagino cómo estarás”.

– “Te cuento o querés ver?”

– “Ni lo uno ni lo otro, con lo que palpé ayer tengo suficiente”.

– “Con la mano yo también acaricié, pero ahora quiero ver”.

– “Está bien, pero sin tocar, porque se descontrola todo”.

– “Te juro que hago a un lado la tela que cubre y dejo la mano quieta”.

El panorama era ciertamente maravilloso, la conchita que tenía en frente estaba en justa proporción a su dueña, pequeña, delicada y sin vello pubiano.

– “¡Qué es eso!”

– “Un beso en tu conchita”.

– “Me mentiste al decir que no me ibas a tocar”.

– “No mentí, te dije que después de correr la bombacha iba a dejar la mano quieta, además esa divisoria levemente entreabierta, brillando por el jugo que la baña, y el capuchón asomando en la parte superior indicando excitación, es una tentación imposible de superar. Ante tamaña belleza lo menos que se puede hacer es darle un beso”.

– “Te agarré, ahora sí me estás mintiendo, esos no son besos sino una comida de almeja con todas las de la ley”.

– “Perdoname pero me venció la tentación”.

– “Ahora callate degenerado, seguí un poquito más ¡no puedo creer que me guste tanto y que sin embargo tenga que cortar! Por favor pará”.

No fueron tanto las palabras sino el tono de voz lo que me hizo frenar y mirarla extrañado cuando su voz me aclaró el porqué del pedido.

– “No te estoy rechazando, tenemos poco tiempo pues deseo preparar algunas cosas para recibirlo a tu hermano, y me sentiría mal si te dejara con las ganas”.

Y mientras hablaba me dio la espalda, sentada sobre los talones, los pies colgando del borde, las rodillas bien separadas, el torso sobre los muslos y la cabeza sostenida por las manos. Ya en posición siguió.

– “Ahora entrá hasta el fondo, lléname de leche y haceme berrear de placer”.

Y le obedecí, los gritos y ayes fueron testimonio de ambas corridas y, pasada la urgencia pasional, nos separamos después de un beso propio de dos personas que se aman.

Ese fin de semana me mantuve algo al margen para no entorpecer más la relación matrimonial y el domingo salimos a almorzar afuera. Íbamos regresando a casa cuando escuchamos una voz.

– “¡Eh, Roque!”

– “Hola Pedro”.

– “La sacaste a comer porque anduvo bien en la escuela?”

Nuria, que iba tomada del brazo, y yo miramos con intriga al interrogado que respondió con una seña equivalente a “Andate a la mierda”. El bromista, a modo de disculpa, siguió.

– “Los muchachos están en el bar de la esquina y preguntaron por vos pues hace mucho que no te ven”

A la muda interrogación mi hermano nos contó que, como mi cuñada aparentaba ser menor de edad, solían decirle en broma que, después de casarse, el jefe del Registro Civil le dio a Nuria una constancia para justificar su ausencia en la escuela primaria. Al aproximarnos al lugar de reunión de los amigos nos dijo que iba un rato a saludarlos y regresaba.

Ya en casa nos sentamos en el sofá de tres cuerpos a ver un programa de televisión. El hecho de que su marido, recién llegado, fuera a reunirse con sus amigos no le cayó muy bien, así que tenía el ánimo algo caído. Tratando de quitarle trascendencia al asunto le di unas palmadas en la mano, resultando un sándwich de cuatro capas, que obligó a disminuir la distancia y así quedamos casi pegados. Al volver a recostarme en el espaldar quedamos con mi izquierda entre las dos de ella y dedos entrecruzados descansando sobre sus muslos.

Así estuvimos un rato, mirando la pantalla con algún comentario, hasta que un movimiento reflejo de mi meñique izquierdo, entrelazado y sostenido por ambas manos de ella, tocó su entrepierna. Reaccionó con un leve sobresalto, levantando las tres manos pegadas, sin dejar de mirar el televisor para luego volverlas al mismo lugar, un poco más cerca de la unión de los muslos.

Lo que había sido un movimiento reflejo se convirtió en voluntario e intencional. El contacto siguiente fue igual que el anterior sin que hubiera reacción, lo cual me llevó a repetirlo con una suavidad creciente hasta que sentí su mejilla pegada a mi hombro, con la cara vuelta hacia mí mostrando ojos cerrados y labios entreabiertos. Era una cabal demostración de entrega y abandono, así que después de saborear su boca me arrodillé frente a ella, llevé sus nalgas al borde del asiento y puse las rodillas tocando los hombros para dedicarme a comer el manjar que me obnubilaba, hasta que su pedido me llevó a la etapa siguiente.

– “Cogeme amor mío, fuerte, lléname de pija y que la leche rebalse, así, hasta el fondo, ¡qué placer madre mía!”

Un poco antes de la diecisiete llegó Roque de la reunión con los amigos y se encerró con mi cuñada en el dormitorio. Evidentemente habría despedida íntima, cosa que se confirmó por algunos ruidos, quejidos y bufidos con solo media hora de duración, pues había que prepararse para viajar. Cuando él entró a bañarse ella salió a buscar la ropa seca del tendedero y ahí le dije en tono de broma.

– “Bien la despedida?”

– “No tanto porque sos un entrometido”.

– “Estoy perdido, no sé de qué se trata”.

– “Simplemente que cuando cerraba los ojos, eras vos quien estaba entre mis piernas”.

– “Santo cielo, mis pensamientos y deseos atravesaron la pared y llegaron hasta vos”.

– “Basta, no estoy para bromas, tengo la cabeza hecha un lío”

Por supuesto fuimos con Nuria hasta la terminal, notándola algo rara, al punto que sus gestos de despedida fueron superficiales y fríos, pero más me llamaron la atención sus palabras al partir el colectivo.

– “Estoy feliz y con ganas de compartir mi alegría. Vamos a casa, nos vestimos elegantes y salimos, primero a cenar y luego de farra que yo invito. Serías capaz de conducirte conmigo como si fueras mi esposo?”

– “Encantado, espero estar a la altura”.

– “Seguro que lo harás bien y será tu contribución a que mi alegría sea completa. Por favor, más tarde, cuando sea el momento me haré entender”.

Ya en el restaurant hicimos el pedido y luego, mi preciosa y deseada cuñada, cumplió con la promesa de explicarme su actitud.

– “Después de ese corto momento de intimidad mientras él se bañaba y yo preparaba su bolso de viaje sonó su celular indicando un mensaje entrante. Me ganó la curiosidad y como conocía la contraseña ingresé viendo que era enviado por una tal Susana diciendo “Te espero ansiosa y mojada”. Por supuesto miré los anteriores que seguramente explicarían el tenor de éste. El primero era de ella “ Tres días sin verte y te añoro como si fueran meses. Dormirme sintiéndote dentro es el mejor relajante porque está teñido de amor”, que fue respondido por tu hermano “Esta noche te compenso querida, aunque mañana llegue destruido al trabajo””

– “Esto sí que es una sorpresa”.

– “Me dolió por supuesto, a nadie le gusta ser engañado, pero en seguida tomé conciencia que yo había tomado el mismo camino aunque con recorrido mucho más corto y con verdaderos escrúpulos. Por eso fue que me mostré incómoda, realmente estaba asimilando lo sucedido”.

Esperamos el pedido tomados de la mano cual dos enamorados, pero lo mejor, lo más importante y lo más hermoso es que no se trataba de una simulación. Simplemente ambos habíamos dejado de lado todas las reservas que hasta entonces nos limitaban y, en ese contexto, me mostró los mensajes enviados un rato antes de salir para aquí.

“Hola Susana, no nos conocemos, soy Nuria la esposa de Roque, los mensajes intercambiados entre vos y mi esposo que leí, son los que están en la fotografía que te adjunto. El primero de hoy lo enviaste vos y tengo que agradecértelo. Sin él no habría existido el otro, y los dos son necesarios para tener una idea cabal de la relación existente entre ustedes. Acabo de despedirlo en la estación terminal, espero que esta noche descanses relajada. Aunque pueda parecer raro no estoy enojada, sino contenta”.

“Hola Nuria, lamento que te hayas enterado así. Hubiera preferido que fuera de otro modo. Me alegra que no estés con la furia y el dolor que son esperables en una situación como esta. Por favor aclárame cómo es eso”.

“La cuestión es que debo agradecerte tres cosas. Lo primero es que me quitaste un cargo de conciencia ya que sufría porque, en mi corazón, el lugar de Roque ha sido ocupado por otro. Lo segundo es que esa encrucijada se ha resuelto sin provocar dolor en mi marido. Y lo tercero es que un futuro, que parecía largamente angustioso e incierto, se aclaró de un momento a otro y bien para ambas partes. Él podrá seguir a tu lado y yo emprender un nuevo camino. Ambas en paz”.

Y sucedió lo esperable, ya de regreso de esa deliciosa cena sonó su teléfono, era mi hermano. Nuria me hizo señas de silencio y conectó el parlante; la voz de Roque sonaba, por momentos enojado y en otros como el culpable encontrado en falta, mientras mi cuñada se manejaba con una solvencia y agudeza sorprendentes en ese difícil diálogo.

– “Haber, explícame cómo es eso de que mi lugar está ocupado por otro”.

– “Lo haré encantada apenas me cuentes de la mujer que ocupa el mío a tu lado”.

Para mis adentros dije “Tocado y herido”.

– “Quizá nos convenga hablar personalmente”.

– “Totalmente de acuerdo; hasta ese momento te sugiero que busques un lugar para vivir y le cuentes la nueva situación a tus padres, yo lo haré con los míos”.

Dos años han pasado desde aquel reordenamiento familiar; estamos en la galería, mi sobrino jugando sobre un acolchado y yo sentado con Nuria en mi falda, abrazándome, dándome besos y susurrando en mi oído:

– “Mi cielo, me siento muy llena con tu pija tan adentro, pero no te muevas mucho que quiero dilatar y hacerte juntar fuerzas para que tu corrida sea tan potente que los espermatozoides tengan por delante un corto viaje hasta fecundar mi óvulo”.

– “Encantado mi amor, pero si me seguís ordeñando con la vagina en quince segundos suelto hasta la médula de los huesos”.

Nueve lunas después nació Samuel con la misión de aumentar nuestra felicidad.

Párrafo aparte

Mis estimados comentadores, este relato va dedicado a ustedes. Nombro en particular a Gabriel (mensaje del 19 de octubre) y a Josemafacu (mensaje del 27 de octubre) quienes me ayudaron a expulsar la modorra que me tenía preso.

Reciban todos mi afectuoso abrazo.

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