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Eso sucedió cuando mi esposa y yo nos iniciábamos en el mundo swinger. Aunque a los dos nos iba el morbo y las situaciones eróticas subidas de tono, cuando ella me propuso empezar a interactuar con otros hombres a mi me dio un ataque de celos, aunque fueron unos celos livianos que quedaban compensados por la imágenes que se me ocurrían, en las que veía a varios hombres y mujeres y en las cuales me imaginaba a mi mismo copulando con una desconocida mientras mi mujer, a mi lado, hacía lo mismo con un desconocido.

Todo me resultaba intrigante y peligroso, pero cada vez me atraía más, justamente por lo incierta que resultaba esa nueva andadura de nuestro matrimonio. Yo veía que Maite se ponía muy caliente cada vez que hablábamos del asunto, y tanto era así que mientras lo hablábamos se masturbaba subrepticiamente y le subían los colores a las mejillas con solo imaginarlo. En estas ocasiones tuvimos coitos fantásticos, como hacía muchos años que no los teníamos: me cabalgaba con los ojos en blanco y me pedía azotes en las nalgas, como diez años atrás -por lo menos.

Empezamos por organizar un encuentro con una pareja que nos resultaba atractiva y que conocimos chateando en la web swinger. Sin embargo, pocas horas antes de la cita, nos mandaron un mensaje para decirnos que no podrían acudir. Fue entonces cuando Maite, que llevaba varias horas muy excitada, me dijo que no se iba a quedar con las ganas. Y me contó:

-Mientras tu hablabas con esa pareja que nos ha dejado tirados yo hablé con un tipo que se me quiere tirar y lo quiere hacer delante de ti. Vive cerca, así que, si te parece, le voy a llamar.

Yo asentí. No sin algunas dudas, pero incapaz de negarle el placer a mi esposa. Pensé que debía aceptar su propuesta y que luego ya llegaría mi turno.

Su amigo (Ismael) llegó en menos de media hora. Vi a un tipo joven, guapo y fornido, sonriente, que nada más llegar se sacó el pene grandote y robusto, y se lo plantó ante Maite, que se puso de rodillas en un santiamén para lamerlo con fruición mientras me daba la mano a mi para saludarme con un guiño del ojo.

-Tráete la cámara, cari -me ordenó Maite con prisas y con el glande de Ismael entre los labios- Eso hay que documentarlo como se merece.

Cuando regresé con la Nikon ante Ismael y Maite ella ya estaba a cuatro patas en el sofá contorneando las caderas lentamente y deseando el envite del macho. Ismael le introdujo el pene y ella empezó a chillar de puro placer como jamás la había visto hacerlo. Así que yo, sin saber muy bien lo que se me pasaba por la cabeza, me desnudé y me masturbé delante de su rostro. Eyaculé mucho más deprisa de lo que pensaba y le dejé la nariz llena de esperma.

Tras correrme seguí masturbándome y en menos de dos minutos le solté otro chorro, esta vez en la barbilla.

-Joder cariño… -me soltó ella, y no se si era un reproche o una felicitación- ¡Dos veces!

Mientras me volvía para agarrar la cámara, escuché que Ismael le susurraba:

-No te limpies todavía, me pone mucho tu carita así, estás guapísima.

Ismael se excitó tanto con la cara de Maite salpicada de semen que a partir de entonces la penetró con mucho más interés y más ganas.

Ismael es un tipo que tiene un aguante prodigioso. Dos horas más tarde seguía penetrando a Maite hasta que ella se dio la vuelta como gata panza arriba y le pidió:

-¡Házmelo por el culo, cabrón!

Yo nunca le había escuchado decir eso. Ni nada parecido a eso. De modo que entonces comprendí que acabábamos de entrar en el mundo swinger, y también comprendí cual era mi papel en esta etapa de nuestro matrimonio. Y la verdad es que… me gusta.

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