back to top
InicioAmor filalUn secreto de familia

Un secreto de familia
U

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.

Verónica movía sus caderas con fuerza, apoyándose en los brazos de Jorge. Él ya se había corrido y se mantenía rígido sobre ella. Las gotas de sudor caían sobre su cara y lo miraba con una expresión de lascivia, buscando concluir el acto. Sus enormes pechos bailaban de arriba a abajo rozando sus antebrazos. “Ya casi, mi amor, ya casi…” le decía con un hilo de voz acelerando el ritmo. Jorge sintió su ajustado interior empezar a contraerse y se inclinó un poco para ayudarle, reanudando el movimiento de sus caderas nuevamente. “Cógeme así, cógeme así, amor…” vociferó casi con un sonido gutural, y casi al mismo tiempo que Diego bajaba del autobús en la terminal, del otro lado del pueblo, su madre estaba teniendo un intenso orgasmo.

Los últimos estertores de placer se desvanecían poco a poco y estaba disfrutando esa cálida sensación que recorría desde su entrepierna hasta su vientre. Con las piernas temblorosas rodeando su cintura y el pene de su joven amante aún dentro de ella, volvía en sí. ”¿Te gustó?” Le preguntó Jorge tímidamente. Ella cerró los ojos y le dio un largo beso en los labios; no acostumbraban besarse mientras hacían el amor, pero no encontraba la manera de darle una negativa a su pregunta. Él era joven e inexperto, y a pesar de que llevaban un par de meses viviendo como pareja, siempre terminaba antes que ella… y eso le molestaba. “Es cosa de práctica”, se decía a sí misma tan pronto se separaban para asearse.

-¿Podemos repetir en la noche? -le preguntó Jorge poniéndose los pantalones. Verónica se vio en el espejo un momento, bajándose la falda y acomodándose las pantaletas que estaban completamente empapadas.

– No, cariño. Recuerda que hoy llega Diego. Creo que será mejor que dejemos esto por un rato. Por lo menos hasta que se vaya.

– ¡Pero yo…!

– Sin peros. Ya lo habíamos hablado, Jorge – le interrumpió -, además, ya casi llega mi periodo otra vez. Y justo a tiempo. -Jorge la miró apesadumbrado y salió molesto de la habitación.

– ¡No te vayas muy lejos porque vamos a cenar todos juntos!- Escuchó que le gritaba desde el baño. Quiso reprocharle esto último, pero no tenía manera de hacerlo. Desde muy pequeño Jorge odiaba a Diego, no sabía exactamente por qué, pero lo aborrecía. Siempre actuó como su padre y eso le molestaba de sobremanera. Y justo cuando pensaba regresar a la habitación, escuchó abrirse la puerta de enfrente. “¡Ya llegó!” Gritó Verónica y corrió al comedor donde su hijo la esperaba con las brazos abiertos.

Le dio un abrazo muy efusivo y llenó su cara de besos.

– ¿Y tú no me vas a saludar, huevón? -Le dijo Diego tendiéndole la mano.

– Jorge, saluda a tu hermano bien… – Le espetó Verónica acomodando los platos en la mesa.

Aquella comida fue muy incómoda para Jorge, pues rompía con su rutina habitual: casi diario, al llegar de la escuela, su madre lo esperaba con la comida lista, que no tardaba en devorar. Después, luego de quitar la mesa y levar los platos, iban a la habitación de su madre, tomados de la mano, y tenían sexo hasta quedarse dormidos. Aquello sucedía con mucha frecuencia, especialmente los últimos días. Lo que comenzó en su dormitorio con las puertas cerradas y la música a todo volumen para disimular sus gemidos, concluyó en el resto de la casa, muchas veces en la sala. Jorge tuvo una erección mientras veía como su madre charlaba amenamente con su hermano; miraba sus labios y recordaba, desde su perspectiva, como devoraba su miembro de rodillas en la sala.

Hasta el cobertizo, desvalijado y derrumbándose, había sido testigo de su pasión incestuosa aquella noche de tormenta. Venían de la tienda y la lluvia los sorprendió a medio camino. Al no poder abrir la puerta de la casa, su madre le pidió refugiarse en ese lugar en lo que aminoraba el mal tiempo. Entraron empapados y prácticamente a tientas, pues el lugar estaba completamente oscuro. Su madre se recostó en una pila de paja que había en el fondo, que sorpresivamente estaba seca, llamándolo con una voz que parecía un ronroneo.

Jorge se colocó sobre ella, desabrochándole el ajustado pantalón que llevaba y le metió la mano para comprobar su humedad, pero notó en su lugar que estaba completamente afeitada. Aquello aumentó su lívido y no tardó ni un segundo en sacarse la polla totalmente erecta. Movió un poco el panty y la penetro sin problema pues, en efecto, estaba empapada. Hicieron el amor así, de misionero, con la ropa puesta. Sus gemidos eran opacados por el sonido de la lluvia y los truenos que no parecían disminuir. Aquellas embestidas se volvieron casi salvajes tan pronto sintió el calor de su interior abrazar su pene. Su madre se tapaba la boca al principio, pero conforme fueron tomando ritmo dejo de hacerlo y gimió sin importarle nada. Fue también la primera vez que se besaron y a él le encantó, aunque su madre no estaba convencida del todo. Ella creía que el sexo que practicaban estaba falto de inmoralidad, a no ser que se besaran, y que se trataba de una caricia más profunda entre madre e hijo. Jorge no lo veía así, y desde el primero encuentro ella paso de ser su madre a su mujer, por lo que la intromisión de su hermano lo estaba volviendo loco de celos.

Diego, por su parte, hablaba con su madre con naturalidad sin imaginarse lo que acontecía en aquella casa que los vio nacer a los dos. Aunque secretamente, guardaba también ciertas emociones más profundas por su madre. Jorge notó como su hermano miraba discretamente los pechos de su madre y le acariciaba el brazo mientras hablaban; no lo soportó y se fue de nuevo a su cuarto. “Ya sabes cómo es tu hermano” le dijo tratando de disimular la molestia por su comportamiento. Diego solo sonrió y continuó bebiendo.

Por la noche, el clima era más benéfico y se podía estar afuera sin la necesidad de aire acondicionado. Por lo que su hermano se dispuso a visitar a las viejas amistades para ponerse al día. Se despidió de su madre y se fue caminando a la casa de su mejor amigo, que quedaba a unas cuantas cuadras de la suya. El lugar se había convertido en un taller mecánico y tan pronto lo reconoció su amigo, éste dejó lo que estaba haciendo para recibirlo.

– ¡Pinche Diego, yo creí que ya te habías muerto! – Gritó su amigo efusivamente al abrazarlo.

– No es pa’ tanto, pero por poquito si.

– ¡¿Cómo no?! No había visto en las noticias lo culero que estaba ¿Te vas a regresar?

– No. Pedí permiso.

– Oye… ¿y no te chingaste una vietnamita? Dicen que tienen la panocha al revés -Dijo Marcelo entre risas al pasarle la botella.

– No hablan inglés, menos español. Todo lo que no tenga ojos rasgados es mal visto allá.

– ¿A qué parte de Vietnam te mandaron?

– Camboya, pero sólo como mecánico. Yo no fui a combate.

– Hasta suerte tienes. Oye ¿qué onda con tu prima? Dicen que la han visto en los puteros muy seguido. – Diego casi se atraganta y tuvo que escupir el trago. Aquello le produjo una sensación de morbo y curiosidad pues Romina, su prima, tenía muy buen cuerpo. Su madre le mandaba fotos de la familia y entre el montón siempre venía un pequeño paquete de su tía y ella. Para ese entonces debía tener la misma edad que su hermano o si acaso un poco más de 20, no lo recordaba. Jorge tenía 18 años cumplidos y él 24. La imagen de Romina como bailarina o hincada dándole una felación a un extraño lo excitaron demasiado.

– Deberíamos ir a ver… Digo, solo para cerciorarnos. – Dijo Diego con tono condescendiente buscando su cartera.

– Pinche enfermo, pero vamos, total, ya terminé aquí. -Diego buscó su cartera por todas partes hasta que recordó que la dejó en la cocina. Podía haberse quedado con su amigo, pero estaba seguro que debía regresar por ella. Se excusó y quedaron de verse en el lugar.

Regresó a toda prisa y notó que el cerco estaba cerrado, por lo que tuvo que brincar la barda. Las luces de su casa estaban encendidas, pero todas las puertas estaban cerradas con llave. "Han de haber ido a la tienda", pensó, pero ¿por qué irían los dos? Se acercó a la ventana de la sala y no los vio por ningún lado, pero escuchaba sus voces en alguna parte. Algo muy dentro de él lo hizo asomarse al cuarto de su madre, pues más que curiosidad era preocupación genuina por ella. Movió con cuidado una tabla que cubría la ventana y se asomó despacio, llevándose la sorpresa de su vida: Jorge estaba hincado en la cama detrás de su madre, que la tenía en 4, penetrándola rápidamente. Se había subido la falda hasta la cintura y tenía el vestido abierto de enfrente, con los pechos fuera del sujetador; el cabello suelto bailaba en su rostro enrojecido.

Los senos blanquecinos de su madre se balanceaban desnudos al compás de sus embestidas, que aumentaban conforme dejaba escapar ligeros gemidos. La expresión de placer en su cara era muy sensual, un lado que jamás imagino ver de ella. Jorge se aferraba a sus nalgas y se movía rápido, tratando de retrasar su orgasmo deteniéndose de cuando en cuando. “Despacio, cariño, para que dures más” Le decía su madre acomodándose bien en la cama. Jorge no hacía caso y al contrario de lo que le pedía con un hilo de voz, sus embestidas eran más fuertes y rápidas.

Diego quiso salir corriendo de ahí pero el morbo podía más que su voluntad y su pudor. “¿Cómo era aquello posible?” se preguntaba, escuchando los gemidos de su madre. “No me des tan rápido, me vas a lastimar otra vez”. Aquella frase retumbó en lo más profundo de su ser sin poder apartar la vista de la cara de su madre, desecha en una total mueca de placer. “¿Otra vez? ¿Cuánto tiempo llevan haciéndolo, entonces?” se preguntaba sorprendido.

Jorge amasaba desesperado los senos de su madre, inclinándose más sobre ella para alcanzar sus pezones; sus cuerpos estaban completamente empapados en sudor. Verónica abrió más las piernas y se acomodó bien el pequeño pene de Jorge, que se había salido por sus torpes embestidas. Una vez que estuvo dentro de nuevo, se levantó un poco más el vestido dejando expuestos sus muslos que vibraban con los empujones de su hermano. “¿Ya te vas a venir?” le preguntó a su hijo sin obtener respuesta. Jorge bufaba concentrado en sus movimientos y en el masaje a las ubres de su madre, que de nuevo se incorporó quedando hincada sobre la cama. Jorge continuó con la penetración abrazando su delgada cintura y Diego vio por primera vez sus senos desnudos. Eran grandes y un poco caídos, con los pezones rozados y aureola abundante; habían sido su fijación durante su adolescencia y no podía creer que era su hermano quien disfrutaba de todo aquello.

Jorge se quedó quieto un momento y su madre le dijo algo ininteligible, inclinándose de nuevo en la cama. Sus pechos apenas rozaban las sabanas que tenían restos de fluidos, ¿o era sudor? Verónica se abrió las nalgas con ambas manos y empezó a moverse engullendo el pene de su hijo por completo. Jorge permanecía inmóvil acariciando aquellas masas de carne que devoraban su herramienta; eran movimientos más suaves pero consistentes los de su madre, que volteaba a verlo de cuando en cuando con una sonrisa cómplice en el rostro acalorado.

Diego miraba atónito sus movimientos y sus gemidos lo tenían al borde del orgasmo sin siquiera haberse tocado; aunque la polla le palpitaba fuertemente en los pantalones no se atrevía a hacer nada. Verónica aceleró sus movimientos prologando cada vez más sus gemidos, y supo que estaba a punto de acabar, pero su hijo masculló algo y bufó echando la cabeza hacia atrás. Terminó antes que ella y no pudo continuar con la faena.

-¿Te gustó, mamá? -preguntó su hermano sobándose la polla. Su madre se enderezó guardando sus pechos en el sujetador acariciando su entrepierna.

– Si, corazón. Pero tienes que hacerlo despacio para que dures más. Me faltó un poco.

– Podemos hacerlo otra vez…

– No, Jorge, no sé a qué hora llegue tu hermano. -Respondió acomodándose el vestido.

Su madre se bajó de la cama y al abrazarlo le dio un largo beso en los labios. Las manos de su hermano recorrieron su cuerpo y se detuvieron en sus nalgas. Dijeron algo incomprensible y cuando se separaron Diego corrió a esconderse en el cobertizo. Estaba sumamente excitado pero el mismo tiempo, furioso y celoso. Siempre se quiso coger a su madre y en varias ocasiones estuvo a punto de lograrlo, o al menos avanzó lo suficiente con ella para dejarla decidir si cruzaba la línea o solo lo excusaba con ese cariño maternal: siempre era lo último.

Cuando nació su hermano prácticamente se volvió su pareja, pues él se encargaba de las cosas en casa y la cuidaba a ella y al pequeño. Y en muchas ocasiones, mientras le daba pecho, tuvo erecciones que ella notaba sonrojada, pero sin recriminarle, pues entendía que debía ser algo vergonzoso para él y sobre todo, natural. Sus pechos eran grandes y siempre fue su mayor atractivo.

Se asomó de nuevo por una ventana del cobertizo y notó que la puerta ya estaba abierta. Quería entrar, pero tenía miedo de delatarse con su actitud, pues la ira hacia su hermano ahora era apabullante para él. “Debería ser yo quien se la estuviera cogiendo” se decía una y otra vez repasando la imagen de su madre en su mente, y tuvo una idea: “¿Qué tan difícil sería que yo también me la cogiera?”. Y a partir de esa noche ideo un plan para lograrlo, pero más que nada, para poder espiarlos cuando lo hicieran.

Continúa.

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.