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Tiempo de lectura: 6 minutos

Quedaron en su hotel. Hace tiempo que se conocían, y ya habían tenido sexo con anterioridad. Pero esta vez era diferente.

A ella le encendía lo rudo. Le gustaba cuando él agarraba firme sus melenas y tiraba hacia atrás, para morderle los labios cuando ella abría la boca. Le gustaba cuando él le daba una nalgada fuerte, o cuando le mordía un pezón. Le gustaba cuando le susurraba zorra al oído, sintiéndose suya.

En esta ocasión, ella le había pedido directamente que fuese brusco, animal, que la marcase. Quería adentrarse en el mundo del BDSM, y quería que la guiase. Y él estaba dispuesto a cumplir. Previamente ya había conseguido algunas cuerdas. No puede ser cualquier cuerda, tienen que ser suaves, consistentes, con el trenzado y el grosor adecuados. Ella traería un collar de cuero, sólo necesitaba una correa. Y necesario, tenía que buscar algo para azotarla. Caminando por la calle encontró una rama que le pareció perfecta. Recta, ligeramente flexible, una fusta excelente. Para la primera vez sería suficiente, y a tiempo, porque la cita era esa misma noche.

Salieron a cenar algo, un poco de pizza, y hablaron de diferentes temas, no relacionados. Pero entre ellos, un tatuaje que hiciese evidente que le pertenecía. Un tatuaje fue la idea de ella, a él le gustaba más el concepto de marcarla a fuego. Como a una yegua. A ella le asustaba un poco esa idea, pero le brillaban los ojos. Suya.

Cuando terminaron se dirigieron al hotel. Ella estaba preciosa, con sus rizos de siempre y los labios muy rojos. Falda corta, de vuelo, tacones altos. Y por las miradas de asco de las chicas de recepción, iba perfecta. Casualidades, el ascensor no funcionaba y tuvieron que subir andando, 4 pisos. Pero no hay mal que por bien no venga… Le dejó pasar delante, todo un caballero. Y por supuesto, con la intención de deleitarse observando el movimiento de sus caderas. Ella lo sabía (como siempre lo saben), y disfrutó subiendo los escalones. Pasos deliberadamente lentos, calentándolo.

Al llegar a la habitación, dejaron la prendas de abrigo sobre una silla. Hubo unos instantes de indecisión, que se rompieron en cuanto él se acercó para besarla. Con rabia, con las ganas contenidas y la excitación del momento. La agarró, la empujó contra la mesa, le apretó las nalgas. Ella se sintió desfallecer, inmediatamente mojada por el arrebato. Le encantaban esos instantes en que venía a por ella como un toro.

Empezaron a desabotonarse las camisas. Abre fácil, exclamó él, al ver los botones clip. Pero continuó con calma, los dos concentrados. Ella se quedó con su top corset de encaje, fabulosa, y él la observó sonriendo. Las tetas grandes, desafiantes, y pezones que le apuntaban entre la tela. Mordiéndose los labios en un gesto sensual, se acercó y puso la mano sobre el pecho de él, los dedos juguetones entre el vello abundante. Y siguieron besándose con pasión.

La falda cayó rápida al suelo, y con urgencia, ella le desabrochó y le bajó los pantalones. Ya estaba muy excitado, y traviesa, mirándole a los ojos, dejó deslizar la mano sobre el bóxer ajustado. Ella traía un culotte cachetero lleno de transparencias, que le quedaba perfecto. Repitiendo el movimiento, él la acarició entre las piernas para descubrir, con una sonrisa, que ya estaba empapada.

– Zorra cachonda – le susurró.

– Siii – es lo único que acertó a decir ella. Para empezar a besarle de nuevo, con más intensidad aún. Las bocas abiertas, las lenguas enganchadas, mordiéndose las bocas.

Pero no venían sólo a eso. La empujó un poco hacia atrás y sacó las cuerdas preparadas de un cajón. Ella se dejó hacer, mientras él le ataba las manos a la espalda, y la sujetaba a un mueble. Cuando la tuvo atada, dio un paso atrás, observando. Ella estaba expectante. Con mirada morbosa, le enseñó la vara y ella abrió la boca, sorprendida. Preguntándose qué iba a pasar, pero sin cuestionar nada.

Pero todavía no… él volvió a arremeter contra ella con besos rápidos, furiosos. Tirándole del cabello, mordiéndole la boca otra vez, la barbilla. Apretando las tetas abundantes, pellizcando los pezones. La respiración intensa, ella casi casi empezando a gemir. Y entonces le dio rápido, sin avisar, en una de las nalgas.

– ¡Zas!

Un pequeño grito, el ceño fruncido, en el caso de ella. Pero una sonrisa amplia en la cara de él, observando la marca que le había quedado. Se acercó de nuevo, amenazando repetir con la fusta. Pero simplemente desabrochó el top, que dejó caer suavemente al suelo. Y cuando ella contenía la respiración, al sentirse expuesta, le volvió a dar. Ahora en la otra nalga.

– Zas

Otro grito, y una pequeña carcajada. Le acercó la fusta a los pezones, y empezó a darle pequeños toques. Ella miraba con la boca abierta, no le disgustaba. Y de vez en cuando, un golpe un poco más fuerte. La piel blanca, normalmente oculta del sol, empezó a ponerse colorada. Se acercó otra vez, y empezó a darle besos suaves allí donde le había azotado. En las zonas rojas, en los pezones, siguiendo el ritmo de algunos suspiros que a ella se le escapaban. No sólo no le disgustaba, le estaba gustando. Se estaba excitando.

Él abrió otro cajón, y sacó más artículos, más juguetes. Unas pinzas, un pañuelo oscuro. Le puso con suavidad una pinza sobre uno de los pezones, que ya estaban duros, hinchados. Le pareció doloroso un par de segundos, pero después empezó a gustarle la sensación. Esa presión, ese calor en una zona tan sensible. Y justo cuando empezaba a sonreír…

– Zas – un golpe seco, de nuevo en las nalgas. Esta vez más fuerte, y ella se retorció un poco.

Pero inmediatamente el pañuelo le tapó la visión, proporcionando un elemento de sorpresa. Él se situó a su lado para besarle suavemente en el cuello. Suavemente, pero cada vez más intenso, con besos amplios, húmedos. Mientras, le colocó la otra pinza y ella contuvo otra vez la respiración tres segundos, hasta habituarse al dolor. Y cuando ya se relajaba, otra vez, el pinchazo del golpe sobre su nalga. Inesperado, haciéndole dar un salto y un grito un poco más fuerte.

– Ay, te pasas – protestó.

Él le acarició, con las yemas de los dedos, recorriendo la marca que le acababa de hacer. Una caricia ligera, que ella sentía amplificada. Tenía la zona super sensible, y el más mínimo toque le producía corrientes de placer por toda la piel. Y cuando notó la fusta sobre sus braguitas se estremeció. Simplemente imaginar el golpe, porque no estaba más que apoyada, rozándole en esa zona tan delicada.

Metido en su papel, él le frotó un poco con la vara, por encima de la tela. Y empezó a darle pequeños golpes, aumentando poco a poco la fuerza. Atada, indefensa, ella retorcía las piernas, pero la forma en que se mordía el labio inferior demostraba que le estaba gustando. Él medía cuidadosamente la fuerza para que picase un poco, sin llegar a lastimar.

Retirando una de las pinzas, acercó la boca y chupó delicadamente el pezón congestionado. La sensibilidad habitual se había disparado, y ella gemía con cada toque, por ligero que fuese. Dejando la vara a un lado, llevó una mano exploradora a su sexo, una fuente. Sus dedos se hundieron casi sin querer, resbalando entre sus labios empapados. Y ella temblaba al moverse entre la entrada de su vagina y su clítoris hinchado. La mantuvo así un rato, disfrutando de sus gemidos. Chupando sus pezones, pellizcándole el clítoris, introduciendo los dedos poco a poco más profundos. Uno, dos, tres… hasta que ella estaba ya deseando que la penetrase de una vez.

La soltó del mueble, para tumbarla en la cama con urgencia, las manos todavía atadas y los ojos vendados. Él le separó las piernas, desnuda, totalmente abierta y expuesta. Le pasó una legua rápida por su coño absolutamente empapado, congestionado, y ella esperaba sentirle ya sobre ella, para penetrarle sin piedad. Pero todavía no era el momento.

Dando la vuelta a la cama, apoyó sobre su mejilla la tremenda erección que tenía. Ella reconoció al momento el contacto, y abrió inmediatamente la boca para buscarla, a ciegas. Le encantaban las mamadas, y chupó con muchas ganas. Pero él se movía juguetón, haciendo que a veces se le escapase y tuviese que buscarla, moviendo la lengua. Poco a poco fue metiéndola más y más, moviéndose hacia atrás y delante, como follándole la boca. Algo que a ella le estaba excitando muchísimo, al unirse las sensaciones de sentirse desnuda, dominada, entregada, suya… y a la vez tenerlo en su boca, hinchado, muy duro, a punto de correrse.

– Qué bien la chupas, niña. Eres una zorra, mi zorra.

– Mmmm, cabrón, estás delicioso.

Oírle llamarle su zorra aún le encendía más, y aumentaban sus gemidos. Para mejorarlo, él le apretaba las tetas, le retorcía los pezones, y se inclinaba de vez en cuando para darle una ligera palmada entre las piernas, que sonaba como darle a un charco. Una y otra vez, castigando su clítoris, cada vez más rápido, hasta que ya la tenía gimiendo de nuevo. Temblando, super excitada.

Fue midiendo los estímulos hasta que ambos estaban a punto de llegar. Él le penetraba la boca ya muy profundo, haciendo que le faltase el aire. Y cuando sintió el momento, le agarró firme por los rizos y le sujetó la cabeza.

– Me voy a correr. Vas a tener tu premio, y lo vas a tragar todo.

Y sin dejar de moverse, aumentó la frecuencia de sus palmadas. Pequeños golpes muy rápidos, concentrándose ya sobre el clítoris. Ella abría y cerraba los muslos, apretando las nalgas y gimiendo como loca, hasta que no pudo aguantar más. Y explotó entre gritos, una avalancha de contracciones, brutal, desde muy adentro, haciendo que su espalda se arquease y sus piernas temblasen. Y ante tal expresión de placer femenino, él se clavó en su boca agarrándola con ambas manos, con espasmos que expulsaban fuertes chorros directamente en su garganta. Ella no podía tragar y gemir a la vez, y parte de aquella leche caliente se le escapaba por las comisuras.

Lo sintieron intenso, enorme, larguísimo. Ambos se quedaron quietos, con la respiración entrecortada. Ella se relamía los restos de su premio, con una sonrisa, y él la miraba mordiéndose los labios. Había sido fabuloso, pero aquello no había terminado. Le había prometido más, y una mujer multiorgásmica es un tesoro.

– Zorra. Quieres más, ¿verdad?

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