–Así que fue solo eso. ¿Un magreo entre ustedes Ana Luz? –Me preguntó Gustavo notablemente molesto.
–Solo eso, cariño –Respondí.
–Además sucedió antes de que estuviéramos juntos. ¡Por favor! Todos tenemos nuestras historias.
Mi marido no parecía satisfecho con la respuesta. Afortunadamente el ruido de la fiesta no daba oportunidad de discutir con mucho detalle.
Hacia veinte años desde que terminamos el liceo y acudíamos a la reunión que lo conmemoraba. Muchos al igual que yo, rondábamos los 40 años y acudimos con nuestros cónyuges. Algunos más dejamos a los hijos con la niñera.
La cena había terminado y la conversación empezaba a animarse por las anécdotas de nuestra adolescencia. Compartíamos la mesa con Irene, Elena y sus esposos.
Entonces, lo vi llegar. Se aproximó a nuestra mesa y saludó de beso a las mujeres y un fuerte apretón de manos a los hombres. Después de la ronda de presentación le invitamos a sentarse.
Él agradeció el gesto. Comenzó entonces la ronda de preguntas usuales, Elena inició por las nuevas de cada uno, llegan dándole su turno.
–Entonces Timoteo, ¿Dinos, donde está tu esposa? –Pregunto Elena directamente.
–Me he divorciado recientemente –Contestó.
Un ligero silencio de incomodidad se hizo en la mesa. Pero fue roto rápidamente.
–Llamadme Tim, como en los viejos tiempos. Después de tantos años mi nombre sigue sin gustarme.
El recuerdo de su nombre nos hizo reír y olvidamos rápidamente la incómoda pregunta de Elena.
La música empezó y Gustavo quién odia bailar, hizo seña de sentarse.
Tim se acercó y me invitó a bailar. Quizá Gustavo notó la ligera tensión entre nosotros, cosa que lo hizo sospechar más tarde.
Acepté la invitación de buena gana. Tim era un gran bailarín.
Mientas bailábamos conversamos un poco, acto que fue seguido desde la distancia por mi marido. La música era dinámica y nos movimos con alegría a su compás. Después de algunas piezas, la música bajó de intensidad. Tim se acercó a mi oído para decirme
–aún tengo tu chaqueta.
Gustavo ya estaba cerca de nosotros, amablemente pidió bailar con su esposa y yo ignorando el comentario de Tim, accedí cambiar, tomando a mi esposo de la cintura.
–¿Cuál es la historia con él? –Preguntó, apenas Tim dio la vuelta hacia la mesa.
Al principio intenté mentirle.
–Nada amor, solo que fuimos buenos amigos durante nuestra estancia en el liceo.
Por supuesto Gustavo no iba a aceptar una respuesta tan simple fácilmente. Me di cuenta de que había tomado ya un par de copas.
–Creo que no me dices la verdad –Insistió.
El sonido anunció una ligera pausa y todos regresábamos a las mesas
–Salvada por la campana –Dijo mi esposo, entre serio y bromeando.
De vuelta a la mesa, siguió la conversación Isaac, esposo de Elena conversaba con Gustavo y yo aproveché para conversar con Tim, la plática fue informal, nada serio puede hablarse en estas reuniones. Al menos no hasta que el alcohol hubiera fluido un poco. Lo cual empezaba a suceder.
Noté que Issac y Gustavo se habían separado por lo que la conversación entre Tim y yo sucedió bajo la mirada inquisidora de mi marido, tal vez Elena lo percibió igual e invitó a Tim a bailar y yo regresé con mi esposo a una mesa alejada de la pista, en un rincón.
Para entonces Gustavo ya había tomado un poco más, quizá más que un poco.
–¡Confiesa que te lo follaste! –Soltó bruscamente.
Un poco ofuscada por su brusca manera de expresarlo, no estaba segura si era una buena idea contarle, pero decidí evitar una escena de celos delante de mi viejo grupo de amigos.
–De acuerdo te contaré.
Como ya has escuchado, Tim fue el deportista del grupo, siempre fue el capitán del equipo de basquetbol y de el de futbol. Yo no sabría decirte si su nivel le hubiese permitido vivir del deporte, pero hace 20 años, muchos pensábamos que sí.
Una vez concluido el liceo todos tomamos nuestro camino, pero 2 años después, las chicas en la mesa y un par de amigos más, volvimos a reunirnos cuando Tim se accidentó.
Él y su primo fueron a una fiesta y no es muy claro si ambos estaban ebrios al salir, lo que fue claro es que su primo lo estaba y condujo en ese estado. En una curva entrando a la ciudad, perdió el control del auto y se estrellaron contra otro. La peor parte la llevó él, se fracturó la tibia de una manera en que su futuro como deportista se esfumó.
Entre todos, nos turnamos para visitarlo, un día fui y nadie pudo acompañarme. Lo encontré muy deprimido. Nunca lo había visto así. Sentí lástima por él.
Su madre estaba por salir del hospital cuando llegué, se alegró de verme y con un sentimiento de alivio dijo que tardaría un par de horas en volver.
Tim se desahogó y lloró junto conmigo. Una cosa llevó a la otra. Quizá fue su vulnerabilidad, pero mi intención de animarle fue convirtiéndose lentamente en algo más. Me acerqué a él y lo besé suavemente. Él respondió apasionadamente. Mi mano que se encontraba en su pierna sana, empezó a subir. El beso se tornó apasionado, lleno de deseo. Fue fácil hacerme entre su bata de hospital y su carne. Sentí en él una ligera erección.
Seguíamos besándonos, mientras sus manos se dirigieron hacia mis senos, su falo seguía erigiéndose y fue cuando escuché pasos en el corredor, nos separamos rápidamente, justo a tiempo antes de que la enfermera en turno hiciera su ronda de revisión.
Gustavo seguía muy molesto, incluso el efecto del alcohol parecía haberse esfumado. Se sentó. Al acercarme pare acariciarle, noté que se había puesto duro. No era una ligera erección, no. Él estaba firme completamente.
Reconozco que el recordar la historia me hizo sentirme un poco excitada. Aprovechando el largo del mantel de la mesa, dirigí mi mano a acariciarle sobre la ropa. Gustavo disfrutaba mis caricias, pero debí interrumpir, la música se había detenido nuevamente y las mesas volvían a ocuparse.
Esperamos un poco para volver a la mesa del grupo y seguimos conversando un hasta que llegó la hora de irnos.
Al llegar a casa y despedir a la niñera, Nos encontrábamos en la alcoba, Gustavo mantenía una actitud reservada y se le notaba molesto.
–¿Qué sucede? –pregunté.
–No creo que tu historia termine como me has contado.
–Estoy seguro de que te lo cogiste.
Harta de su comportamiento, no lo pensé y decidida confesé el resto de la historia.
Una semana después le permitieron dejar el hospital, fuimos en grupo a visitarlo un par de veces, Él parecía más animado. Aún no debía levantarse de la cama y su pierna derecha seguía sujeta por un dispositivo ortopédico.
En mí última visita fui sola, su madre nuevamente regresó a trabajar y él se alegró de verme. Hablamos un poco, pero no mencionamos la última ocasión en el hospital, sin embargo, al estar solos otra vez, su pesadumbre volvió a hacerse presente. Lamentaba profundamente saber que su vida de deportista se había terminado.
Me acerqué a él y dejé que me besara suavemente. El beso se intensificó y volví a sentirme excitada. Dirigí mi mano a su entrepierna. Esta vez no nos interrumpieron. Me di cuenta de que su verga era mucho más grande de lo que pensé la primera vez. Era muy gorda y larga; su glande parecía un hongo enorme. Mi piel lo deseaba, mi coño se humedeció, yo me dejé llevar.
Sus manos hábilmente desabotonaron mi blusa y acariciaron mis pechos sobre el sostén. Retiré la manta que lo cubría y me dirigí a su entrepierna. Saqué su magnífica verga por la apertura del bóxer para pajearla. Nunca fui muy amante de hacer el sexo oral, así que solo lengüeteé y besé su miembro un par de veces.
Su falo duro sobresalía entre mis manos y un ligero líquido traslúcido asomaba por la punta. Abrí mis jeans y los retiré al igual que las bragas. No recuerdo muy bien cómo, pero cuidadosamente subí a su cama y abriendo al máximo las piernas logré esquivar su pierna rota y el aparato que la sujetaba. Él hábilmente dirigió su verga a donde pudiera montarla.
Empecé a sentir como milímetro a milímetro se introducía en mí. Él libero mis tetas y las besaba con fruición, mordía ligeramente uno de mis pezones mientras yo lograba recibir más de la mitad de su tranca.
Me sentía llena por completo, su miembro estaba muy adentro de mí y su lengua no paraba de jugar con uno de mis pezones. Una de sus manos acariciaba mi trasero y la otra me tenía muy fuerte por el otro seno.
Cuando estuvo dentro por completo, empecé a moverme lentamente hacia arriba y abajo, yo debía hacer todo el esfuerzo y empecé a sudar copiosamente.
Empezamos a gemir, yo quería montarlo con fuerza, restregar con vigor mi clítoris contra su polla, pero me contuve para evitar golpear su maltrecha pierna.
Lentamente me moví arriba, abajo adelante y atrás, me concentré en sentir cada ligero movimiento. Así seguí un buen tiempo, sentí lentamente que el orgasmo estaba cerca. Él había hecho un gran esfuerzo para no correrse, intuí que también iba a terminar.
Me corrí primero, apenas. En mitad del clímax sentí su abundante y tibia descarga.
–Sucedió así, sin pensarlo.
¿Querías saber si follamos? –Le pregunté casi gritando.
Sí, lo hicimos hasta el final. Aunque yo tenía condones en el bolso, no recordé usarlos.
Al terminar me retiré lenta y cuidadosamente. Sentí al incorporarme, como su semen escurría entre mis muslos. Me vestí apresuradamente.
Observé que él lo había disfrutado tanto como yo. Sonreíamos sin saber que decir.
Me despedí rápidamente y me fui.
Gustavo escuchaba mi relato en silencio, su expresión era de sorpresa, no de disgusto. Tal vez, porque no podía esconder la tremenda erección, que haber escuchado mi relato le había provocado.
Al verlo, no lo pensé y lo aventé en la cama. Le pedí que no se moviera y repetimos en cierta forma lo que le había contado: Él permaneció inmóvil y yo me monté sobre él, moviéndome cuidadosamente, como si él estuviera herido. ¡Pero no lo estaba! Incrementé el ritmo, restregué mi hinchado clítoris contra su pelvis. Gustavo duró lo suficiente para hacerme correr. Él se vino copiosamente.
–Ahora sabes la historia completa –le dije, aún con la respiración agitada.
–¿Estás segura?, ¿no seguiste visitándolo? –Preguntó con curiosidad, más que con disgusto
–No. Entonces tenía otro novio. No volví hablar con él, hasta el día de la fiesta.
–¿Acaso el sexo no fue bueno? ¿No valía la pena volver a verle?
Un poco confundida por la pregunta, terminé la historia.
Llegando a la parada del autobús me di cuenta de que había olvidado mi chaqueta. Al regresar por ella, observé cómo Eva, otra compañera del grupo abría la puerta de su casa. El muy cabrón debió haberse tirado a todas las del grupo con su numerito de deprimido…
Epilogo.
Íbamos tarde a la fiesta a la que nos habían invitado los amigos de mi esposo, me tocaría maquillarme en el auto durante el viaje, algo que a Gustavo odiaba.
Él ya me había echado la bronca por no organizarme a tiempo. Sentía que la noche empezaba fatal. Al buscar el maquillaje en mi bolso la vi. No podía recordar cómo, pero estaba ahí. No recordaba haberla tomado o a él entregándomela.
–¿Por qué sonríes? –preguntó Gustavo.
–Por nada cariño –Respondí.– Tienes razón, debería planear mejor mi tiempo, lo siento.
Sonrió, tomando mi disculpa de buena gana.
Devolví la sonrisa, mientras guardaba la tarjeta de Timoteo en el compartimento interno de mi bolso.