back to top
InicioGrandes RelatosInfiel por mi culpa. Puta por obligación (37)

Infiel por mi culpa. Puta por obligación (37)
I

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 29 minutos

Aquel sexo, su verdad y mi flagelo.

Aunque es lo que más deseo, es imposible retroceder y volver al principio. Este comportamiento mío tan magnánimo y sacrificado con Mariana, no era lo que tenía en mente. ¿Tanto placer sintió con él, como para haber estado dispuesta a causarme este inmenso dolor? Y con sus otras experiencias obligadas… ¿Más humillación?

Creo que tanto Rodrigo como Kayra, me vieron cara de pendejo masoquista, al recomendarme aguantar lo más posible el sufrimiento de escucharle sus aventuras. Sí, debe ser que interiormente tengo algo que exterioriza cierta depravación, para sentarme frente a ella disimulando y no tener el valor de mandarla a la mierda de una puta vez.

… «Determina si aprendió la lección. Constata si en este tiempo en soledad, tras su angustia y amargura, le ha servido para reflexionar sobre la felicidad y lealtad que desechó. Escúchale fustigarse, revelándote todos los motivos que ha esgrimido cuando ha hablado conmigo. Es muy cierto que con todas sus mentiras te excluyó, pero Camilo, igualmente estas incluido en sus verdades».

Recuerdo bien esa llamada de Rodrigo. Maureen se desperezaba.

… «Ten en cuenta algo cuando la veas, Camilo. No escuches a esa mujer para odiarla. ¡No! Oye bien a tu esposa si quieres perdonarla. Sí, amigo mío, a ellas les dispensaremos sus errores, queramos o no. Y, es más… ¡Las seguiremos amando toda nuestra puta vida a pesar de sus verdades a medias y sus fallas completas! ¿Pero sabes otra cosa? Esta vida no es una calle de un solo sentido, es una autopista con desvíos para tomar otras rutas. Igualmente, si lo prefieres, también existen giros si decides regresar».

… «Bonito consejo para los tontos enamorados, amigo mío. ¡Cómo se nota que también a ti te volvió mierda, esa mujer!». —Hicimos silencio y en el mismo instante matamos al diablo, cuando voluntariamente expulsamos el aire que nos sobraba, por echar en falta a nuestros amores. Nos reímos por nuestra similar situación y… ¿Porque putas, me estoy sonriendo ahora?

¡Puff! Si lo ha hecho yo no lo sé, todavía. No me consta cuanto se ha arrepentido por lo que hizo, y creo firmemente que Mariana tampoco sabe con certeza cuánto daño se provocó. Después de los duros quebrantos reaparece la serenidad que sana, pero en muchos casos, suele haber recaídas. ¿Se habrá curado de su locura, o no hubo tal enfermedad? ¿Será por amor que me buscó, o es simple necesidad? Necesito volver allí, e instarla a que continúe reviviendo esa vez y las otras pues claramente hubo más. ¡Todas!

¡Aun la amas! Musita desde el fondo de mí ser, este corazón enamorado. Pero la imagen que me devuelve el reflejo del espejo, es la de un hombre distinto, decepcionado y acabado, que se apoya resignado con ambas manos sobre este lavamanos de cristal. Me fijo en mí cara y no es el mismo rostro feliz de casi dos años atrás.

¡Olvídala! Me grita la razón filtrándose al exterior desde lo más profundo de mi cerebro, exponiéndome la cruel realidad en mi ceño fruncido, y tras las goteras de mi llanto, encuentro ese rojo sangre que impera en cada esclerótica, ambas irritadas.

¡Mierda! Cuando regrese me la vas a pagar amigo mío. Por hacerme creer que pasar por todo este sufrimiento, sería lo mejor para los dos.

Debo salir de este baño y dejarla terminar de hablar. Soportar un poco más mientras dejo que Mariana sufra junto a mí, otro tanto. Al fin y al cabo, este final lo estamos reviviendo juntos, y a los dos nos corresponde déjalo atrás, si pretendemos emprender vuelo de nuevo.

— ¿Quieres agua? —Y su inesperado ofrecimiento logra hacer que me gire a medias. ¿Se ha demorado algo más de lo habitual?

—No, gracias. Así como estoy, –y levanto mi mano enseñándole el cóctel casi a la mitad– estoy bien, cielo.

Hasta su tiempo orinando en privado es algo que he medido muy bien. Hacerlo junto a mí en el baño no le incomodaba, y escucharme a mí en las mismas mientras se afeitaba, no le contrariaba. ¡Una complicidad atípica, tan familiar!

Observo como camina hacia aquí, parsimonioso y escabulléndose en medio de los velos blancos que casi lo envuelven, danzando al vaivén de la brisa matutina. Sale de la penumbra de la habitación, a la claridad del balcón con una botella de agua mineral en su mano izquierda cubriéndose los ojos, pero sin poder ocultarme que ha llorado desmedidamente.

La derecha intenta sola, apretar el nudo del cinturón de su bata. Consigue exactamente lo contrario, más no se amilana al exponerme la franja desnuda de su piel. Una palma apenas, divide los extremos de la algodonada tela que antes lo arropaba. Para mi deleite es muy poco, sin embargo, para mí vista es suficiente, ya que alcanzo a observar al detalle la cadena de oro y la alianza bruñida bamboleando sobre los vellos brunos en su pecho, y de ahí para abajo me recreo en lo fornido que se le nota su abdomen bronceado. ¡Más ejercitado y marcado!

Por debajo de su ombligo sesgado, esa línea abdominal con pelitos obscuros, semejando una línea férrea, llevan mi mirada a la estación que se forma con los rizos negros en la espesura de su pubis… ¿Recortados y mejor arreglados que antes? Antes de que yo me fuera a… Puff, ¡Dios mío!… ¡La última vez que jugando con mis dedos se los revolqué y lo masturbé!

—Bueno Mariana, entonces si quieres y te sientes lista, puedes continuar. —Tras decirlo con un tono falsamente animoso, sin ruborizarse se ata la bata y toma otro cigarrillo, pero no para fumar.

—Pues no soy yo la que precisa recordarlo. ¡Eres tú el que está obsesionado en compararse con él! —Le respondo altiva y un tanto ofendida.

—Me preguntaba, cual parte de tu cuerpo le atraía más, diferente al lunar que tienes en el labio. ¡Qué tan macho fue en la cama para encender tu pasión! ¿Puedes creer que llegué a imaginar cómo te pichaba? Lo sé, que puta locura la mía. —Ella asiente con la cabeza.

— ¿Rudo cómo le fascinaba aparentar con su personalidad, o hipócritamente tierno como a ti te gustaba que te lo hiciera yo? No te alcanzas a imaginar lo que medité muchas veces, sobrio o «jincho», con qué cosas diferentes te sorprendió, o en cuales yo te falté y no alcancé a enseñarte. —Mariana menea de un lado al otro la testa, negando, pero mirando al suelo.

— ¡Listo, ya está! Te lo he dicho claramente. —Y ahora sus ojos color topacio me enfrentan, altiva.

O sea que… ¿A esto ha querido llegar? Ok, perfecto. Le voy a responder con sinceridad, –pero sin herir más su ego– todos esos interrogantes tan imprescindibles para su varonil orgullo.

—No comprendo porqué carajos insistes en que continúe con esto. –Le digo mirándolo con determinación y firmeza en mis palabras. – ¿Qué pretendes conseguir? Camilo… Cielo, yo… Tan solo he venido para hablar contigo y pedirte perdón tras revelarte la vida que oculté a tus ojos… Mis cagad… Los actos que escenifiqué tras las bambalinas de nuestro hogar. Pero esto no es bueno para ti y tampoco para mí. ¡Mierda, mierda! ¡No me hagas revivir todo eso, por favor!

—Ya te lo expliqué, Mariana. Solo quiero despejar algunas ecuaciones que no terminan de aclarar mi estúpida confianza en ti, y tu astuto proceder. Dudas que me han acompañado todos estos meses.

—¿Entonces todo tu sufrimiento se reduce a eso? ¿Quieres conocer que tan feliz me hizo sentir? ¿Lo que pretendes escuchar de mi boca, es si me culeo mejor que tú? ¿Es lo que tanto te preocupa y te duele? Ok, ok. Entonces sigamos hiriéndonos como quieres. Te hundirás más en tu pena y tu dolor, llevándome de paso, a ese suplicio contigo. ¿Crees que fui muy feliz? ¿Qué gocé y no me arrepentí de nada? Listo, mi vida. ¡Empecemos pues a gozar de este calvario!

Sentada continua Mariana, e inclina hacia abajo y a la derecha su cabeza. A dos manos recoge sus cabellos desde la nuca y los eleva, de manera suave, con sofisticado estilo y perezosamente los va dejando caer de a poco, pensativa y… ¿Preocupada?

—Mi cielo, como ya te lo había mencionado, culiar conmigo llegó a ser su obsesión y mis tetas para él, un par de incógnitas que tenía pendiente por despejar. ¿O desvestir? Sí, eso fue. Desnudarlas era lo que pretendía hacer. Y en mi caso, finalmente quise conocer por completo esa otra parte que desconocía de él, pues no me bastó con darle cátedra de cómo hacerle sexo oral a una mujer. Ya no es hora para ocultarte lo que pretendí hacer con él.

—No fue tan asno para aprender, ni tan ilustrado como creí. No sabía que esos labios también se besan, ni dónde carajos estaba el clítoris, o las maravillosas sensaciones que, estimulándolo bien con sus dedos o la boca, podía provocar placenteras tormentas eléctricas en las mujeres. ¡Como las que tu si me provocabas!

Su mirar añil está dirigido hacia mi lugar, más está lejana y me atraviesa, pues, aunque me mira, no me ve. Concentrada en sus pensamientos, a metro y medio de del marco de la puerta ventana, la caricia del velo blanco más cercano, batiéndose con el viento, la alcanza con el ruedo y la trae de nuevo hasta aquí, para que siga hablándome de otra cosa, pero dentro de la misma escena y esa puta habitación.

—Pero igual, me salió tan omnívoro como todos los hombres, y eso te incluye a ti. —Mi esposo sorprendido abre demasiado los ojos, así como su boca, y el cigarrillo que mantenía sin prender, desprendido del apretado juego entre sus perlados incisivos, se le cae al piso girando en un tirabuzón.

Se sonríe con levedad al ver mi gesto de intriga. Su brazo izquierdo continúa doblado cruzando sus pechos y la palma de su mano zurda, masajea la parte posterior del cuello mientras piensa, y yo me agacho para recoger mi enrollado vicio.

—Sí, por supuesto. ¿De qué te extrañas? Quería comerse todo. Mi boca, mis tetas, mi cuca y… Tu culo. Ahh, y tenía un fetiche semejante al tuyo, solo que, para él chuparme los dedos de las manos era algo excitante y provocador, tanto como a ti, lamer mis pies te fascina. ¡Como sea! Tantos rumores sueltos en la oficina, tantas las confesiones de «polvazos» inolvidables por parte de mis compañeras, me llevaron a dejarle hacer conmigo lo que quisiera. A que me tomara de primeras. Le cedí el control de la situación… Momentáneamente.

—Así como tú estás ahora, pues yo en ese maldito pasado también quería saber. —Se lo menciono, mientras que yo voy recordando cómo…

… «Sus manos se adueñan de mi cuerpo y me acaricia toda, toscamente desesperado. Su lengua no cesa en su afán de invadir mi boca, rozar mi paladar y absorber mi lengua. Desabrocha mi brassier y se aparta. Yo misma cruzo los brazos sobre mis senos, para con los dedos y de las tiras, halar el sostén y lanzarlo hacia la cama. No aterriza como se debe en ella, y por el peso de las copas cae desde el borde sobre la alfombra. Me yergo y se las enseño. Por fin sus ojos color avellana, pueden mirármelas».

Es probable que la pose de Mariana, sea el reflejo del cansancio. Hemos tenido un día amargo ayer, y una noche larga, demasiado tensa. O puede ser igualmente que, –por el telón de su memoria– un carrusel de imágenes nítidas esté visualizando y por ello se esté sonriendo, mirándome acá tan fiel, desmaquillada y desnuda bajo esa bata, pero traicionera ella por allá, donde se encontraba bien maquillada y vestida para él, sin estar aquí, dispuesta a que ese malparido la desnudara.

—Admiró mis senos y palpó cada uno de ellos. Y… Pues los besó por varios segundos. Quizás se demoró un poco más, y ya. Normal y predecible. ¿No?

… «¡Meliiii! Pero que sorpresa tan deliciosa me tenías escondida. ¡Ufff! ¡Qué pareja de téticas tan ricas encontré por aquí! —La expresión dichosa en su rostro corrobora su halago y adicional a mi orgullosa sonrisa, abajo en el intimo cauce de mi cuquita, un poco más de lubricante flujo se lo agradece».

— ¿Si ves bizcocho, como no tenía que traer sal para chupártelas? —Bromeó y enseguida sentí como en su boca, casi por completo, le cupo toda mi teta derecha.

… «Ladea la cabeza y de sus dientes se libera mi pezón del apremio. Frota su nariz contra el de la otra teta, la izquierda. Huele el perfume que emana en cercanías a él y juega a empujarlo hacia arriba, o para ambos lados con el tabique y las aletas, incluso a hundírmelo con la presión de la punta celestial de su nariz. Lo sopla eternamente, y siento el fresco vaho que endurece mi pezón, eriza la areola y la nuca, los antebrazos y mis muslos… Todo el resto de mi piel. Se ríe con muchas ganas por lo que ha conseguido provocarme y me anima sin palabras a sonreírme. Me carcajeo con él.»

—Estaba feliz disfrutando su premio, como niño pequeño saboreando un par de chupetas recién compradas y ofrecidas por su aman… Se las disfrutó, supongo. ¿Y tú, Mariana? Imagino que te encontrabas igual que él… ¡Gozando de tu traición!

— ¿Mmm? Ajá, sí señor. Lo estaba. Muy nerviosa también, pero sí. Lo estuve. Y disfruté de que se amamantara, con las que antes despreciaba.

… «Saca la lengua y con ella muy plana lo lambe, me lo humedece y me estremezco. Ese no lo muerde. Mientras chupa y muerde el pezón, gimo pasito al comienzo, muy rico y luego siento como el ritmo cardíaco se me acelera y recuerdo algo primordial… ¿Al menos traerías preservativos para probar lo demás? ¿Cierto?»

Camilo da media vuelta y en la mesita localiza su encendedor. Yo lo observo sufrir por esta confesión, y tras él por panorama este hermoso amanecer. Un paraíso al que he venido para llevarlo de la mano hacia el infierno que no imaginó. ¡Ok, mientras él fuma, seguiré con esto!

—Se tomó su tiempo para… Para terminar de desvestirme. Y… ¡Puff! Un… Una vez desnuda ante él, admiró mi cuerpo y lo elogió con un par de silbidos. Muy típico en él.

… «Jadea él, y yo resuello. Tamborilean sus dedos en mis caderas. Halan la tira y estiran el caucho decorado de mi tanguita, temeroso de romperlos o de hacerlos caer. Yo misma con mis manos sobre sus dedos, lo incito a vencer su indecisión. Entiende y extiende los laterales, tirándola para abajo de un solo jalón, y se desprende de mi cuerpo desde el centro, ya húmeda la vaporosa tela, desprotegiendo mi cuevita y su entrada rosa».

—Se hincó sin que se lo pidiera, e hizo lo que yo le enseñé. Lo que le di a degustar inicialmente.

… «Resbala por sobre las medias del liguero que embellecen mis piernas, en picada la tanga, para terminar por retirarla de mis pies, levantarla y arribarla hasta sus fosas nasales. Aspira el aroma ligeramente ácido de mujer «arrecha» que le doblega las piernas y le incita a probar de nuevo –sumiso entre mis muslos– lo dulce y lo avinagrado, que anteriormente ese deleite le negaba a las demás».

No sé si borrarlo para siempre de su mente, fue la meta propuesta, pero ahora la estoy obligando a que pinte en la mía, acuarelas con diversos tonos de gris, sobre lo que vivió junto a ese aprovechado siete mujeres. Ya podré ver en su rostro, si ella se colorea de múltiples rubores, por lo que está evocando, o si, –por el contrario– palidece con su antigua oscuridad.

—Me empezó a chupar… Allí. Con la mano zurda vi como finalizaba por bajar hasta mis tobillos, –trincado en un revoltijo de tela– lo que subsistía de mi tanga, hasta conseguir que mis piernas se abrieran para su deleite, otros centímetros más. Sus dedos gruesos apartaron los labios, ampliaron la división, y pringados con mis propios flujos, resbaladizos terminaron por internarse en mis carnes un poco más.

… «Mi cabeza la desgonzo sobre mi hombro derecho y con una mano, aprieto mi teta izquierda y pellizco el pezón. Lo miro entretenida y excitada, rendida al morbo del instante y al placer de verlo hincado ante mí, cuando sus dedos índice y corazón, arqueados en perfecta sincronía se abren paso por mis labios mayores hacia los más escondidos, pero no hace el intento por meterlos. Siento la punta de su lengua rodear mí ya abultado clítoris, a lo que yo respondo adelantando mis caderas.»

—Que panochita tan saladita y sabrosa. ¡Estás muy buena, bizcocho! —Me aduló, igual de chabacano como lo conociste.

—¡Pues sí, tienes razón! Creo que no tengo nada descompuesto. —Le respondí sonriente, pero manteniendo mi posición, abi… Me mantuve abierta y ofrecida por completo para él. ¡Perdón!

Tal vez ahora por la mente de Camilo, discurren coloridas las imágenes de aquella chupada y profanación digital del que fuera su privado altar. Enfocando su imaginación, cuadro a cuadro se está sumergiendo adolorido y resignado, en las escenas que le narro de esa vez mía con su detestado Playboy de playa.

Se hace silencio y volteo para darme cuenta de que, usando su propia interrupción, Mariana se ha levantado y bebe un sorbo, bastante largo, y haciendo gárgaras dentro de su boca, transita hasta el interior de la habitación, degustándolo seguramente antes de pasárselo, justo cuando llega al pie de la mesita de noche. Recoge su móvil, lo desbloquea y revisa si le ha llegado alguna notificación.

No he escuchado nada, pero ella lo observa con seriedad. Al parecer nadie le ha escrito, alguna notificación sin importancia, un aviso publicitario de algo… O un mensaje que ahora no puede o no quiere leer. Disciplinada lo regresa a la superficie de madera, tal como lo encontró. Casi que en la misma ubicación.

Al girarse se da cuenta que la he observado detenidamente, y silenciosa emprende el regreso hacia este balcón. Cercana ubica un pie, –el derecho– sobre el suelo de madera, el otro con un poco de duda, lo mantiene de punta sobre la veteada baldosa de la habitación, pero el cielo de sus ojos no se apartan del café de los míos y sé que su voz no demorará en dejarse escuchar, revelando más datos de su deslealtad, y acrecentando mi sufrimiento.

—Camilo, yo… ¡Jueputa! Lo siento, lo siento. –Oculto mi rostro de su vista entre mis manos y sollozo. – Sen… Sentí placer cuan… Cuando sus dedos me pen… Me penetraron con decisión, y el movimiento de su mano se hizo más frecuente, subiendo y chocando contra… Mi pelvis se constreñía al percibir como sus dedos me invadían, abriéndose bien por dentro, angostándose al salir… Y prácticamente sin querer, espasmos cortos pero constantes percibí en mis caderas, ya que estas buscaban mayor fricción y con ello… Obtener más placer.

… «Mis dedos despeinan su melena, caliente y sudada mantiene su frente. Excitada y temblorosa me mantengo como puedo de pie, hasta que sin remedio mis muslos se me electrifican y se acalambran. Me apoyo con ambas manos sobre su coronilla, para retorcerme de puro gusto frente a sus ojos tinturados de verdes selva y marrones muy claros, suspiro agitada y chillo largamente como gata en celo para mí y para excitar aún más a Nacho, de mi boca dejo escapar en cortos grititos, vocales abiertas combinadas con haches mudas, y mil gestos expresivos. Me estoy viniendo, ¡Puff!… Llegué.»

—Lo lamento tanto, pero es que yo…

… «Sus dedos se agitan descuidadamente perezosos pero errantes dentro mío, y sin detenerse, recogen todo el viscoso líquido que emano con gozo y que aprecio como se escurre desde mi entrada horadada, hacía el huequito más cerrado y estriado. Sin oxígeno suficiente para los dos, mi boca bien abierta lo desea, y jadeos en la cerrada de él, chupando con deleite mi esencia impregnada entre sus dedos. Un flujo sin cauce definido, unta la media luna de mis nalgas, ambos muslos y más abajo, gotas sin pisar y un gemido prolongado es lanzado desde mi garganta, hacia la órbita marfil del techo de esta habitación».

—Yo también. No te imaginas cuánto. —Me dice finalmente Camilo, con su voz grave, bastante ronca, pero sin demostrar en su timbre algún tono de sorpresa, y en su faz, –humectada por sus lágrimas– ningún leve gesto de excitación o curiosidad por los detalles. Puede que se deba a que ya ha calculado lo que sigue. Seguramente ya lo ha imaginado.

—Me encorvé y gemí al sentir como alcanzaba el clímax. –Le respondo para despejar su duda. – Y en la cima misma, si vergüenza alguna proclamé entre gritos cortos y otro gemido alargado, el placer que me proporcionó con sus dedos. Me hizo llegar rico, y mi cuquita expulsó una considerable cantidad de flujo, mezcla de agua u orines… Fuerte, es verdad, pero eso mismo ya lo había vivido innumerables veces contigo. Fue similar la sensación, no tan diferente en la forma, y sin embargo sentí distinto, porqué lo conseguí de la mano de otra persona, la de un hombre que detesté en un comienzo por su personalidad pedante y agrandada, pero que me había gustado físicamente cuando entro tarde y tan campante a mi vida.

—¿Entonces te impactó su actuación? ¿Te gusto bastante cómo te comió la cuca? —Tontamente le pregunto, más ella calla, he indecisa, gira medio cuerpo para darme la espalda, con su vaso como adorno en su mano derecha, casi sin probar.

—Sí, no te voy a negar que me gustó. Lo hizo bien, y además sería una estupidez de mi parte, negártelo ahora. Yo puse de mi parte y él aprendió algo adicional, en alguna parte. ¿Lo hizo con su novia? O… ¿Practicó con alguna de sus otras mujeres? Eso no lo sé, y no me importó. El caso es que si, Camilo, me dio placer.

Sin atreverse a sostenerme la mirada, Mariana me responde serena, sin altanería o suficiencia, más bien le escucho bastante reposada su voz. Pliega la tela desmaquillada de los párpados, por pena o tan solo para concentrarse en recordar, con gusto o sin él, las técnicas utilizadas por su Playboy de vereda para hacerla gozar, como cuando se esforzaba ella por pintar algunas de sus monocromáticas aguadas, con esbozos de sus memorias viejas de campos sembrados por las manos de su padre y sus hermanos, y al concluir el trabajo, disfrutábamos los dos, al ver lo hermoso de las tonalidades, con las que había conseguido los claroscuros en ese paisaje.

Todo con su personal dedicación y esfuerzo… ¡Sin ayuda mía! Como ahora tal vez lo esté haciendo, al revivir su encuentro sexual con ese malparido siete mujeres, dando forma a sus cuerpos desnudos, casi oliendo su aroma provocativo, trazando los contornos y la perspectiva de esa maldita habitación, e intentando dar textura con varios trazos transversales a una erótica pintura, que por más que quiera, ya no puede borrar, quizás diluir un poco. Suspira, gimotea y llora. Sufre ahora, relatándome cuanto lo gozó.

—Te preguntaras si los comparé. Pues sí, lo hice momentáneamente, no porque lo pretendiera desde antes, solo entiende que surgió de manera natural, imprevista para mi razón que no te quería tener cerca por allí. Fue mi cuerpo el que al reaccionar te invocó. Igual para nada. ¿Mejor él que tú? A ti te sobraba el tiempo para adorarme. A él le apuraban las ganas y a mi… ¡Puff! Necesito un trago y un cigarro.

El cóctel lo mantiene meciéndolo en su mano y el cigarrillo la espera dentro de la cajetilla a medio abrir. Y yo, resignado espero por la continuación que no demora.

—Yo controlaba como Chronos el tiempo y la mesura, para no entregarme toda de una sola vez, y por supuesto para no aparecerme demasiado tarde por nuestra casa. Zanjé aquella comparación pensando que José Ignacio había actuado en la medida de lo esperado. Yo sí… Gemí, suspiré y jadeé exageradamente, para encabritarlo. Contigo nunca tuve que inventarme nada de eso. ¡Lo juro! Fueron parecidos en el placer físico, en el esfuerzo y sus ganas, como las tuyas de mí. Pero aquí, –me apunto con el dedo al corazón– en la vibración emocional… Él nunca… ¡Nunca estuvo a tu altura! Coincidieron para mí en ciertos aspectos y actitudes para ese goce sexual, pero Camilo… Jamás existió para él, un solo… ¿Cuál será la medida del amor?… En fin, quiero decir que no hubo ningún gesto de amor para él. ¿Estamos?

Los dedos de Mariana tantean el filo de la puerta de aluminio anodizado, y rozándolo desde arriba para abajo, el índice se detiene sobre la ranura de la chapa y sobre este, aloja su mirada e inclinada la cabeza, lanza hacia el costado donde me encuentro, la continuación de sus actos y los motivos que me expone con frases entre cortadas.

—José Ignacio izó su cuerpo, con una sonrisa pintada en sus labios pringosos, lanzándome una de sus habituales miradas sicalípticas, con medio rostro límpido y la otra mitad lustrosa, embadurnada de saliva y mis flujos blanquecinos y pegajosos. Me besó sintiéndose triunfador, pues comprendió que, con su eficaz dedeo, había conseguido sacarme un buen orgasmo. Ese beso apasionado que no le rechacé, fue el anticipo y la continuación del itinerario –entre la pared y la cama– de nuestro encuentro en aquel motel. Yo, ya había concedido el mando, dejándome hacer para saber, así que lo que seguía ya no era cosa mía, el mando lo tuvo él.

Como leona enjaulada, observo a Mariana caminar alrededor de la mesa redonda, esquivando los espaldares de las sillas, y dirigiéndose hacia el otro extremo de este balcón. Con la cabeza gacha, de soslayo me da un repaso. Leo en su oblicua mirada, que quiere saber cómo lo estoy sobrellevando. No debería preocuparse por mi tras la demolición. Es verdad que mantengo húmedos mis ojos y el corazón roto. De resto, sigo en pie.

—Abrí los ojos durante el beso y él los mantenía cerrados. Con claridad supina, casi que en alta definición pude ver en su frente surcos brillantes y diminutas gotas de su transpiración. Distinguir en el aroma de su piel, el olor a lavanda y anís; musgo, roble y sándalo, rodeados dentro de una fragancia a limón un tanto agrio. La misma colonia de papá, y que tanto molestaba mi olfato. Pero su mejilla izquierda y sobre todo el mentón, si olían a mí. Sus labios y hasta la punta de la nariz, igualmente sabían a mí.

… «A Nacho el morbo le puede y a mí, el afán me apremia. Lo hago ya. Desabotono su camisa y Nacho colabora al mantener sus brazos extendidos a cada lado de su torso. Vuelve a sonreír, me mira relamiéndose los labios, y besa hasta tres veces, el negro profundo de mi coronilla cuando agacho la cabeza para liberar el ultimo botón de su camisa. Con dos movimientos de sus hombros, se deshace de ella, mira al suelo como vigilando donde ha caído para no pisarla. Yo puedo admirar su cuerpo con tranquilidad. ¡Como esta de bueno, Dios mío! Tan níveo como mi piel cuando dejo de broncearme, y totalmente depilado. Me gusta, sí. Me encantan los trapecios que se le forman desde el cuello hasta los hombros, y por supuesto sus tatuajes. La espalda ancha, sus tetillas de palidez rosa, los abdominales bien marcados y centrado en su vientre, el alargado y hundido ombligo. Falta el resto del trabajo, lo que me aguarda más abajo. ¿Lo hará Nacho? ¿O se lo hago yo?»

—Se desplaza hacia mi esquina, callada y pensando. ¿Lo extrañará?

—Él, con ambas manos apoyadas sobre mis hombros desnudos, se deshizo del revuelto de algodón Pima y lana Merino, tirados en el suelo y cercando sus pies. Se despojó de sus elegantes mocasines con su aguda punta de charol, pero se dejó las medias acanaladas, negras como el color de su pantalón. Y ese acto fue el augurio que me permitió pronosticar su siguiente movida. Atenazó mis clavículas entre sus fuertes dedos y me hizo girar, hacerme caminar de espaldas mientras nos besábamos, fue su sensual decisión. Mis pantorrillas hicieron tope contra el borde acolchado de la cama, y allí fue cuando me lanzó de espaldas sobre ella. Fue una acción tosca y brusca. Me demostró su costumbre animal, poco caballerosa. ¡Y no me gustó! No estaba acostumbrada a eso, y ese acto causó que me acordara de ti por qué… ¡Tú no eres así!

¡Puff! Volteo mi cara para el lado opuesto, con el fin de que Mariana no se percate de mi gesto de enojo y malestar. El hondo suspiro, ha sido inevitable que lo escuche. ¡Ya qué importa!

—Te disgusta como te trató, y a pesar de ese hecho, se lo permitiste. Y por lo visto, adelantando en mi mente la película, supongo que le admitiste hacer contigo quien sabe cuántas cosas más, cuando pudiste detenerlo todo, arrepentirte y vestirte, alejarte de ese tipo y regresar a tu hogar. Pero no fue así. Y creo saber bien el motivo. ¡Te gustaba como te maltrataba!

—¡Nooo! «Carajo», Camilo. ¡Por supuesto que no!… A ver, de qué manera te lo explico. Lo estaba estudiando, ¿ok? Tanteaba su proceder conmigo para determinar qué tan cierto eran los comentarios de las otras mujeres. Esos que tanto alababan su hombría y lo bueno que culeaba. Esos chismes de oficina que me habían incitado a imagin… ¡A querer tener sexo con él! ¿Ya lo tienes claro? —Su enojo puede ser un testimonio de mi equivocación, o una demostración más de su gran capacidad actoral para engañarme y hacerme creer que aún era de día cuando nos estaba anocheciendo. ¡Qué mierdas! Que tristeza no poder confiar de nuevo en sus palabras.

—Está bien, está bien. ¿Ok? Olvida mis palabras. –Me dice Camilo levantando los brazos como si yo le estuviese apuntando con un arma y no con mi mirada de molestia total–. ¡Te otorgo el beneficio de la duda! Aunque hablando de dudas… Me resulta particularmente familiar, el hecho de tu gusto por la sumisión y las ataduras. Esa fascinación tuya de los últimos meses, por tener conmigo esa otra clase de sexo… ¡Duro! —Oops. Buen punto. ¡Pero no es el momento para más explicaciones! No sobre eso, si no de lo que sucedió con Nacho a continuación.

—¿Quieres saber que hice? –Camilo asiente y yo prosigo. – Pues me recompuse y me senté en la esquina de la cama. Él se plantó en frente mío, con su pose de conquistador dominante. Así que le dije…

—¿Acaso crees que aquí solo mandas tú? ¡No-no-nooo! — Enganché mis pulgares a su cintura, por debajo del resorte de su… Un calzoncillo muy pequeño, uno de esos, tipo slip, que alguna vez, estando tú y yo aquí, pretendí que los compraras para encender mi pasión una que otra noche, mientras que Kayra nos hacia el favor de cuidar a nuestro Mateo. —Camilo hace memoria, frunce el espacio vacío entre sus pobladas cejas negras, y luego, toma un trago de la botella de agua mineral. Relaja los músculos de su frente y termina por recordar.

—Como te decía, José Ignacio no se lo esperaba y creo que le hizo mucha gracia mi arrebato, pues se carcajeo. O de pronto estaba imaginando que lo que yo deseaba era meterme su verga en la boca para hacerle una mamada.

—¡Y, se la hiciste! No es difícil de adivinar. —Me reclama, pero con su voz bastante templada.

—Lo hice, sí señor. Pero antes me propuse desesperarlo, hacerle ver yo también podía jugar. En una de las tantas veces que le amenacé con tirar de ellos para abajo, con mis dedos ahuequé la tela de su slip y su olor a macho excitado llegó hasta mis fosas nasales. Incliné la cabeza para mirar más de cerca, y pude contemplar que su pene estaba más bien semierecto. Aparté la vista enseguida, pero la curiosidad me pudo, y bajé por completo la licrada tela, paseando mis uñas por sus albos muslos, soltando la escasa prenda al traspasar la frontera de sus rodillas.

… «Como Nacho permanece con su cabeza dirigida al techo, mirando nuestro reflejo en el espejo, yo abro bien mis ojos y aprovecho para fijarme bien en su verga. Lastimosamente, su pene no está del todo tiesa, sigue inclinada hacia un lado, pero el glande ya se lo veo lubricado y de un tono rojizo violeta. Esta ya inflamado, cabezón por su excitación; me parece que ahora, en algo se le ha desinflado y de su tamaño anterior, cuando me lo tenía bien arrimado, le faltan algunos centímetros, a lo largo y en lo ancho. ¿Me tocará soplárselo para que reaccioné? Hummm…, se lo acaricio con suavidad y este pedazo de carne reacciona de inmediato. Está creciendo acalorado, palpita en mi mano. Me entra la curiosidad y quiero ver cuanto más puedo hacérselo crecer. Creo que escupiré sobre el tronco y empezaré a pajearlo.»

Gira su cuerpo noventa grados, con su cabeza inclinada, y terminan sus dedos por liberar del empaquetado encierro un cigarrillo. Da un sorbo a su cóctel y acomoda el vaso muy cerca del encendedor. Lo recoge y a sus labios entrecerrados, va a parar el blanco rollito de tabaco y de una sola, la danzante flama quema la punta. Aspira, pero no lo retiene y enseguida veo como el humo sale expulsado por su nariz, y otro poco por su boca. Se mira un pie. Lo adelanta y lo balancea. Lo regresa con parsimonia a la horizontal ubicación anterior. Se afirma bien sobre el tablado, y con la testa ladeada sobre su hombro derecho, Mariana me escudriña con sus iris topacios, tan vidriosos por el llanto como deben estar los cafés míos. ¿Sufre? Me parece que sí.

—Ansiosa por empezar con lo que seguía, lo provoqué para que pusiera manos a la obra. ¡Wow! Me parece que este beb… Bebecito se está despertando. ¿no? —Le dije. Abrió los ojos y mirándome engreído, levantó los hombros y se sonrió. ¡No! Espera, no fue así. Se carcajeo. Sí, se puso vanidoso y se lo tomó con su mano por la base, lo sobó y se lo apretó un poco, presumiendo su extensión y el grosor.

Camilo se da la vuelta, y con pericia por detrás de la oreja derecha, a medias cubierto por un mechón de su pelo, ajusta su cigarrillo. Enseguida inclina la espalda y se apoya nuevamente con sus manos sobre la baranda. Tensa las articulaciones de sus dedos y aprieta con fuerza la madera. Le duele escuchar los hechos y recrear con mis palabras, la escena y mis actos. Algo más percibo en sus ojitos achinados, oteando un panorama, ahora despejado. Y es que, para su ego de macho, echa en falta algo en mi relato. ¿Será que me atrevo a esclarecérselo?

—Si… Si te estas preguntando, no comparé su tamaño con el tuyo. Recuerdo que solo… Se lo observé primero. Ya te dije que son similares, salvo la diferencia en la leve curvatura hacia la derecha en la de él. Además de que la suya es… Es bastante más blanquecina y el tuyo, obviamente tan moreno como el resto de tu piel. ¿Ok? Después… Si lo hice. Se lo chupé de nuevo.

… «Deseo saborear su verga y metérmela dentro de la boca. Levanto la vista y me encuentro con sus ojos avellanas, radiantes y muy redondos. Lo quiero hacer sufrir un poco, pero Nacho expectante, quiere de otra forma. Agarra mi nuca y me indica que desea que abra mi boca y me lo introduzca despacio, pero que sin pausa logré metérmelo hasta el fondo de mi garganta. Lo dejo moverme la cabeza y le permito que me piche la boca a su ritmo unos instantes, pero me atraganto, siento que me ahogo y se me hace interminable esta tortura, pues no estoy tan acostumbrada a esto. Me la saco de la boca y él arremete con el glande, con todo el tronco de su verga, azotándome los labios y ambas mejillas.»

Si no fue el tamaño ni el estilo… ¿En que más me supero?

—Lo cierto es que dejó de agarrarse el pene, y… Y me permitió seguir manoseándosela sin afán, tal vez con mucha menos fortaleza a lo que él seguramente estaba acostumbrado cuando otra mujer se lo hacía, o cuando por su propia necesidad, a solas en su habitación, con sus manos se masturbaba. No es que me estuviera muriendo de ganas por hacerlo venirse rápido, así que con una mano se la aparté del vientre y empecé a lam… Besársela por todas partes, partiendo desde el glande hasta llegar a… Sus pelotas. Lo dejé disfrutar un rato, hasta que sentí que ya lo tenía bien hinchado y tieso. Percibí su olor, el que provenía de su humectada verga, así como en la palma de mi mano, sentí como… Aquel pedazo de carne palpitaba y se acercaba, según su agitada respiración, el momento de su venida. Me detuve, frené el movimiento de mi mano en seco, y enseguida lo miré.

—¿Te gusta mi vergota? —Me preguntó con su habitual engreimiento. Y entonces le respondí que sí. Y sí, Camilo, su pene no me disgustó. Compaginaba muy bien con el resto de su cuerpo. Solo… Tan solo esperé que, al metérmelo, no me defraudara. Perdóname por ser tan honesta, pero creo que es mejor para mí redención, ante todo ser completamente diáfana. Y aunque sufras por mi culpa, como lo estas padeciendo, puedas tener un motivo más claro para emitir tu juicio. Mentir no me sirvió, ahora tal vez siendo tan sincera, pueda recuperar en algo tu confianza.

No me responde, no dice nada. Tan solo llora, y cruza sobre el barandal sus antebrazos, para sobre ellos, precipitar su frente. ¡Dios, Dios! ¿Por qué carajos tuve que traicionar su infinito amor?

—Creo que es suficiente, cielo. No es necesario que te cuente más. El resto te lo puedes imaginar.

—Entonces mi razón… Est… Esta sensación de derrota es cierta. Te lo hace mejor. Te culea mejor que yo y eso… Por eso Mariana, decidiste continuar con él.

—¡Basta, Camilo! ¡Basta ya! ¿Te estas escuchando bien? Me hablas de él como si estuviera todavía en mi presente y no es así. Existió en mi pasado. ¿Ok? Y… ¡Y no me pichó mejor que tú! Sacude de tu cabeza esa puta idea. Lo dejé de ver, pero no porque lo hayas apartado de mí, asustándolo o amenazándolo. Sencillamente me desencanté de él por su… Por su cobardía, pues me abandonó primero. Se amedrentó antes de que tú le dieras su merecido. Cuando me enteré de que estaba hospitalizado, en un acto de compasión fui a visitarlo, sí. Pero como nunca estuvo aquí ni acá, –y me señalo con el dedo indicé mi corazón y luego la sien derecha– me dio pesar de saber que él prácticamente no tenía a nadie en su vida. No tenía ni tuve después, ningún otro tipo de contacto con él.

¿Cómo puedo estar seguro de eso? Como puedo creer en sus palabras, si yo…

—Si antes de venir aquí, yo sentía que me estaba enloqueciendo, al verte aquí ahora, queriendo escuchar sin aspavientos todo lo que hice junto a él, creo que también tu estas muy mal de la cabeza. Comprendo que desees despejar esa duda que te atormenta, pero es una apuesta absurda la que me has propuesto. Sufres demasiado al escuchar mis verdades, pero ni aun así me crees y persistes en querer martirizarte suponiendo cosas, escuchando causas y analizando efectos que solo están presentes en tu imaginación y en ese puto ego de macho adolorido y acomplejado.

—¡Es que no puedo creer que te encapricharas con ese malparido, así como así! O que tuvieras que haberte acostado con ese tipo tan solo para apartarlo del culo de tu amiguita. ¡Tuvo que existir algo más! Sentimientos interpuestos, a parte del gusto por tu venganza. ¿Cierto?

—¡Y dale con lo mismo, Camilo! No me enamoré, de eso estoy segura. Pero está bien, si tanto te gusta saborear el dolor que estás probando, déjame entonces terminar de contarte lo que me hizo, o mejor… Lo que no me hizo y yo… Yo si me dispuse a hacer con él. Así que para dilucidar tu estúpida idea de que me enamoré de él por sus extraordinarias dotes para culear, no me interrumpas y prepárate otro cóctel, sin tanto jugo de naranja, déjalo un poco más fuerte para puedas soportar toda la verdad, embriagándote.

—Nos dejamos caer sobre la colcha. Aterrizó encima mío y por unos instantes creí que me asfixiaba bajo su peso. Mi entrepierna se frotaba a placer contra un muslo suyo. Sus manos acariciaban mi cuello y un costado. Sobre mi ingle sentía su pene tieso, estirando la piel de ese lado. Sentía como restregaba su cuerpo contra el mío, frotando acompasados, su pecho contra mis senos, mi ombligo contra sus abdominales y mi cadera contra su pelvis. Mi… La vagina la tenía bastante húmeda, y sentí como de su glande emanaba un brebaje tibio, cada que al oprimirlo contra mí piel, arrumándola hacia arriba como si intentara construir un terraplén con los pliegues de mi epidermis, se le regaban viscosas gotas cuando lo deslizaba de para abajo.

—Intentando ser gracioso, al pasar sus manos bajo mis axilas, con sus dedos me atormentó con cosquillas. Aquí, bajo mis dos brazos, –le enseño donde, como si no supiera, más no me ve– igualmente en las corvas y las plantas de mis pies, se ensañó conmigo. Me revolqué en medio de su carcajada y mis risas. Con sus manos revoloteando, dichoso me abarcaba y no cesaba en su niñería con mi cuerpo, pasando sus dedos como patas de araña por detrás de mi cuello hasta la espalda, rozando sin cuidado mis tetas para llegar con sus cosquillas a mis costados y… Y ahí lo detuve. Le grité un, ¡Basta! ¿O dos? Ya que reapareció tú imagen en mi cabeza. Esos juegos eran muy nuestros, y aunque sufriera a carcajadas bajo tus ágiles dedos hasta casi orinarme, mis costados que son mi debilidad, ese punto débil era solo tuyo y mi cuerpo solo debía reaccionar a ellos, que fueron quienes lo descubrieron.

El silencio de este amanecer, rasgado muy temprano por el rumor del oleaje, cede aún más ante mi respiración entrecortada, mi propio llanto y el sonido que produzco al sorber mi nariz. Escucho rumores. Son conversaciones provenientes de la habitación que nos queda debajo. Allí hay risas tras las palabras y gritos, pocos, de pequeñas criaturas que exigen visitar la playa pronto. Y más abajo oigo chirridos, son las patas de algunas sillas plásticas que alguien acomoda, cambiando su posición alrededor de las mesas cercanas a las piscinas, y cuyos parasoles de colores bien cerrados a esta hora, no pueden detener esos sonidos que llegan a mis oídos en decibelios bajos. ¡¿Qué me importa ahora que riera mejor conmigo, si pichaba mejor con él?!

—Pues él ya echado encima de mí, se tranquilizó y… Me acarició supongo, que como lo haría cualquier hombre que tuviera hambre de mí. Utilizó su picuda barbilla como apoyo sobre mi esternón y su lengua escaló por la piel del seno diestro hacia el pico de mi pezón, para clavar allí su incisiva mordida. La mano que estrujaba mi otra teta, la descolgó por mi costado y en ese recorrido lento, acarició con el pulgar la circunferencia de mi ombligo y lo hundió, escarbó dentro buscando no sé qué. El dedo meñique por la cadera transitó el pliegue de la ingle, colando instantes después por el medio de mi raja, su dedo índice y el del medio, evitando la campiña recortada de mi pubis.

—¿Te encuentras bien? —Por respuesta, Camilo levanta los hombros.

Mi esposo obediente, no me replica nada y tampoco bebe de su botella de agua. Continúa con su mirada desfallecida observando la lejanía, descargando su enojo sobre la baranda de madera al golpearla con el puño derecho. Pretende simular ante mis ojos, que aquella vez de mi entrega a Nacho, la está asumiendo más o menos bien. Más sé que no es así, pues gruesas lagrimas ruedan por sus pómulos y cristalinas batallan contra la ley de la gravedad para no despegarse del resto de su rostro.

—¿Ya lo tienes duro y listo? —Le pregunté.

—¡Lo tengo tieso y grueso, como tranca de burro! —Me respondió burlón y orgulloso, demostrándome al incorporarse, su erecta hombría.

—Voy a hacer que «orgasmes» como nunca, pero esta vez no será con mis dedos. Te lo voy a meter hasta la empuñadura. —Sentenció vanidoso y colocó sobre mis rodillas sus manos. Apartó mis piernas con apurado ímpetu y se ubicó en el medio de ellas, con su miembro viril, duro y amenazante.

—Estas muy equivocado si crees que lo vamos a hacer a pelo. ¡Ni loca! Ponte un preservativo, o si no… Nada de «nanais». —Le insté a hacerme caso, amenazándolo con no hacerle mimos ni arrumacos, mientras a dos manos alejaba su vientre del mío y cerraba los muslos impidiendo que su pene me horadara.

—Se levantó de mala gana y «reburujó» dentro de su pantalón, extrajo unos sobres negros, otros plateados, y se me acercó muy sonriente.

—¡Condones importados, bizcocho! Solo para estrenarlos a la fuerza contigo. ¿Los quieres de sabores? O prefieres que lo hagamos a oscuras para que puedas ver, aparte de fuegos artificiales, ¿mi verga enmascarada con colores fluorescentes? —Ni sueñes que voy a probar ese pedazo de caucho. ¡Ponte mejor uno de colores! —Le contesté.

Continua el mutismo en Camilo, y demasiada rigidez en la pose que mantiene desde hace mucho rato. Sufre ahora porque así lo quiso. Le provoco mayor dolor con cada acción narrada. Me duele lastimarlo revelándole estos detalles, pero son necesarios para que comprenda, que José Ignacio no fue mejor amante que él. ¡Puff! Mi corazón late a mil, como igualmente debe estar sucediendo con el suyo. Los dos casi igual de infartados.

—No apagó la luz, pero rasgó con premura el envoltorio y desenrolló el preservativo anaranjado a lo largo de su verga. Así que con premura abrí los muslos y lo invité. La verdad me sentía más apurada que excitada. Se acomodó sobre mí y con mis piernas lo rodeé. Bajé un poco mi cabeza para poder verle como se agarraba su miembro con una mano y la guiaba hasta la entrada de mi vagina. Nada más apoyar su champiñón rosáceo en la entrada de mi cuca, me aferré a su nuca y elevé mis caderas, alzando un poco mis nalgas para que nuestra unión tuviera un feliz encuentro. Le insté a que me la metiera y cuando sentí su primer envite, yo… Dejé escapar un gemido de gusto, sincero y prolongado, hasta que mis entrañas las sentí llenas, cuando él se agarró a mis nalgas para hundirse más dentro de mí y casi enseguida reculó.

El ambiente que nos rodea, se carga de inconmensurable tristeza y lastimera pesadez. Se acerca un paso más y queda pegadita a mi espalda. Espero como es obvio que no me abrace, pues debe estar sumamente avergonzada y arrepentida, al hacerme caso y contarme todo lo que hizo con su amante. Me asombraría mucho, si hiciera lo contrario. Si es sincera como me lo parece, estoy muy cerca de no pecar por ignorante y finalmente, entender que sintió Mariana por ese Playboy de ver…

—¡Que ganas tenía de culiar contigo, Meli! Eres… Eres perfecta para mí. Nos acoplamos bien bailando y para pichar no te mueves tan mal. ¡Además… Gimes delicioso! —Así me hablaba al oído, mientras al comienzo suave, se movía dentro mío. Luego del halago, sudando se fue precipitando. Veras, yo… Yo estaba inmovilizada por sus manos, sujetando mis muñecas por encima de mi cabeza, y el resto de mi cuerpo bajo sus kilos de peso, pero sintiendo ya, tras cada fricción de su pene contra las paredes de mi vagina, algo de placer. ¡Ya untado un dedo, untada la mano! Así que lo presioné para poder disfrutar mientras analizaba, qué tan cierto eran los comentarios, donde decían que era un mago en la cama.

—Píchame bien, métemelo más duro. ¡Muévete más! —Lo azucé y él lo hizo. –Camilo, por el contrario, permanece rígido e inexpresivo. – José Ignacio comenzó a resoplar como un toro, jadear como si se estuviese asfixiando después de clavármelo, y a mover su cadera hacia adelante y hacia atrás, sin pausa y con muy poco de lo que si me sabes hacer tú. Cambiar de ritmo, hacer pausas para disfrutarme, y emprender de nuevo hasta llevarme a la cima otra vez. Eso… Ese estilo definitivamente no era lo suyo.

El contenido de la botella del agua mineral, se me agota tras el último sorbo, y perezosamente doy media vuelta y la coloco de forma horizontal sobre la mesa. Medito en lo escuchado y analizo si creer en sus palabras o no. Con un ágil movimiento de mi muñeca, hago girar sobre su eje, el envase vacío y concentro mi mirada en esos giros. A Mariana no me atrevo todavía a enfrentarla. Falta más por escuchar.

Mariana da pasos cortos por detrás de la silla y la mesa. Camina con lentitud, como midiendo la distancia que existe entre la mitad del balcón y el extremo opuesto del pilar de madera me sostiene. Lo hace mirando al suelo, con los ojos muy abiertos y su semblante muy serio. Su cabeza inclinada se menea de izquierda a derecha, negando al rememorar esa noche. Molesta por algo que le sucedió con él.

—Si al caso recuerdo que, adicionalmente a su afán por entrar y salir de mi interior, como novedad o adicional a esa estimulación sexual, en su cabeza solo se hallaba apostillada la maña de levantar su torso para empujar con mayor ahínco, y usar una mano para estrujarme una teta, entre el pulgar y el dedo índice, retorcerme el pezón e intentar dentellearme el cuello, según él para marcar su ganado. Obvio no se lo permití. No porque me asustara que, al dejarme esa marca, me expusiera a que tú la hallaras y extrañado preguntaras por la causa, sino porque ni era una ternera y mucho menos propiedad suya.

—Me la metía con fuerza, hasta golpearme el perineo con sus testículos descolgados. Al movimiento de cadera le imprimía además de su constancia, mucha energía. Sudaba bastante, me decía al oído vulgaridades para erotizarme, pero era él quien se enardecía, y podía yo sentir, como sus penetraciones se aceleraban sistemáticamente presagiando la culminación de aquel coito. Enlacé mis piernas alrededor de su cadera, para retenerlo dentro de mí, unos instantes antes de ese final y apretárselo con mis músculos, como a ti te agradaba que lo hiciera.

—Lo estaba sintiendo diferente, y no sé si debido a la textura de ese condón, o por analizar su forma de actuar, perdía yo la motivación y no lograba concentrarme en el acto mismo ni lubricarme como debería ser. Finalmente colocó sus dos manos a cada lado de mis hombros, se levantó un poco, clavándome más adentro y tan hondo como fisiológicamente era posible, para susurrar un —¡Me vengo rico, Meli! Un tanto amordazado su gemido, secuestrado entre sus dientes apretados. Dos o tres estocadas tras su consecutivas desenvainadas y en la ultima su explosión descontrolada, su rostro con muecas de placer y yo…

—¿Te quedaste a medias? —Meto la cucharada en sus recuerdos y la interrumpo.

—Sí, pero más que sentirme molesta fue más una sensac…

—¡Te defraudó! —Lo vuelvo a hacer, haciendo hincapié en su respuesta a medias, sin saber a ciencia cierta, que tanta verdad existe en mi suposición. Mariana me mira con un sesgo de resignación.

—Digamos que fue una experiencia totalmente ajena a lo que había imaginado antes de pactar aquel encuentro para cancelar mi apuesta y conocer de primera mano su manera de hacer el a… De tener sexo. El caso es que satisfecho se tiró al lado derecho para descansar y a mí me embargó un poco ese cargo de conciencia, por haberte engañado por cumplir con un deseo que… ¡Me desencantó!

—¡Esto si es pichar de verdad! Gemiste tan rico, que me hiciste venir a chorros. Me encantó verte disfrutar. ¿Satisfecha, Meli? —Mientras orgulloso me hablaba de su «hazaña», se retiraba con cuidado el preservativo, y anudándolo, vanidoso lo hizo pendular en frente de mis ojos, lleno de su corrida.

—¡Ufff! Ni te imaginas. Fue algo demasiado… ¡Animal y rápido, querido! Me has dejado con ganas de más. ¿Así culeas con todas? —Le escupí mi frustración en su cara.

—Solo a las que quiero volverme a culear. Como contigo y con mi novia. Con las demás no me esmero tanto. —Me respondió con los ojos cerrados, sin entenderme o darse por aludido. Su egolatría enclaustrada en una sola neurona no le permitía analizar a profundidad mi sarcasmo.

—Después de ese primer fallido polvo, amoldó su pecho contra mi espalda y con su pubis presionó mis nalgas, mientras me dejaba sentir su pene morcillón, dormitando casi entre mis muslos, como su dueño. Con mis brazos recogidos sobre mis senos, soportando el peso de su brazo derecho sobre ellos, me levanté al poco tiempo con ganas de fumarme un cigarrillo y calmar la sed que me provocó aquel ejercicio sexual, con un buen trago de cerveza. Después lo hizo él, acercándose hasta la silla sinuosa donde yo permanecía sentada, para relajarse, según él, con un porro de marihuana y varios shots de aguardiente «Néctar».

—Esos olores, el de mi tabaco y su yerba, se fueron mezclando de a poco con el aroma a sexo que flotaba aun en la atmósfera de la habitación. Encendí el televisor y cambié de canales, porno no era lo que pretendía ver, así que canaleé hasta que di con uno que solo transmitía vídeos musicales. Con los ojos cerrados y el cigarrillo entre los dedos de mi mano derecha, mis caderas las bamboleé de manera sensual al ritmo de «Vaina Loca» y José Ignacio creyó que lo hacía para él, para gustarle y provocarlo más al bailar desnuda.

—Encumbrado en la cima de su orgullo o flotando en la nube de humo denso de su cacho de yerba, sonriente se recostó de nuevo en la cama y desde allí me silbo de nuevo, alabando mi sensualidad y la belleza de mi cuerpo. Me fui acercando a él sin dejar de contonearme como una cobra real, pero no por buscarlo sino para apagar en el cenicero que tenía al lado, en la mesita de noche, la colilla que amenazaba con quemarme las yemas de mis dedos.

—¡Te pasas de buena, bizcocho! —Me dijo feliz y reposado. Pero su semblante soberbio y triunfador, cambio de faz cuando acerqué mis labios a los suyos, y sin besarlo como él lo suponía, pellizqué su tetilla izquierda y exhalé la bocanada de humo que había retenido en mi boca. Aparte del gemido de dolor, un signo de interrogación surgió en su mirada, al montarme a horcajadas sobre él, mi culo, el que tanto le gustaba, aterrizado sobre su pecho y con mi raja muy cerca de sus labios entreabiertos.

—¿Qué quieres que te haga? —Preguntó mientras me apretaban sus dedos una nalga y mi cuquita, no tan mojada, pero si olorosa, con mi movimiento pendular le hacía guiños a su lengua.

—A ver, mi niño precioso. ¿No te lo imaginas todavía? ¿Tengo que hacerte dibujitos o enviarte señales de humo? ¡Por favor! —Y me abrí los labios mayores, esa vez si lo hice para él y para que sus ojos me la contemplaran bien.

—A ver bebecito… ¡Todas las mujeres lo tenemos aquí! –Camilo da un respingo, la palabra le molesta, pero ese no fue el motivo para llamarle a él… ¡Mi bebe! –. ¡Escondido, pero está! Y se me hace inconcebible que ninguna de tus amantes te hubiera obligado a buscarlo, conformándose simple y llanamente con sentir dentro suyo, el grosor y la longitud de tu verga. ¿Seré yo acaso la diferente?

Miro hacia donde se encuentra Camilo. Llora y suspira. Sé que sufre.

Quiero socorrerlo, acercarme a él por detrás y abrazarlo. La razón me grita fuerte que ya es muy tarde, pero mi corazón latiendo desbocado, insiste en que, –con mis dedos– todavía es temprano para que yo lo alcance. ¿Qué estupidez es esta? ¿Acaso pretende que, con mi sexual confesión, libere algo retenido en su interior? Odio. Eso puede ser. Es justo lo que en ningún momento mientras estuvo, después de saberlo me lo expresó.

Y sí, puede ser tal como hablando con su amigo, esa otra tarde cuando lo busqué desesperada, luego de intentar suicidarme con una sobredosis de opioides, encerrada en mi habitación, y al escuchar el llanto de Mateo tras la puerta llamándome, pude reaccionar y lo vomité todo, para luego junto con mi hijo, salir a buscarlo al concesionario para rogarle por enésima vez, que me colaborara para encontrarlo.

—«Él, no quiere por ahora saber nada de usted. No puedo hacer más por ahora. Pero sepa señora, que su esposo está sufriendo a solas, pues don Camilo la ama demasiado, y no desea para nada, su mal. Matarse no es la solución. Tiene otras herramientas a la mano para salir de esa situación. No intente hacerlo otra vez, y mejor observe bien a esta personita que tiene ahora en su regazo. Este niño no tiene por qué pagar los platos rotos de su error. Su hijo, usted y él, merecen darse otra oportunidad para seguir con su vida. ¿Juntos o separados? Eso no lo sé ni me incumbe, pero si considero que ambos como adultos que son, deben hablar, y conscientemente velar por el futuro de esta vida que, con amor, procrearon y han están sacando adelante. Él no la odia, eso lo sé bien porque los hombres como él o como yo, y los que entregamos nuestro corazón a una sola mujer, –sin esperar nada a cambio– jamás podremos detestar a quien nos hizo tan felices nuestros años. ¿Suficientes para ustedes dos? No tengo idea. Ese tiempo es algo que deben valorarlo ustedes dos, ojalá frente a frente, con honestidad».

Y tal vez Rodrigo tuviera razón. Para dejarme en paz, mi esposo necesita librarse de su inmenso amor hacia mí, y para lograrlo precisa odiarme… ¡Rotundamente! Mi merecido calvario será continuar escarbando en mi propia tumba, revelándole lo demás, para que haciéndolo sufrir, tras mis verdades, logre que al menos que me perdone si no quiere volver conmigo.

¡Puff! En fin, si esta es su voluntad, pues que sea como desea y continuemos sufriendo con estos recuerdos, y… Que sea lo que Dios quiera y ojalá comprenda que mi lealtad sentimental, nunca estuvo en peligro al mantener a sus espaldas, mi relación con Nacho, y qué jamás la antepuse a mi infiel genitalidad, con él o con los demás que disfrutaron de mi cuerpo.

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.