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Silvia, mi diablo pelirrojo
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Me llamo Lorena, tengo 30 años y quiero contaros mi primera experiencia lésbica. Para que os hagáis una idea, son una mujer que mide 1,65, tengo el pelo corto, por los hombros, de color castaños, ojos verdosos. Mis pechos son un tamaño normal, pero tengo un buen culo.

Trabajo en las oficinas de una importante empresa y es allí donde conocí a Silvia. Es mi compañera desde que empecé aquí, una chica pelirroja, de largas piernas y unos preciosos ojos azules. Jamás me han gustado las mujeres, siempre había pensado que solo me iban los hombres, pero desde que la conocí, no dejé de pensar en ella ni un solo segundo. Sus movimientos me tenían embelesada y mis ojos siempre se desviaban a mis labios, haciendo que me preguntará qué demonios me pasaba con esa chica.

Conectamos desde el primer momento, nos hicimos bastante amigas e ir a trabajar se convirtió en uno de los mejores momentos del día para mí. Desgraciadamente, nunca nos veíamos fuera de la oficina, pero gracias a Dios, un día eso cambió. Era viernes, solo quedábamos cuatro rezagados trabajando, entre ellos, Silvia. Estábamos a punto de recoger nuestras cosas para marcharnos, cuando se acercó a mi mesa.

– Oye, Lore, ¿te apetece que salgamos a tomar algo esta noche? – me preguntó – No tengo ningún plan y paso de quedarme en casa.

– Claro, sin problemas, ¿quedamos sobre las 8?

– ¡Perfecto! Nos vemos en bar Moon Light, ¿vale?

– Hasta luego.

Me fui a mi casa más contenta que unas castañuelas. ¡Iba a estar sola con ella fuera de la oficina! Nada más llegar, me di una ducha a conciencia y me esmeré en arreglarme. Además, escogí mi mejor ropa interior. No sabía qué esperar de la noche, pero de ilusiones también se puede vivir.

A las ocho menos diez yo ya estaba en el bar, sentada en una de las mesas del fondo con una cerveza en la mano. Necesitaba templar mis nervios como fuera. Y en ese momento la vi llegar, tan preciosa como siempre. Llevaba un vestido negro que se ajustaba perfectamente a todas sus curvas, unos tacones del mismo color que estilizaban sus largas piernas y el pelo rojo alborotado. Se me secó la boca, literalmente. Llegó a la mesa y, tras darme dos besos, se sentó a mi lado.

– ¡Este sitio es genial! – dijo – Me gusta mucho.

– Sí, la verdad es que está muy bien.

Pidió su copa y empezamos a charlar. La verdad es que la conversación me ayudó a tranquilizarme. Un par de horas después, me había bebido otra cerveza más, y como no estoy acostumbrada al alcohol, iba algo contenta. En ese momento noté que Silvia estaba muy cerca de mí, de hecho podía contar todas sus pecas.

– Me encantan tus pecas – pasé la mano por su nariz – Te quedan tan bien…

– Vaya, muchas gracias – puso su mano sobre mis hombros – A mi me gusta lo suave que tienes la piel.

– Emmm, gracias… – murmuré sonrojada y algo excitada al sentir el tacto de su mano sobre mi piel.

– Oye, ¿alguna vez te han dicho que eres preciosa? – me preguntó.

– Emm, no sé, yo… – me estaba poniendo muy nerviosa. Además, cada vez ella estaba más cerca de mí.

– Lore, voy a ser muy sincera – sus labios estaban prácticamente sobre los míos – Me gustas, me gustas muchísimo. Creo que llevo cachonda por tu culpa desde el día que te conocí. Así que, ahora, voy a besarte y, cuando me aparte, si no quieres volver a saber nada de mí lo entenderé, pero no pienso quedarme si saber a qué saben tus labios.

A penas tuve tiempo de procesar sus palabras, cuando sus labios se apoderaron de los míos. Al principio me resultó extraño saber que era una mujer la que me estaba besando, jamás lo había hecho. Pero poco a poco me fui relajando y le devolví el beso con ardor. No podía parar de besarla, mi lengua buscaba la suya y viceversa. Era, sin lugar a dudas, el mejor beso que me habían dado en la vida. Seguimos devorándonos hasta que, por falta de aire, tuvimos que separarnos. Nos quedamos mirándonos a los ojos hasta que ella rompió el silencio.

– Parece que te ha gustado – sonrío de una forma muy sexy.

No me lo pensé dos veces, me puse de pie, al cogí de la mano y la lleve al baño. Por suerte, el baño era individual, así que la metí dentro y cerré la puerta con pestillo. Me giré con la respiración entrecortada y, antes de poder hacer o decir nada, ella me volvió a besar. Esta vez sus manos no se quedaron quietas. Empezó cogiéndome por las nalgas y fue subiendo hasta llegar a la cremallera de mi vestido. La desabrochó y mi vestido cayó al suelo, dejándome solo con un tanga de color rojo y el sujetador a juego. Sus ojos no se separaban de mi cuerpo y, como consecuencia, mis pezones se endurecieron.

– Estás buenísima, Lore – se relamió – Lo vamos a pasar genial.

Esa frase me activó más aún. Me acerqué a ella y también le quité el vestido. La diferencia es que ella solo llevaba un tanga. Me mordí el labio inferior: esta mujer era una diosa. Sin dudar, me acerqué a sus pechos y los acaricié suavemente, dándole pequeños pellizcos a sus pezones y consiguiendo que gimiera.

– Yo… – empecé a hablar muy caliente – Nunca me he acostado con una mujer – otro pellizco, otro gemido – Pero quiero hacerlo contigo. Ahora.

– Madre mía – su voz sonaba entrecortada, caliente – Me estás poniendo cachondísima.

Me bajó el tanga en un rápido movimiento y se quedó arrodillada delante de mí coñito depilado y chorreante.

– Necesito saber a qué sabe este coñito – acercó su cara a él y lo lamió de arriba a abajo lentamente – Deliciosa.

Antes de que pudiera decir nada, su lengua entró en acción. Empezó a comérmelo como nunca antes nadie lo había hecho. Su lengua se paseaba por mi entrada para después subir a mi clítoris y recorrerlo con la lengua, a la vez que le daba algún que otro mordisquito. No podía para de gemir, lo que me estaba haciendo era lo más erótico y sexy que había vivido nunca. En un determinado momento, me introdujo un dedo dentro, mientras que su lengua se encargaba de mi clítoris palpitante. No creo que durase mucho, ya que perdí la noción del tiempo, pero me corrí como jamás me había corrido. Ella se tragó toda mi corrida y, cuando acabo subió hasta mis labios para que me probara.

– Eres un sueño, Lore – dijo tocándome los pechos.

– Yo también quiero que disfrutes, Silvia – me envalentoné y me arrodillé para bajarle el tanga – Si algo no te gusta dímelo, yo… nunca he hecho esto.

– Será maravilloso, estoy segura.

Decidí imitarla, empecé pasando la lengua lentamente por todo su coño y poco a poco fui incrementando la velocidad. Imaginé que le gustaba por sus gemidos y por el movimiento de sus caderas. Me estaba volviendo a poner cachonda, así que, mientras le daba placer con mi lengua, llevé una de mis manos a mi clítoris y me empecé a acariciar. No sé cuánto tiempo estuvimos así, solo que nos corrimos a la vez. Me bebí todo su orgasmo y vi como me dedicaba una mirada satisfecha.

– Ahora vas a vestirte y nos vamos a marchar a mi casa – me besó con ardor – La noche solo acaba de empezar…

Continuará.

Si os ha gustado, dejádmelo saber en los comentarios y publicaré más partes.

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