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Confesiones de Arturo (parte 1)
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Tiempo de lectura: 11 minutos

“¡Pasa, está abierto!” Se oyó una voz al otro lado de la puerta. Arturo entró resignado y se sentó en uno de los sillones que estaban frente al escritorio. Era un lugar acogedor y moderno, decorado con obras de arte y diplomas. Había un ventanal detrás de la mesa de vidrio que funcionaba como escritorio y que daba hacia el estacionamiento. Había también muchas fotos de ella con un niño, que supuso era el adolescente ahora con una chamarra del equipo de su universidad. Minutos después, apareció Lorena con su bata blanca y un cuaderno en la mano. “Vamos a la sala, mejor. Los sillones cansan mucho”. Ambos se sentaron uno frente al otro, separados por una pequeña mesa de centro; Arturo esperó a que ella hablara primero.

– ¿Sabes por qué te cité hoy? – Inquirió Lorena acomodándose en el sofá. Arturo tardó un momento en contestar.

– Si.

– Muy bien. Tu tía me ha comentado de una situación en tu casa y se ha preocupado por ti. ¿Quieres platicar de eso? -le cuestionó presionando el botón del bolígrafo listo para escribir.

– Supongo que debo hacerlo, ¿verdad…? -Buscó un momento las palabras correctas y respiró hondo- Tuve sexo con mi mamá.

Aquella respuesta la tomó por sorpresa y pensó de inmediato en Carlos, su hijo. Desde hace tiempo notaba actitudes diferentes en él y se negaba a creer el por qué. Ella pasaba de largo todas esas situaciones, pero aun así no era indiferente; Carlos se parecía mucho a su padre y, a su parecer, era más apuesto que él.

– ¿Tuviste relaciones con tu mamá? -preguntó calmadamente Lorena, apuntando la respuesta en su libreta. Arturo respondió moviendo la cabeza. -No eres la primera ni la última persona en este consultorio que dice algo así. Es algo común ¿sabes? Vayamos al principio. ¿Qué los llevó a eso? -Arturo cerró brevemente los ojos y recordó cada situación donde cruzaron los límites hasta que terminaron en la cama.

– Mi madre y yo siempre nos hemos llevado muy bien. Nos tenemos mucha confianza y platicamos de todo. Por eso mismo a veces andamos en ropa interior en la casa, ella solo con un camisón o a veces con camisetas cortas y shorts muy ajustados. Siempre me atrajo, pero como era mi mamá, trataba de no verla mucho.

– ¿Pero la veías?

– Si. Era imposible no hacerlo. -Contestó Arturo desviando la mirada. Lorena comenzó a escribir en su libreta y se hizo un silencio.

– ¿Cómo es tu mamá? -Preguntó al fin pasando la página.

– Ella es gordita, no tiene mucha ‘panza’, pero está bien chichona y nalgona. No es muy alta, como de mi estatura -dijo haciendo un ademán por encima de la cabeza.

– ¿Consideras que tu mamá es atractiva?

– Sí, más que las de mis amigos o mis tías. Tiene una cara muy bonita y el pelo corto. -Arturo miraba al suelo respondiendo las preguntas y aquella confesión lo había incomodado bastante; quería salir de ahí.

– Arturo ¿te atraen las mujeres mayores?

– No es que me atraigan, solo ella me gusta desde siempre, no sé por qué. -Arturo se encogió de hombros. No podía sostenerle la mirada y estaba nervioso. Lorena se percató de eso, pero continuó con las preguntas. Estaba intrigada.

– ¿Cómo cruzaron el límite?

Arturo pasó saliva y se acomodó nuevamente en el sofá. Se sentía incómodo, pero también algo excitado al recordar con detalle cada cosa que los llevó a la cama a él y a su madre.

– Al principio todo empezó como un juego. -Dijo después de un momento casi con voz temblorosa. -Siempre hemos sido así, muy cariñosos entre nosotros. Primero eran abrazos: de repente la agarraba fuerte de la cintura y bajaba las manos a sus caderas. Todo era muy físico. En una ocasión, bromeando, le pellizqué las nalgas y no dijo nada, solo se rio. A partir de ahí y se las quise agarrar, siempre como un juego, a lo que ella respondía riéndose y fingiendo que me regañaba. Supongo que nunca sintió malicia en lo que hacía y solo se dejaba llevar. Una vez me pidió que le diera un masaje y creo que ahí fue donde perdimos el control. Le estaba frotando el cuello y lentamente se me fueron las manos: le agarré las tetas y ella solo se rio. Se quitó luego y me regaño como siempre, pero no dijo nada más. Desde ese momento nuestro “juego” era ver si le podía agarrar las tetas ahora. E igual que con los pellizcos, al principio se quitaba y “manoteaba” intentando quitarme y en respuesta, trataba de pellizcarme a mí. Hasta que un día, no sé si harta de mi insistencia, no se resistió y se las agarré bien. Eran suaves y pesadas. Las agarré con ambas manos y las froté un momento. Esa vez traía puesto un vestido de una tela muy delgada y podía sentir los pezones a través del brasier. Ella solo me sonrió y se ruborizó un poco y al cabo de uno segundos se quitó. Desde entonces se las toco por “accidente”, siempre y cuando no esté mi papá.

– ¿Se escondían?

– Siempre. Sabíamos que no era correcto, pero igual lo hacíamos. También se las miraba, ya sin vergüenza y ella lo sabía. Inclusive cuando me sorprendía viéndole el escote, presionaba sus tetas con sus brazos para que se vieran más grandes. Igual, siempre riéndose o bromeando. Recuerdo que un día llegué temprano a la casa y mi mamá estaba haciendo la comida. Como de costumbre le di un beso en el cachete y cuando la abracé se las agarré. Esa vez si la note nerviosa pero igual nos dejamos llevar. Se las estuve masajeando tanto tiempo que creo que se empezó a excitar, por que empezó a respirar más profundo y dejó lo que estaba haciendo. Solo se quedó quieta mientras le sobaba las tetas, hasta que con una mano me empezó a acariciar el cabello.

Lorena notó su respiración agitada y trató de calmarse. Un extraño cosquilleo le recorrió el cuerpo y suspiró profundamente. No era raro para ella excitarse con las confesiones de sus pacientes, ya que tenía una especialidad en terapia de pareja y oía toda clase cosas, pero aquella historia la estaba poniendo demasiado nerviosa. El detalle con el que le contaba como fue seduciendo a su madre la hizo pensar en su hijo y el corazón le latió muy rápido, algo que usualmente no le sucedía tan seguido.

– ¿Cómo reaccionó a lo que le hacías? -Preguntó apuntando tan rápido como podía todo lo que le Arturo decía.

– Esa vez que estábamos en la cocina, estaba tan pegado a ella que sentí que empezó a mover el culo, como si estuviéramos bailando y pues, se me empezó a parar.

– ¿Nunca habías tenido una erección antes, con lo que hacían? -Lorena se detuvo un momento para ver su rostro: Arturo estaba ruborizado, pero le sostuvo la mirada. Estaba ansiosa por conocer el resto de la historia.

– No, hasta esa vez. Como le dije, siempre todo era más un juego que otra cosa. Pero esa vez creo que si nos excitamos los dos por que de pronto ya estábamos prácticamente culeando con la ropa puesta mientras le sobaba despacio las tetas. Por el calor del momento intenté meterle las manos debajo de la camiseta, pero me detuvo y dijo que “ya era suficiente”, despegándose de mí. No sé si se vino, pero yo ya estaba chorreando. Me abrazó acomodándose la ropa y siguió con lo que estaba haciendo.

– ¿Tu padre nunca sospechó lo que hacían? ¿Nunca se delataron? -Continuó escribiendo en la libreta.

-No. Él siempre estaba en el taller o se iba con sus ‘compas’ y nos dejaba solos. Teníamos mucho tiempo para hacer de todo. -Contestó Arturo sujetándose de brazos. Ya no era tan difícil seguir con su relato, y poco a poco se sintió más confiado. Lorena transmitía esa sensación.

– ¿Cómo es tu relación con él? ¿Se llevan bien?

– La verdad yo lo veo más como un amigo o un tío lejano que como mi papá; nunca estaba. De hecho, la primera vez que lo hicimos fue casi por eso. Cenamos y mi mamá se puso a limpiar la casa; siempre limpia en la noche, no sé por qué. Puso música y cuando se puso a bailar me le acerqué por atrás. La abracé como siempre y poco a poco fui subiendo las manos y cuando le agarré las tetas sentí que no traía brasier. Sentía los pezones ya duros en las palmas de las manos y eso hizo que se me parara más.

– ¿Crees que sabía lo que iba a pasar?

– Yo creo que sí. Ya era mucho lo que estábamos haciendo. -Arturo se acomodó discretamente el pantalón pues estaba teniendo una erección. Lorena lo notó y vio de reojo el bulto que creía entre sus piernas.

– ¿Entonces ella lo deseaba también?

– Si. Después me dijo que tenía mucho tiempo sin hacerlo con mi papá y pues qué mejor que conmigo. Esa vez la sentía mover las nalgas y como se fue pegando más y más a mí. Yo también se lo restregué. Traía puesto un short muy delgado y se le marcaba mucho el elástico del calzón, que no le cubría casi nada de las nalgas. Ella me acariciaba la cabeza con las dos manos y cuando le agarré el elástico del short pues… -Se detuvo un segundo pasándose la lengua por los labios. Las imágenes venían a él como si estuviera viendo la escena en tercera persona- se los empecé a bajar. Ella rápido me agarró las manos, pero no se quitaba, solo seguía bailando. Para ese entonces, ya prácticamente estábamos culeando con la ropa puesta.

– ¿Ella te dio el pase o tu hiciste los avances? -Lorena cruzó las piernas y sintió como su pantaleta se humedecía poco a poco. Estaba nerviosa.

– Yo le quería bajar el short, pero no me dejó. Así que le fui acariciando las caderas hasta llegar a la panocha. Se inclinó tantito pero no se quitó ni me dijo nada. Se la acaricié con toda la mano y cuando llegaba a la entrada presionaba más fuerte con los dedos; ya estaba tan mojada que tenía una mancha de humedad en el short; lo podía sentir en los dedos. Ya no pensábamos, estábamos muy calientes. – Arturo se aclaró la garganta y se acomodó nuevamente en el sofá. Se sentía más desinhibido por la tranquilidad de Lorena, que lo veía ruborizada y sin expresión. No se sentía juzgado y presintió que ella también guardaba un secreto similar, por que daba la impresión de que todo aquello le sonaba muy familiar.

– Entiendo. Y… ¿pasó?

– En ese momento no porque llegó mi papá. Venía medio borracho y lo tuvo que atender. Se fueron a su cuarto y estuvieron tomando hasta ya muy noche. Pensé que todo había parado ahí, pero en la madrugada, mi mamá se fue a mi cuarto y me dijo que si podía dormir conmigo porque no aguantaba los ronquidos. Se quitó el short y la pantaleta delante de mí muy despacio, sé que para que le viera bien las nalgas y las piernas, y nos acostamos “de cucharita”. Yo ya estaba totalmente empalmado. Era lo que tanto había estado esperando y no supe que hacer de los nervios. No sé cuánto tiempo estuvimos así, acostados, fingiendo dormir. Ella luego empezó a mover el culo como acomodándose, y supe que esa era una señal. Así abrazados le empecé a sobar las caderas y los muslos y a darle besos en el cuello también. Nunca lo había hecho, pero me gustó mucho el olor de su piel; olía a perfume todavía. Primero fueron besos cortos y luego muy largos, con la lengua, pasando de su cuello a los hombros. Como estaba todo en silencio, la escuchaba respirar algo agitada y suspirar.

Lorena se sentía acalorada y temía que su excitación fuera muy evidente, por lo que se mantenía tan seria al punto de parecer no importarle lo que oía. Pero lejos de eso, seguía pensando en su hijo y tuvo ganas de tocarse.

– ¿Esa vez si tuvieron relaciones?

– Si. Ya sin miedo me agarró la polla. Primero solo la fue palpando y luego me metió la mano al calzón para agarrarla bien. En ese momento nos desconectamos y ya no había forma de detenernos, no queríamos, de hecho. Le levanté poquito el camisón y, al igual que ella, primero palpé su vulva, que estaba muy mojada, no sé si de sudor o de sus flujos. No acostumbraba depilarse y tenía mucho tiempo sin rasurársela, así que tenía un matorral ahí abajo. Era la primera vez que tocaba una y me sorprendió su calor. Se la estuve acariciando, imaginando su forma hasta que separó las piernas y entendí que quería. Le metí los dedos muy despacio y ahí empezó a gemir, sobre todo cuando me detenía a frotarle en el clítoris. Primero despacio y conforme ella me la fue jalando más rápido, yo también lo hacía con la misma intensidad. Así nos estuvimos masturbando hasta que ya no aguanté más y me bajé el calzón. Ella no dijo nada, solo volteó a verme con la cara roja como diciéndome “hazlo”. Se inclinó un poco hacia enfrente para acomodarse bien y le puse la polla en la entrada de la vagina. Estaba tan mojada que sus jugos ya estaban humedeciendo la sábana. Se lo froté primero como en las películas porno, en todo lo largo de la panocha. Era mi primera vez y quería disfrutarlo como siempre imaginé. Le levanté la pierna y se la fui metiendo despacio, y cuando estuve totalmente adentro gimió muy fuerte. Estaba hirviendo por dentro y de hecho me sorprendió que estuviera tan apretada. Y fue algo instintivo ¿sabe?, el movimiento… el mete-saca, muy lento porque no me quería venir tan rápido, quería durar lo suficiente para que ella también lo disfrutara tanto como yo. Ella se apoyó con el brazo en la cama para moverme el culo también, hasta que los dos agarramos el mismo ritmo. Yo estaba bufando, tratando de contener la respiración como si eso ayudara no venirme, y mi mamá solo gemía cada vez que la sentía totalmente dentro, sin importarle que mi ‘apá’ estuviera en el otro cuarto. Pero como oíamos los ronquidos, no nos importó.

Ella pasaba saliva con la respiración agitada y se acariciaba las piernas cubriéndose con la libreta. Suspiraba pesadamente mientras su mano rozaba la entrepierna, que a esas alturas estaba totalmente empapada. Arturo no se dio cuenta.

– ¿Te dijo algo mientras tenían sexo?

– No. Bueno, sí. Lo que dicen todas… Solo gemía y jadeaba y me decía que “así” o “más rápido”. Ya cuando empezaron a temblarle las piernas me di cuenta de que se iba a venir. Se la metí más rápido hasta que gritó muy fuerte mí nombre, valiéndole todo. Me hizo una seña para que me detuviera un momento mientras bajaba la pierna. Seguía dentro de ella y sentía como su interior se expandía y contraria rápidamente. Le besé la espalda y el cuello mientras trataba de calmarme. Entonces se levantó y se quitó el camisón. Nunca voy a olvidar como sus tetas se movieron cuando se acomodó sobre mí. Tiene los pezones muy grandes y de un color rosa claro que casi se pierde con su piel, nunca imaginé que serían así. Las agarré con ambas manos y se las chupé como desesperado, hasta que ella me rodeó con sus brazos como pidiéndome que lo hiciera despacio. Entonces se acomodó sobre mi polla y de un sentón se la metió toda otra vez. Se quedó quieta un momento y empezó a cabalgar muy despacio. Yo no tuve que hacer nada, pues ella se movía sobre mí, dándome sentones o moviendo las caderas. Me recosté en la cama y puso sus manos en mi pecho sin dejar de moverse; me encantaba ver como mi pene desaparecía en su entrepierna. Ella estaba fuera de sí, de verdad lo estaba disfrutando mucho y no le importaba que fuera su hijo, ella solo quería que me la cogiera.

Lorena mordió ligeramente el bolígrafo con la mirada en las páginas. Repasaba las palabras que había encerrado en un círculo y trataba de mantenerse serena. Había escrito lo más que pudo de su relato, pero se detuvo por la excitación.

– ¿No usaron protección? -Preguntó Lorena al poner el bolígrafo entre las páginas. Arturo movió la cabeza y se acomodó nuevamente el pantalón.

– Ni tiempo nos dio de pensar en eso. Estábamos muy calientes. Me estuvo cabalgando muy fuerte y no pude aguantar mucho. -Arturo cerró los ojos recreando ese momento y sin darse cuenta se frotó el pene ligeramente. -Las tetas le brincaban tanto… No dejé de acariciárselas en todo el rato que estuvo sobre mí. Le jalaba los pezones o se los mordía despacio. No sé cuánto tiempo pasó, pero no pude contenerme más. Le dije que me iba a correr y ella solo aceleró el movimiento de sus caderas. Un par de arremetidas más y me corrí dentro de ella. Nunca me había venido así, tan intensamente y creo que ella tampoco. Quizá fue más intenso porque lo que estábamos haciendo estaba mal y por lo mismo fue tan placentero. Lancé varios chorros antes de que ella dejara de moverse y no supe si se corrió también. Solo se quedó quieta con mi verga adentro y los ojos cerrados y cuando se bajó me dio un beso en la boca, muy largo pero sin usar la lengua. Quería besarla desde antes pero no entiendo por qué no me atreví. Se quedó acostada ahí conmigo sobándome la pija y besándome despacio hasta que se durmió. Yo también me quedé dormido y en la mañana que me desperté ya no estaba, ni mi papá tampoco.-

Le llamó la atención ese detalle. En la mayoría de las relaciones incestuosas los besos son un aliciente común, pero en este caso, no lo había mencionado hasta entonces. Imaginó brevemente como sería besar a su hijo en varios posibles escenarios e inconscientemente se mordió el labio inferior. Estaba fascinada por el relato y sobre todo como un juego que ellos consideraban “inocente” los había llevado irremediablemente al encuentro sexual. Pero, sobre todo, se sentía intrigada por esa aparente falta de conexión íntima entre los dos y que solo tienen las parejas, limitando su relación únicamente al sexo. Hasta le parecía algo razonable.

– ¿Cómo sentiste ese beso? ¿Fue como alguno que te hubieran dado antes?

– No. Si fue muy diferente. Pero se sintió raro y me excitó mucho tener su aliento tan cerca, no sé por qué. Creo que esos detalles, como su aliento, el olor de su piel o de su cabello, son cosas más propias de una pareja. Tener todo eso para mí de verdad me prendió mucho.

– ¿Tu mamá propicia después los demás encuentros?

– Los dos. Ese día nos tuvimos que esperar hasta la noche para hacerlo otra vez.

Lorena recordó las miradas y las caricias de su hijo cuando no estaba su padre. Era más cariñoso, pero sin pasar el límite del coqueteo, aunque secretamente deseaba que lo hiciera. Eran casi personas diferentes cuando estaban a solas. Le estaba costando trabajo concentrarse en las palabras de Arturo, pues su mente estaba fija en su hijo.

– ¿Ya era cosa de los dos, entonces? -Preguntó volviendo en sí.

– Si, ya estábamos muy ‘clavados’ en eso.

– ¿Cómo fue el siguiente encuentro? -Preguntó Lorena después de un momento.

– Fue esa misma noche. Mi ‘ama’ ya no aguantó y me pidió que la acompañara por unas cosas a la tienda porque no quería venir cargando. Caminamos ‘tantito’ más allá de la casa y nos metimos a un lote baldío. Estaba bien oscuro y no se veía nada. Solo fue un “rapidín”. Se bajó el short y se recargó en la pared abriendo bien las piernas. Me la saqué por la bragueta y se la metí muy fuerte; se tuvo que tapar la boca para no hacer ruido, pero aun así no dejaba de gemir. Le tuve que dar muy rápido para que no nos vieran y terminé otra vez adentro de ella.

– ¿Nunca te dijo nada por eyacular dentro?

– No, al contrario, le gustaba sentir la leche dentro. Pero luego me dijo que era mejor que terminara afuera, porque a veces tardaba en salírsele todo y le daba miedo que mi ‘apa’ la agarrara y le sintiera algo que no debía estar ahí. En ese punto ya no la veía tanto como mi mamá, sino más como mi novia. Ella tomó una actitud diferente conmigo, y se volvió más cariñosa que de costumbre. Empezamos a hacer más cosas juntos e inclusive me hablaba por teléfono varias veces cuando estaba fuera de la casa. Cuando no estaba mi papá nos besábamos y acariciábamos a ratos, pero no pasaba nada porque sabíamos que podía llegar en cualquier momento. E inclusive cuando estaba, nos metíamos a un cuarto o a la alacena, o nos íbamos al garaje para besarnos; siempre todo muy rápido. La siguiente vez que lo hicimos fue en la casa también.

– ¿Inmediatamente después de eso o pasó un tiempo? -Lorena retomó las notas revisando página por página.

– Si, pasaron unos días por que mi ‘apá’ ya no iba tanto al taller en la mañana y cuando estaba en la casa se empezó a volver muy posesivo con ella por su cambio de actitud conmigo. No sé si estaba sospechando algo, pero definitivamente si cambió.

– ¿No les dijo nada?

– No, nunca. Todo estaba normal. En la siguiente vez hice como que me fui a la uni y esperé a que se fuera mi papá. Me escondí en la buganvilia del baldío de la otra noche hasta que vi pasar su carro. Dejé pasar un ratito y me regresé a la casa. Mi mamá ya me estaba esperando para meternos a la regadera.

Continúa.

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