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Un hombre confundido
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Hola, mi nombre es Israel, y soy un hombre muy confundido y no sé qué hacer.

Déjenme comenzar por el principio estableciendo que, hasta hace unas horas, yo estaba seguro de ser 100% heterosexual.

Tengo una novia, o algo así; una amiga con derechos que, aunque ni conozco a su familia ni me interesa, la realidad es que llevamos ya casi seis años saliendo… o más bien entrando a hoteles y moteles por toda la ciudad. Sin embargo, difícilmente puedo pensar más de dos ocasiones en la que nos hayamos citado en la que no fuera con el objeto exclusivo de intercambiar nuestros fluidos.

Ella puede atestiguar que siempre he sido todo un hombre con ella, todo un caballero que cuida que, siendo que las damas van primero, ella alcance el orgasmo antes que yo. Siempre cuidando la etiqueta.

Una única vez, que yo recuerde (y lo recuerdo a veces más de lo que quisiera), ella intentó jugar con mi ano; me gustó, admito, su lengua presionando ahí, pero si la detuve cuando comenzó a meterme un dedo.

Soy un hombre práctico. Tengo 32 años y una carrera que me roba casi todo mi tiempo. Por eso mi amiga es la solución perfecta: nos vemos cuando coinciden nuestras agendas, nos atendemos el uno al otro, nos ponemos al día en nuestras vidas y cada quien a su casa. Quiero creer que también esto le funciona a ella, porque no me ha dejado por otra relación que sí sea una relación.

Bien, déjenme entrar en materia, supongo que comienzo por describirme, no porque sea realmente necesario, sino más bien porque es lo que todos hacen en todos estos relatos: soy la expresión completa del promedio. No gordo, no flaco, no musculoso, no alfeñique, no soy muy alto, pero tampoco bajo. Mi verga, a sus 17 centímetros, es completamente promedio. Perdón si los decepciono y esperaban algo distinto.

Bien, mi confusión tiene su raíz cuando mi amiga se fue de viaje. Ella no viaja mucho, pero, por su trabajo, estaría ausente un par de semanas y me pidió que me quedara en su departamento para cuidar de su gato. Aunque es un gato con porte y distinción, no importa para esta historia, por lo que no hablaré mucho de él, y para conservar su anonimato, le llamaremos simplemente Gato N.

Llevaba ya poco más de una semana en su departamento y, la verdad, traía ya la calentura de estar con ella en mi mente tan intrusiva como los anuncios en un video de YouTube.

Voy a culpar a que su departamento tenía su olor por todos lados y mi cerebro primitivo de cavernícola relacionaba ese olor con su jugosa raja. Imagínense como me puse el día que me bañé usando su shampoo y recordé a la fuerza cuando la tomaba de perrito y tenía mi cara hundida en su cabello. Estaba yo muy caliente, es lo que quiero decir, y aún faltaba otra semana para su retorno.

Yo creo que todo comenzó el día que decidí abrir sus cajones y mirar su lencería. Originalmente la idea era masturbarme oliendo sus pantys o algo; quiero aclarar que no tenía ese fetiche en mi lista, es sólo que pensé que, si el shampoo me había puesto tan duro, el olor de su coñito podría de algún modo sustituir su ausencia. Y sí, al menos por un rato pude acallar los mensajes de YouTube. Pero eso fue sólo por un rato.

La realidad es que no me era suficiente. Ya llevaba dos dedicatorias y aun me hacía falta más. Aquí quiero aclarar que su viaje, literalmente al otro lado del mundo, no nos permitía tener pláticas calientes por la diferencia de horarios.

A la siguiente noche abrí mi lap y entré a Reddit. Nadie de mi gente sabe que tengo una cuenta y, por lo mismo, es donde puedo hablar y decir lo que quiera sin miedo a ser juzgado. Entré a un sub donde se hablaba de masturbación; un par de ideas quizá me ayudarían, y, en mi estado de calentura, estaba un poco más abierto a experimentar.

Sí, yo creo que ahí fue donde todo comenzó.

Después de un rato de revisar algunos posts, encontré uno con recomendaciones diversas. El autor, se decía psicólogo, aunque en internet nunca se sabe, decía que incluso usar las prendas de ella durante la masturbación era un modo de comunión que ayudaba a algunas personas a sobrellevar la ausencia. Aquí quiero aclarar tres cosas:

Uno, nunca he tenido el fetiche de ser travesti. Aunque hay algunas fotos que he visto de algunas chicas así que realmente merecen una dedicatoria, nunca se me ha antojado para mí.

Dos, no estaba tratando de sobrellevar su ausencia, trataba de sobrellevar la calentura mientras regresaba.

Tres, funcionó.

No recuerdo haberme venido así de abundante en mucho tiempo. Una vez que recuperé el aliento, llevé a la lavadora las pantys de lino que me gustaban tanto en ella a la lavadora, aunque más que lavada, necesitarían un exorcismo.

Mi siguiente acto fue mandarle mensaje a mi benefactor agradeciendo su ayuda y aquí fue donde el destino (me) metió la mano. El psicólogo, al que llamaremos Pedro N. estaba en línea. Pedro me contestó casi de inmediato sugiriendo algunas otras ideas, algunas factibles, otras innecesarias. Me dijo que era tanatólogo y que muchas veces ayudaba a la gente a recuperar su vida sexual tras la pérdida de la pareja. No me suena muy sano usar la ropa interior de tu mujer fallecida, pero no iba a quejarme cuando aún estaba flotando en endorfinas.

Total que entre más platicaba con él, más agradable me parecía. Pasamos de mensajes abiertos a privados, y de ahí a whatsapp. Es curioso, visto en retrospectiva, debí sospechar desde que su código de país no coincidía con el mío. Por obvias razones no pongo su número, pero su código de país era el +66; Tailandia es un lugar muy lejano, pero tras algunos mensajes coincidió que estábamos difícilmente a 20 minutos de distancia. Y no, tengan paciencia. No se trataba de un ladyboy tailandés, aunque, siendo que acababa de venirme en unas pantys de lino por consejo de un desconocido, una linda shemale en mi futuro no sonaba tan descabellado. No, la situación fue muy distinta.

Tras algún rato de platicar, poco a poco volví a sentirme de nuevo caliente. Si bien Pedro y yo no estábamos sexteando, el intercambio de ideas y de algunas experiencias, si me hacía sentir un poco demasiado cercano a él. Mitad complicidad, mitad calentura, terminé aceptando ir a su casa a tomar un par de cervezas.

En el cuerpo humano existe una zona lleva de terminales nerviosas que, después de los órganos reproductores y el cerebro mismo, es la zona más sensible del cuerpo, los japoneses le llaman “hara” y se encuentra debajo del estómago y justo antes del vientre, que es justo donde sentimos las famosas mariposas en el estómago; y justo es la zona de mi cuerpo que me punzaba abiertamente mientras tocaba a su puerta, six de cervezas en mano. No era una situación sexual, era ver qué más podía aprender de cómo darme placer yo sólo. Después de todo, no es como que yo fuera gay, ¿cierto?

Pedro me abrió; maduro, elegante, cualquier cosa sobre los 60 años. Elegante, debe decirse. Un poco más alto que yo, con hombros anchos sin llegar a fornido, pero ciertamente no un delicado ladyboy (¿quizá sentí una ligera decepción?).

Pasamos a su sala, amplia, cuidada; carente de cualquier toque femenino, pero sí muy limpia. Soltero con dinero, no me molestaría llegar a esa edad de ese modo. Me sentó en su sofá y regresó unos minutos después con una maleta amplia. La puso en el piso y se sentó a mi lado. Quizá un poco cerca. Sin consultarme, abrió una cerveza y me la ofreció antes de destaparse una para él. Tras un poco de charla medio innecesaria (¿tráfico? ¿difícil dar con el lugar?) pasamos a la idea que nos trajo.

Dejó su cerveza en la mesa de centro tomando la mía también; el gesto, un poco asertivo, debió disparar alguna alerta; es el mismo gesto que suelo usar con mi amiga cuando ya quiero que pasemos a la acción, pero, con Pedro mirándome de frente, sus ojos negros clavados en los míos, me sentí extrañamente cómodo.

¿Te ayudó el consejo de la ropa? – me preguntó sin dejar de mirarme.

-… mucho- dije con la voz un poco más baja.

¿Qué trajiste puesto? – y un escalofrío me recorrió centrándose en mi hara, casi pude sentir a mi verga comenzando a gotear ¿Cómo chingados supo que traía más ropa de mi amiga? Más aún, ¿Por qué me ruboricé como quinceañera?

Una panty que me encanta que ella use, de hilo atrás. – Le dije sin detenerme a pensar lo que estaba admitiendo. –¿Cómo supiste? – Pedro sonrió y, cuando lo hizo, tuve que sonreírle de vuelta.

Es normal, una vez que rompes ciertas limitaciones, es mucho más fácil seguir rompiéndolas.- dijo mientras estiraba su mano para tomar el control de su televisión. Mi mirada giró a la pantalla cuando de ella salieron respiraciones muy sugerentes. En el video, dos chicas en micro bikini se untaban aceite acariciándose.

Si bien era porno de muy buen gusto, no estaba seguro de cómo responder. Aunque, acepté ir a casa de un desconocido después de agradecerle por ayudarme a masturbarme, en ropa interior de mujer, con cervezas en mano. No sabía qué esperar, porque nunca me imaginé en esta situación.

Pedro cambió los canales con cierta pausa; cada canal tenía porno destino. Hombres, mujeres, orgías, hasta que se detuvo en uno con un hombre usando una fleshlight. Desnudo, musculoso, con los ojos entrecerrados y gimiendo para la cámara, usaba un juguete que yo había visto alguna vez. Quizá me quedé mirando más de lo que debiera, porque fue hasta que Pedro me preguntó si me gustaba el video que me di cuenta de que tenía la boca abierta. Él me miró sonriendo. – No te avergüences, mucha gente no sabe que le gustan algunas cosas hasta que las prueban… ¿te gustaría probar ese juguete? – Me dijo sin dejar de mirarme. El calorcillo en mi vientre me hizo asentir con la cabeza. De palabras no sabía en ese momento. Pedro estiró su mano a la maleta y la abrió. En ella, cuidadosamente ordenados, había varios juguetes de varios tipos.

Quítate los pantalones. – Me ordenó, aunque con mi calentura sonaba más bien a que me estaba dando permiso. En unos momentos, estaba sólo con la tanga que había traído conmigo. Él tomó una crema con un olor dulzón, como a coco, y vertió un poco dentro del juguete antes de extendérmelo. – Pruébatelo. – me dijo. Para este momento, una mancha oscura en la tanga y mi bulto luchando con la tela dejaba en claro que tenía toda mi cooperación. Pedro me miraba fijamente mientras yo, torpemente, bajaba un poco la tanga e iba insertando mi pene erecto entre látex apretado de la linterna. El escalofrío que sentí antes se multiplicó. Cerré los ojos para concentrarme en la deliciosa sensación que era al mismo tiempo nueva y conocida. Cuando los abrí, Pedro masajeaba su propio bulto sobre su ropa. – ¿Te molesta si también lo hago? – me preguntó mirándome tan adentro de mí, que solo pude asentir entre golpes de la linterna. Mientras me sentaba para abrir mis piernas preparándome para mi descarga, miré a Pedro. Estaba completamente desnudo, con un pene venoso, largo y ancho de un púrpura oscuro, pulsante, se acariciaba mirándome.

Para mi sorpresa, su mirada, tan llena de lascivia, me calentó mucho más de lo que hubiera creído jamás. Podía ver como comenzaba a gotear y como acariciaba la punta de su glande llenando sus dedos de su propio líquido antes de llevárselos a la boca. No pode más; exploté con un gemido sonoro, amplio, primitivo. Pedro se me acercó y, con cada contracción de mi verga, empujaba la linterna más y más profundo. Mi orgasmo debió durar unos segundos, pero estuve colgado ahí una eternidad. Cuando regresé a la realidad, lo que sospechaba que para mí era una nueva realidad, Pedro acariciaba su verga de arriba abajo, ahora impresionantemente erguida. Poco a poco jaló la linterna y mi verga, ahora húmeda y flácida, salió goteando.

Tras poner la linterna sobre la mesa, puso sus manos en mis rodillas abriéndome. Yo puse mis manos en sus muñecas y, mientras me abría las piernas, lejos de detenerlo, subí mis manos a sus brazos, jalándolo hacia mí. No supe por qué, yo mismo abrí más mis piernas sorprendido, pero caliente, muy muy caliente.

Pedro se colocó de rodillas entre mis piernas subiendo sus manos de mis rodillas a mis muslos por detrás. De un solo movimiento, empujó su verga hacia la mía. El momento en que ambas se juntaron mi cuerpo brincó en anticipación. Mis brazos apretaron su cuerpo mientras él me decía al oído lo mucho que le gustaban las vergas lechosas como la mía.

Su cuerpo estaba muy caliente, como si tuviera fiebre, y ese mismo calor se concentraba en su verga. Con cada golpe, podía sentir como mi verga se levantaba contra la suya. La humedad entre ambas nos lubricaba y yo, en unas pantys mojadas de mi leche y su líquido pre seminal, levanté mis piernas para abrazarlo completo. No quería dejarlo ir nunca.

Estuvimos así por mucho rato, sentía mi verga durísima, resbalosa, frotándose contra su enorme mástil. Su cuerpo cada vez más caliente. Su lengua, ahora en mi cuello y mis oídos enviaba descargas eléctricas de mi nuca a mis nalgas. En algún momento, no sé bien cómo, tomé su cabeza en mis manos y lo alejé lo suficiente para besarlo. Mi primer beso a un hombre, No los delicados labios de una mujer, sino los duros y secos labios de un hombre mucho más masculino que yo. Mi lengua lo exploró completo, él correspondió mientras seguía frotándose, mis piernas aún apretadas a su cuerpo caliente.

Un instante, sólo por un instante registré lo que en realidad ocurría: sus dientes, normales desde afuera, eras muy aguzados al toque con mi lengua, el calor de su cuerpo, arriba de un cuerpo con fiebre, y el que me mirara después de un largo beso, pero ahora con pupilas amarillas, me llenó de espanto.

Intenté alejarlo de mí, patearlo, pero mi cuerpo no respondía. Por el contrario, el abrazo de mis piernas se hizo más fuerte, mi respiración rítmica y agitada. Mi boca se abrió, pero lejos de un grito de terror, proferí un gemido de placer mientras echaba atrás mi cabeza y aceptaba mi destino.

Pedro, si es que ese era su nombre, comenzó a besar mi cuello y a bajar por mis hombros. Podía sentir mi glande deslizándose por su vientre, después su pecho, extrañaba ya el contacto de su verga en la mía. Cuando sentí su aliento, caliente como horno en mi verga, mi cuerpo se estremeció aún más. Su lengua, extremadamente larga, se enrolló en mi masculinidad apretándola como una boa. Su rostro, ahora una máscara roja de pupilas amarillas mi miró mientras engullía mi verga. Lo sujeté por sus cuernos (¿¡cuernos!?) enviando de golpe mi verga a su garganta. Sólo un par de golpes después, me vine aún más abundante; no tenía idea de que yo era capaz de guardar tanta leche. Él, extasiado, la bebió toda.

Cuando aterricé de mi éxtasis, el me miraba sonriendo, gatunamente, contemplando a su nuevo juguete. Yo, asumiendo que él podía dominarme físicamente si quisiera, me dejé llevar y le sonreí.

Pedro levantó mis piernas abiertas. Yo llevé mis dedos a mi boca, lamiéndolos. Su lengua, ahora en mi verga se detuvo sólo lo suficiente para limpiarla perfectamente. Después continuó hacia abajo, entre mis nalgas. Yo, su juguete obediente, las abrí con mis manos. No tenía control de mi cuerpo, pero tampoco lo quería, estaba en el nirvana recibiendo su calor en mi hoyito virgen; no me importaba siquiera que el tamaño de ese monstruo que no cabría en una entrada tan estrecha como la mía si Pedro decidía penetrarme (me sorprendí deseando que así fuera).

Su lengua jugó un rato en mi ano, en algún momento incluso exploró mi entrada, pero se mantuvo en el límite. Yo gemía con cada pasada y abría mis nalgas lo más que podía para facilitarle su labor.

Tras una eternidad de placer, Pedro se levantó jalándome de las manos para sentarme erguido. Mi cuerpo, aún sin control, tomó su verga y la acercó a mi boca; Una vez que mi lengua la tocó, no supe más si mi cuerpo aún estaba bajo su control, o era yo el que lo controlaba, pero, en cualquier caso, metí su verga hasta mi garganta, necesitaba sentirlo dentro, retribuir lo mucho que me había hecho sentir a mí.

Su verga era amplia, maciza, mi boca apenas la rodeaba; no había modo de que me la tragara completa sin morir de asfixia, pero no me importaba, sentía las lágrimas agolpándose en mis ojos, lágrimas de placer. Mi boca, produciendo cantidades ingentes de saliva la humedecían y lubricaban. Él, paciente, me dejaba mamársela a mi ritmo, sin empujármela, seguro eso lo haría después. Y sí, no sólo había aceptado que me penetraría, lo deseaba fervientemente.

Cuando me despegué de él, Ahora todo su cuerpo era rojo, sus cuernos grandes me rompían toda duda de que hubiera sido mi imaginación, pero su sonrisa, de cómplice, amo y amante, todo en uno, me dieron el valor para lo que seguiría.

Me levanté y lo senté a él. Son su venga bien levantada. Una última lamida para lubricar, y me senté a horcajadas. Esta vez era yo quien controlaba mi cuerpo. Él ahora sólo se dejaba hacer. Tomé su verga con mi mano, la otra, reposando en su pecho. Lo besé una última vez antes de colocarme sobre su verga y dirigirla hacia mi entrada. Al principio fue maravilloso, sentía su glande abriéndome. Después, cuando había entrado la punta, estuve a punto de gritar de dolor, era enorme, caliente, destructora. Pedro me tomó de la cabeza y me hizo mirarlo. Su mirada me decía que todo estaría bien, que el dolor sólo era pasajero. El dolor comenzó a convertirse en placer. Aunque sentía como mi culo se deformaba, cada milímetro me llevaba al cielo (sin ofender a mi nuevo mejor amigo). Sentía mis entrañas reacomodándose para alojar a tamaño mástil. Me sentía poseído, dominado, a pesar de ser yo quien se estaba sentando por su voluntad, me sentía de la propiedad de mi nuevo señor. Cuando sus muslos no me dejaron bajar más, me quedé quieto algunos momentos. Ahora era uno con Pedro, y no me imaginaba una vida sin ese enorme placer.

Lo tomé de los cuernos para apoyarme y comencé a subir y bajar, primero despacio, después más rápido. Podía sentirlo dentro de mí, deslizándose, lubricándome con su abundante pre seminal. Mis gemidos sonaban sobre la televisión (ni quién volteara a verla). Él me tomó de la cintura guiando mi ritmo. Me besaba en mi cuello, mis pezones bien erguidos, a momentos la boca, cuando necesitaba un respiro.

Sentía mi pene erguirse de nuevo y rebotar con cada sentón que le daba, eso me calentó tanto que tuve que detenerme, no quería acabar; no quería que se acabara. Él, leyéndome, me levantó sin ningún esfuerzo, causando un pop cuando su verga terminó de salir de mí. Me puso de rodillas en su sillón, y yo, como la zorrita obediente de mi amo, me puse en cuatro y le ofrecí mi culo. Él me dio a gracia de aceptarlo y entró de un golpe. Un alarido de dolor, placer y nirvana salió de mi garganta, que se repitió cuando me la sacó de golpe de nuevo y la volvió a meter de una sola embestida; nunca imaginé que ser una puta de ese nivel fuera tan rico. Él me poseía a placer y yo era feliz con ello. Mi tanga, sólo hecha a un lado, rezumaba de mi leche, sus jugos, mi saliva, y probablemente lo que aún no le había entregado de mi alma.

De pronto, sin, aviso, me apretó por la cintura y entró, si se puede, un poco más en mí. Su primera contracción me llenó de calor, quiero decir, más allá de lo caliente de su leche, mi cuerpo se llenó de un calor nuevo, como si mi hara se hubiera multiplicado en todo mi cuerpo y sintiera las mariposas en cada milímetro de mi piel. Las siguientes expulsiones me llenaron como si el hambre, el frío, la tristeza del mundo, hubieran sido sólo un sueño. Me sentía pleno, completo. Mi señor dio un último suspiro antes de soltar un último y abundante chorro dentro de mí. Cuando su verga finalmente se deslizó afuera de mi maltratado culo, su semilla escurrió afuera de mí, llenándome de soledad. Apreté mi culo para evitar que escapara y fue entonces que noté que era negra. Si todo en él era raro, porqué su leche habría de ser distinta.

Se tendió a mi lado en el sillón y yo sólo recuerdo cómo me sonrió antes de quedarme profundamente dormido.

Ahora estoy tendido junto a él en la oscuridad, el calor de su cuerpo aleja el frío de la noche, su respiración regular me dice que pude hacerlo descansar también y mi cabeza es un mar de dudas, de preguntas, de no saber qué será de mí a partir de ahora, pero, la duda que más me ocupa en este momento sería: ¿es apropiado despertar a un demonio con una mamada o mejor espero a que despierte y me deje mamarlo de nuevo?

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