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Fantasía de una mujer casada con un hombre mayor (parte 1)
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Hola. Me llamo Cristina. Soy una mujer morena, de 43 años, ojos marrones. Mido un 1m55 y peso alrededor de 59 kilos. Tengo una 95 de pecho. Estoy casada y tengo un nene de 8 años.

Pero siempre me he sentido atraída por hombres mucho mayores que yo (mi marido tiene 47).

Si os gusta este relato, decídmelo y publicaré la segunda parte (que ya os digo que es más morbosa que la primera).

Esta historia que voy a contar sucedió en verano del pasado año. Concretamente, el mes de agosto.

Nos habíamos ido, como todos los años, a pasar las vacaciones de verano al pueblo de la familia de mi marido. Un pueblo en la provincia española de Cuenca.

A los pocos días, recibo una llamada de mi jefe.

Mi compañera de trabajo (soy administrativa en una multinacional) se había puesto enferma (por COVID) y me pedían que volviera. Aunque era agosto, la empresa no cerraba y, aunque había menos trabajo del habitual, se necesitaba a alguien en el departamento.

Por un lado, no me apetecía para nada interrumpir las vacaciones ni dejar sola a mi hijo y a mi marido. Por otro lado, que queréis que os diga. Un pueblo pequeño, sin emociones, donde toda la gente se conoce, con mis suegros, mis cuñadas… no eran unas vacaciones ideales, precisamente.

Además. mi jefe me ofreció pagarme un plus por los días que estuviera.

Así que decidí aceptar. Para mi sorpresa, a mi marido no le importó ni lo más mínimo dejarme ir, sola. Él estaba rodeado de su familia. Mi hijo también disfrutaba del pueblo.

Llegué a la gran ciudad en la que vivimos. Sola. Despaché el trabajo en la oficina con cierta celeridad (10 años en la empresa me daban mucha experiencia) y me fui a casa pronto. En verano, el horario es reducido y terminamos a las 17 h.

Al llegar a casa me comí una ensalada envasada (no me apetecía a ponerme a cocinar). Después decidí darme una ducha para quitarme el inmenso calor. Al verme desnuda, en la ducha, algo en mí, se activó. Mis instintos se pusieron en marcha.

Estaba sola. En la gran ciudad. Podía llevar a cabo mi fantasía más oculta. Esa, que muchas noches anhelaba, pero que nunca me atrevía a hacer realidad.

Ser la puta de un viejo!!!

Era jueves. A las 18 salí de casa en dirección a un Centro Comercial. Cogí el coche y conduje a un centro comercial que está a las afueras. Me sorprendí de la cantidad de gente que había, para ser agosto.

Después de pasarme varias horas mirando aquí y allá, finalmente, compré un conjunto de lencería sexy en el Tezanis que había en el Centro Comercial. El conjuntito era un tanga negro, de esos de hilo. El suje, también negro. Ambos de puntillitas.

La verdad que cuando me lo estaba probando, en el probador me sentía muy sexy. Espectacular. Evidentemente, con mi marido, no me compraba "esas cosas". Pero mi marido, estaba en su aburrido pueblo. Y yo, dispuesta a llevar a cabo mi fantasía.

Ya tenía mi lencería sexy. Pero…no sé, Faltaba algo más. Continué mirando aquí y allá. Hasta que la vi. En un Bershka. Una mini faldita. Negra. Demasiado mini falda. Supongo que las lectoras de esta web (y algún lector) sabrán que en Bershka hay tallas para adolescentes. Las mujeres de mi edad, ya no cabemos!

El caso es que no me lo pensé dos veces y la cogí. Pero la talla era demasiado pequeña. No obstante, en la percha encontré una. Talla 38. Era la más grande que tenían. Al ver la cara que puso la dependienta, le dije que me la llevaba para… mi sobrina.

Tenía la mini, el conjuntito sexy e iba hacia el parking a coger el coche. Cuando al pasar por la puerta de un establecimiento, mi cuerpo se paró en seco.

Como podía haberme olvidado!!! Necesitaba una cosa más…para que esa noche fuera perfecta. Necesitaba condones. Me había parado enfrente de la farmacia.

Me costó decidirme. Nunca había comprado condones antes. Siempre los compraban "ellos" en mi época de universidad. Cuando me casé, pues… ya no los necesitaba.

Finalmente, cogí una caja. De 12. Al azar.

En casa… me probé la mini y la lencería.

El conjuntito me quedaba genial. Pero la mini…tomé aire. Subí cremallera. Ya estaba! Ufff. Qué sensación. La mini falda tenía demasiado de mini y poco de falda. Apenas me tapaba las nalgas.

Eso, sin contar es que como respirara un poco fuerte o tosiera… la reventaba.

Pero valía la pena. Me miraba al espejo y, con ese conjuntito y la mini parecía… una cualquiera!

Ahora, me faltaba algo en la parte superior. Busqué en mi armario. No tardé mucho. Enseguida cogí la blusa blanca que uso para algunas reuniones.

Solo que esta vez me desabroché los dos botones más cercanos al cuello.

Se me veía el canalillo y un poco más.

Eran las 21. Llamé a mi marido. Estaban a punto de cenar. De fondo oía a mi suegra discutir con una de mis cuñadas. Vamos… la misma "alegría de siempre".

No tuve remordimientos. Estaba segura de lo que iba a hacer.

Suspiré. Me hice algo rápido para cenar.

A las 22:30 empecé a maquillarme. Un poco de labial Burgeois, rímel y los ojos bien pintados. Para rematar, me puse unos tacones de 7 cm, también negros. Me miré al espejo. Parecía de todo, menos una mujer casada.

Suspiré y cogí mi bolsito de mano, metí en él las llaves de casa, el móvil y los condones que ocupaban más de lo que pensaba en mi pequeño bolso de mano. Tomé el ascensor hasta el garaje rezando para no encontrarme con nadie. Menos mal que ninguno de mis vecinos/as me vio así.

Aunque en el coche tenía puesto el aire acondicionado, ni lo notaba. Sentía un calor…

Había oído hablar de una disco a la que iban "viejos". Busqué la dirección en Google Maps… y allá que fui.

El hecho de ser agosto supongo que ayudó para que encontrara sitio para aparcar casi en la misma puerta de la disco. Suspiré de nuevo, tratando de calmar mis nervios. Mi corazón parecía que iba a salírseme del pecho. Salí del coche y fui, decidida, hacia la puerta.

No había nadie en la puerta. No sé. Me había imaginado que habría un portero cachas. Pero supongo que esas discos… no eran así.

Franqueé la puerta. Estaba oscuro. Una barra grande, al fondo. Unas butacas en torno a la barra. El resto del local era una pista de baile (que ocupaba prácticamente el centro del local) y unos sillones de tela que me parecieron feísimos.

No había mucha gente. Qué rabia, pensé. Caminé decidida hacia la barra. Notaba como las pocas miradas que había en el local se clavaban en mí.

El camarero, un hombre mayor, calvo, me miraba como el que mira a un fantasma. Supongo que yo no era la clientela habitual.

No lo vi llegar. Llegó por detrás. Escuché una voz, detrás de mí, que me dijo:

– Hola

Me giré y lo vi. Era un tipo bajito, de cara redondeada, ojos marrones, poco pelo cano y cejas pobladas. Pero lo más llamativo era, sin duda, su enorme barriga. Vestía un pantalón vaquero por debajo de aquella descomunal barriga que envolvía con una camisa a cuadros. Los botones superiores de la misma, estaban desabrochados y una abundante pelambrera cana asomaba por ellos.

– Ho… hola – respondí, nerviosa. Casi balbuceando.

– Me llamo José… pero puedes llamarme Pepe – sonrió. Al sonreír pude ver que le faltaban dos dientes. Uno en la parte de abajo y otro en la superior. Y los que le quedaban estaban amarillentos.

Aquel hombre, en otro momento, en otras circunstancias, me habría resultado vomitivo. Nauseabundo. Pero en ese momento, un escalofrío recorrió mi espalda.

– Soy… Cr… Lorena – No quería pronunciar mi nombre, y, el primero que se me vino a la cabeza fue el de una de mis cuñadas.

– Encantado Cr Lorena – Reía Pepe.

Se puso a mi lado.

– Qué te trae por aquí, guapa? No te había visto antes – Me dijo mientras me "escaneaba" de arriba a abajo.

Pensé "qué observador". Pero no dije nada. Tragué saliva y con un hilillo de voz dije.

– Vengo buscando… emociones fuertes – Ya estaba. Ya lo había dicho. Y por la expresión de Pepe… supe que mis palabras habían surtido efecto.

Pepe… me miró. Engrandeciendo sus ojos marrones.

– Joder!!! – Dijo – ¿Y qué tipo de emociones fuertes busca una mujer… casada?

Mierda!!! no me había quitado el anillo. Nerviosa. Intenté quitármelo. Pero no salía.

– Tranquila, si ya me he dado cuenta – Me dijo Pepe…mirándome a los ojos. Sonriéndome, con esa boca asquerosa.

– Si… qué torpe.

– No has respondido a mi pregunta, Lorena – Me dijo sin quitar su mirada de mis ojos.

– Ya sabes – Sonreí nerviosa. Esta vez, era yo la que le miraba a los ojos, manteniéndole la mirada

– Sabes que tengo… 67 años, verdad? Este sitio no es para mujeres… como tu – Me dijo, muy serio.

– ¿Casadas? – Le dije yo… nerviosa. En mi mente… retenía esa cifra. 67 años. Joder… 24 más que yo!

– Tan… jóvenes – Me continuaba mirando. Muy serio.

– Bueno… me gustan – hice una pausa – mayores – lo dije sosteniéndole la mirada.

Pepe tardó unos segundos en contestar. Me imaginé que se debatía en si le estaban gastando una broma o era su noche de suerte. Tras unos segundos que se me hicieron eternos, por fin, me dijo.

– Así que una mujer joven, casada, viene hasta aquí a buscar emociones fuertes con un casi setentón – Lo dijo riendo, pero mirándome a los ojos.

– Bueno, no soy tan joven. Tengo 39 – Mentí.

Pepe, soltó una carcajada

– Lo que yo decía… una chiquilla, casada… en busca de emociones…

Su mano, rodeó mi cintura, mirándome a los ojos, sonriendo.

– Me dejas que te invite a una copa, chiquilla

– Claro!!! – Sonreí.

– ¿Qué quieres tomar, chiquilla? – Me dijo sin soltar la mano de mi cintura.

– Algo… fuerte – Dije. Esta vez mi voz había sonado rotunda. No era el hilillo de voz.

– Algo fuerte te iba a dar yo a ti, chiquilla – Me dijo, mirándome muy fijamente.

– Ah siii?

Pepe, sonrió. Se giró, llamó al camarero, se sentó en una de las butacas de la barra (hasta ese momento, habíamos estado los dos de pie) y le pidió dos Gin Tonics.

Yo estaba a su lado… de pie. Excitadísima. Dispuesta a llevar mi fantasía hasta las últimas consecuencias. Hasta las últimas consecuencias, repetía en mi mente.

– Así que te va lo fuerte, eh chiquilla? – Pepe me había sacado de mis pensamientos. Se había girado en la butaca, de nuevo, hacia mi, pero esta vez, con la mano con la antes me cogía la cintura, se estaba tocando el paquete.

Mis ojos, evidentemente, se fueron ahí. Al ver que no apartaba la mirada de su paquete… me dijo

– ¿Dime…? ¿Te va?, ¿Mucho?

No recordaba su pregunta anterior. Mis pensamientos y Pepe acariciándose su miembro delante de mí me habían aturdido.

– ¿Cómo? – Le pregunté tras unos pocos segundos.

– Que si te van las cosas… fuertes o… – hizo una pausa. Calibrando si continuar la frase o no. Mirándome a los ojos – O muy fuertes, chiquilla

El camarero depositó los dos Gin Tonics en la barra. Ninguno cogimos las copas.

– Cuanto más, mejor.

Al terminar de decirlo… me cogió de nuevo de la cintura… pero esta vez… su mano bajó hasta el límite entre la cintura y el culo.

– ¿Sí? Estupendo. Porque a mí, según qué cosas, me gustan muy muy fuertes

No lo vi venir… Pepe me dio un cachete. En el culo. Me miró, esperando mi reacción. Casi me muero del escalofrío que sentí. Mi corazón quería salir de mi pecho. Estaba excitadísima. Estaba empezando a ponerme cachonda. Y eso que la noche, no había hecho más que empezar

– Cuanto más mejor – Es lo único que se me ocurrió, en ese momento.

Pepe, sonrió, cogió las copas, me ofreció una.

– Brindamos, por las chiquillas casadas que quieren emociones… muy fuertes

– Chin chin – le dije

Y brindamos las copas. Pepe, de un trago, se bebió media copa. Yo apenas, di un traguito. No estoy acostumbrada a beber. La noche, estaba siendo ideal y no quería estropearlo poniéndome borracha.

– ¿Y qué hacemos ahora, chiquilla?

Le miré a los ojos. Después… mis ojos recorrieron toda la discoteca. Como leyéndome el pensamiento, Pepe, dijo.

– Podemos ir a aquel rincón de allí – señaló, con su dedo, un rincón. Probablemente, el rincón menos iluminado del local.

– Y me cuentas qué cosas muy fuertes estás dispuesta a hacer, chiquilla – añadió Pepe.

Solo acerté a sonreírle. Pepe, bajó de la silla, me cogió del culo, con una de sus manos. En la otra, tenía la copa. Me llevó hasta aquel rincón.

Había una mesa bajita y un par de sofás bastante grande, pero igual de feos que el resto.

Me extrañó que Pepe dejara su copa en la mesita y apartara uno de los sofás. Él, se sentó en el que había quedado frente a la mesa bajita.

– Vamos a ver hasta donde estás dispuesta a llegar, ¿De acuerdo? – Me preguntaba con la frase y con los ojos.

– Claro… ¿Qué…? – Iba a preguntarle como se lo podía demostrar. No me hizo falta. Ya me lo dijo él.

– Deja tu copa en la mesa y siéntate encima de mi… bailando… de espaldas a mi… restregándome ese culazo que tienes, chiquilla.

Creo que en mi vida me he movido tan rápido como aquella vez. Me senté encima de aquel hombre. Notaba su barriga, oronda, kilométrica, en mi espalda. Empecé a bailar en círculos. Evidentemente, notaba el bulto de aquel hombre feo, gordo y… mayor.

Yo estaba encantada, lo disfrutaba. Alternaba movimientos circulares con pequeños "saltitos". Cuando, de repente, sus manos, se posaron en mis pechos.

Así, de espaldas a él, con su barriga pesando como una roca inmensa sobre mi espalda… y sus manos… sobre mis 95.

– Joder… qué buena estas, chiquilla. Menudos melones!!!

Melones, había dicho melones. No pechos O tetas. Estaba claro que mucho respeto, no me tenía. Aunque no me podía quejar. No buscaba que me lo tuvieran, precisamente.

– Y bien, ¿He pasado la prueba? – Le dije, con una sonrisa, volteada hacia él, mirándole a los ojos.

– No corras, chiquilla… Ahora… bésame.

Sin darme tiempo a reaccionar…aquel hombre me metió la lengua en la boca. Y no solo en la boca… en los labios, en la cara. Su aliento olía a tabaco y a alcohol.

Lejos de importarme, le dejé hacer. Encantadísima.

Mientras me besaba, sus manos… iban de mis "melones" a mi culo… y viceversa.

– ¿Y bien? – Le dije, después de unos minutos comiéndonos las bocas.

– Joder, chiquilla, con que gusto te empotraba ahora mismo.

Tal como estaba yo y después de oír aquello, casi me mojo el tanga negro.

– Bueno – Le dije…

– Joder, si es que, así, vestida como una guarra y pareces una guarra – Me dijo de repente, como si tratara de disculparse por lo que me había dicho.

Sonreí, di otro sorbo a mi copa. Lo necesitaba para lo que iba a decirle.

– Bueno, si voy vestida como una guarra y parezco una guarra, igual es que soy… -Dejé la frase ahí, dando un sorbito a mi copa.

– Hostia!!! No me irás a cobrar… que con la mierda de pensión que tengo.

– ¿Cuánto pagarías por una noche conmigo? – No me podía creer que aquellas palabras hubieran salido de mi boca.

– Joder… uff… mierda. Me vas a cobrar. Joder… que mierda. ¿Cuánto?, ¿Dime? – Pepe, pareció comenzar a enfadarse, le vi nervioso.

– Tu dime una cantidad… después… ya veremos .cuanto te cobro – Le dije, sin salir muy bien de aquel callejón en el que me había metido yo solita.

– Joder… no sé… 300 euros. ¿Pero con derecho a todo, eh? Tarifa plana – Me dijo Pepe, sin pensarlo mucho. Estaba sudando.

– ¿Qué es eso de tarifa plana? – Os juro que no lo había oído en mi vida. Hasta ese momento.

– ¿Como que qué es?, ¿Pero tú eres puta o no? – Pepe, no sabía a qué atenerse.

– ¿Qué es eso de tarifa plana? – Volvía a preguntarle. Una chispa, sacudió mi mente.

– Coño, pues ya sabes. Follarte la boca, el coñito, el culo… joder… todo lo que me dé la puta gana. Bah, a la mierda la pensión. Llevo 350 euros. ¿Me haces tarifa plana por eso? – Me dijo, muy excitado. Demasiado nervioso. Sudando.

Reí. Le miré a los ojos… os juro que no sé muy bien como, le besé los labios. Como una novia. Un beso dulce.

– Tarifa plana… y gratis. Solo te voy a pedir… una cosa.

– Ostia. ¿En serio?, ¿Gratis? Ostia. ¿Qué? – Cogió su copa de la mesa, bebió mirándome a los ojos. Nervioso.

Me tomé mi tiempo. Notando como mi corazón se salía del pecho. Miré aquel hombre, Moviéndose inquieto en el asiento… Su frente, sudorosa. Algunas gotas de la copa habían caído sobre su camisa, a la parte más voluminosa de su anatomía. Su barriga. Esa boca… con los dientes amarillos y sin algunos de ellos… sonreí. Excitadísima. Terriblemente cachonda le dije.

– Quiero emociones muy fuertes. Quiero que seas… -Hice una pausa. Vi como esos ojos, marrones, se hacían grandes, mirándome – Muy duro conmigo. Que me trates como a una… -Tragué saliva y me quedé callada. Mirándole.

– Joder… te voy a tratar como lo puta que eres, chiquilla – Me cogió del pelo, tirando hacia atrás. – Me vas a comer la polla y hasta te voy a dar por el culo.

– Tarifa plana, ¿No? – Le dije, con una sonrisa en mi boca.

– Eso es, joder… te voy a dar yo a ti… tan fuerte que te va a doler el culo durante semanas, chiquilla.

– No me llames chiquilla, por favor. Llámame… – No se me ocurría nada. No podía decirle mi nombre. No hizo falta. Ya me dijo él como llamarme.

– Puta, eres mi puta. Esta noche vas a ser la puta de papi y te voy a joder como quiera – De nuevo, tiró de mi pelo.

– ¿Dónde vamos? – Le dije ya… fuera de mi misma.

– Joder… a tu casa.

– ¿A mi casa? – Pregunté, extrañada. No era ese el plan que había pensado.

– Sí, joder. La mía no la tengo en condiciones. No la he limpiado. Y la chica no viene hasta dentro de unos días.

Pensé que Pepe no tenía pinta de ser un hombre que limpiara demasiado.

– No soy la novia que invitas a ver una peli a tu casa – Le dije, mientras mi uña jugueteaba con su pecho.

– Tienes razón. Pero qué coño. Me da más morbo follarme a una casada en su propia casa. Por qué… ¿No estará tu marido?

Esto último, incorporándose un poco sobre el sofá. Como previniéndose.

– Está en el pueblo. A más de 300 Kilómetros de aquí.

Pepe, sonrió.

– Pues a reventarte a tu casa.

Salimos del local y caminamos hacia mi coche que estaba aparcado muy cerca de la puerta. Durante el corto camino del rincón al coche… Pepe no quitó su mano de mi culo.

Nada más sentarme en el asiento de la conductora, iba a coger el cinturón. Pero Pepe, me cogió del brazo. Miró a ambos lados de la calle. Sin mirarme a los ojos, dijo:

– Venga, chúpamela.

– ¿Aquí? – Le dije, extrañada. Mirando esta vez yo a ambos lados de la calle.

– Sí joder… como aperitivo. No querías emociones. Pues a mamar – Mientras hablaba se desabrochaba el pantalón, bajándose la cremallera.

– Pe… – Me puso la mano en la nuca… tirando hacia él.

Me quería morir. Pepe, mantenía su mano, en mi nuca, empujándome hacia él. Aunque no hacía falta que lo hiciera, le deje que me pusiera la mano en la nuca.

Acerqué mi mano a su miembro. Era pequeño. Se veían, alrededor, largos hilos blancos. Abrí mi boca y me introduje aquel miembro en la boca.

Su barrigón, descomunal, enorme, rozaba mi oreja derecha. Le oí gruñir. La saqué de mi boca y volví a tragarla.

Sinceramente, no me costaba demasiado. Aquel miembro era pequeño. La de mi marido, que tiene unos 17 o 18 centímetros sería como aproximadamente un palmo más grande. Y me cabía en la boca. También la de algún ex novio que estaba, todavía, mejor dotado.

Repetí varias veces el movimiento, metiéndola y sacándola de mi boca. Varias veces. El olor de aquel hombre, en cualquier otro momento, me habría espantado. En ese momento, no. En ese momento, no sé quien disfrutaba más. Si él o yo.

– Joder… qué bien la chupas, puta.

Me incorporé, mirándole a los ojos. Con una sonrisa en la boca.

– Gracias – Le dije. Sonriendo.

Aún tenía la sonrisa en la boca, cuando de repente, de la boca de Pepe salió… un escupitajo. Directo a mi mejilla.

– Puta. Me vas a comer la polla y los huevos todas las veces que te diga, ¿verdad?

El escupitajo, su manera de hablarme. Me estaba gustando. Demasiado. Estaba muy cachonda. Tanto, que le dije.

– Claro. Soy tu puta – Llevé mi mano a la mejilla, para limpiarme.

Pero Pepe, paró mi mano cuando estaba a punto de alcanzar mi mejilla.

– No, no te lo limpies. Quiero que sientas lo guarra que eres. Quiero que notes, como te humillo. Eso es lo que quieres, ¿Verdad? que un viejo asqueroso, te humille.

– Siii, joder – Le dije…con una mezcla de rabia y liberación.

– Bien. Ahora, vamos a tu casa…a comerme la polla y a empotrarte. Y conduce con cuidado.

El trayecto a mi casa se pasó rápido. Cada vez que parábamos en un semáforo, Pepe me metía su lengua en la boca. Sus manos… se abrían paso en mis muslos. Incluso, el último kilómetro y medio (aproximadamente) acariciaba mi sexo.

Él, no se guardó su miembro en ningún momento. Mientras sus dedos acariciaban mi sexo… yo casi cierro los ojos… de gusto. Porque tenía que estar pendiente del tráfico, que si no.

Entramos directamente al garaje. Esta vez, me pareció que había algún coche más. Aunque no podía asegurarlo. Deseé no encontrarme con nadie. No en ese momento, no esa noche.

Iba a salir del coche, cuando Pepe, me dijo…

– Espera… así no – Me desabrocho la blusa… por completo. Mi suje negro, se veía perfectísimamente.

– Ahora, ya puedes bajar, zorra – Me dijo Pepe

Yo me quería morir… de gusto. Estaba a punto de mojarme entera. Aquello era casi mejor que el mejor de los orgasmos que había tenido. Solo deseaba que no nos viera nadie… y ser la puta de Pepe toda la noche.

Rápidamente, caminé hacia el ascensor. Con mi blusa abierta. Pepe, me seguía, jadeante.

– Espera, coño, no corras.

Me alcanzó en la puerta del garaje. Me metió, una vez más, la lengua hasta la garganta mientras me amasaba mis pechos… Yo, nerviosa, buscaba las llaves en el bolsito de mano. Mira que es pequeño, pero los nervios, la excitación… las llaves se me cayeron al suelo.

Me agaché a por ellas y fue tal el azote de Pepe que mi cabeza casi choca contra el marco metálico del ascensor. Llamé al ascensor que, raro es, vino enseguida.

– No sabes hasta qué punto vas a ser mi puta – Me dijo Pepe en ese momento.

– No sabes hasta qué punto deseo serlo – Le dije.

Nos metimos en el pequeño cubículo… morreándonos de nuevo. Solo que esta vez… era yo la que metía mi lengua en su boca. Pepe, me sacó un pecho, por encima del sujetador.

En ese momento, si alguien hubiera abierto la puerta, no me habría importado lo más mínimo. Solo deseaba llegar a casa y que Pepe… me follara.

No recuerdo en qué momento pulsé el número de mi piso. Pero la campanita del ascensor y el número 4 en el display anunciaron que habíamos llegado.

Al salir del ascensor, Pepe, miró cauteloso a todos lados. Yo abrí la puerta con el mayor sigilo que pude mientras llevaba mi dedo a mis labios.

Abrí la puerta. Entramos.

Nada más cerrarnos, Pepe, se abalanzó sobre mí. Menos mal que mi blusa ya estaba abierta, si no, me la habría arrancado. Me sacó los pechos, los dos, por encima del suje.

– Joder… que melonazos tienes, puta – Dijo Pepe, mientras me amasaba mis 95.

– Siii? te gustan? – Quise mover mis pechos, pero Pepe… me dio un par de palmadas. Cerca de mis pezones.

Os juro que casi me corro allí mismo.

De repente, Pepe, me miró a los ojos.

– ¿Dónde está el salón? – Me dijo.

– Eh… ¿El salón? – Pregunté extrañada. Pensé que Pepe me iba a follar allí mismo. En el recibidor de mi casa.

– Sí, coño, el salón.

– Por allí – Comencé a andar los pocos pasos que separan la puerta de mi casa de la del salón.

Asombrada, vi como Pepe pasaba delante de mí y caminaba hacia el sofá de mi salón. Empecé a enfadarme, cuando , de repente, me dijo:

– Tráeme una copa, puta. Y cuando vengas, quiero que me hagas un striptease mientras me bebo la copa. Y no tardes, zorra…

Continuará.

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