He regresado a casa. He abierto la puerta y he atravesado el pequeño pasillo hasta llegar al salón comedor. Ahí he visto a mi mujer, repantigada en el sofá; ella, vestida de andar por casa, es decir, con un vestido ligero de tirantes muy escotado, me ha mirado despacio. Luego me ha hecho una señal con la mano para que me acercase. Mi mujer se ha sacado sus gruesas tetas del vestido. Enseguida me he empalmado. Mi mujer me ha sacado la polla del pantalón con una mano y mueve el pellejo de esta atrás y adelante. "¿Quieres?", me ha preguntado, "yo también he tenido un día agotador y no me apetece follar, pero hacerte una mamada…", ha explicado. "Vale", he dicho. "Siéntate conmigo", me ha pedido, dando una palmada a la tela del sofá. Me he sentado. Ella me ha desabrochado el cinturón y yo me he bajado los pantalones hasta los tobillos. Mi polla, dura, está temblando, deseosa. Mi mujer se la ha metido en la boca. Observo sus labios moviéndose por el tronco con suavidad arriba y abajo, arriba y abajo. Observo su lengua acariciando el prepucio y el frenillo. Estoy jadeando y ella me oye; así que da más rapidez a sus movimientos a fin de provocar mi orgasmo. Mi mujer gime, porque también se está corriendo de gusto. Deben tener las mujeres también un clítoris en la boca, pienso. Jadeo más fuerte, rujo y me corro. Mi semen riega la boca de mi mujer y ella lo apura dando unas cuantas cabezadas más. Después, ella levanta la cabeza y se relame mientras me mira.
Ella ya ha cenado. Yo ceno y luego me acuesto. Por la mañana suena el despertador de ella antes que el mío. Noto como el peso de su cuerpo abandona el colchón. Entonces, entreabro los ojos para verla. Mi mujer, oh, mi mujer. Veo como se quita el camisón. Veo sus tetas bamboleándose y su gran culo. Me entran ganas de follarla al instante. La imagen de mi polla perdiéndose entre la carne blanca de ella me asalta. Follarla por detrás, qué inmenso placer. Me vuelvo a quedar dormido oyendo el chorro de la ducha. Luego oigo mi despertador.
En el trabajo, mis compañeros hablan de su vida conyugal. Todos somos ya cuarentones, no obstante activos. Casi todos dicen que echan en falta que se la chupen, yo no; sin embargo, la mayoría dicen que follan a menudo, yo no. Es cierto. ¿Cuánto hace que no me follo a Teresa? ¿Mi memoria falla?
"Vamos, Ramón", dice Teresa abriéndose de piernas. "Qué buena estás, Teresa, entradita en carnes, como a mí me gustan", dice el jefe de Teresa. "¿No te estarás follando a otras?", pregunta Teresa. "No, sólo follo contigo", dice Ramón; "Como has empleado el plural…", objeta Teresa; "Como a mí me gustas, quise decir"; "Ah, pues venga, vamos, que no tengo todo el día". Y ahí, en la oficina, sobre la mesa escritorio despejada de papeles, Ramón y Teresa follan. Los embistes de Ramón, aunque poco enérgicos debido a su senectud, son precisos y hacen que Teresa tenga un orgasmo tras otro. Teresa chilla de placer mientras Ramón resopla y resopla. Un día le dará un paro cardíaco. Y tras un resoplido que es casi un estertor, Ramón derrama su semen en el coño de Teresa. Luego, se visten y continúan trabajando como si nada hubiese pasado. "Para esto le pago", piensa Ramón; "Cuando muera, me quedaré con todo", piensa Teresa.
Entretanto, Miguel deja la obra para tomar un breve descanso. Momento que aprovecha para llamar. "Hola, Don Ramón, ¿me puede poner con Teresa?"; "Sí, como no, ahora mismo, ¡Teresa!". Teresa y Miguel hablan de trivialidades y después cada uno vuelve a lo suyo.
Miguel coloca un ladrillo y ve a una muchacha que le avisa con la mano a la distancia. Es su hija. Salta del andamio y se dirige a ella. "¡Teresita, has vuelto de Australia!", dice con emoción; "Sí, papá, hoy mismo, se acabaron las vacaciones". Teresita es gruesa como su madre y sus femeninas formas resaltan. Ya se sabe: los hombres sólo ven culos y tetas. Miguel supone que ya se la habrán follado. No sabe que su hija se reserva para el matrimonio.
Ya en el piso, Teresita se ducha y se mete en su cama semidesnuda: únicamente con las braguitas: viene cansada del viaje. Teresa llega del trabajo poco después. Ve a su hija en el dormitorio, la besa en una mejilla y se desnuda en la habitación de matrimonio. Más tarde, llega Miguel derrengado y Teresa se la chupa.
Ramón, en su mansión, se pajea pensando en Teresa: un cuerpo de tales proporciones da para mucho. Luego piensa en Teresita, a la cual conoció. Y si… Coge el móvil y marca. Un sordo tintineo suena en el piso de Teresa y Miguel; y alguien sufre de jet lag.
"Oh, oh, Teresita, uff, uff", jadea Ramón sobre el fresco cuerpo de Teresita. Las carnosas tetas de Teresita tiemblan ante el empuje de Ramón, su tersa barriguita también. Ramón se dobla y chupa las tetas, las babea, las deja completamente mojadas. Y a Teresita le gusta. El himen ha saltado por los aires y una mancha de sangre moja la sábana; no importa, en este hotel son muy discretos. No le ha dolido a Teresita porque Ramón ha sido delicado. "Ah, ay, Ramón, me gusta, ¡me gusta!", grita Teresita en pleno orgasmo. Y Ramón continúa. "Oh, oh, uff, uff, eres mejor que tu madre", resopla Ramón; "Lo sé, ¡lo sé!", aúlla Teresita; "Mejor, mucho me-jor, oh, oh, uff, uff"; "Córrete, Ramón, por favor, no puedo más, no puedo con tanto placer, aahh", pide Teresita; "Allá voy, niña, allá vooo-yy". Y la polla de Ramón suelta un potente chorro de semen preñador que Teresita acoge riendo, mientras mira de reojo a la mesita de noche sobre la que reposan papeles y pluma.