Un día, Pilar decidió sorprenderme de una manera que jamás habría anticipado. Yo venía directo de la oficina y había quedado en encontrarme con ella en un restaurante cercano. Mi mente estaba centrada en el trabajo y en nuestras rutinas habituales, por lo que no tenía idea de lo que me esperaba.
Cuando entré al restaurante y vi a Pilar, me quedé sin palabras. Llevaba un vestido rojo increíblemente ajustado y extremadamente corto, al límite de lo que podríamos considerar apropiado. Al verla de espaldas, sin duda alguien podría haberla confundido con una mujer de la calle, sin embargo, sus rasgos finos y su elegancia innata marcaban la diferencia. No pude evitar sentir una mezcla de nerviosismo y excitación al verla vestida así. La imagen de Pilar, con su belleza y actitud desafiante, me dejó sin aliento.
Mientras avanzaba hacia la mesa, no pude evitar pensar en cómo la habían mirado los hombres en el camino al restaurante. La combinación de su atuendo y su confianza seguramente había atraído miradas, y eso solo intensificaba la excitación que sentía. A medida que nos sentamos, luché por mantener la compostura mientras Pilar sonreía, claramente consciente del impacto que tenía en mí.
A lo largo de la cena, Pilar se mostraba relajada y segura de sí misma, disfrutando de cada reacción que lograba provocar en mí. A medida que avanzaba la conversación, Pilar comenzó a compartir detalles audaces y provocativos que solo servían para aumentar mi deseo y nerviosismo. Me contó con una sonrisa traviesa que el hombre joven y apuesto en la mesa de enfrente no dejaba de mirar sus piernas, insinuando que quizás había notado que no llevaba ropa interior y que estaba disfrutando de la libertad que eso le proporcionaba.
Cada palabra de Pilar alimentaba mi excitación. Saber que ella estaba disfrutando de la atención que estaba recibiendo y que estaba jugando con los límites de lo público y lo privado, me tenía al borde. Ella compartió cómo, incluso en un par de ocasiones, había separado las piernas descaradamente y de manera intencional, provocando miradas aún más intensas de los afortunados que por unos instantes lograron fijar su mirada directamente bajo su vestido. Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda, una mezcla de pasión y nerviosismo que solo podía describirse como electrizante.
A medida que avanzaba la noche, la tensión sexual entre nosotros se volvía insoportable. Decidimos apresurarnos a terminar la cena y salir del restaurante. Cada minuto que pasábamos allí solo aumentaba nuestra necesidad mutua, avivada por la audacia de Pilar y la conexión intensa que compartíamos. Finalmente, llegamos a casa y nuestros cuerpos se encontraron con un deseo desenfrenado, alimentado por la excitación acumulada y la valentía de Pilar.
Esa noche, nuestra pasión se liberó en una oleada de emociones y deseos contenidos. Cada mirada, cada palabra compartida en el restaurante, se transformó en una explosión de intensidad en la intimidad de nuestro hogar. Pilar y yo nos entregamos a la pasión de manera absoluta, celebrando la audacia que había encendido la chispa entre nosotros y nos había llevado a un lugar de conexión sexual tan profunda e intensa.
Continúa en capítulo 5…