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Mar Sensual: Las experiencias de mi vida sexual
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Mi jefe me cogió en su oficina. (1ª parte)

Hola, soy mexicana de la Ciudad de México, casada con dos hijos, simpática, con una figura atractiva sin exagerar, a la que realzo con mi vestimenta de manera coqueta. He tenido una vida sexual activa con mi esposo o sin él, en el trabajo, fuera de él, sexo compartido, sexo ocasional, entre otros. Decidí compartir mis experiencias, que espero les gusten. Son varias que he tenido guardando la imagen de esposa fiel, madre y trabajadora responsable. Todos los relatos que presentaré son reales, son experiencias de vida, son extractos de mi vida sexual, reitero todos reales. Sólo los nombres, ubicaciones y algunas situaciones particulares han sido modificados. He descubierto que me excita compartir y compartirme, me gusta el sexo y el erotismo como formas de liberación de energía, de confirmarme como mujer erótica

Empezaré por contarles mi primera experiencia fuera del matrimonio, no fue consentida, fui forzada. Cuando entré a trabajar en esa empresa me sentí contenta, era mi tercer empleo formal, era una empresa grande con diferentes secciones. Como en todo lugar de trabajo el ambiente es como tú lo generas, aunque si sentí envidia de algunas compañeras y buena atención de parte de los compañeros. Para ese entonces tenía 27 años, casada y con un hijo, fiel a pesar de las pretensiones que en cuatro ocasiones me vi tentada a serlo. He de decir que me sentí halagada por esos hombres, una emoción recorrió mi cuerpo, sentí curiosidad por probar lo prohibido, pero mi pudor pudo más que el deseo. No soy de cuerpo voluptuoso, pero si con una figura que llama la atención y más por el tipo de ropa que uso: entallada, faldas cortas, vestidos sexys y lencería. A mi esposo le gusta que vista así y a mí también, coqueta sin exagerar. Seguí siendo fiel a mi marido.

En lo laboral siempre he sido responsable, puntal, colaborativa, profesional en una palabra, por lo que siempre me destaco por mi eficiencia. Con el tiempo fui escalando posiciones ganándome el reconocimiento por mi labor. Ya en lo cotidiano, para ese entones, había compañeros que me pretendían. Cuando asistía a las reuniones o fiestas me divertía alegremente y generalmente era de las últimas en irme. Ya con el alcohol ingerido, los compañeros se mostraban más “atentos” y es cuando me sugerían salir con ellos a lugares más íntimos. En dos ocasiones, después de intensos fajes en sus coches, estuve a punto de ir al hotel con ellos. Esas dos ocasiones sentí vergüenza por haber cedido, pero también sentí mucho placer por atreverme a hacer esas cosas de manera furtiva y prohibida y que sólo había hecho con mi esposo.

Cuando mi actual jefe me llamó a colaborar con él, nunca pensé que las cosas llegaran hasta este extremo. Yo me desempeñaba en otra jefatura de la misma área. Mi jefe estaba contento conmigo debido a mi atención, mi responsabilidad, honestidad, profesionalismo y porque no también, hay que decirlo, por mi aspecto (simpática y de buen ver). Sabía que me presumía con los demás jefes e incluso con el director general, craso error.

No pasó mucho tiempo cuando mi jefe anterior me dijo que la secretaria del director general había renunciado al puesto por motivos personales, por lo que andaban buscando a alguien que la reemplazara y parecía que yo reunía los requisitos que el director general buscaba. Fui a una entrevista con él y quedó encantado con mis referencias, sobre todo me dijo que todo coincidía con lo que le habían contado de mí. En ese momento, él se mostró atento y respetuoso, aunque en dos ocasiones lo caché hurgando con su mirada mis senos. Amable, me dijo que el lunes empezaría a colaborar con él. Salí de su despacho y me dirigí a mi lugar de trabajo. Al llegar y enterarse todos me felicitaron por el éxito logrado. Nadie imaginamos lo que significaba la palabra éxito.

El lunes me presenté puntual ante él, contento me dijo que le gustaba que fuera puntual y que le agradaba como iba vestida (falda un poco corta, zapatillas, medias y una blusa semitransparente), que era muy importante proyectar una presencia agradable, por lo que esperaba siempre una buena imagen. Me mostró mi lugar y me dijo que esperaba que diera lo mejor de mi. Le dije que no lo dudara y que los hechos hablarían de mi trabajo. Has trabajado en otras jefaturas, por lo que el puesto no es desconocido para ti, ya te iré señalando otras responsabilidades que tendrás que llevar, pero lo más importante es mantener siempre una actitud positiva y atención para todos.

Durante las primeras dos semanas ese fue el tenor de su parte, pero a partir de la tercera las cosas cambiaron. Noté que cuando algún compañero se acercaba conmigo para platicar, mi jefe lo corría de ahí, se ponía celoso y los mantenía alejados de mi área. En diversos momentos, lo cache viéndome las piernas o mis caderas, cosa que me molestaba, no sé, no era de mi agrado, ni emocional ni físicamente (era alto, robusto-gordo y de mal carácter). Aunque discreta, su actitud lasciva hacía mi, me molestaba, me resultaba incómoda, pero sobrellevé las cosas haciendo bien mi trabajo. Gracias a ello, lo saqué de varios problemas administrativos que tenía en la empresa. Trataba de ser lo más profesional que podía, pero yo creo que los atuendos que usaba (vestía normal, sin exagerar) exaltaban mi figura y eso lo calentaba.

Debido a mi eficiencia era muy atento conmigo, me llevaba detalles y recurriendo al lugar común me decía, algún día te lo voy a pagar. Yo reía y le decía: Licenciado no hay problema, para eso estaba ahí, para lo que se necesitara. No sé en qué términos tomó este comentario que se acercó y me dijo, lo tomaré mucho en cuenta, no lo dudes. Así pasó el tiempo: entre celos, su lascivia, el reconocimiento a mi desempeño y los halagos, realizaba mi labor.

Un día me invitó a comer junto con directores de otras áreas a celebrar su cumpleaños. Formalmente me pidió que asistiera para acompañarlo en su festejo. Se me hizo de lo más natural la invitación por lo que le dije que estaría ahí, sin ningún problema. Me dijo que la pasaríamos bien y que fuera con muchas ganas de divertirme. Le respondí: ¡Por supuesto Licenciado! Cuente con ello.

Llegó ese día, un viernes por la tarde y me vestí para la ocasión, coqueta sin exagerar: un vestido entallado ligero a media pierna y un poco escotado, medias de liguero, zapatos de tacones y un brasier coqueto. Creo que nada del otro mundo, aunque cuando llegué al sitio de la reunión se me quedaron viendo los presentes, les gustó mi figura. Me iba a sentar junto a mi anterior jefe, pero el Licenciado me pidió que me sentara junto a él; incomoda por la indicación así lo hice. Me senté y al hacerlo el vestido se subió, por lo que mis piernas quedaban expuestas, asomando el encaje de mis medias. Noté que el licenciado se dio cuenta y sonrió por ello. De inmediato ordenó me sirvieran una copa y brindamos por su cumpleaños, lo abracé para festejarlo y sentí como su obeso cuerpo se pegaba de más al mío. Me agradeció el gesto y nos volvimos a sentar. Terminé mi copa y de inmediato pidió me sirvieran otra y volvimos a brindar. El ambiente era ameno, había música para bailar, pero él no se apartaba de mi, me tenía atrapada en su plática insulsa sin dejarme bailar con los demás. Eran como las ocho de la noche y la mayoría de los jefes se hallaban alcoholizados y a decir verdad yo también. En algún momento mi jefe anterior me sacó a bailar, pero el licenciado bajó discretamente su mano colocándola en mi pierna y apretándola un poco en señal de que no lo hiciera. Inventé un pretexto cualquiera para no bailar.

Pensé que con ello quitaría su mano de mi pierna, pero no, ahí la dejó por un rato, apretándola de repente y platicándome tonterías del trabajo. Su mirada era libidinosa pero yo me hacía la desentendida, quería evitarlo pero su mano y actitud no me lo permitían. Por unos instantes comenzó a acariciar suavemente mi pierna, la comenzó a subir lentamente, por lo que decidí separarme diciendo que necesitaba ir al baño. Confundida, hice tiempo pensando como quitármelo de encima. Estaba caliente, pero no quería hacerlo con él. Decidí retirarme del lugar para evitar una situación embarazosa. Al llegar a la mesa les dije que mi marido me había llamado por lo que tenía que retirarme. Sorprendido, el licenciado se apresuró a decirme que me daba un aventón, yo le dije que no se preocupara, pero insistió en llevarme. Confundida por la situación, pensé que tendría que soportarlo en su coche, pero un jefe muy amigo de él le pidió que le diera un aventón, que le urgía llegar a su casa, la cual estaba cerca de donde el licenciado vivía. Uuufff, me salvó la campana. En el coche, me senté en los asientos de atrás y disimuladamente veía como me miraba a través del espejo retrovisor.

Durante las siguientes semanas el ambiente era de “normalidad”, aunque, reitero, no dejaba pasar el momento para saciar su lascivia observando mi cuerpo con mayor frecuencia. En ocasiones llegaban a su despacho sus “amiguitas” pidiendo hablar con él. Cuando ellas pasaban, cerraba la puerta y por más de media hora escuchaba desde mi lugar risas, chasquidos, gemidos y demás expresiones de placer. No les importaba que estuviera ahí, situación que me calentaba he de decir. Eran compañeras jóvenes y me cuestionaba que qué le veían al licenciado: ¿les daba dinero?, ¿le pedían favores? ¿cogía rico? ¿La tenía grande? No sé, pero por lo que llegaba a escuchar las trataba bien. Cuando salían, cínicamente el licenciado me preguntaba que si todo estaba bien, yo le respondía que no se preocupara, que todo estaba bien. Así, un jueves antes de retirarme a mi casa, me llamó a su oficina y me pidió que me sentara, se colocó en la orilla de su escritorio cruzando las piernas y su brazos frente de mi y pude observar un tremendo bulto que tenía en su entrepierna, así como su abdomen. Imaginé que estaba caliente porque tenía parado su palo. Reaccioné y volteé la mirada a su cara. Me dijo que si por favor mañana podía llegar más temprano y que quizá saliera un poco más tarde ya que tenía que entregar un reporte muy importante por lo que necesitaba de mi apoyo urgente. Me quedé pensado que qué fastidio ya que iba a ser viernes y me habían invitado a una reunión, pero le dije que si, que contara con mi apoyo. Agradecido, extendió sus brazos para tomar mis manos y ayudarme a levantarme y me abrazó con mucho entusiasmo. Sentí su obeso abdomen en mi cuerpo y su bulto duro también; además percibí su aliento alcoholizado, pero no le di mayor importancia. Me separé y me despedí de él, sintiendo como su mirada lasciva devoraba mi cuerpo.

Aunque frustrada por no poder asistir a la reunión, decidí vestirme para la ocasión, en caso de que terminara temprano. Me iba apurar para que el informe quedara listo lo más rápido posible. Llegué antes de la hora indicada y al verme el licenciado silbó diciendo que guapa iba vestida. Me puse una falda volada un poco corta, medias de liguero, zapatos de tacón, una blusa semitransparente y mi ropa interior era sexy, bragas abiertas y un brasier con tirantes al frente de encaje. Agradecí el halago y me puse a trabajar de inmediato. El reporte era un poco complicado, había que compilar mucha información y organizarla. A la hora de la comida, para no distraer el trabajo y ahorrar tiempo, pidió pizzas para comer y unos refrescos. Comimos en su escritorio. Crucé la pierna distraídamente mostrando más mis muslos. Mi jefe no perdía detalle del espectáculo que sin querer le ofrecía, no apartaba la mirada de mis piernas y en algún momento se volvió a parar frente a mi, provocadoramente mostrando su abultado abdomen y su entrepierna con el palo totalmente parado. Incomoda, decidí terminar de comer y cuando me iba a levantar de mi asiento, me dijo que cual era la prisa, me pidió permanecer un rato más. Accedí y me volví a acomodar en la silla, crucé la pierna y al recargarme en el respaldo la falda se subió un poco más lo que provocó que mostrara el encaje de mis medias. Rápidamente, bajé la falda, pero él se dio cuenta de ello ya que no dejaba de ver mi entrepierna. Platicábamos de tonterías, pero el licenciado, parado frente a mi, de manera reiterada se tocaba su bulto, sin importar que estuviera ahí. Por veinte minutos soporte estar siendo devorada con su mirada mis piernas y mis senos, ver como a cada rato se agarraba y apretaba su bulto, queriéndome provocar. Decidí terminar con esta situación diciéndole que se hacía tarde. Me levanté y me dirigí a mi escritorio, pero pude ver por la puerta de vidrio como me veía mis nalgas y se agarraba el palo. Viejo libidinoso, pensé. Ojalá terminemos pronto.

Continuará.

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