Al día siguiente salí para el trabajo antes de que Estrella se hubiera despertado. Pasé todo el día atormentado, pensando, imaginando que la infiel de mi esposa destruiría la perfecta armonía de vida que había construido con su madre.
Cuando regresé a mi casa, encontré a mi suegra igual que todos los días: fresca, maquillada y vestida como una cualquiera. Llevaba minifalda blanca, tacones y un strapless rosado que apenas le retenía las tetas. Me recibió como de costumbre, llena de amor, con un beso en la boca.
Estrella estaba en la sala, mirando televisión. Se veía mucho mejor, descansada, bañada y peinada. Mi suegra me tomó de la mano y me llevó al comedor en donde me dio de comer y de beber. No hablamos mucho, pero pude ver en sus gestos y en sus ojos que nada había cambiado.
Algo había pasado ese día y era evidente que mi suegra había puesto a Estrella en su lugar.
Después de cenar fuimos a la sala y mi suegra miró con desprecio a su hija. –Siéntese allá –le dijo, indicándole el sillón. Mi suegra y yo nos sentamos como de costumbre frente al televisor. Nos gustaba reposar después de la cena viendo las noticias. Toda esa media hora doña Marcela me trató como siempre: se pegó a mi cuerpo, me acarició el cabello, y me masajeó suavemente los hombros. Estrella miraba de reojo desde el sillón entre incrédula y asustada.
Cuando la paz me inundó, empecé a sentir la tibieza de esa hembra deliciosa que me acariciaba y no pude resistir besarla apasionadamente en la boca. Mi suegra me correspondió con la devoción habitual y terminó por levantarse la falda y treparse encima mío mientras nos fundíamos en un intenso beso. Estrella miraba de reojo con los ojos muy abiertos, pero sin decir palabra. –Papi, que dura tienes la verga mi amor. Te voy a poner más cómodo.
Sentí un ligero rubor mientras miraba a Estrella. La situación era un poco extraña: mi suegra me bajaba los pantalones mientras su hija, mi esposa, nos miraba. Cerré los ojos y recordé la miseria que me había hecho sentir y perdí el pudor. –Que rico la chupas suegrita –le dije mientras ella se tragaba golosa mi verga erecta.
Una vez listo, me levanté, tomé a doña Marcela y la acomodé de rodillas sobre el sofá. Le levanté la faldita y para mi sorpresa, no llevaba calzones. Le besé las nalgas y hundí mi cara entre ellas mientras estiraba la lengua hasta lamerle el panocho. Su raja ya estaba mojada así que me acomodé y se la hundí hasta lo más profundo.
Mi esposa miraba con una expresión indescifrable. Se acurrucó con las piernas sobre el sillón, pero no dijo nada. Me aseguré de colocarme en posición de que viera como mi verga penetraba una y otra vez la vagina de su madre. La bombeé hasta que sentí las contracciones y los quejidos de gozo del orgasmo de mi suegra.
Un minuto después mi suegra se tiró boca arriba sobre la alfombra y abrió sus patas para que yo la penetrara y terminara mi faena. Antes de penetrarla nuevamente, disfruté un buen rato besándola y mamándole las tetas y finalmente, la volví a penetrar.
El sillón desde donde miraba mi esposa estaba a unos centímetros de nuestras cabezas.
Me culeé deliciosamente a mi pequeña y voluptuosa suegra mientras su hija nos miraba. Sentí un placer aún mayor al que había sentido tantas veces antes al vaciar mi leche dentro de su amorosa vulva. Esta vez, no solo descargué mi libido en esa hembra amorosa y caliente sino que descargué mi rabia y frustración contra su hija infiel y traicionera.
El fin de semana fue aún mejor. No sé porqué, pero el hecho de saber que mi esposa estaba presente había aumentado nuestro libido hasta niveles extraordinarios.
A todas horas estaba erecto y listo para fornicar con mi amada suegra, y ella como siempre, me complacía. Y si por cansancio perdía el interés sexual por una hora, ella se encargaba de seducirme y de ponérmela dura una vez más. Como era habitual, cogíamos como animales en donde nos sorprendía el deseo, en la sala, el comedor, los dormitorios, en la ducha, donde fuera. No nos preocupábamos si Estrella se encontraba cerca o no, creo incluso que su presencia, en lugar de inhibirnos, nos encendía.
Ya para el domingo en la noche, noté que mientras sodomizaba a mi lujuriosa suegrita, su hija observaba con interés y se masturbaba disimuladamente en el sillón. Al parecer estaba empezando a acepar la situación y aparentemente a disfrutarla.
El trato con ella siguió distante. Solo le hablaba para lo mínimo necesario. Mi suegra la tenía bien advertida y se mostraba sumisa y dócil.
El lunes en la noche, ya en la cama, conversé con mi suegra. –Mi amor, te agradezco por la forma en que has manejado lo de Estrella. Tenía temor que arruinara lo nuestro, pero ya veo que lo has manejado muy bien. –Papi, mi vida, nunca dejaría que esa malagradecida te lastimara dos veces. –me dijo doña Marcela mientras me acariciaba el pecho. –Es más mi amor, creo que las cosas incluso han mejorado. Ahora me siento más caliente por ti y tú te has vuelto más puta y mas descarada. –Eso es cierto mi vida –coincidió ella –dime mi cielo ¿te excita culiarme delante de tu esposa?
Tuve que aceptarlo –Así es, me excita muchísimo que nos revolquemos delante de ella. Es el doble de placentero.
Mi suegra sonrió con malicia mientras sobaba mi verga por instinto. –Confiésame otra cosita papi, ¿Te gustaría culearte a Estrellita? Tú sabes que estás en tu derecho, es tu legitima esposa ante Dios. Y tú sabes que yo no me opongo. –¡Qué asco! –respondí de solo imaginarlo. Había perdido todo deseo por mi esposa. –No tengo el más mínimo deseo de tocarla. Me excita culearte delante de ella por el morbo de exhibirnos, y porque pensé que así la lastimaba, que así me vengaba de alguna manera. Pero ahora parece que le está gustando vernos culear. –¡Eso es cierto papi, la muy perrita se masturba mirándonos! Ya lo noté.
Al día siguiente, cuando regresé, encontré un cambio sorprendente. Estrella lucía un bonito vestido y tacones, cosa que jamás había hecho durante nuestro matrimonio. Se veía muy bien. Además, tenía el cabello oscuro nuevamente y estaba maquillada.
No entendí muy bien la situación, pero mientras cenábamos mi suegra lo explicó –Llevé de compras a Estrella. Le dije que no te gusta verla vestida como una pordiosera y que si quiere seguir mirando lo que hacemos, tiene que vestirse mejor, porque te des-excita verla así. –y me guiño un ojo –además le compré un buen consolador, para que se entretenga como es debido.
Al terminar la cena, mientras reposaba con mi amante en el sofá, Estrella recogió y lavó los platos. Y al terminar, regresó a la sala en silencio, con su nuevo juguete entre las manos. Se acomodó en el sillón y nos miró sumisa y expectante.
Apagué el TV y comencé a calentar a mi suegra. Le acaricié las tetas mientras ella sobaba mi verga sobre el pantalón. Nos dimos unos deliciosos besos de lengua, llenos de saliva y lujuria. Las babas nos cubrían el mentón y los cachetes. Mi suegra era una experta usando la boca, ya fuera para besar, mamar, chupar o hablar sucio.
Cuando la erección ya me estorbaba, desnudé a mi suegra en medio de la sala y me desnudé yo. Ella se arrodilló inmediatamente y comenzó a mamarme la polla. Yo quedé de cara a mi esposa y puede ver como acariciaba su consolador nuevo y como se levantaba el vestido. Se corrió el calzón a la carrera y descubrí que se había rasurado el pubis. Su vulva se veía pálida y brillante, como la de una chiquita, muy diferente a la de la madre. Se metió el consolador en la boca para lubricarlo con sus babas y muy pronto se lo llevó entre las piernas.
Pude ver una combinación de excitación y de vergüenza en su expresión, pero aun así siguió violándose con su consolador nuevo mientras miraba la mamada que me daba su madre. Gemía apagadamente y disfrutaba cada penetración de su juguetito. Se notaba que tenía tiempo de no meterse una picha en el coño.
Agarré a doña Marcela, la levanté y la puse de espaldas. La obligué a inclinarse de manera que se pudiera apoyar las manos en el sillón de Estrella. En esa posición podía culearle el sapo mientras seguía viendo como se metía el consolador. Bombeé a mi suegrita duro y profundo, haciéndola chillar en cada arremetida. Prácticamente gritaba su placer en la cara de su hija.
Poco después Estrella explotó en un orgasmo que la sacudió de pies a cabeza. Cayó jadeando en el sillón, cubierta con un ligero sudor. Saqué la verga del panocho de mi amante de manera que Estrella la viera completa, en toda su dimensión, cubierta con los jugos de la puta de su mamita.
Mi suegra se arrodilló nuevamente y me tomó la verga entre las manos. La frotó con habilidad mientras me miraba a los ojos –Dame tu leche papi. Riégate en mi cara mi vida –me invitaba mientras alternaba besitos y lengüetazos en mi verga, con hábiles caricias.
Exploté en su cara hambrienta y tres potentes chorros le cubrieron la nariz, la boca y la mejilla con mi semen espeso. Lo había guardado todo el día para ella y ahora le escurría por el mentón. Ella se dio vuelta y miró a Estrella a los ojos. Sacó su lengua traviesa y se lamió los labios saboreando mi semen mientras su hija miraba muda de incredulidad.