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Daniela, la conservadora, y su amante lesbiana
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Era originaria de Bolivia, y residía en La Paz desde dos años antes de conocer a Francisco, su marido, y el padre abnegado de sus únicos hijos pequeños: Harry y Danna. A pesar de sus dos embarazos seguidos en menos de cuatro años, la querida Daniela había conservado una figura envidiable para las mujeres y codiciable para los hombres. Ella era muy dulce, aniñada a veces, pero pícara y coqueta en su justa media (sin pasarse), y de vez en cuando revelaba cierta sensualidad; especialmente cuando festejaba fechas importantes con su amado marido.

Francisco jamás se preocupó por intrigas o sospechas de celos, pues ambos, en primer lugar, eran una pareja católica convencida y su querida Danny, era una conservadora convencida; tal es así, que invertía muchas horas de su tiempo educándose y militando en pequeñas asociaciones con una marcada agenda anti- feministas, anti – aborto, y en suma defensoras de las familias tradicionales encabezadas por parejas heterosexuales. Aún más, el hombrecito y su mujer que acababa de llegar a los 33, disfrutaban siempre de un buen sexo, por lo cual, una infidelidad por parte de ella era improbable.

Es más, juntos habían reservado una habitación para los dos solos por motivo de su aniversario el 22 de agosto, pues pasarían la velada juntos. Irían a almorzar con los niños, luego Danny iría a la reunión de la escuela, y al anochecer se verían de nuevo para apagar sus deseos el uno por el otro, pero la noche, no transcurrió como Francisco querría.

Su mujer se vistió muy elegantemente, y a la vez, provocativa y sexy, aunque sin caer en lo vulgar. Tenía puesto un vestido amarillo ceñido a su cuerpo, que se detenía preciosamente un poco más arriba de sus rodillas, dejando ver sus muslos grandes, y arriba, un escote descubría parte de sus pechos grandes. Desde atrás y sentada, el precioso vestido dibujaba una linda silueta de guitarra, en la curvatura de su cintura y amplias caderas. Era imposible no verla y no desearla a la vez.

Así pues, comieron y bebieron todos juntos, y luego al terminar, la mujer se fue, así como estaba, al colegio de sus niños. Más que un interés sincero, deseaba oponerse a una nueva iniciativa pedagógica que se proponía: enseñanzas sobre género y diversidad.

Entró y se sentó hasta adelante, esperando a quien fuese responsable de esta iniciativa, ella y los demás padres, que solo estaban allí por compromiso. Se sentó recatadamente, y cubrió con una bufanda el escote de su pecho. A los pocos instantes, se hizo presente quien daría la charla. Se sorprendió: era una mujer alta, de rostro con rasgos bellos y finos, con su cabello pintado de azul, y pantalones anchos como los de un hombre.

Que era feminista, lo supo de inmediato, y le clavó Daniela la mirada enojada, y no dejó durante una hora de examinarla. Mientras la maestra hablaba, murmuraba en su interior contra ella, y anhelaba alzar su voz, aunque también, de manera inconveniente quizás, llevo su pierna derecha cruzándola por encima de la izquierda, y más adelante dejó caer la bufanda a la mesita del escritorio. Ambas mujeres se miraban constantemente y al final, Daniela estalló.

El ambiente se tornó tenso cuando ambas mujeres discutieron sobre las ideas en conflicto, y al final, mirando que no se llegaba a acuerdo alguno, la joven docente despidió a los padres y le suplicó a su interlocutora que dialogaran en privado cuando todos se hayan ido. Con el rostro rojo por el enojo, Danny esperó en silencio en la silla.

Cuando ya no quedaba alma alguna sino solo las dos en el aula vieja, Erica, la docente, tomó la iniciativa y reanudó el diálogo. A pesar de una mayor tranquilidad en las voces de ambas, la tensión era perceptible todavía, y sin llegar a nada, Daniela se fue.

Esa noche no hubo sexo con su esposo, solo quejas, y casi ni conciliar el sueño pudo, solo repasaba en su cabeza la discusión de horas antes. En los siguientes días, todo empeoró, no solo recordaba el pleito sino el rostro de esa mujer feminista a quien detestaba. Una mañana, no aguantó, buscó en el directorio el número del teléfono, y llamó a la escuela, pidiendo el contacto privado de la docente.

Mensajearon. Erica le propuso que para entender mejor sus ideas, se reunieran juntas luego de clases para que tuviesen un pequeño seminario dictado por ella, para que de esa forma, se limaran asperezas. Daniela accedió. Cosa extraña, se puso un vestido como el otro, pero un tanto más holgado y algo más corto abajo, de color rojo, y así, se fue, cumplió con la cita.

Se reunieron, pues, y hablaron, y mientras Daniela, escribía en una agenda (se preguntaba internamente qué estaba haciendo, por qué había accedido), Erica, de improviso, destacó la forma en que su alumna estaba vestida, nada más que un cumplido, aparentemente. Luego de ese día, Daniela escribió de nuevo a la docente, y le dijo que deseaba otras clases más porque no entendía ciertas ideas; la otra chica, aceptó: a la misma hora y en el mismo lugar. Era jueves, tenía que salir con Francisco pero sin dar más explicaciones canceló. Está vez fue vestida de la misma manera, aunque con un vestido de color azul. Erica entonces redobló la apuesta, puso toda la carne en el asador y le dijo que tenía unos lindos muslos, y que además, una figura envidiable.

Pasaron así los días, ambas mujeres se hicieron entonces más íntimas, y las clases, se redoblaron, tocando estos y otros temas una y otra vez, repitiéndolos muchas veces. Fue entonces un domingo qué, estando Daniela ansiosa de que llegase la última clase, escribió a Erica que se viesen esa tarde. La chica del cabello azulado le dio la dirección entonces de su departamento. Así, y entonces, Daniela estaba más consciente de lo que buscaba, y una extraña emoción en el pecho la invadía. Se puso el vestido rojo de la primera vez, pero esta vez, uso debajo una tanga muy delgada. Se puso un largo gabán encima y sin explicarlo mucho se fue.

Se encontraron nuevamente. Esa tarde llovían susurros y miradas una a la otra, pero Erica era más arriesgada y acariciaba de vez en cuando la mano de la primera mujer, y elogiaba su cuerpo cada vez de forma más descarada. Al fin, luego de tanto escribir, Daniela se levantó y le propuso que descansarán en el sofá. Erica se tumbó entonces, y luego se tumbó. Daniela fue al baño y luego salió, y al ver a su maestra allí acostada, la miró a los ojos, y dejó caer el gaban a sus pies, y se arremolinó un poco el vestido hacia arriba. Aquella mujer feminista y que Daniela odiaba, entendió entonces la señal, se aproximó con violencia a Dany, la tomó del mentón, y la besó.

Se besaron, se besaron ambas, con una locura morbosa y con gran deseo. Erica, no perdió su tiempo, y subió hasta arriba la falda del vestido. Las nalgas de Daniela, emergían grandes ahora y desnudas, y con sus dos manos, Karen las apretó. Gimió entonces la primera mujer. ¿Te has puesto esto solo para mí, no? Murmuró, y la doncella casada asintió. Pronto, los pechos grandes de Dany fueron también desnudados, y besados con gran ímpetu por la amante prohibida. Daniela chillaba de placer, era algo nuevo para ella, nuevo, delicioso y prohibido.

Más rápido que tarde llegaron al lecho. Ahí lacia tumbada Daniela con su espléndida figura, su teléfono que sonaba, lo arrojó lejos. Erica, no tardó en conquistar esas tierras tan codiciables y preciosas. Besó todo su cuerpo: el cuello, los pechos, el vientre, las caderas, los muslos. La lengua de la docente probó ansiosa la vagina palpitante de su mujer, y pronto, se fundieron ambas en un beso largo y tendido. Había soñado muchas noches con esto, dijo Daniela gimiendo de placer mientras Erica golpeaba con su pelvis la vagina de la señora.

Se detuvo un momento, y de abajo de la cama, la dominante sacó un largo consolador con correas. Se puso el artefacto, y cuando Daniela esperaba dispuesta, su redondo trasero en pompa y su rostro sobre la cama, Erica la penetró hasta el fondo. Una y otra vez el falo entraba y salía, y el culo de la follada, sonaba como tambor. ¡De qué manera la amaba! Si ni su marido pudo penetrarla así jamás. ¡No pares, le gritaba, que ahora me considero tuya! Ambas mujeres habían mojado mucho ya las sábanas de la cama, pero la acción seguía. Luego, en una bella posición de misionero, la batalla siguió, y el pene falso entraba y salía por el coño de la casada. Mientras esto hacían, Daniela buscaba desesperada la boca de la otra, y cuando la asía la besaba con locura, al fin, se quedaron ambas dormidas, unidas en un tierno abrazo.

Pasaron los días, y las horas en que Daniela estaba en casa ahora eran pocas. Fue evidente la supuesta "amistad" de las dos mujeres. Casi siempre se veían para hacer el amor; todas las tardes se amaban con locura. Pronto, la forma de vestir de Daniela y su pensamiento cambiaron, su romance cada vez era más evidente. Un día, la mujer, abandonó a su marido, y a sus pequeños también, y se mudó para siempre con su amante lesbiana.

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