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Cogí a escondidas con el hijo del jardinero
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Tenía 34 años y dos hijos cuando a mi esposo lo trasladaron a Arequipa. Era un importante ascenso en la empresa en la que trabajaba. Asumiría la jefatura de la región sur y el puesto incluía casa, gastos, y muchos otros beneficios. No me hacía mucha gracia dejar Lima, pero acepté pues económicamente era una oportunidad grande para la familia y, además, para su carrera un salto importante.

Arequipa nos encantó. La casa donde nos instalamos, alquilada por la empresa, era enorme, con un jardín muy grande en la parte posterior. Demasiado grande para una familia joven aún de 4 miembros y ni bien la vi me asusté de cómo podría mantenerla. Pero, para mi suerte, el acuerdo incluía una señora para limpieza, otra para que labores de cocina y apoyo con los niños y, además, un jardinero que iba cada 15 días.

Nos trasladamos en febrero. En marzo los niños empezaron colegio y todo ya estaba ordenado. Me quedaba demasiado tiempo libre y me aburría en casa mientras mi esposo trabajaba. Estaba pensando empezar a trabajar en cualquier cosa o estudiar algo para matar el rato. Evaluar opciones me mantenía entretenida. No necesitaba trabajar por dinero, sólo por hacer algo útil, así que decidí que eso haría. Estudiar me daba pereza así que descarte esa opción.

Estaba en la búsqueda de empleo cuando un martes me avisa la señora de limpieza que el jardinero quería hablar conmigo. Cada dos semanas iba a la casa, pero nunca me había pedido hablar. Su sueldo lo pagaba directamente la empresa en la que trabajaba mi esposo, por lo que me sorprendió el pedido. Pero igual acepté.

Bajé a recepción y lo encontré con un joven muy atractivo al lado. Me dijo que era su hijo que me pedía autorización para traerlo para que aprenda a trabajar con él. Le dije que, si era mayor de edad, de mi parte no había problemas. Me respondió que tenía 19 años y con eso quedó todo resuelto.

Desde la habitación podía ver el jardín. Ni bien se puso a apoyar a su papá se quitó la camiseta y quedó al descubierto un cuerpo joven y vigoroso mientras trabajaba. No un cuerpo de gym, sino de alguien acostumbrado a trabajar duro y tonificado por el esfuerzo físico de cada día.

La mañana me resultó muy placentera mirándolo y terminé, luego que se fue, masturbándome sobre la cama imaginándolo dentro mío. A los quince días volvió y como aún no tenía empleo, me deleité viéndolo desde mi ventana. Salí un rato al jardín para verlo mejor y luego me masturbé mientras lo miraba por la ventana, sentada sobre el sillón que teníamos en la habitación.

Conseguí empleo, en una oficina en el centro de la ciudad. Medio tiempo, de 8 am a 1 pm. Vivíamos cerca, así que caminando podía ir y regresar. Salía de casa luego que la movilidad recogía a mis niños y antes que mi esposo saliera a su oficina, que quedaba algo lejos, pero donde ingresaba a las 8.30 am. Retornaba a casa poco después de la 1 pm y me dedicaba a dejar todo en orden para cuando llegarán mis niños, hacia las 3 pm. Mi esposo siempre retornaba pasadas las 8 pm.

Poco después de un mes de empezar a trabajar, al salir, caminando por la calle Mercaderes rumbo a casa, me encontré con el hijo del jardinero. Escuche a alguien llamando “señora Lucía, señora Lucía” voltee y era él. Me saludo con respeto, pero a la vez no podía evitar el deseo al mirarme. Me consultó que hacía por allí y le dije que estaba trabajando cerca. Me comentó que él también trabajaba cerca. Terminó diciéndome que estaba “muy guapa señora Lucía” y se despidió pues volver a su trabajo. Me sentí bien con el piropo y al llegar a casa me desnudé en la habitación, me acosté y me masturbé pensando en él.

Los siguientes meses nos encontrábamos con una cierta frecuencia, un par de veces al mes quizás y tras su “piropo”, al volver a casa terminaba masturbándome sobre mi cama.

Algunos meses después. Por el cumpleaños de una de las chicas de la oficina. Quedamos en salir a tomar algo, chicos y chicas. Yo era con larga distancia la más mayor, pues todos tenían entre 20 y 25 años. Me invitaron tan amablemente y además, me llevaba tan bien con ellos, que acepté. Le consulté a mi esposo y me dijo que perfecto, que me haría bien ir.

El viernes en el que quedamos salir, luego de trabajar volví a casa. Me alisté, falda corta, blusita coqueta y un chaleco ligero. Hacia las 8pm, la hora que habíamos quedado encontrarnos, fui al bar en la calle San Francisco donde habíamos coordinado ir. Era una casona con varios bares alrededor de un patio. Muy de jóvenes, me sentí un poco desubicada, pero ya estaba allí y la idea era pasarla bien. Conversando y tomando se hizo un buen ambiente. Luego de un rato necesité ir al baño y me indicaron donde era.

En el segundo patio de la casona había pequeño pasadizo que llevaba hacia los baños. Eran privados y unisex. Entre a uno, que por la hora estaba limpio felizmente. Resultó obvio que eran usados para sexo al paso, no soy tan sana como para no darme cuenta que eran ideales para que las parejitas se descarguen rápidamente. Imagine que los diseñaron así para eso o quizás no fue intencional, quien sabe.

Al salir del baño me encontré con el hijo del jardinero. Ni bien me miró me dijo “señora Lucía, que guapa esta”. El deseo en sus ojos se acrecentaba con el alcohol que seguro ya había tomado. Yo tenía unas copas encima y luego de salir de ese pequeño baño, en el que estaba segura que otros cogerían esa noche me sentía muy caliente. Le agradecí con mi mejor sonrisa y le respondió algo así como “con una mujer como usted donde sea está bien”, como diciendo que era bueno verme, pero también se podía entender como “hacerlo donde sea” y ese donde sea era el baño del que salía.

Llegué inquieta al grupo. Al rato me llamó mi esposo, preguntándome si quería que me recogiera, le dije que sí, que lo hiciera hacia las 12.30 am. Sabiendo que él me recogería, me relajé y comencé a tomar algo más suelta, en poco rato estaba más que mareada. De hecho, todos lo estábamos.

Hacia las 11.30 pm volví a necesitar ir al baño. Me fui fantaseando hacerlo con el hijo del jardinero, pero tampoco lo buscaría. Llegué al baño, salió una chica. Entré y cuando estaba por cerrar la puerta siento que la empujan. Era el hijo del jardinero. Me miró con deseo y medio ebrio me preguntó si podía entrar.

Caliente como estaba acepté. Era seguro la mujer de mayor edad en cualquiera de los locales, donde casi todos eran veinteañeros y seguro todos de menos de 30. El momento se me hacía intenso y me provocaba un morbo indescriptible. Sabía que no tenía mucho tiempo, además siendo él tan joven y ebrio, seguro eyacularía muy rápido.

El ímpetu con el que entro al pequeño baño se borró estando adentro. Volvió a ser el joven de 19 que había espiado. De cuerdo fornido, pero simple y sin mayor desenvolvimiento. Sin decirle nada, le desajuste el cinturón. No intento besarme, no le busqué los labios. Me olfateaba el cabello, el cuello, los hombros.

Su verga estaba flácida. Con mis caricias en pocos segundos se puso muy tiesa. Una buena verga de joven. Buen tiempo que no probaba una. El espacio era mínimo. Me di vuelta y me pegué a una pared lateral. Separé las piernas y con su verga aún en mi mano, lo jalé hacia mí. El seguía olisqueándome el cuello. Yo me sentía demasiado excitada.

Le dije penétrame.

Le solté la verga. El con sus manos subió un poco mi falda, dejándome con las nalgas al aire, solo protegida mi concha por la tanguita que llevaba. Frotó su pene entre mis nalgas. Yo misma me puse la tanga de costado. Me quebré lo más que pude.

Le volví a decir, penétrame.

Con mi tanga de costado. Quebrada como estaba. Mi concha le quedaba a disposición. Me penetró en un solo empujón. Sentí como todos sus centímetros iban llenando mi concha casi siempre insatisfecha. Sentir ese pene, más grueso y más largo del que tenía en casa, me puso a gozar deliciosamente.

Él me decía “señora Lucía, señora Lucía”, no atinaba a decir nada distinto, pero el “señora” asociado a mi nombre, en un baño de bar me ponía muy caliente. Quise cambiar de posición, pero el espacio. Era muy limitado. Mi opción era arrodillarme en el inodoro, pero lo veía muy sucio. No había ni lavabo para inclinarme sobre él. Por la calentura quería ser su perra, completamente, con papel higiénico que tenía en la cartera, sin dejar de ser penetrada, limpie la tapa del inodoro. Por la calentura brutal me arrodillé encima y me quebré lo más que pude. Era su perra ya.

Empezó a darme así. Sentía más fuerte su verga llenándome. Tuve un orgasmo y él seguía y seguía. Tuve un segundo orgasmo. Empezó a decirme “tómesela señora Lucía”. Me levanté. Me puse en cuclillas y eyaculó en mi boca. Por suerte, sin derramar nada.

Le pedí que saliera. Me quedé dentro. Oriné. Me limpie bien la concha y las nalgas con papel higiénico y pañitos húmedos. Me limpie el rostro también con pañitos húmedos.

Cuando salí ya no estaba. Volví al grupo. Nadie había prestado atención a mi ausencia larga. Al rato llegó mi esposo. Mientras lo besaba sentía la culpa de hacerlo con labios que habían probado otro pene y con una lengua que había recibido semen de un amante eventual. Como había seguido bebiendo, no se dio cuenta alguna.

Terminé la noche cogiendo en casa con mi esposo, fingiendo un orgasmo que lo hizo muy feliz.

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