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De comprar un colchón a estrenarlo
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Era una tarde noche de verano, como cada viernes, mi amigo y yo compartíamos una cerveza en el bar local, con la encomienda que la mayoría de las veces por esos tiempos nos mantenía enfocados: follar a una nueva chica entre los dos.

¡Y no era para menos! Habíamos ya tenido algunos encuentros con chicas que él frecuentaba, y aunque era claro que eventualmente cada una de ellas se encontrarían cogiendo duro con él, no era precisamente lo que nosotros esperábamos. Nuestro objetivo era (después de depurar nuestro discurso y nuestra técnica) convencerlas de tener una experiencia con los dos.

El juego era simple, yo fungía como un desinteresado intelectual, haciendo preguntas raras, a veces incómodas pero justas y en el límite de lo decente; teníamos claves secretas, para quitarle atención, para subir el tono, para bajarlo, para sacarla de control y por supuesto… para proponer nuestras intenciones, veladas en un sutil juego de desinterés y de erotismo extraño, fresco e indescriptiblemente irresistible.

Fue así como logramos de forma hollywoodense hacernos de un rol en los encuentros que realmente eran de amistad pura, en su mayoría.

Después de este contexto, he de contarles la historia que hasta ahora es la preferida de mi memoria para pasar del estado intelectual, sobrio y educado al animal sin control que las mujeres desean para desquitar una buena noche casual.

Como les decía, queridas lectoras; estábamos en un bar, casi resignados a pasar el resto de la noche inhalando cocaína, bebiendo cerveza y platicando sobre teorías de conspiración e ideas alocadas que seguramente continuarían hasta el amanecer.

De repente, mi amigo pidió ágilmente la cuenta. Como si alguien o algo lo estuviera presionando. Se veía nervioso y ansioso, tan ansioso que se levantó y antes de que llegara la cuenta, fue a pagar a la caja.

Le pregunté por lo que le pasaba, y él simplemente se contenía y me sacaba “la vuelta”. Lo más que dijo fue: “tenemos que llegar a la casa en 20 minutos”.

La cuenta se pagó, subimos al coche y en menos de 15 minutos estábamos metiendo una ronda de cervezas en el refrigerador de su casa, tomando asiento y calmando las ansias.

Una vez logrado el cometido de estar en casa, volví a preguntar lo que pasaba, y justo cuando él estaba dispuesto a explicarme, sonó el teléfono, anunciando la llegada de una visita…

El misterio prevalecía, preferí esperar a saber qué estaba por pasar, mientras veía a mi amigo caminar de un lado a otro como león enjaulado, pensando y pensando como nunca le había visto antes.

El timbre sonó, él abrió la puerta y entró una mujer que definitivamente no era del tipo de mujeres que mi amigo atraía…

Ella mostraba un semblante seguro, su rostro producido de manera natural, dejaba ver algunas arrugas en sus ojos; lo cual sugería que era una persona ocupada, con experiencia, responsable e inteligente. Nada que hiciera referencia al tipo de mujeres que mi amigo solía invitar…

La saludé como si se tratara de la mejor amiga de mi amigo, y es que para ese momento, yo pensaba que se trataba de eso; una visita de amistad, casual e intrascendente…

Gracias al destino, esa noche habría de reconocer una faceta que no conocía de mi. Una vez que me había presentado con aquella chica, no pude resistir y recorrí de pies a cabeza con la mirada. Llevaba unos pantalones entallados, muy entallados. Negros y de un material parecido al cuero que conducían sin remedio a sus muslos, grandes y torneados y al final a un espectáculo de carnes que sobresalían de forma redonda y perfecta justo debajo de su espalda.

Fue solo por un momento que me perdí en mi pensamiento imaginativo y pervertido, imaginando desde el sabor de su cuerpo, hasta los sonidos que de ella emanarían después de montarla desenfrenadamente cual animal en celo que volteé mi mirada para ver como mi amigo se encontraba bajando ese pantalón y exponiendo la ropa que en ese momento supe que había elegido para coger con él.

La conversación efímera que montamos se estaba viendo truncada por las salvajes manos de mi amigo, que poseídas por la excitación, rompían el límite que había sido roto segundos antes. Ella dejó de contestar, y yo me adentré en mi rol, observando la intensidad con la que las caricias se volvieron castigo para sus nalgas y muslos. El ambiente se llenó solo del sonido de su piel siendo agasajada, seguida de algunos gemidos que apenas dejaba escapar, y la voz de él, pidiéndole que “se la mamara”.

Aquello era un espectáculo, realmente no sabía lo que estaba pasando, pero lo estaba disfrutando demasiado. Ella sacó su pene, encontrándose con lo que había imaginado: un pene duro, pálido, curvo… justo cuando lo metió a su boca, me miró.

Fue la mirada de una mujer que estaba dispuesta a saber por qué me limitaba solo a ver el espectáculo, sin mover un dedo, sin parpadear un solo segundo para ver a aquella mujer que hace 10 minutos llegaba como cualquier vecina hincarse para darle placer a mi amigo.

La escena duró lo que duró la impaciente necesidad de mi amigo por aguantar tremenda eyaculación y dar paso a abrir las piernas de aquella mujer, que desde mi posición cobraban vida y exigían ser usadas para el placer máximo de un hombre. Yo veía con templanza, confiado de que mi rol por el momento era observar, no hacer ningún ruido, movimiento, expresión o reacción que pudiera interferir con el performance que estaba sucediendo a dos metros de mi. Enfoqué mi mirada en las manos de él, hurgando vigorosamente las nalgas y los muslos de ella. Mi expresión: taimada, calmada, calculadora… inexpresiva y ocultando todas las sensaciones que realmente sentía en ese momento y que estaban a punto de salirse de control…

“Vamos arriba” dijo mi amigo manipulando su verga húmeda y grande, resultado de haber estado dentro de la boca de aquella chica, mientras su otra mano alcanzaba ya el húmedo y excitado sexo de aquella mujer.

No se dijo más, no pedí permiso, subí con ellos y permanecí pegado a la pared del cuarto, de nuevo sin hacer ningún ruido, como si de un juez analizando pruebas se tratara.

Él la subió a la cama e hizo lo que cualquier hombre habría hecho primero con ella. La colocó en posición animal, ella sentía el rozar de su verga erecta sobre su mojada vagina, estaba sin duda lista para enseñarle a mi amigo cómo se cogía a una mujer de verdad. Sus nalgas pedían a gritos que aquella verga la penetrara, solo antes de dejarse llevar por ese coño hinchado y mojado, ella pidió que se pusiese condón. No puedo narrarles el momento en el que él metió su herramienta dentro de ella, y no puedo narrarles porque mi atención fue robada por su mirada, la cual no abandonó ni un segundo la mía incluso cuando aquél animal estaba a punto de penetrarle. Lo que les puedo decir es que no pude controlar aquél juego de contención. Bastó con que con esa mirada, abriera su boquita y me invitara sutilmente a participar en aquella experiencia.

Me acerqué a ella sutilmente, mientras él la bombeaba sin reparo alguno, mi verga tenía ya una erección que no había sentido en años, ella se miraba curiosa de conocer por fin lo que se escondía bajo mi pantalón de cordones, que fueron removidos al mismo tiempo que aquella verga dura e hinchada se escapaba de mi ropa interior, sin perder un solo segundo, la metí en su boca.

A diferencia de otras mujeres, ella imprimió un ritmo especial. Sentía que mi miembro iba a explotar de lo grande y ancho que estaba, aun así mi rol prevalecía aún, y solo miraba como ella se comía centímetro por centímetro aquella recompensa de carne, la miraba a los ojos, llenos de placer, humillada; siendo penetrada y al mismo tiempo procurando usar su boca como merecía aquella experiencia única.

La erección de mi amigo llegó a su fin, sin eyacular. No hubo discurso, se quitó de atrás y ella, sacándose mi verga de la boca, me pidió ponerme un condón para disfrutarla.

Solo quedaba uno, uno era suficiente. Me lo puse un poco nervioso, pero seguro de que tenía delante de mi una mujer que quería premiar mi locura y disciplina, que de alguna manera sabía que se transformaría en una energía que haría que mi amigo fuera simplemente un elemento más de la verdadera experiencia.

Lo que pasó después fueron quince minutos de mi mejor desempeño dentro de una mujer. Ritmo, olor, sabor, ruido. Aquél mirón que estaba de manera extraña provocando lívido era ahora el que rebotaba las nalgas de aquella puta una y otra vez. No sé si se vino. No importaba, en ese momento la persona que estaba detrás de ella, bombeando, golpeando, penetrando cada centímetro de verga en aquella mujer, que con sus sonidos me hacía sentir que ya había sido más de lo que esperaba.

Terminé después de incrementar el ritmo, nunca me ha parecido incómodo el condón, de hecho me causa más placer el hecho de que lo vean ser retirado lleno de semen, provocado por una cogida de campeón.

Gracias. Fue lo que dijo, mientras mi amigo solapaba “te pasaste de verga”

Gracias a ti.

Y pensar que todo fue por la venta de un colchón.

Extraño solo mirar. Extraño tomar sus caderas y entrar y entrar y entrar.

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