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Milf coqueta
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Fue en el módulo de “Materiales” del Diplomado sobre Decoración de Interiores y Exteriores donde lo conocí. De profesión arquitecto, desde un principio me gustó la forma de impartir los contenidos del módulo, a diferencia de otros expositores. También influyó que en ese entonces esos contenidos me interesaban por razones laborales. En las clases se dirigía por mi nombre, en atención especial a mi persona, mirándome a los ojos con insistencia pero discretamente. Intercambiábamos miradas y en algunas ocasiones sonrisas. Diría que desde un principio hubo un clik. En esa época trabajaba de medio tiempo en un despacho de arquitectos. Mi marido, en cambio, tenía una jornada laboral de más de ocho horas. Con más tiempo libre, sin tener que cuidar a los hijos por ser mayores de edad, mi tiempo lo distribuía como yo quería. Temprano iba al gimnasio; después a trabajar y dos veces por semana en la tarde al Diplomado.

En una ocasión, después de clase, y aprovechando el interés que expresé por algunos contenidos del módulo (materiales y diseños: lo recuerdo muy bien), me dijo que estaba programado un Congreso-exposición en un par de meses. Preguntó que si me interesaba me proporcionaría después la información completa. Le respondí que sí. Me complació su interés por mis inquietudes y la forma atenta en que se dirigía a mí, independientemente de que me agradaba su personalidad. Era alto y bien proporcionado físicamente; siempre pulcro y arreglado en su vestir. Sin más interés que en el curso, esperaba con gusto esos días a la semana aunque, reconozco, me arreglaba más de lo normal esos días.

Consciente o inconscientemente, entré o ¿entramos?, sin proponérmelo o proponérnoslo, en el juego del coqueteo. Sin pretender involucrarme emocionalmente ni nada, pues tenía claro que no existía interés en llegar a algo más. Por muy atractivo que me pudiera parecer, era consciente de los riesgos y los límites que debía establecer ante una situación de este tipo para que no se malinterpretara y más en mi condición de mujer casada. En ese sentido y por el simple placer y emoción que aporta el disfrutar de esos momentos compartidos, sin perseguir ninguna otra meta que no fuera sentirme, en mi caso, todavía atractiva y valorada a mi edad fue que entré en dicho juego. Simplemente no me negué al juego de coqueteo y sentir que todavía podía tener poder de seducción. Casi cincuentona, con varios años de casada, satisfecha sexualmente y emocionalmente con mi marido, no sentía necesidad de algo en particular, sino más bien, me sentía satisfecha conmigo misma, pero no me cerraba a experimentar sensaciones nuevas. Aunque el coqueteo se limitaba a miradas, sonrisas, y conversaciones sobre intereses comunes, siempre terminaba despidiéndome diciendo “me espera mi marido”.

En las últimas sesiones, y como parte del juego, empecé a sentarme en la fila de adelante. Me vestí de diferentes formas, tanto formal como informal pero siempre discreta. Reconozco que me complacía sentir sus miradas, sobre todo por no ser insistentes. Ni siquiera compartimos teléfono.

Cuando ya faltaban pocas sesiones para que finalizara el curso me arreglé de otra manera: me alacié el cabello, me pinté un poco más. Por ejemplo, una tarde me puse una falda corta pero con medias negras, con tacones y una blusa color azul pastel. En esa ocasión sentí más sus miradas que de costumbre, pues nunca me había presentado a clase vestida de esa manera. Cuando cruzaba las piernas sentía su nerviosismo entre que deseaba mirarme y no. En consonancia con el juego, ese día no me quedé a conversar después de la clase, terminó y me retiré. Cuando me despedí junto a los demás compañeros con un “hasta luego”, se sorprendió pues pensaba que me iba a quedar como en otras ocasiones. Esa noche había acordado ir a cenar con mi marido por un aniversario más de nuestro matrimonio y por supuesto que habíamos festejado con una gran noche de sexo.

De igual manera, y como parte del juego, el penúltimo día de clase me pinté un poco más y me puse la misma falda negra corta, con tacones, pero sin medias y una blusa blanca. Llegué antes de la clase y me senté, como lo había hecho en clases pasadas, en la fila de adelante. Cuando llegó y me vio sentada con las piernas cruzadas y sin medias, percibí nuevamente su nerviosismo. Mis piernas blancas llamaban más la atención que con las medias negras. Saludó a todos. Desarrolló su clase pero su mirada regresaba frecuentemente a mí. Esta clase fue diferente, no fue como las otras, pues estaba desconcentrado y se iba de un tema a otro tema. Tampoco me quedé al final de esa clase, más bien me salí antes, desconcertándolo, supongo, todavía más.

Finalmente llegó el último día de clase del módulo. Recuerdo que ese día mi marido tenía una cita de trabajo en Cuernavaca a mediodía y había programado regresar hasta el día siguiente. Ese día amaneció con mucho calor. Me duché dos veces, en la mañana y antes de irme a la clase de la tarde. En la mañana, al despertar, mi marido me había despertado con su miembro pegado a mis nalgas, abrazándome por detrás. Sentir la dureza de su miembro me excitó. Después cambió de posición colocándose boca arriba y yo descansé mi cabeza en su pecho. Luego mi mano derecha empezó acariciar su torso y poco a poco fue bajando hasta llegar a su miembro. Lo empecé a acariciar encima de su trusa, de diferentes maneras, con mis dedos, con mi mano completa… después, como tantas veces, por debajo de su trusa, sintiendo ya su humedad. Esto me excitó más. Sentí deseos tanto de que me penetrara como de hacerle sexo oral. Preferí lo primero.

Me coloqué encima de él, hice a un lado mi tanga amarilla y acomodé su miembro en mi vagina. Como chorreaba de humedad su miembro no hubo necesidad de ir por el gel lubricante. Empecé a cabalgar, de arriba hacia abajo; después inicié un movimiento en círculos sobre la punta de su miembro y sentí como aumentaba su excitación. Me detuve un poco, no quería que eyaculara tan pronto. También yo deseaba gozar, sin embargo, no pudo contenerse y eyaculó al poco tiempo. Me seguí moviendo pero su miembro ya no estaba completamente erecto. Me quedé con deseos de gozar más. No disfruté como hubiese querido y cuando esto sucede, quedo caliente. Así estuve ese día, demasiado caliente, por lo que consideré masturbarme con mi juguete sexual. No quería esperar hasta el otro día a que llegara mi marido para tener intimidad con él. Pero recordé que era la última clase. Me pareció que el sentirme caliente podría ayudar a experimentar algo diferente bajo la dinámica del juego de la coquetería con el profesor.

Me volví a bañar en la tarde. En la ducha me toqué y consideré nuevamente masturbarme, me sentía muy excitada, pero no lo hice. Me depilé el pubis. Me unté crema en todo el cuerpo. No sabía que ponerme de ropa. Fui al cajón para sacar mi ropa interior. Como repertorio la puse en la cama para escoger. Respecto de si ponerme una falda, un vestido o un pantalón para esa última clase no sabía qué elegir, pues no quería enviar mensajes equivocados o mostrarme muy explícita, sino insinuar de manera sutil. Como la tarde todavía estaba cálida, pensé en un vestido corto con los hombros descubiertos, pero como ya me había puesto faldas y vestidos cortos, mejor opté por un vestido largo, ajustado, de licra, floreado, color azul celeste, con los hombros descubiertos y de largo hasta los tobillos, ceñido de arriba, pegado a las caderas y un poco suelto de abajo. Pensé en unos zapatos bajos, pero me veía muy casual.

Decidí ponerme unos zapatos con tacones altos. Me recogí el cabello. Me vi en el espejo y me gustó como me veía. Los tacones altos resaltaban mis curvas al igual que mi trasero. Consideré cambiármelo, pues cuando me miré al espejo y caminé un poco noté como mis nalgas se movían a cada paso. Pero recordé que cuando compré este vestido venía incluido un sweater largo o coordinado, como también se le llama, de color azul celeste también. De tal manera que no llamara tanto la atención. Me gustaba la textura de este vestido, pues a pesar de ser muy delgada la tela, ésta no se transparentaba, por lo que generalmente, cuando me lo ponía, era sin ropa interior.

Llegó la última clase. En esta ocasión no me senté en la fila de adelante sino en medio, lo que le sorprendió nuevamente cuando llegó, pues siempre que llegaba al salón sentía como su mirada me buscaba en la primera fila. Cuando terminó la clase esperé un momento mientras se desocupaba con otras compañeras y compañeros. Ya después me dijo que había olvidado el programa del Congreso-exposición en su auto y que lo acompañara para que me lo entregara.

Fuimos a su auto y me entregó el programa y me dijo que podríamos ir juntos al evento pues él conocía a algunos de los expositores. Le respondí que sería interesante. Después me preguntó si tenía tiempo y sí podíamos ir a tomar algo esa tarde noche. Le dije que no existía inconveniente de mi parte, pues y, deliberadamente, mientras le ofrecía una sonrisa pícara y mirándolo a los ojos, le dije: “mi marido salió de viaje y regresa mañana”. Sonrío y me dijo que para no irnos en dos autos nos fuéramos en el suyo y que después regresaríamos por el mío.

Fuimos al restaurante-bar giratorio del WTC que se encuentra en el último piso. La conversación fue amena, hablamos de diferentes temas. Sabiendo, supongo, del juego que estábamos jugando, el coqueteo era muy sutil, nos mirábamos y nos reíamos. Como a las dos horas escuché un mensaje en el teléfono: era de mi marido, diciéndome que habían cambiado los planes y que llegaría a casa antes de las once de la noche. Le dije que me tenía que ir antes pues mi marido había decidido llegar el mismo día. Pidió inmediatamente la cuenta y dijo que no había problema. Esto me gustó pues no expresó molestia ni nada, tampoco me presionó para quedarnos más tiempo. Divorciado y con 11 años menos que yo, lo percibí sincero en todo lo que me dijo. Antes de salir del restaurante cada quien fue al baño. Cuando salí sentí mucho calor. Pensé en quitarme el sweater pero no quería llamar la atención. Rumbo a los elevadores me preguntó si no tenía calor, le respondí que sí. (En el baño me quité el sweater pero después me vi en el espejo y la verdad consideré que había exagerado con esos tacones, pues resaltaban demasiado mis curvas y mis nalgas). Entonces me preguntó que si no tenía más calor con el sweater. Me lo quité y él se quitó el saco. Después de unos breves pasos caminando, me percaté como unos hombres me voltearon a ver.

El edificio era de 50 pisos, así que teníamos que bajar por el elevador. Había demasiada gente y no quería demorarme más de lo debido, pues quería llegar a casa antes de mi marido. Logramos entrar apenas al elevador de tanta gente que subía y bajaba casi al mismo tiempo, pues el otro elevador estaba descompuesto. Ya en el elevador, completamente lleno y con mucho movimiento, él terminó por quedar detrás de mí. Sentía su respiración en mi cuello y la fragancia de su loción. Me gustó su aroma. De repente me dijo que si podía poner sus manos sobre mis hombros. Parecía incómodo: su espalda casi se “incrustaba” en la pared de metal del elevador por tanta gente. Voltee a verlo, sonreí y con la cabeza asenté que sí.

El elevador se detenía casi en cada piso pero nadie bajaba y todos seguíamos apretujados, como si fuéramos en el metro en una hora pico. Ante tal situación y no por él, sentía como mi cuerpo se pegaba más al suyo mientras más personas entraban al elevador. Irremediablemente sentí su bulto casi pegado a mí trasero. La tela delgada del vestido provocaba una sensación demasiado cercana. Recordé esa mañana el miembro de mi marido pegado a mis nalgas también, pero erecto y en otra posición y yo con una tanga puesta. Ahora otro miembro estaba pegado a mis nalgas. Supuse que se estaría excitando, pues sentí como su respiración se entrecortaba un poco. Salía gente y entraba. Había momentos en que nos separábamos para después estar otra vez pegados. Pensé que sin los zapatos altos que traía no se hubiera dado esta coincidencia. Me sorprendí como se humedecía mi vagina de inmediato, algo ya inusual por mí edad. Disfruté nuevamente la sensación de humedad en mí vagina. Me sentí más sensual al saber y sentir que no traía ropa interior. Esto, debo decirlo, me excitó. Cuando llegamos al piso del lobby, bajó casi la mitad de la gente. Al haber más espacio me separé un poco de él. Bajó sus manos de mis hombros pero las colocó alrededor de mi cintura. No me opuse.

Entonces sentí, ya no su bulto, sino su miembro, completamente erecto, ligeramente pegado a mis nalgas. Al sentirlo me separé. Cerraron las puertas. Sutilmente me acercó hacia él con la fuerza de sus brazos. Dudé en aceptar la propuesta implícita. Sin embargo, acepté y nuevamente mi cuerpo se juntó al suyo. Con la fuerza de sus brazos hizo que me pegara a su cuerpo. Para continuar con el juego del coqueteo, voltee mi cabeza para mirarlo a los ojos y al mismo tiempo froté mis nalgas en su miembro. Ambos nos sonreímos.

Finalmente llegamos al piso donde se encontraba el estacionamiento y nos dirigimos a su automóvil. Me abrió la puerta para subirme al auto, y después le dio la vuelta para dirigirse a la puerta del conductor. La humedad no cesaba, sentía como resbalaba un líquido pegajoso al interior de mis muslos. A pesar de lo excitada, con mi corazón latiendo más de lo debido, me controlé. Ya en el volante, encendió el auto y nos dirigimos al estacionamiento de la escuela donde se encontraba mi auto. Llegamos. Se estacionó. Bajó, y dio la vuelta al auto para abrirme la puerta. Me ofreció su mano para bajar, la acepté. Caminamos a mi auto. Abrí la puerta y antes de subirme nos despedimos con un breve beso en la mejilla, mientras me decía al oído “fue un placer tu compañía”. Le respondí “para mí también”. Se acercó a mí, pretendiendo abrazarme, pero me retiré de él sin rechazarlo y opté por despedirme. Solo me dijo que esperaba verme el día de la inauguración del Congreso-exposición: “Espero poder ir”, le respondí. Ya en mi auto, frente al volante y antes de arrancar, nos despedimos ofreciéndonos una sonrisa.

En el trayecto a mi casa pasaron por mi mente muchas cosas. Desde cierto arrepentimiento por lo que había hecho, hasta pensar en que pude haber llegado a más con lo excitaba que estaba. Llegué a casa. Ya había llegado mi marido.

Me preguntó que de donde venía, y por qué tan arreglada. Le dije que había sido el último día de clase del diplomado y que se había organizado una reunión por ese motivo y que había aceptado la invitación. No entré en detalles. Traía una botella de vino y me dijo que bebiéramos una copa. Cuando terminamos nos levantamos y me dijo que le excitaba verme vestida así, con ese vestido y que con esos tacones resaltaban mis curvas y mis nalgas, pues nunca me los había puesto con ese vestido. De repente me abrazó por detrás. Sentí su bulto en mis nalgas. Al sentirlo recordé la situación del elevador. Empezó a besarme el cuello, lo que me excitó todavía más. Su miembro empezó a crecer, estando ya duro me lo restregaba en mis nalgas. Volví a recordar que hacía unos minutos otro miembro estaba pegado a mis nalgas y esto me excitó todavía más: saber lo que provocaban mis nalgas con ese vestido.

Voltee a verlo y nos besamos. Luego nos abrazamos de frente y empezó a acariciar mis nalgas sobre el vestido, buscó el resorte de mis calzones y se dio cuenta de que no traía ropa interior. Nos empezamos a excitar y me dijo que subiéramos a la recamara. Ya en la recamara me preguntó que como quería que me cogiera: no dudé en decirle que por detrás. Me acerqué a la cama, subí mis rodillas y puse mis las palmas de mi manos al frente. Entonces levantó mi vestido y mientras acariciaba mis nalgas, mis muslos y mis pantorrillas y luego el interior de mis muslos, sintió mi humedad y me preguntó porque no me había puesto bragas si sabía que no iba a estar con él ese día. Le respondí que todo el día había estado caliente, que me había dejado deseosa desde la mañana y que había decidido no ponerme ropa interior para sentirme sexy.

Empecé a sentir la urgencia de que me penetrara. Pero antes tocó con sus dedos mí vulva y sintió mi humedad excesiva. “Estás muy mojada”, me dijo, preguntando “por qué”. “Me excita tu verga restregándose en mis nalgas”, le respondí (sabiendo que le excita que le hable de esa manera), pero sin saber que, con mi autorización, le había ofrecido la carnosidad de mis nalgas a otro hombre, quien con su atractivo, discreción, seducción me había provocado esa humedad, como hacía mucho tiempo no me sucedía. Entonces le dije: “No hace falta el gel lubricante, penétrame”.

Me penetró suavemente pero no totalmente y después se retiró y continuó con sus dedos hurgando mi vagina y luego mi clítoris, todo ello magistralmente, sin prisa y delicadamente, como bien sabe lo que me gusta. Mi excitación empezó a aumentar, él lo sentía perfectamente pues identificó el instante perfecto y empezó a penetrarme. No me envestía, lo hacía suavemente, por lo que mi gozo se iba acumulando. Sentía su miembro y su erección firme. Me sorprendió que su miembro se mantuviera más rígido de lo normal, sin la urgencia de eyacular. Entonces le dije que no se moviera, que se mantuviera quieto. Yo empecé a mover mis caderas en forma circular y él coordinaba el movimiento con sus manos en mis caderas. Me estaba gustando hasta que, continuando con el mismo movimiento, sacaba un poco mi vagina de su miembro para concentrarme en su punta, del tal manera que sentí como su excitación aumentaba y como venían en camino sus fluidos. En ese preciso instante yo también sentí como iba en camino a un fabuloso orgasmo, después de estar todo el día caliente y estar coqueteando con otro hombre.

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