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El estímulo auditivo de su compañera de piso
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Aquella calurosa tarde de primavera, una joven desconocida de cabello corto y moreno, se comía un helado de nata con tranquilidad y con total inocencia. Sin embargo, contemplada a través de los encendidos ojos de Lorena, que tenía las hormonas en ebullición, aquel instante se convertía en una tórrida escena. La chica, con la simple idea de refrescarse, se relamía los labios y se chupaba los dedos sin percatarse de que alguien encuadraba aquello en un primer primerísimo primer plano y sentía un cosquilleo en su propia boca. Una gota blanca y lechosa goteó por el cono de galleta y se fue a estrellar en el escote generoso que ofrecía una ajustada camiseta de tirantes.

Lorena pensó que no era posible estar tan salida.

Esperó la llegada del autobús sin poder quitar la vista de los suaves y deliciosos mordiscos que la morena propinaba a la veraniega golosina con su bonita dentadura. Y es que a la hipnotizada observadora le pareció que la joven sería su tipo, de las que enseñan un poquito de encía cuando te reciben con una sonrisa amplia, y se la imaginó dedicándole una especial, acompañada de una mirada picara, solo para ella.

De pronto un cruce de miradas le hizo salir de su ensimismamiento, avergonzada de ser descubierta.

Pero con la distracción un poco de nata se derramó por la comisura de los labios de la observada. Luego la recogió con un dedo y se lo chupó sin vergüenza y con mucho placer.

Por suerte llego el autobús, y Lorena se subió a él, con prisa para poder llegar casa, tomar una ducha fría y quitarse esos pensamientos de la cabeza.

¿Tal vez comerse ella misma un helado?

Tras el trayecto llegó frente a la puerta de su piso compartido, buscó las llaves en el bolso y las introdujo en la cerradura, pero antes de girarla volvió a recordar aquella boca que se estaba muriendo por probar y se recreó en las imágenes guardadas en su memoria durante un instante. Después sacudió la cabeza para volver a la realidad e hizo el giro de muñeca para acceder al interior con un empujón.

El maldito marco se hinchaba con el calor y había que echarle ganas para abrir.

Llegó al salón y su compañera Ana estaba sentada en el sofá. Llevaba una camiseta blanca, ancha y bastante vieja que se transparentaba ligeramente por lo dañado que estaba el tejido. La parte más baja de la prenda, intentaba cubrir un poco unas bragas negras de algodón que se adaptaban de forma tan perfecta a la anatomía de su cuerpo, que los labios vaginales se intuían en un sutil trazado de curvas y ondulaciones, formando un mareante circuito que daba paso a sus piernas desnudas y suaves, y también a sus pies descalzos que en ese momento apoyaba en la mesita del café, la cual tenía delante para poder pintarse las uñas para así lucir después unas bonitas sandalias a juego en su próxima cita.

Ambas chicas se saludaron y comentaron por encima que tal les había ido el día y cuáles eran sus planes para después.

Lorena se sentó al lado de su amiga y decidió que no quería mirarla demasiado para evitar que su mente imaginara cualquier lascivia de nuevo. Y es que con Ana era mejor no fantasear, porque aquella chica le encantaba. Aunque por supuesto ella no tenía ni idea.

Inteligente, de mirada salvaje y sonrisa perfecta. Su sedoso cabello pelirrojo como el fuego tomaba una interesante forma asimétrica en la parte delantera de la cabeza, dejando ver su nuca con un ligero rapado en la trasera. Sus ojos grandes, de un intenso verde, eran como el monstruo final de un duelo mundial de miradas que nunca nadie lograría derrotar. Sus labios dibujaban las mejores y más divertidas muecas que a Lorena la hacían reír y enternecerse al mismo tiempo. Además, tenía en su rostro de veinteañera unas preciosas pecas que le daban +10 de monería extra. Por otra parte su cuerpo era pequeño, delgado, pero con voluptuosas y proporcionadas curvas formadas por una piel brillante y tersa.

En definitiva características que su compañera y admiradora en secreto pensaba que la dejaban a ella la altura del betún.

Ana tenía planes, como de costumbre, así que la soledad, ya fuera para sufrirla o disfrutarla, quedaba en manos de Lorena que había decidido huir de la ola de calor encerrándose con el aire acondicionado en su habitación. No esperaba sin embargo, que aun le quedara sufrir otro momento de excitación involuntaria al contemplar algo tan simple como que la espectacular belleza con la que convivía decidiera abrir un yogur y ponerse a lamer la tapa con total naturalidad en varias ocasiones, dejándole ver una extensa y poderosa lengua que se deslizaba con ansias hasta dejarla completamente limpia.

Se levantó y decidió que tenía que huir para tumbarse en su cama de 90 cm y evitar por todos los medios posibles aquellos pensamientos calenturientos y sin sentido… Tal vez reflexionar para calmarse.

O si se quedaba sola en casa… quizás sería un buen momento para llamar a algún ligue de su agenda y que le quitara las penas.

Al fondo se escuchó la despedida de su amiga que se había vestido en un santiamén para su escapada, y justo después, la puerta cerrándose, dejando a la confundida joven tumbada en su cama, mirando al techo en un silencio que, en seguida, le trajo a la memoria más fotogramas de su día que no quería recordar. Lenguas moviéndose juguetonamente, labios besándose con húmedas caricias, dientes mordiendo con un interesante y erótico cuidado, escotes amplios y ropa que se transparentaba…

No, la agenda no era una opción. Las únicas dos personas que responderían una llamada como esa y acudirían sin tardar eran dos chicos que gustaban de follársela de forma apresurada cuando ella les correspondía en sus poco disimuladas pasiones. Sin embargo, en ese momento lo que sentía era la necesidad de un placer más a flor de piel, con atenciones a cada palmo de su ser y estimulantes mimos y sensaciones sin prisa pero sin pausa.

Su segunda opción era ver algo de pornografía suave y darse placer hasta alcanzar los orgasmos necesarios para calmarse por completo y sentirse relajada y feliz.

Lo había hecho otras veces y le funcionaba a la perfección.

Pero dejando a un lado todas las anteriores ideas, respiró y decidió acercarse a su baúl secreto, escondido al fondo de su armario y abrirlo en busca de su viejo aparato reproductor de mp3 que se había quedado obsoleto hace años. Luego sacó unos auriculares de los que cubren la oreja y te aíslan del ruido exterior del primer cajón de su mesita de noche y, tras conectarlos a la clavija del aparato se los puso. Se tumbó boca arriba de nuevo en la cama y empezó a tocar los botones leyendo los títulos de las pistas de audio que estaban guardadas en busca de una en concreto que tenía un nombre, obviamente en clave, para el disimulo y la ocultación de la verdad: “Anna_song_editado_001.mp3”.

Aquel fichero de audio se trataba de una obra maestra de la edición diseñado en la primera etapa de atracción silenciosa de Lorena por su compañera de piso. Y es que un día cualquiera, durante su periódico ritual de autosatisfacción visualizando videos sexuales explícitos de diferente intensidad, tuvo la enorme fortuna de encontrar una actriz amateur, no muy conocida, de cine para adultos, que tenía casi exactamente la misma voz que la dueña de sus pasiones más íntimas.

Aquella mujer, de la que buscó y descargó material en una obsesiva y minuciosa navegación por la red de Internet, no se parecía físicamente en nada a su amiga, claro está, pero mientras practicaba intensas felaciones, era penetrada sin compasión o se dejaba sobar con una falsa y bien actuada sonrisa, también gemía, jadeaba y provocaba con su lenguaje obsceno en el mismo tono que alguna vez había escuchado sin querer en su piso a la pelirroja debido a las delgadas paredes que separaban los dormitorios de ambas. Y fue así como con un software apropiado que conocía de su etapa como locutora en prácticas en una emisora local. Dividió los sonidos que más le interesaban de aquel material audiovisual y los recompuso para crear su propia historia de fantasía lésbica dedicada especialmente para su caprichoso deleite.

Totalmente acomodada, cerró sus ojos de color avellana, se humedeció los labios, carnosos y suaves, respiró hondo por su nariz pequeña y respingona y pulso el “play” con el volumen suficientemente alto para no perderse ningún detalle y que la doble de voz de Ana hiciera vibrar su cuerpo desde sus primeros susurros.

Pronto un suave suspirar entre algunas sonrisas, se filtraron por los canales auditivos de la ya previamente excitada por la emoción, Lorena, y le acariciaron todo el cuerpo desde el cerebro.

– Hola cariño, ¿cómo estás? ¿Te gusta lo que ves? Seguro que te va a gustar mucho más cuando empiece a desnudarme y veas lo mojada que estoy para ti.

Siseos de ropa deslizándose por la sedosa piel de la protagonista y cayendo inevitablemente por efecto de la gravedad al suelo acompañaban las palabras de la actriz, que en la mente de la joven Lore dibujaban el descubrimiento del espectacular cuerpo de su anhelada compañera y amante.

– ¿Te gustan mis tetas? Mira como me las aprieto y se ponen duros mis pezones…

– ¿Te gusta mi boca y como me chupo un dedo para ti…? Estoy a mil y no sé si voy a poder contenerme con tanta humedad…

Las manos de Lorena empezaron a explorar su cuerpo, primero por encima de sus ropas. Un conjunto que al haberse puesto cómoda bajo el abrazo del hogar, consistía tan solo en una camiseta de tirantes blanca, bajo la cual llevaba el sujetador y unas bragas, ambas prendas de color azul oscuro. Aunque poco a poco se fue deshaciendo del sostén con prisa, y sus abultados pechos se desparramaron ligeramente hacia los lados de su cuerpo.

Se los agarró para juntárselos y amasarlos imaginando las manos de quien no podía parar de desear.

– Mira como me tienes de mojada… Tengo tantas ganas de sentirte que no puedo evitar empezar a acariciarme…

Ese suave deslizar de piel con piel, de unas manos descendiendo hacia la entrepierna de la muchacha, para que dos de los dedos más habilidosos de su diestra aterrizaran en un clítoris sensible, hinchado y empapado fue imitado por la oyente, siguiendo con sus palmas masajeando bajo su la camiseta. Se pellizcó los pezones y se retorció sobre las sábanas mientras se satisfacía con la ayuda del estimulo de una leve respiración entrecortada, suspiros, gimoteos, y jadeos que se iban intensificando a veces y que provenían de su archivo de audio secreto.

– ¿Te gusta cómo abro mi coño para ti? ¿Cómo me toco por ti y cómo se me nota en la cara las ganas que tengo de correrme solo para ti?

Lorena decidió desnudarse por completo, agarró la almohada y se subió encima para frotarse contra ella apretando con sus muslos. Lo hizo para calentarse unos segundos y luego añadió sus dedos a la ecuación mientras la cabalgaba con extensos movimientos de esas caderas anchas y flexibles que poseía y de las que acababa de perder el control. Y mientras, su pelo rubio, largo y ondulado le cubrió el rostro sin que le importara, pues seguía con los ojos cerrados perdiéndose en su elaborada fantasía.

– Mira, voy a meterme dos deditos y a follarme bien con ellos.

– Así… ummm, entran tan fácil que a lo mejor meto otro más. Pensando en que fueran los tuyos…

– Y tu lengua… No sabes cómo necesito sentir tu lengua aquí abajo.

Instintivamente Lorena acercó su anular y corazón, sacó su lengua de la boca, salivando y pensando que su propia humedad impregnada en sus dedos era de su compañera. Sus labios gotearon un poco de saliva hacia su barbilla, la cual continúo su trayecto hacia su escote y su precioso vientre de chica curvy.

E inmediatamente después decidió que ella también necesitaba tener un par de dedos bien dentro.

Se tumbo en la cama con el brazo derecho estirado entre su cuerpo y el colchón, apretando uno de sus pechos con la mano izquierda y empujando sus dos falanges más largas hasta dentro, de forma rítmica, usando la palma para estimular el clítoris en el mismo movimiento. Así, entraban y salía de su interior acompañando la penetración con un delicioso y placentero roce, una agradable presión o un urgente deslizar que fue cada vez a más y sin ninguna intención de detenerse pasara lo que pasara.

La oyente gemía y se descontrolaba sin remedio al ser partícipe de una masturbación mutua con su exuberante y admirada compañera de piso. Su cuerpo temblaba en cada latigazo de placer que recibía desde los epicentros de su clítoris y su mente. Y justo en ese momento calculado y esperado por un profundo conocimiento de la obra, la grabación se tornó más intensa y explícita.

Gruñidos, ronroneos, gritos de placer y choques húmedos de un cuerpo contra el sexo de Ana, que Lorena imaginó que eran sus dedos. Y después, un sensual, largo y sonoro orgasmo que le estremeció y a la vez anunció que se fuera reservando para que ella le tuviera que ofrecer después el suyo como guinda del pastel.

– Prepárate porque ahora que tú ya has conseguido que me corra, yo te lo voy a comer todo… Ya verás cómo te gusta mi boquita…

– Umm, así, disfrútalo mucho. – Seguía contando el audio acompañado de sonidos de lametones y chupeteos, mojados, babosos y juguetones.

Y mientras, Lorena se revolcaba en la cama sin importarle que el cable de los auriculares se enroscara en su cuerpo apretándole como una serpiente y moviera a la vez una de sus tetas, buscando la mejor postura para frotarse de forma acelerada el clítoris, arqueando su espalda, abriendo su boca de par en par y gritando por las oleadas de placer que le venían al imaginar cómo su amiga se la comía sin compasión.

– Así, dámelo todo, córrete en mi boca. Aquí

No pudo evitar imaginársela perdida entre sus piernas, sedienta, con sus habilidosos labios degustándola, señalándole donde quería notar el sabor de su placer.

Además, los deseos de Ana eran órdenes para Lorena, y había que sincronizar milimétricamente el momento.

Así, la chica puso todo su empeño y usó sus mejores técnicas, colocándose boca arriba y levantado las caderas para penetrarse y a la vez estimularse el clítoris con ambas manos de forma forzada y apresurada tratando de explotar en pocos segundos.

– Umm si… dámelo… córrete, que ya tengo ganas de sentirlo en mi lengua…

Lo notaba a punto.

– Córrete para mí… igual que yo me corrí para ti. Vamos.

La lengua de Ana se le apareció en imágenes deslizándose por todo su sexo, degustando cada milímetro y deteniéndose especialmente en movimientos que hicieran vibrar y sentirse muy bien atendido a su hinchado clítoris. Aquello unido a los sonoros lametones y chapoteos que salían por los auriculares la llevó por fin al éxtasis. Y se corrió sin ningún tipo de contención en unos últimos gritos de placer, que consiguió que fueran paralelos y se mezclaran con el sonido de la mujer relamiéndose y recreándose en paladear sus jugos. Consiguiendo así un orgasmo que se alargó durante muchos segundos, con contracciones musculares, los ojos en blanco, y movimientos involuntarios de su cuerpo, que se retorcía entre sábanas, ropa que le llevaba sobrando todo el día y el maldito cable de los auriculares.

Un orgasmo que debió escucharse en todo el vecindario.

Las piernas le temblaban y el corazón latía como si quisiera escaparse de su pecho.

Respiró hondo para tratar de recuperar el aliento y se fue relajando, frenando de inmediato la estimulación de su órgano hinchado y ahora demasiado sensible para ser molestado, pero sin sacar sus dedos de su interior del todo. Hasta que cuando por fin los retiró de su sexo se quedó mirando como habían quedado impregnados de su increíble y húmeda explosión de placer.

Pasaron unos segundos más…

Tras limpiarse, se colocó el pelo, se quitó los auriculares, se puso su pijama corto de verano gris con dibujos de Mickey Mouse y escondió de nuevo su preciado tesoro en el baúl al fondo del armario.

Luego se dirigió al salón, feliz, con una amplia sonrisa, caminando descalza por el parqué, para disfrutar de la sensación de libertad y subidón que le había proporcionado llegar al éxtasis con el extremadamente erótico estímulo de la voz que más deseaba en ese mundo…

Y se encontró a Ana sentada en el sofá con cara de circunstancias, dejándola helada. Deseando que en ese momento un fulminante rayo le hiciera desaparecer para siempre de la superficie terrestre.

– Me han cancelado los planes… – Dijo la pelirroja acompañándolo de una mueca de inocencia.

La rubia solo pudo taparse la cara con las manos y sentir tanta vergüenza que sus ojos se tornaron vidriosos.

Por sorpresa, sin embargo, su compañera se acercó y la consoló, calmándola lo mejor que supo, con un abrazo y diciéndole que era algo natural, algo que todo el mundo hacía y que no pasaba nada.

Pero lo que le voló la cabeza a Lorena fue la broma que vino supuestamente para templar los ánimos.

– Joder, tía, vaya forma de correrte. Tiene que dar gusto comerte el coño. Qué pena que no te gusten las chicas.

Y ante la bofetada que le vino, los ojos de Lorena se abrieron como platos y trató de articular palabra durante unos instantes, sin que el movimiento de sus labios consiguiera el aire suficiente en sus cuerdas vocales para poder emitir palabra alguna…

Ana ya se daba la vuelta para volver a hacerse un ovillo en el sofá y ponerse a ver alguna serie.

Y su admiradora consiguió dar la respuesta que quería.

– Si que me gustan, sobre todo tu. – Dijo finalmente con lo que consistió casi en un susurro inaudible.

Con la garganta tan seca y enmudecida por los nervios no acertó a la hora de proyectar la voz y que esta alcanzara su objetivo.

No la escuchó.

Nunca más podría volver a hacer esa confesión y esa única maldita vez, aquella persona por la que sentía una profunda devoción no pudo oírla.

Irónicamente para Lorena, aquella tarde, la voz de una Ana falsa le dio uno de los mejores orgasmos que había experimentado en solitario, pero la voz de la verdadera, la dejó muda, y anuló la posibilidad de sentir verdadero placer a su lado.

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