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Mi instructor de manejo (parte II)
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Eran las ocho de la tarde cuando terminamos nuestra última clase de manejo. Había sido una hora difícil, pero lo había hecho bien: las maniobras de aparcamiento eran las que más me costaban, pero había valido la pena reservar el último turno disponible ese día para practicar antes de obtener mi licencia. Ya no nos quedaba mucho tiempo y ambos lo sabíamos.

Aquí en invierno oscurece temprano, por lo que ya hacía rato que se habían diluido los últimos rayos del sol y era prácticamente de noche. Exhausta por los intentos, me subí al asiento del acompañante mientras Claudio tomaba nuevamente el volante. Comenzamos a regresar a la escuela de manejo, la rutina que había sido habitual en las pocas semanas que compartimos juntos, pero el recuerdo del último encuentro empezó a espesar el aire dentro del coche y ambos nos dimos cuenta por nuestro mutuo silencio. Al llegar al primer semáforo, giré el rostro y le clavé a Claudio la mirada, una mirada transparente y anhelante, que él me devolvió. Fueron segundos que parecieron eternos y, sin embargo, bastaron para que él diera un volantazo y fuera en una dirección diferente a la que habíamos tomado.

Aparcó poco después, en un parque público donde había poca luz. Vio una sombra de duda en mi mirada, no porque no quisiera hacerlo en el coche, sino porque el lugar me parecía inseguro; despejó mis dudas con un "tranquila, no pasa nada". Y sin salir del auto, nos pasamos los dos a los asientos de atrás.

De inmediato Claudio me levantó con ambas manos por la cintura y me hizo sentarme a horcajadas sobre él. Al igual que la vez pasada, empezó a besarme profundamente moviendo bien su lengua dentro de mi boca; esta vez se tomó más tiempo que la anterior, porque mientras lo hacía, me frotaba suavemente contra él como si me estuviera cabalgando. El roce de nuestras entrepiernas al ritmo pausado de sus besos, fue haciendo que nos pusiéramos cada vez más calientes, hasta que los jadeos de ambos se hicieron insoportables y me apartó al costado para quitarme los pantalones. No fue difícil porque yo llevaba calzas, pero lo ayudé para hacerlo más rápido, y ya él me iba a quitar las bragas de encaje cuando le tomé la mano con un breve "chh!", simplemente porque quería que me lo hiciera con la ropa puesta.

Claudio se sonrió y me dejó hacer, al final, era solo un detalle; él se bajó lo imprescindible la ropa para dejar su potente miembro al descubierto, y yo inmediatamente volví a montarme sobre él; y entonces sí, la gloria, se agarró el pene por la base para introducirlo sin ceremonias mientras yo bajaba la pelvis directo hacia él. ¡¡¡Cómo me enterré!!! Dejé, como la vez pasada, que fuera él quien marcara el ritmo tomándome firmemente con ambas manos por la cintura, mientras yo las descansaba en sus hombros y me iba en gemidos en su oído, uno atrás del otro, sin poder evitar mojar hasta los asientos de lo excitada que estaba.

-Mi amor- susurró mientras yo me deshacía en un orgasmo quedo con los ojos cerrados.

Como todo un caballero, se aseguró de que yo acabara antes de hacerlo él mismo y entonces sí, por unos segundos me bombeó con una fuerza que creí inusitada en él hasta que se descargó por completo en mi interior. A tientas buscó unos pañuelos de papel en la gaveta y mientras yo me limpiaba, se abrochó los pantalones y volvió al asiento del conductor, sin decir una palabra más y sin mirarme, dejando que me compusiera. No podía creer que después de lo que habíamos hecho, encima me diera ese espacio de intimidad para que yo no me sintiera avergonzada.

-Gracias, Claudio- fue lo único que atiné a decir.

Gracias, Claudio. Gracias por haberme cogido tan bien después de más de 6 años de abstinencia tras una separación muy dolorosa. Gracias por enseñarme a manejar y confiar en que podía aunque a mí me parecía imposible.

Por alguna razón, esta vez no puso la música fuerte como siempre, sino que regresamos en silencio mirando desde el coche las luces naranjas de la noche que despertaba en la ciudad.

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