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Conexión telefónica en mente y cuerpo
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Mónica y yo siempre teníamos “cara de sueño”. O eso solía decirnos una amiga en común, María, que sospechaba que teníamos algún secreto entre nosotros. Y es que para ella había algo muy raro. Aparentemente casi no teníamos ningún trato, salvo los fines de semana en que salíamos todos en el mismo grupo de personas, pero por algún motivo, María era capaz de percibir algún tipo de conexión oculta indetectable para el resto. Su faceta de detective aparecía de vez en cuando y me interrogaba insistentemente, pero nunca conseguía llegar a conclusiones y se retiraba frustrada, observando desde lejos los detalles, hasta la siguiente batalla por la verdad, la próxima ocasión en la cual poder plantear nuevas cuestiones que desmontaran mis respuestas absolvedoras.

La joven que despertaba las suspicacias de mi colega aspirante a investigadora, era delgada, medía 1,70 metros, de pelo moreno y ondulado. Su mirada era oscura, incluso tenebrosa y distante gracias a unos profundos ojos negros que parecían tener otro universo en su interior. De vida nocturna muy activa, si no la conociera habría pensado que llevaba una doble existencia como vampiresa, con sus atuendos oscuros, llenos de correas, colgantes de extraños símbolos rúnicos y alguna que otra vaporosa transparencia que dejaba ver alguno de los tatuajes que tenía en la espalda y el brazo izquierdo. Misteriosas plantas y alambres de espino con cadenas enroscadas, se mezclaban, casi con vida y realidad propia gracias a la tinta sellada sobre su piel pálida. Así era Mónica. Misteriosa. A la vez temible y frágil. Una joven que tenía que lidiar una discapacidad que no le permitía andar por si misma largas distancias sin ayuda.

Por suerte su novio y María siempre estaban allí para acompañarla.

Por mi parte, solo miraba. Aunque siempre estaba allí si me necesitaba, y ella lo sabía.

Si, lo sabía.

Como también yo era consciente de nunca ocurriría y podía estar tranquilo desde el banquillo, porque siempre estaría bien atendida y no precisaría nada de mí. Al menos en este plano de la realidad…

– ¿Qué extraña película tenéis montada? – Me preguntaba María al oído cuando me descubría observándola desde la distancia. – Se nota que te encanta por como la miras.

Yo sonreía, como tomándome sus insinuaciones a broma.

– ¿Gustarme, ella?, no digas tonterías.

Casi siempre había música alta y ruidosa a nuestro alrededor, así que tampoco había conversaciones profundas.

– Y lo peor de todo. Lo que más me molesta ¿sabes qué es? – Insistía mi amiga. – Que ella te mira igual. Pero nunca interactuáis.

Es cierto que casi no nos comunicábamos… en público.

En realidad Mónica y yo llevábamos años hablando, solo que lo hacíamos siempre por teléfono, donde éramos libres de compartir nuestras confidencias y conocernos de forma íntima y precisa. Siempre me llamaba a eso de las tres de la madrugada y recuerdo que hablaba desde dentro de su armario, ya que aún vivía con sus padres y no quería que la escuchasen. Así, de aquella curiosa forma podía aparentar que estaba durmiendo silenciosamente y nadie le preguntaría por sus charlas nocturnas al día siguiente.

La chica gótica tenía algún problema de vez en cuando, como todo el mundo, pero también aquellos que le provocaban sus dolencias. Sin embargo, en general era feliz y las cosas con su novio le iban bien. Incluso en el sexo que, aunque no era perfecto, era satisfactorio en lo físico.

¿Hasta ahora nada suena raro, verdad?

Pero, aquí es donde venía la peculiaridad de mi amiga en secreto. Había otro plano, otra realidad, otro mundo menos tangible, donde se había estado sintiendo insatisfecha.

Mónica era ansiosa e impaciente. Alguien a la que la enfermedad le había obligado a bajar una marcha. A ir más lento. Y más lento respondía también su cuerpo, por lo que, en su segundo despertar sexual, cuando tenía unos 20 años, encontró que la mejor forma para lograr su calentamiento y la preparación para que su ser de carne y hueso respondiera de forma tan placentera como deseaba, era a través de su cerebro, y el acceso más fácil a su cerebro era el oído.

Y ahí es donde entraba yo.

Susurros, siseos y un deslizar serpenteante del auricular del teléfono surcando su sedosa piel podía ser uno de mis premios desde el día que ocurrió por primera vez.

Y es que desde jóvenes solíamos hablar de cualquier cosa como buenos amigos, pero era tal la confianza, que los temas de conversación se fueron a nuestras vivencias íntimas cuando nos hicimos mayores y empezamos a cotillear de los descubrimientos que hacía con su novio o de los líos que yo hubiera tenido, llegando a preguntar por curiosidades y sobre todo por fantasías.

Y así comenzó todo, con una dichosa fantasía. Bastante típica además.

Esa noche me habló de que soñaba con hacerlo en la ducha, con agua caliente cayendo por su cuerpo, y me dijo que no era algo que le quisiera proponer a su novio porque estaba segura de que no iba a ser como ella lo imaginaba. No quería desaprovechar su ensoñación perfecta convirtiéndolo en algo real que la deformara, así que me preguntó cómo me lo imaginaba yo.

– ¿Yo? ¿Por qué quieres saber cómo me comportaría yo si es tu fantasía?

– Porque siempre me ha gustado tú forma de imaginar y quiero saberlo. ¿Te da vergüenza ahora?

– No, vergüenza no… Pero no sé… no me veo haciendo eso con el ligue del sábado pasado…

– A la mierda tus ligues. Te estoy preguntando cómo sería hacerlo conmigo.

– ¿Contigo?

Desde ese mismo momento sabía que estaba perdido y que entrar en aquel juego no acabaría bien.

– Sí, claro, ¿Nunca te has imaginado follando conmigo?

– N-No…

– Eso me ofende un poco…

– Pero si tienes novio y lleváis juntos prácticamente desde que nacisteis.

– Exagerado… Además, que tenga novio no te impide que tengas un sueño o un pensamiento sobre cómo sería montárselo conmigo.

Nunca lo había querido porque sabía que no la volvería a ver de la misma forma. Y es que a Mónica siempre le acompaña un aura de misterio y sensualidad que te vuela la cabeza cuando entra en la misma estancia que tú, y que además es acompañado por su personalidad, siempre creativa, lo que lo hace peor cuando llegas a conocerla bien.

– Pues no lo he hecho ¿Qué quieres que te diga?

– Hazlo ahora, intenta imaginártelo y descríbemelo.

He visto a muchos chicos y también a chicas hacer comentarios sobre el natural erotismo de la presencia de mi amiga y sabía que no era el único que pensaba que mejor no abrir el baúl de ilusionarse con compartir algún día cama con ella. Pero no tenía vía de escape.

– Vale, no sé, lo… lo puedo intentar.

– Venga, cierra los ojos, reúnete conmigo en el baño y cuéntame lo que ves.

Y así, según mi vista fue fundiendo a negro, con total facilidad me vi imaginándome a Mónica parada de pie, delante de la ducha, vestida como de costumbre, con todos sus complicados ropajes y accesorios, pero esperando tranquilamente que me acercara y la desnudara para dejarnos llevar después con el agua deslizándose por nuestros cuerpos.

Un agradable escalofrío recorrió mi columna.

Y se lo describí lo mejor que supe. Con total sinceridad, ya que era capaz de visualizarlo al detalle: El olor de su perfume, su vestido negro y morado con transparencias, el poder acariciar sus cabellos y acercarme a sus mejillas para posar mis labios sobre ellas… Narré como beso a beso, cada uno más profundo y húmedo que él anterior, y entre caricias, me iba deshaciendo de sus complicadas prendas. Su top del tipo corsé con correas a los lados, su cinturón y su falda oscura corta, sus duras botas altas, su complicado y bonito sujetador asimétrico de encaje, su sensual culotte semitransparente y finalmente sus medias, de esas que se sujetan en los muslos con silicona. No me olvidé tampoco de sus pulseras y colgantes, excepto una gargantilla que siempre me pareció un poco sombría, que se adaptaba perfectamente a su estilizado cuello y que sabía que no le gustaba quitarse nunca. Todo ello entre caricias, lametones, masajes y una lenta adoración de cada palmo de su cuerpo. Proceso demasiado largo y calculado para contarlo en un pequeño texto como este, pero que a ella parecía gustarle bastante.

Recuerdo que le excitó el modo en que le quité la ropa interior ayudándome de los dientes mientras ella podía verme disfrutarlo en el espejo. Y que le encantó que la dejara ahí de pie, sin ver cómo caminaba a la ducha que estaba detrás de ella, accionaba el grifo hasta regular la temperatura y me desnudaba para luego cogerla de la mano e invitarla a entrar.

Yo la miré desde fuera, mientras el agua recorría su cuerpo separándose en pequeñas gotas que la recorrían de principio a fin y a las que llegué a envidiar. Al otro lado del teléfono me susurró que era capaz de imaginarse la forma en que la miraba y parte de la humedad que resbalaría por sus muslos en ese momento salía de su propio cuerpo.

Le hablé de colocarme a su lado y cerrar la mampara detrás de nosotros. De lamer el agua de su cuello, sus labios o de los pezones duros que resaltaban en sus pequeños y preciosos pechos. De ir por detrás, por su nuca, su columna o su trasero y luego de nuevo por delante. Enroscándome como una serpiente y bajando…

– ¿No te estás sintiendo un poco sumiso? – Me interrumpió de repente.

– Soy yo quien tiene el control ahora. – Respondí muy serio. – Solo yo decido el ritmo, y si quiero parar, alargar o acelerar la llegada de tu orgasmo. – Añadí.

– Pero vas a…

– ¿A qué? – Le corté la frase.

– No te pongas tan serio que me voy, ¿eh? – Bromeó

– De eso nada. Te quedas.

– ¿A si? ¿Y eso por qué? – Preguntó risueña.

– Porque te vas a correr en mi boca cuando termine de disfrutarte. – Dije finalmente con seguridad.

Recuerdo que dijo que aquellas palabras le sonaron como una orden, casi un mandamiento que le hizo estremecerse, incluso una ley que sería un placer cumplir, y a continuación le describí al detalle como tenía pensando hacerle el mejor sexo oral que fuera capaz. Lo visualizaba a cada paso, a cada gesto de lengua sobre su clítoris, a cada juego de mis dedos acompañando en su interior, a las caricias en su cuerpo que no pensaba detener mientras me la comía, mezclaba mi saliva con sus fluidos, la succionaba y disfrutaba de ella…

Y de repente un gemido ahogado se extendió por mi cuerpo en forma de ondas sonoras y que me hizo vibrar de placer e interrumpió los últimos momentos del apetitoso cunnilingus que estaba paladeando en mi imaginación. Ahogado porque se intuía que se había tapado la boca para contenerlo.

– Que hijo de… – susurró Mónica con la respiración entrecortada.

– ¿Qué pasa? – Le pregunté extrañado.

– Me he corrido…

– ¿Estabas acariciándote?

– No, pero me has hecho correrme. – Suspiró. – No podía más.

– Pero… ¿Es eso posible?

– Uff, yo que se… estaba ahí metiéndome en la historia y apretando los muslos y de repente notaba que me palpitaba… Y notaba calor… Y he pensado en tu boca… – Me contó ligeramente avergonzada. – Joder, me corrí y ahora tengo ganas de tocarme más.

Me explicó que no había sido gran cosa, pero no lo pudo evitar. Aquello la había hecho excitarse demasiado y necesitaba notarme a través de sus manos.

Yo me sentía igual de caliente.

Y así empezó todo. Aquella noche sincronizamos nuestros cerebros y ya no pudimos parar de repetirlo siempre que podíamos. A altas horas de la madrugada.

Yo jugaba a la descripción detallada, a la sorpresa, a ser a veces firme y con tono autoritario pero pensando en su placer, porque sabía que aquello le encendía. Le hablaba también mucho de fluidos porque era conocedor de que a Mónica le encantaban los “besos salivosos” y la mezcla de fluidos corporales. Y es que presumía de mojarse mucho y le encantaba la idea de que me vaciara sobre su piel de mil maneras. Ella, por otro lado era creativa para envolverme en los sonidos de sus gemidos y sus largos, sensitivos y sonoramente agradables orgasmos. Se acariciaba con el aparato telefónico para mí o lo acercaba para que pudiera escuchar el chapoteo de sus dedos entrando en su sexo o mimando su clítoris. Solía también chupar sus dedos y hablar con la boca llena y babosa cuando me describía la felación que deseaba hacerme.

Os aseguro que aquella chica inventó el ASMR erótico antes de que existiera.

Así, entre fantasías y orgasmos compartidos, milimétricas narraciones que nos servían para hacer un mapa al detalle de nuestros cuerpos y el inevitable tema de llevar aquello a la realidad algún día, llegamos a algo que debía acercarse a la telequinesis. Y es que a veces, mirándonos a distancia cuando nos encontrábamos por ahí, si establecíamos suficiente contacto visual, parecíamos sumergirnos juntos en ese mundo al que solíamos escaparnos para gozar el uno del otro. Solía decirme que su novio se follaba su cuerpo, pero en su mente solo entraba yo. Y nuestra relación se acabó convirtiendo en algo casi obsesivo y puede que no muy sano para los dos, aunque también algo que no podíamos evitar, porque si intentábamos aguantar una semana completa sin escucharnos, los recuerdos nos consumían, e imágenes de lo que nunca ocurrió realmente, pero que se grababa a fuego en nuestra memoria, se arremolinaban en torno a una promesa de escaparnos juntos y dejarnos llevar por fin y poder devorarnos el uno al otro.

Pero dicen que el cuerpo no puede existir sin la mente, mientras que la mente se siente prisionera si no puede notar el aire fresco de una existencia verdadera a través del cuerpo. Por eso cada vez se nos hacía más difícil disimular y aguantar los metros que siempre nos separaban cuando coincidíamos en persona. Y por eso sabíamos que teníamos que dar pasos, aun a riesgo de ser descubiertos.

De forma furtiva nos reunimos en un parque cerca de casa de Mónica, donde buscamos un lugar apartado para besarnos y así luego tener referencias de aquel momento en nuestras historias de ficción. Compartir saliva, enredar nuestras lenguas, mordernos, chuparnos, saborearnos… Probamos todo lo que pudimos en el breve espacio de tiempo que tuvimos a solas. Y es que nos costó, además varios intentos, aquel sigiloso encuentro, ya que María vivía en el mismo edificio que Mónica y cuando me veía por la zona tenía que disimular fingiendo que solo pasaba por allí, para que no nos ubicara en el mismo espacio físico.

Admito que dar pasos en esa dirección era más difícil para mi amiga que para mí, ya que suponía una infidelidad, pero creo que ninguno pensaba con claridad en aquella época y nos dimos cuenta de que nuestra aproximación fue muy fructífera para incorporarla en nuestro vocabulario telefónico que nos unía con más orgasmos y una mayor conexión fuera del plano real.

Nada podía apartarnos del deseo de repetirlo.

Y nos fuimos viendo cómo podíamos para hacer pequeñas cosas, incluso aprovechando los descuidos de los demás.

Una noche que salimos con el grupo de amistades, Mónica me metió en el bolsillo una de sus bragas usadas, perfumadas con su colonia, en un gesto de visto y no visto. En otra ocasión me dejó masajear sus pechos por encima de la ropa durante un rato en un portal… Aunque ese día nos obsesionamos con que alguien nos hubiera visto entrar. Recuerdo también como metiendo su mano en el bolsillo de mi pantalón estuvo acariciando mi sexo con disimulo hasta lograr a endurecerlo y dedicarse a explorar su forma en el mismo parque en el que nos habíamos estado besando una ocasión anterior.

Quizás podíamos haber escapado en más ocasiones al dichoso parque, o más tiempo. Pero era una tortura el marcaje al que nos tenían sometidos.

Una caricia disimulada en el trasero cuando nadie miraba, un susurro cercano en la oreja en mitad de una fiesta multitudinaria, compartir saliva a través de una botella…

Cada vez necesitábamos más de esos pequeños acercamientos y fuimos asumiendo mayor riesgo. Porque las sensaciones aprendidas empezaban a ser fundamentales en nuestras narraciones nocturnas y porque el anhelo del piel con piel era inevitable.

Llegamos así a lo que llamamos “el incidente”, ocurrido durante una fiesta privada en un garito donde casi todo el mundo bebió bastante. Acercándose el final de la noche conseguimos escaparnos a un baño público vacío por separado, primero ella y luego yo, y nos encerramos en uno de los cubículos con ansia desmedida por probar y descubrir en unos minutos todo lo que pensábamos que nos faltaba. Algo difícil de lograr antes de que notasen nuestra ausencia, porque teníamos demasiadas cosas pendientes.

Nos besamos como locos…

Recuerdo que prácticamente nos comíamos, jadeábamos, colábamos las manos bajo la ropa y nos acariciábamos con urgencia, descubriendo nuestro cuerpo por zonas, recorriendo y explorando nuestra piel con devota admiración.

Recuerdo también que quería pasear mi lengua por todo su cuerpo.

Nuestros deseos eran como un torrente que se estampaba sin remedio contra una presa. Se iban amontonando por ser los primeros, los seleccionados para tener la oportunidad de probar esa sensación de la que habíamos hablado mil veces.

Así, por fin pude tener sus tetas en la boca y verla echar la cabeza hacia atrás de placer, deslizarme por su cuello, introducir mi mano en su ropa interior y notar cómo se mojaba por mí, excitado, y sintiendo a cámara rápida lo que quería vivir a cámara lenta. Empezó a masturbarme con fuerza y se arrodilló para meterse mi glande en la boca y dejarme sentir su mano acariciarme con prisa diciéndome que necesitaba ver cómo me corría en ese momento, solo para ella, mezclando mi líquido con su saliva y bañando su escote después.

Me habría encantado.

Pero con esa avidez era imposible concentrarse y dejarse llevar por una sola cosa. Solo queríamos tenernos de mil maneras, en cien posturas y que no llegara nunca un orgasmo para que aquello no terminara.

Y el tiempo jugaba en nuestra contra.

De pronto nos sobrevino el ímpetu y nuestras mentes se sincronizaron como de costumbre. Mónica se puso de pie y aprovechando que tenía una erección importante y el pantalón desabrochado, le di la vuelta apoyándola contra la pared del cuartucho, aparté su tanga bajo su falda y la penetre tan profundo como pude, desde atrás, quedándome dentro e inmóvil, respirando en su oído, con nuestros cuerpos perfectamente adaptados como dos cucharas iguales y unidas.

El tiempo se detuvo.

Y no quisimos movernos ni un milímetro. Mis manos recogían sus preciosos pechos pequeños y notábamos el calor que desprendíamos, incapaces de recuperar el ritmo natural de nuestros latidos o nuestro aliento. Por fin me sentí llenarla y ella se sintió repleta, con espasmos en su interior, con la violencia animal que tenía aquel momento detenida por la pasión de conectar y que aquello durara eternamente…

Por desgracia el tiempo solo se había detenido para nosotros, y alguien entró en el baño para quebrar nuestra eternidad en mil pedazos.

– ¿Mónica? ¿Estás ahí? – La voz de María nos heló la sangre. – Tía, ¿estás bien? Hace un rato que no te veo.

– Estoy bien… Tía, no seas pesada, que te voy a tener que dar hasta el horario del baño. Solo tengo dolores de regla. – Respondió la chica que en estos momentos seguía teniéndome en su interior.

– ¡Vale! ¡Joder, que borde! Encima que me preocupo por ti…

Los labios vaginales de Mónica se habían cerrado ligeramente del susto y me hacía daño, pero no queríamos movernos y temíamos que a María se le ocurriera en algún momento mirar por encima de la puerta y encontrarnos semidesnudos y perfectamente acoplados.

Hubo un silencio largo.

– Me voy – Se rindió al final.

Y escuchamos sus pasos hasta que abrió la puerta de salida y pudimos respirar… O eso pensamos.

– ¿Has visto a Matt? – Dijo deteniéndose antes de abandonar del todo el baño público.

– ¿Matt? ¿Y yo qué coño se? Ni que lo tuviera yo escondido. – Contestó con indiferencia mi amiga gótica.

La puerta se cerró por fin. Y con un poco de calma y cuidado pudimos separarnos y dejar escapar el aire contenido.

– ¿Por qué has dicho eso? No hacía falta darle pistas. – Susurré por si María seguía escuchando detrás de la puerta.

– Perdón, me puse nerviosa y…, lo siento… joder. ¡Qué pesadilla de mujer! – Respondió Mónica mientras nos vestíamos y volvíamos a la realidad.

Y nos besamos por última vez antes de que mi furtiva amante saliera por su cuenta del baño, encontrándose en la salida a la detective metomentodo plantada e iniciando una pequeña discusión con ella, que hizo que ambas se alejaran de allí.

Me quedé un buen rato encerrado recuperando la compostura antes de salir, y finalmente cuando aparecí y me reuní con el resto del grupo, entre las que estaban las dos chicas de esta historia, tuve que soportar miradas inquisitoriales de sospecha de una, y una fingida apariencia de importarle una mierda mi existencia de la otra.

Aquella situación me agobió un poco, así que me propuse darme una vuelta y entretenerme mirando las estrellas sentado en una calle escondida.

Necesitaba aire fresco.

Nadie contaba conmigo ya. Y de hecho fue solo cuestión de una media hora que se hiciera evidente. María y el novio de Mónica salieron riéndose juntos por la puerta trasera del local sin notar mi presencia y empezaron a enrollarse.

Aquello explicaba muchas cosas, pero ninguna que no hubiera sospechado antes. Y es que siempre estuve seguro de que ese deseo de sorprendernos que tenía María, nacía de que se estaría acostando con aquel tío y buscaba la manera de quedárselo para ella sola.

Me escondí detrás de unos vehículos y vi como empezaban a calentarse. Así, sin pausa, las manos del tipo pronto estaban manoseando las grandes tetas que ella tenía. Estaban como locos, apoyados sobre un coche, y no tardaron en, tras asegurarse de que nadie pasaba por allí mirando a un lado y a otro, apartar el mínimo de ropa necesario, y colocándose María de forma que ofrecía su trasero, empezar a follar sin ningún tipo de discreción en uno de esos polvos rápidos que terminan con unas cuantas embestidas descontroladas, algunos gemidos apresurados y una corrida dentro que quedaba recogida en el condón que en algún momento se había puesto el.

Me pareció un desahogo que podría haber ocurrido en más ocasiones. Pero no tenía pruebas.

Después de aquello, María encendió un cigarro con aparente rostro de frustración, mientras contemplaba a su amante limpiarse con frialdad y girarse hacia la puerta para volver al garito. La puerta, sin embargo, se abrió antes de lo esperado y dejó escapar el sonido de la estridente música electrónica al exterior. Sin embargo, desde donde me encontraba, la hoja del portón tapaba la persona que la había abierto, aunque viendo las caras de los dos protagonistas del polvo callejero me lo pude imaginar.

El novio de Mónica pareció apartar la cabeza a un lado soltando un bufido chulesco de desaprobación y volvió a meterse al antro cerrando la puerta insonorizada y dejándonos de nuevo el silencio… Y sobre todo permitiéndome ver quien acababa de hacer acto de presencia.

No hará falta decir que se trataba de la propia Mónica.

Ella y María se miraron calladas unos instantes, en medio de una incómoda tensión, mientras la segunda terminaba de dar las últimas caladas. La chica gótica no llegó a ver nada explícito de lo que acababa de ocurrir, pero era evidente por qué estaban los dos allí y seguramente el humo del tabaco no era capaz de tapar el olor a sexo de aquel momento.

– ¿Has visto a Matt? – Terminó por preguntar Mónica a su, ahora seguramente ex amiga, que seguía apoyada en un coche.

Y la contraria hizo una mueca al tiempo que decía que no con la cabeza y se ponía en movimiento hacia la entrada del local.

– Espero que no pretendas ahora hacerte la victima cuando todos sabíamos lo que estaba pasando. – Le reprochó María sin dejar de caminar cuando estuvo a la misma altura que Mónica para que esta pudiera escucharle con claridad.

Y una respuesta final no quiso perder la oportunidad de salir de la sensual boca de su dueña antes de quedarse sola de pie en aquella fría acera.

– Tú siempre has creído saber más de lo que en realidad pasaba.

Y de nuevo el silencio nocturno… Hasta que salí de mi escondite y me aproximé a Mónica para tratar de consolarla. Sin embargo, mis labios se movieron un momento sin emitir sonido alguno antes de que ella se me adelantara para iniciar la conversación.

– Ya hace tiempo que lo sabía. No te preocupes, que estoy bien. – Dijo con los ojos vidriosos y mirando las estrellas.

– Pero…

– Lo único que me jode es que ellos no se estaban preocupando de ser tan discretos como nosotros. – Continuó en una especie de monologo.

– Hemos perdido mucho el tiempo escondiéndonos cuando era algo inevitable, y ahora es tarde.

– ¿Tarde? – Pregunté apenado por lo que le estuviera pasando por la cabeza de mi amiga.

– Mi padre ha encontrado trabajo en otra ciudad y quiero seguir estudiando. – Me miró por fin. – Aun no puedo mantenerme sola, así que me mudare con mi familia.

– ¿Muy lejos? – Inquirí con mis preguntas cortas, limitadas por mi nerviosismo del momento.

– No lo sé aun, pero lo mejor para mí, en este momento, es que fuera lo más lejos posible de aquí.

En ese instante me sentí un poco menospreciado y no acababa de entender aquellas palabras, pero no acerté a pedir las oportunas explicaciones.

– Tranquilo. – Dijo finalmente. Y después de besarme y dedicarme una sonrisa que parecía forzada por enfrentar su estado de ánimo real, añadió: – Nosotros siempre estaremos conectados a través de la línea telefónica.

Y se metió de nuevo en el local de la fiesta dejándome en la calle con mis pensamientos.

Un poco jodido. Un poco más furioso. Mucho más preocupado.

Esa noche en el grupo ya no cruzamos miradas y cada uno se fue más o menos por su lado, aunque por supuesto en los bandos que se organizaron tras “el incidente”, Mónica y yo habíamos quedado en la oposición, por lo que tuve que salir del banquillo y acompañarla a casa por si se sentía mal.

Me gustó caminar a su lado a pesar de que casi no hablamos nada durante el trayecto y al llegar a su portal, me despidió con dos besos en las mejillas.

Con el tiempo se olvidó aquella noche y recuperamos nuestras conversaciones a distancia, pero esa distancia era ahora tan grande y tan real, que resultaba pesada como una losa. Además, el proceso ya había comenzado y quedo roto. Nos empezó a faltar lo físico, lo real, aquello que habíamos empezado a descubrir y necesitábamos.

Fue por aquello por lo que terminamos por perder el contacto definitivamente.

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