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Mi instructor de manejo
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Siempre me ha gustado conversar con gente grande, así que el día que tuve mi primera clase de manejo, me sentí cómoda al ver al instructor. Claudio tenía unos 55 años y una personalidad un tanto particular; desde que me subí al asiento del acompañante, mantuvimos un buen humor que nos hizo llevadero cada encuentro. Cuando escuchaba en la radio del auto un tema que le gustaba, lo ponía a todo volumen y cantaba muy animado.

Uno de los que más sonaba, decía: "… cuando te des cuenta, ya lo habremos hecho". Yo, entre incómoda y curiosa, me preguntaba si tal vez sería una indirecta para mí.

Así pasaron las prácticas hasta que llegó la penúltima clase. Yo todavía estaba con algunas dudas sobre el aparcamiento y quería intentar un poco más antes de presentarme a sacar la licencia. Pero fue Claudio quien me dijo: "te voy a dar mi celular y cualquier cosa que quieras preguntar, me podés escribir". Yo la verdad no sabía si era un ofrecimiento amable o una insinuación, pero, la verdad, en los últimos días había estado pensando en la posibilidad de hacerlo con él.

No era un tipo especialmente atractivo y casi que me doblaba la edad; pero después de varios años separada, aunque el corazón seguía ofuscado, el cuerpo me reclamaba compañía. Así que, pocas cuadras antes de regresar a la escuela de manejo, me arriesgué.

–Claudio, puedo preguntarte algo?

–Decime –contestó en un tono neutro.

–Vos estás casado?

–Venite mañana a las 10 –fue toda su respuesta.

Evidentemente pensábamos lo mismo, pero él, a riesgo de complicar su trabajo, había estado esperando alguna señal. Al día siguiente simularíamos que era una nueva clase de manejo e iríamos, por fin, a sacarnos las ganas mutuamente.

Me preparé como para una ceremonia que hacía mucho tiempo, demasiado ya, no vivía. Me depilé con cuidado y me puse, debajo de mi ropa normal, un conjunto de encaje blanco para sorprenderlo. Unos minutos antes de las 10, estaba caminando por la misma cuadra donde iba a tomar mis clases para que me recogiera.

Apenas me vio, Claudio me abrió la puerta del auto sin decir una palabra, pero sonrió ligeramente y puso la música fuerte como de costumbre. Yo estaba algo tensa pero expectante, hacía mucho que no tenía una buena sesión de sexo y esta vez quería que fuera con un hombre con experiencia, que supiera bien lo que tenía que hacer.

En pocos minutos llegamos a su departamento; suavemente empezó a besarme mientras me acariciaba la espalda y yo me dejé hacer. Me sacó la ropa de arriba con dos movimientos rápidos y acto seguido, me desprendió el corpiño. Empezó a masajearme las lolas con ambas manos sin dejar de meterme la lengua en la boca: ¿cómo hacía este hombre para saber exactamente lo que me gustaba? Mientras tanto, yo solo atiné a posar la palma de la mano sobre su pantalón para sentirle en toda su extensión el miembro erecto y anticiparme al placer de que me lo metiera entero.

Yo empecé a jadear, entonces Claudio decidió ir más allá y bajó una mano para acariciarme despacito con dos dedos por debajo del jean. Iba y venía, sin apuro, como alguien que sabía lo que hacía. Entonces de pronto levantó un poco la mano y fue por dentro de mi ropa interior; apenas le bastó un roce para comprobar lo mojada que estaba y entonces sí, metió apenas las puntas de los dedos en mi vulva y casi que me obligó a retorcerme de placer y rogarle que me lo hiciera.

Inmediatamente me quitó el jean e hizo lo mismo con lo suyo. Sin ser brusco pero de forma resuelta, me empujó sobre su cama boca arriba y me penetró de una forma deliciosa, con buen ritmo, besándome hasta lo más profundo de la garganta y con las manos conteniéndome por detrás: a la antigua, sin recursos raros pero como todo un caballero, como el tipo entrado en años que era, haciéndome sentir el máximo placer, hasta que escuchó mi largo orgasmo y, sin dejar de ocultar su satisfacción por el trabajo bien hecho a su alumna, eyaculó él también.

Volvimos los dos como si nada a la escuela de manejo y nos despedimos hasta la siguiente clase; en esta no había agarrado yo el auto, pero sí que me había dado cátedra sobre cómo tratar a una mujer.

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