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Fui infiel y me enamoré del ciclista colombiano
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Como cada domingo, salí temprano para comprar el pan, los tamales y la salchicha de huacho para el desayuno. Cuando tomé el ascensor me encontré con un vecino, al que no había visto antes, con malla de ciclista. Me dijo “buenos días” y en el acento descubrí que era colombiano. Alcancé a decirle “buenos días vecino” y llegamos al primer piso.

Unos días después, me lo volví a encontrar en el ascensor, yo salía al trabajo y él igual, esta vez vestido con elegancia, de camisa y saco. Me pareció un hombre mucho más atractivo vestido así que con su traje de ciclista. Nos saludamos, igual que la vez anterior, y cada uno por su lado.

Me lo volví a encontrar otros días. Salíamos a la misma hora al trabajo y, por varios meses, nos cruzábamos dos o tres veces a la semana. Nunca pasamos de un “hola, buen día”. Finalmente coincidimos otro domingo. Igualmente, él en los pantaloncitos ajustados de ciclista. Por la posición en la que estábamos en el ascensor, a diferencia de la vez anterior, pude apreciar su bulto genital. Me sorprendió el abultamiento y seguro mi rostro lo demostró pues se despidió con un “que tenga un gran día vecina” en un tono que me sonó muy lascivo.

Desde ese momento las comunicaciones se hicieron más fluidas al encontrarnos. Hablábamos incluso caminando de salida del ascensor. Intercambiamos números y comenzamos a chatear por el WhatsApp. Era casado, pero su esposa estaba en Colombia. Estaba en Lima por trabajo, se quedaría por un año y ya iban como 8 meses.

Como ya tenía el bicho del deseo creciendo en mí, le pregunté, con toda la mala intención de fondo, como le había ido con las peruanas. Me dijo que mal, muy mal. Que no había conocido una con la que congeniar. No le creí obviamente, pero me dio pie para la entrada triunfal “que extraño, eres un hombre muy atractivo”. Con esa entrada ya todo fluyó.

En dos semanas ya estábamos en la cama. En un hotel a una distancia media del edificio donde vivíamos. No me decepcionó. El tamaño de su pene en directo y sin ropa de por medio, era tal como lo imaginaba al verlo en su trajecito de ciclista. Su cuerpo era firme, y realmente era un goloso del sexo oral. Podía tenerme muchos, pero muchos minutos gimiendo de placer con su lengua en mi concha y en mi culo. Eso me encantaba y tuve muchísimos orgasmos sin que me penetre. Cuando lo hacía, ya estaba en el clímax perpetuo y me ponía como loca con su verga adentro.

Cuando se aproximaba su partida iba sintiendo pena de perderlo. La última semana vendría su esposa a Lima y eso me ponía celosa, furibunda, trataba de no enturbiar nuestros momentos juntos con mis rabias, pero me iban consumiendo. Pero sabía que se iría y que no lo volvería a ver. No había perspectiva. Él tenía dos hijos chicos, yo dos hijos también. Vidas hechas y, además, estuvo claro todo el tiempo que lo nuestro sólo era sexual. No soy una mujer fea, pero tampoco soy de una belleza o cuerpo que aloque a los hombres. Nunca me enseñó una foto de su esposa y nunca lo stalkee en redes. La imaginaba una colombiana hermosa y sensual, y prefería no sufrir viéndolo con ella.

Quise tener con él una despedida inolvidable. Y no sabía que hacer. Alguna vez me mencionó que una de sus fantasías era hacerlo en mi departamento. Pero resultaba imposible, con mi esposo trabajando desde casa, mis dos hijos chicos y la doméstica. Estuve pensado como agasajarlo durante nuestra última semana juntos y nuestro último martes sucedió el milagro.

A media mañana, nuestra doméstica me pidió permiso. Acepté. No le di importancia. A media tarde mi esposo me dijo que quería salir con los niños al cine, a ver una de esas películas de super héroes que no me gustan. Le dije que vaya tranquilo, que yo me quedaría en casa avanzando mis cosas. Coordinando horas con mi esposo, me di cuenta que tenía unas dos horas seguras para un encuentro sexual con Marcelo (mi colombiano). Luego de confirmar y reconfirmar que mi esposo tenía los tickets del cine, recién le avisé a Marcelo.

Me dijo que terminaba una reunión y volaba a nuestro edificio. No podía cancelarla, pero si podía acelerarla. Igual, entre que terminaba y llegaba nos quedaba casi hora y media juntos en casa. A solas. Cumpliendo su fantasía y mi deseo de complacerlo con una despedida inolvidable.

Llegué a casa poco antes que salieran mi esposo y mis hijos. Me quedaba como una hora para alistar todo y ponerme lo más linda posible para Marcelo. Me depilé. Me duche. Saque un baby doll que alguna vez me regaló mi esposo y nunca había usado. Me peiné. No me maquillé ni me puse labial. Cuando tocó la puerta, le abrí, así sólo en baby doll y lo vi deslumbrarse. Me sentí muy feliz. Demasiado feliz. En mi casa con el hombre que me había llenado de ilusión los anteriores dos meses.

Me besó. Lo bese. Nos besamos. Estaba dichosa por el momento inesperado. Me abrazó y me atrajo hacia su cuerpo. Sentí que nuestros corazones latían juntos y fui feliz. Sus manos bajaron por mi cintura y se adueñaron de mis nalgas. Las apretó con fiereza y sentí como mi concha empezaba a humedecerse por sentir a mi hombre fuerte explorando mi cuerpo.

Me llevó al sofá de la sala. Con sus manos me acomodó como perrita. Se arrodilló detrás de mí, levantó el baby doll y me sacó la tanga. Se dedicó a lo que le encantaba y me ponía loca, hacerme el oral. Así, de perrita en mi sala, exploró a sus anchas mi concha y mi culo. Tuve un orgasmo y otro. Mientras lo hacía se iba desnudando. De pronto ya estaba de pie, detrás. Separó mis nalgas tiernamente con sus manos y directamente, sin esfuerzo, sin mayor presión, ingresó en mi culo que lo esperaba. Con el movimiento de sus caderas me hizo volver a llegar y él se vació dentro.

Se separó de mí. Me puse de pie. Sin más palabras me cargó y me llevó a mi habitación. Como una novia llegando a casa luego de la boda. Tuvimos sexo de pareja, de esposos, con palabras tiernas. Con declaraciones de amor. Le dije que lo amaba y en ese momento lo sentía. Me dijo que él también, quizás mentira, quizás verdad, no me importa ahora. Al terminar nos abrazamos. Lloré en su pecho. Sabíamos que todo había terminado.

A los dos días llegó su esposa. Como la vida a veces es cruel, una mañana abro el ascensor y los encuentro bajando. No era la colombiana despampanante que imagine. Era varios años mayor que él y muchos más que yo. Muy gorda y sin gracia.

Lloré toda la mañana en la oficina.

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