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Fantasía de tres tríos (primer trío)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Cuando terminé de escribir mi primera fantasía, inconscientemente ya estaba preparando esta segunda. Aclaro que, después de que Miguel, mi marido, me dio el mañanero, me fui con Mario, un compañero muy cogedor del trabajo, para darnos gusto en el motel. Después llegué a casa y en la noche mi marido y yo concluíamos con un polvo antes de dormir y se dio el siguiente diálogo:

–Tu panocha olía y sabía riquísima. Ya me la imagino cómo la dejé ahorita, mañana en la mañana quiero chupártela. También imagino cómo te quedaría con dos o más leches distintas –confesó.

–Eso de que me coja otro sólo me lo has dicho cuando me estás cogiendo, y supongo, porque quieres calentarme con la calentura que en ese acto tienes, pero en este momento, me suena extraño. ¿De veras quieres que me coja otro junto a ti? –pregunté azorada.

–Sí, he imaginado verte cogiendo con otro, y que después de que te deje cogida, meterte la verga y resbalarme en tu pepa para darte toda la carga de mis huevos –contestó mientras me dedeaba la panocha.

–¿Y ya has pensado en quién te va a dar ese gusto? –dije jalándole el pellejo del falo.

–Sí, pero no sé si tú quisieras a alguien en particular –preguntó, abriendo otra posibilidad.

–¿Ya has hablado con el que tú pensaste? –pregunté asombrada.

–Aún no, pero si tú quieres, sugiéreme a alguno de mis amigos, o de los tuyos… –expresó.

–Mañana sábado, después de que te tomes tu atole, seguimos platicando –dije y le di un beso en la nariz, reseca por los jugos que abrevó.

En la mañana, mientras Miguel desayunaba su atole y yo gozaba de sus chupadas, también pensaba en el trío que él quería hacer. Al terminar de chuparme, volvió a la carga con el mismo asunto que dejamos pendiente la noche anterior.

–¿Quieres saber en quién pensé para que te cogiera? –preguntó cariñoso.

–Sale, dime cuál de tus amigos quieres, y después veo cuál de los míos me gustaría –dije para dejar esa puerta abierta, aunque yo ya sabía a quién se lo pediría.

–En Roberto, mi amigo desde que fuimos estudiantes –contestó entusiasmado.

–¡Achis! No es feo, pero ¿por qué él? –indagué, habiéndolo recordado.

–Siempre le gustaste. Desde que éramos novios tú y yo, él me apremiaba a que ya te cogiera, porque si él fuera el novio ya te habría convencido acariciando y mamando tus chiches, “¡Está buenísima la chichona! Si no te la coges tú, dame chance de convencerla…” –me contó algo que yo no sabía, pero sí me daba cuenta que cuando nos veía Roberto, lo primero que hacía después de sonreírme con el saludo, al besar mi mejilla, volteaba a ver la línea de mi pecho.

–Pero ya ha pasado mucho tiempo, estoy pasada de peso y mis tetas cuelgan más por lo bofas –le señalé–. Además, Roberto se divorció hace tiempo y seguramente tiene una mejor con quién coger.

–¡Será lo que quieras!, pero el otro día que estábamos tomando, y se le pasaron las copas dijo que me envidiaba porque yo tenía una mujer que se puso más hermosa y buenota con los años. “Cógetela mucho, te la mereces, amigo”, insistió.

–¿Te dijo que quería coger conmigo? –pregunté pensando en que ya lo habían platicado en plan de borrachos.

–No, pero con esos comentarios, ¿piensas que él no va a querer? –afirmó, más que preguntar.

–Pues él siempre se ha portado muy correcto conmigo, aunque sí me lo he cachado queriendo ver algo más cuando me agacho…

–Sí es buen cuate, ¡se merece que lo invitemos a nuestra cama! –exclamó entusiasmado.

–Pues si quieres compartirle a tu mujer, está bien, pero ¿qué pasa si yo quiero a otro, o a otra, para compartirte? –pregunté para apartar mi lugar.

–Si cogemos con Roberto, luego me dices a quién quieres tú –prometió y yo lo di por hecho.

Dimos una rica cogida donde Miguel me contaba lo que me estarían haciendo él y Roberto. Luego me pudo en cuatro sobre la cama y poco a poco me fue metiendo el pene en el culo.

–Le pediré que te coja así y me la jalaré viéndolos comportarse como perritos –decía cada vez que lo metía.

–Sí, mi amor, pero cuando ya te vayas a venir, me echas el semen en la cara y en la boca –le contesté.

–¡También te lo echaremos en las tetas, puta! –gritó al venirse.

Quedó quieto, montado en mí. Me gustó verlo en el espejo del peinador: su cara sudada, recargada en mi espalda y la boca abierta tomando aire a bocanadas; yacía agotado, exangüe con las manos colgando a mis costados. Su pene se salió y se dejó caer. Me acerqué y sobre su cara moví rítmicamente las tetas, él sólo sacó la lengua para que mis pezones la acariciaran. “Estas chiches les gustan a muchos, y se las daré a probar…”, me dije, pensando en Roberto, Mario y otros cuyos ojos he visto rodar por mi canalito, como bolas de boliche en un tiro fallido.

Dormimos un poco, antes de levantarnos a bañar. No hubo más comentarios respecto a la posibilidad del trío, tampoco en tres días más.

El miércoles en la mañana me dijo que vendría tarde, pues había quedado de verse con alguien. “¿Será alguna güera nalgona?”, le pregunté. “No, pero sí tiene que ver con una tetona”, me dijo dándome un beso al despedirse, apretándome ambas tetas.

Esa noche, cuando llegó le pregunté cómo le había ido en su reunión.

–Muy bien, ya te conseguí una verga más para el sábado, pero seguramente la usarás desde el viernes en la noche –me contestó y supe que había hablado con su amigo.

–¿Roberto? –pregunté después de darle un beso en la mejilla.

–¡Sí! El pobre estaba que no lo creía. Me reclamó de que lo estuviera bufoneando por lo que me había dicho la ocasión anterior sobre ti. Insistió en que no quiso ofenderme al decir que tú estabas bonita y buenota, “aunque es verdad” reiteró apenado bajando la vista.

Yo escuchaba asombrada y seguramente con la boca abierta lo que Miguel me contaba.

–“¿Quieres cogértela o no?”, le pregunté a Roberto. Él se quedó callado, temiendo ofenderme –dijo y yo imaginaba a Roberto tímido por no causar una ofensa a Miguel– “Ella y yo estamos de acuerdo en compartir contigo nuestra cama todo el fin de semana”, le dije y sus ojos brillaron, apareciendo además una sonrisa en su cara, lo cual no dejaba dudas de su alegría.

–…Y dijo que sí –concluí.

–Pues no, no dijo nada, seguía callado, no lo creía. “Es que, tal vez tú termines la amistad conmigo”, expresó por fin después que lo apremié a contestar. “No, cojámonosla, ella quiere sentir dos vergas, y qué mejor que sea la tuya pues le tienes ganas”. Después de eso, dijo “Sí, démosle duro hasta quedarnos todos dormidos”. “Cada uno mamándole una teta”, le aclaré, “pues así duermo yo” –dijo y yo me carcajeé.

–Voy a tener dos bebitos, como si hubiese parido gemelitos –dije alegremente y me los imaginé mamando…–. Voy a preparar una rica cena para darle la bienvenida a Roberto, también yo quedaré bien venida –precisé, “Y yo también”, me aclaró Miguel.

Por fin llegó la noche del viernes. Me puse un vestido blanco muy escotado, sin sostén ni pantaletas ni medias, los pezones resaltaban pues el vestido perdía lo albo en esa zona, y en la de mi triángulo. Me sentía la puta más hermosa del burdel. “¡Hasta parece que no quieres que cenemos otra cosa! Dije ponte guapa y coqueta, pero…” exclamó Miguel al verme cuando salió de bañarse y se le paró la verga. Se veía antojable, así desnudo y de pito parado. Me agaché para tomarlo de los huevos y darle unas mamaditas en el glande. “Tú también te ves muy antojable”, contesté y me retiré hacia la cocina.

Me tocó abrir la puerta cuando timbró Roberto ya que mi marido estaba en el piso superior. Traía un ramo de rosas y una botella.

–Buenas noches… ¡Oh…! –dijo mirándome de arriba abajo, y aún con la quijada colgando por la sorpresa de mi vestimenta, me extendió el ramo que despedía su bella fragancia.

–Buenas noches –dije aceptándole las flores, las cuales olí y le di un beso en los labios.

–¡Oh! –exclamó otra vez, sorprendido por mi recibimiento, ya que después del beso lamí sus labios, y le di otro beso más.

–Además, al rato te voy a comer… –le dije agresiva y coquetamente, él sonrió, pero se enrojeció su rostro vergonzosamente pues esto último lo había escuchado Miguel quien ya había bajado.

–¡Bienvenido, amigo! –le dijo mi marido a Roberto dándole un abrazo y recibiendo la botella de licor.

Ellos conversaron un rato en la sala y yo fui a atender los últimos toques de la mesa, antes de servir la comida. La cena estuvo tranquila, aunque la mirada de Roberto iba con mucha frecuencia a mi pecho. Lo mismo pasaba con mis caderas y el regazo al pararme para llevar los platos usados y traer las vituallas que seguían. Miguel sonreía al ver cómo Roberto me seguía con la mirada y se recomponía cuando me perdía de vista. “Sí, está bien buena”, le dijo mi marido. Seguramente Roberto se apenaba, eso no lo veía yo, pero lo imaginaba, dado su carácter.

Al terminar, les sugerí que fuéramos a la sala para tomar el café y alguna copa de lo que les apeteciera. Ellos caminaron hacia allá con las tazas de café en sus manos y yo levanté los trastos que quedaban. Obviamente no los lavé, pero sí les quité los restos de comida y los puse en remojo. La tarea del lavado le corresponde a Miguel.

Yo no tomé café en la sala y me limité a colocar los vasos y las copas para la bebida, agachándome graciosamente al ponerlos en la mesa de centro. Los ojos de Roberto parecían salírsele de las órbitas al verme, pero el vaho del perfume que rebosaba del pelambre de mi panocha, lo mantenía con la verga tiesa que no lo podía ocultar. Cuando cada quien ya tenía su trago en la mano, mi marido me sentó en sus piernas.

–Tomemos, Roberto, aunque en este tugurio sólo hay una dama, vamos a compartirla como buenos amigos. ¡Salud por mi bella esposa! –dijo Miguel.

–¡Por tu mujer de belleza inmarcesible! –dijo Roberto, poniéndose de pie y levantando su copa. Ja, ja, ja, se veía hermoso con el notorio bulto que parecía una casa de campaña.

–¡Salud, por los cuernos que hoy estrenará mi marido y el fiel amigo que le hará el favor de coronarlo! –dije alzando mi vaso tequilero, vaciándolo de golpe. Obviamente no sería la primera cornamenta de Miguel, así que, en silencio, también brindé por Mario.

Todos apuramos el contenido de nuestras respectivas bebidas. “¡Pongámonos cómodos para el siguiente trago!”, gritó mi marido haciéndome levantar y me alzó el vestido para quitármelo. Yo sólo elevé los brazos para que lo lograra sin obstáculos y quedé desnuda. Roberto se sirvió más coñac, pero cuando iba a llevarse la copa a la boca, mi marido lo interrumpió.

–Para los siguientes tragos, incluyendo los de copa “D”, hay que estar encuerados –le ordenó antes de comenzar a desvestirse.

Roberto estaba impactado, no me dejaba de ver, se quedó inmovilizado y con la copa en la mano. Me acerqué a él para quitarle el coñac y dejarlo en la mesa de centro. “¿Te ayudo?”, le dije, pero él seguía mirándome y con el pito tieso. Le desabroché la camisa, le di unos apretones en el tronco del falo y volví a preguntarle “¿Te ayudo a desvestir?” No me respondió. Rápidamente, y sin dejar de mirarme a los ojos, se quitó la ropa en un santiamén y le regresé su copa. Mi marido me abrazó por detrás, y me volvió a sentar en sus piernas penetrándome limpiamente. Todos estábamos bien calientes.

Roberto se sentó para ver cómo me cogía mi esposo mientras que paladeaba su coñac disfrutando el espectáculo. Su pene chorreaba presemen y le dije a mi marido que yo se lo iría a limpiar. “Sí, mamita”, dijo, saliéndose de mí al ponerme de pie. “Ve con él”, ordenó y me dio una nalgada para animarme.

Llegué directamente a saborear el presemen de Roberto. Él me acarició las tetas con suavidad mientras yo le chupaba el glande. Como pude, me senté de frente a su cara y me metí el palo en mi mojadísima oquedad; mis tetas quedaron a la altura de su cara, tomé una y se la ofrecí. La aceptó a dos manos y se puso a mamar. Yo me empecé a mover, bañándole los huevos con el flujo que me salía en cada vaivén. Roberto cambió de teta cuando Miguel se acercó a mirar sin dejar de jalarse la verga, la cual me acercó a la boca. Se la chupé a mi marido dejándole que me fornicara por la boca. En pocos minutos, nos vinimos todos. Primero Roberto, luego Miguel, quien me llenó la boca, tragué una parte y el resto se lo di a Roberto cuando lo besé, moviéndome más rápido, viniéndome cuando él enredó su lengua con la mía para saborear mejor la lefa que yo le había dado.

Desguanzados y abrazados, nos subimos a la recámara donde la cama nos esperaba. Miguel me tumbó en ella, y abrió mis piernas que habían quedado colgando. Hincado en el piso, él metió sus manos bajo mis nalgas y se puso a chupar mi flujo con el abundante esperma que había vertido Roberto al venirse cuando me senté en éste.

Por su parte, Roberto se puso a jugar con mis tetas, masivas y blandas: las recogía desde mis costados para llevarlas al centro de mi pecho; entonces él me chupaba los dos pezones juntos, jalándolos verticalmente, y soltaba las tetas para que el peso le arrebatara de la boca las puntas; Varias veces hizo esto Roberto y yo me venía por las mamadas de panocha que me daba Miguel.

Para descansar, los acosté juntos y me puse a mamarles la verga: iba de uno a otro, hasta que les dije “júntenlas”, me voy a meter las dos. No se pudo. Me metí entre ellos y les dije que quería que me hicieran sándwich. Miguel me lo metió en la panocha y Roberto empezó a trabajarme el ano para que ingresara su palo: metía un dedo dentro de mi panocha, acariciando el tronco de mi marido y al sacarlo lo metía en mi ano, luego hizo lo mismo con la otra mano. Sacó los dos dedos de mi cola y comenzó la penetración del falo.

¡Sí! se sentían los dos entre mis paredes de intestino y útero. Se movieron bastante, porque me dejaron mojada de sudor antes de que todos diéramos constancia líquida de nuestros orgasmos. Dormimos como yo quería: uno en cada teta.

Al amanecer, Roberto, simplemente se subió en mí, se agarró con firmeza de mis chiches y se movió hasta venirse. Yo me desperté desde que sentí encima su cuerpo y adentro su miembro. A las primeras oscilaciones, comenzaron mis orgasmos que concluyeron con el de Roberto que acompañó con un grito: “¡Estás buenísima!”

–¿Te gustó la chichona puta? –dijo desde la puerta mi marido, quien traía una charola con una jarra de jugo y unos vasos.

Mi marido nos sirvió el jugo en las mesas de servicio en la cama, diciendo “Voy por lo demás”. Regresó con unos huevos guisados con tocino y frijoles refritos, los cuales puso también en las mesas. “¿Se les ofrece algo más a los cogelones?”, preguntó. Nosotros sólo negamos con la cabeza y él salió a terminar de lavar los trastos de la noche anterior y a desayunar algo. Después regresó para llevarse los trastos y pronto estuvo de regreso. “Quiero atole” dijo y me destapó para ponerse a chupar mi vagina y darme verga en la boca. Roberto no dejaba de jalarse la verga mientras nos veía. Estuvimos en la cama hasta el mediodía que bajamos a preparar algunos bocadillos para la comida.

En la tarde, Miguel puso música bailable en el aparato de sonido y la bailamos de cachetito y vientres pegados. Roberto se puso atrás de mí para penetrarme, pero tuve que agacharme para chuparle el pene a Miguel. Cada golpe de pubis en mis nalgas, se reflejaban en un tirón de chiches, y en una lanzada a la campanilla de la garganta. Además de recibir mucho semen por ambos lados, terminé mareada y con arcadas. “Putos, deberían tratar mejor a una dama, aunque ésta sea muy puta” expresé al acostarme en el sofá. Prendieron la TV en un canal porno “para ver qué nos faltaba de hacer”.

En la tarde y noche se hicieron todas las ocurrencias que tuvieron para cogerse a una chichona y yo quedé feliz, aunque muy adolorida: por el único lugar que no pude tener dos al mismo tiempo fue en el ano, por más que lo intentaron.

El domingo a las dos de la tarde, después que bañé a mis dos “niños”, quienes a la menor provocación me mamaban las tetas como bebés hambrientos, nos despedimos de Roberto asegurándole que en esta casa sería recibido con mucho gusto y, con amor si también estaba yo…

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