Nací y crecí, sin duda, en el mejor país del mundo. La moral primermundista seguramente nos mira con aires de superioridad, pero yo no preferiría haber nacido en ningún otro lugar. Este pensamiento lo tuve siempre por diversos motivos y a pesar de muchas cosas, pero este último 18 de diciembre pasó algo increíble para mi generación. Bueno, para todas las generaciones, pero especialmente para los que conformamos el grupo de personas que no existía ni en los planes en 1986.
Luego de un partido que nos representa como ningún otro (arranque eufórico, sufrimiento, tiempo extra, 3 goles por equipo, atajada épica de nuestro héroe que nos llevó a penales y luego nos los hizo ganar, y finalmente la gloria después de 36 años), el país se paró en éxtasis.
Yo, que hace años no vivo en Buenos Aires, por supuesto que viajé para verlo allí con mis amigos de siempre, y para estar bien cerquita del mayor festejo que pudiera conseguir. ¿Quién sabe si voy a volver a ver a Argentina campeón? O lo que es menos probable: a Messi campeón.
No podría ni empezar a buscar palabras que expliquen el nivel de euforia que se vivió en mi ciudad, pero quizás pueda encontrar algunas que cuenten mi amor fugaz mundialista. Y no le digo amor porque haya trascendido, sino porque todo aquel día se sentía así, y este encuentro no fue la excepción.
Luego de ver a Lionel levantar la copa dentro de una pantalla de 50 pulgadas, armamos un fernet con coca gigante adentro de un bidón (idea con la que no estuve de acuerdo ya que al llegar a destino estaba caliente y horrible), y salimos caminando desde el barrio de Almagro rumbo al centro del caos: el Obelisco. Junto con 10 amigos y 5 amigas, caminamos las 50 cuadras que nos separaban del lugar. El clima que se vivía era de fiesta, de alegría masiva y compartida. Aquel día varios millones de personas salieron a las calles de Buenos Aires para vivir el mayor y más unánime festejo.
En este contexto de excitación, llegamos finalmente al Obelisco. Allí se cantó, se bailó y se gritó con la poca voz que quedaba.
A diferencia del resto de los mundiales, esta vez se jugó en noviembre/diciembre, lo que hacía que la temperatura primaveral (casi veraniega) acompañara el festejo y lo convirtiera en un escenario perfecto. “Imaginate si hubiéramos salido campeones en junio”, decía uno de mis amigos. En nuestra fantasía no parecía tan linda la idea de festejar en invierno. Parecía que todo se hubiera dado de manera perfecta, que el universo hubiese obrado para que la gloria llegara como y cuando lo hizo.
Allí, entre una cantidad incontable de personas, lo vi. Tendría dos o tres años menos que yo, y medía varios centímetros más. Vestía unas bermudas de jean, zapatillas ya bastante sucias y la camiseta de Argentina que ya había quedado vieja, porque (como todas) tenía sólo dos estrellas sobre su escudo. Tenía el pelo castaño, corto a los costados y levemente más largo en el resto de la cabeza. Su tez era clara y sus ojos marrones. No había nada en él que a priori llamara demasiado la atención entre tantos seres humanos, pero sin embargo a cada rato lo buscaba para verificar que siguiera por ahí. Él estaba con algunos amigos, tomando cerveza y cantando las mismas canciones que la masa.
No sé realmente quién comenzó a mirar a quién. No estoy segura si yo me percaté de su existencia porque él me miraba, o si fue al revés. Lo cierto y lo único que realmente pasó es que después de cierto tiempo intercambiando miradas, me acerqué a pedirle fuego. ¿Por qué fuego si no fumo? Fuego porque lo había visto fumando, y porque era la única manera de acercarme sin exponerme demasiado. Le pedí un cigarrillo a uno de mis amigos y de la manera más relajada y desinteresada posible, me acerqué. Le toqué suavemente el brazo para llamarle la atención.
– Disculpame, ¿tenés fuego?
Me miró y sonrió levemente, mientras sacaba del bolsillo trasero de su bermuda un encendedor. Me prendió el cigarrillo como si viviéramos en 1950. Quizás fue sólo una cortesía o una forma de seducción, pero aquel fue mi pensamiento inevitable. Me reí y le agradecí.
– Gracias.
– ¿Me convidás una pitada? – me preguntó
Sin decir nada le pasé el cigarrillo. Le dio una pitada.
– Enzo – dijo mientras retiraba el pucho de su boca.
Primero pensé que hacía referencia a Enzo Fernández, jugador de la selección, y sentí que me había perdido parte de la frase. Debo haber puesto alguna cara extraña, porque aclaró:
– Enzo me llamo. Es una forma de decirte que quiero saber tu nombre – dijo burlándose amigablemente mientras me devolvía el cigarrillo.
– Candela. Te lo regalo. – le dije, haciendo referencia al cigarrillo.
Me miró sin entender.
– Era una excusa, pero no fumo.
Noté en su expresión que se sentía halagado, pero no respondió.
– Vení, acompañame. – dijo agarrandome con la mano que le quedaba libre.
Hice un gesto a mis amigos para que no me buscaran, pero no pareció importarle a nadie que me alejara del grupo. Salimos un poco del centro del caos. Me sentía bien por estar en un lugar donde corriera más aire. Nos acomodamos al lado de un poste de semáforo.
– Necesitaba respirar un poco -dijo
– Sí, la verdad que sí. – respondí mientras me apoyaba contra la pared.
– ¿Me querés contar por qué la excusa del cigarrillo?
Me reí.
– No sé, un impulso. Sentí que nos mirábamos y no quería quedarme con la duda.
No respondió. Me miró fijo mientras fumaba su (mi) pucho, como si estuviera leyendo algo en mi cara.
– Y a qué conclusión llegaste?
– Todavía a ninguna, pero elegiste traerme a tomar aire acá así que me tengo fe. Capaz si despliego todos mis encantos te robo un beso por lo menos.
– Ya debería estar percibiendo tus encantos?
– Me ofendés – dije respondiendo a su broma.
Antes de que pudiera decir nada más, se acercó y me besó. Sentí el éxito de mi jugada.
Su lengua tenía gusto a cerveza y cigarrillo. Pasé mi mano por su nuca y lo besé con mayor intensidad. Él me tomó de la cintura y me acercó a su cuerpo. Nos besamos unos segundos más, hasta que de repente sentí un líquido cayendo sobre nosotros. El beso se vio interrumpido y al mirar hacia arriba vimos a un tipo bastante borracho trepado en el semáforo que nos tiraba cerveza.
– ¡Que viva el amor mundialista! – gritó
Me divirtió la secuencia pero sentí que el momento se había cortado. A pesar de que me gustaba Enzo, estaba en el festejo de la Copa del Mundo y quería pasarlo con mis amigos. Me imaginaba que él pensaría lo mismo. Además, perderse en esa multitud implicaba pasar el resto del día sin encontrar a tu gente. Cuando estaba a punto de decirlo, empezó a hablar él.
– No voy a pedirte el número de teléfono. Me gusta la idea de que esto mantenga la mística mundialista. A las 22 h voy a estar en la esquina de Independencia y 9 de julio, a la salida del subte. No me respondas nada ahora. Te espero ahí, y si no llegás, fue un placer festejar esta Copa con vos. – dijo y me dio un último y breve beso.
Sólo llegué a asentir. Enzo me sonrió por última vez y desapareció entre la gente. Me quedé inmóvil unos segundos pensando en lo que acababa de pasar, y busqué a mi grupo. Estaban un poco más alejados de donde los había visto la última vez, por lo que no volví a ver a Enzo esa tarde. Sin embargo, a cada rato volvía a pensarlo mientras miraba la hora. No sabía si ir a su encuentro o si debía dejarlo así, como una anécdota. Finalmente llegué a la conclusión de que no iba a decidir nada hasta las 21:45, y hasta ese momento sólo disfrutaría.
Luego de varias horas de festejo y mientras hablábamos de comida en la vereda con mis ya hambrientos amigos, chequeé la hora y vi que eran las 21:30. No había pensado en él durante varias horas, pero de repente me sentí nerviosa. Ya aquel beso previo se sentía lejano y no sabía si él también lo sentiría así. No estaba segura de que tuviera sentido ir a su encuentro, y temía la humillación de llegar y que no estuviera.
Busqué apoyo en una de mis amigas que me convenció cuando me recordó que si él no aparecía tampoco se enteraría de que yo asistí. Hacelo por la anécdota, me dijo. Con su bendición me despedí y caminé las cuadras que me separaban de la esquina acordada. En mi cabeza temía que alguno de los dos se confundiera de calles, que esperáramos al otro en lugares distintos. Sos una boluda, Candela, cortala con las ideas de película. Venía pensando en estas cosas cuando me pareció verlo. Estaba en la esquina acordada, scrolleando despreocupadamente su celular con la mano izquierda y fumando con la derecha. Se encontraba con su espalda contra la pared y una de sus piernas flexionadas, apoyando la suela de una de sus zapatillas sobre la misma pared. Su imagen me transmitía tranquilidad. Parecía que esperara a su hermana o a su pareja de toda la vida. No había indicios de ansiedad en su postura o su gesto. Me sentí una boluda por estar nerviosa.
Cuando estaba cruzando la calle para llegar a él, levantó la vista y me vio. Inmediatamente me sonrió y sentí un nudo en el estómago. Podía ser que realmente me gustara ese desconocido?
– Viniste – dijo
– No confiabas? – le dije mientras llegaba a su lado
– Tenía fe – dijo y me besó
Ahora su boca tenía gusto a una mezcla entre cigarrillo, marihuana, fernet y chicle de menta. Mi boca seguramente tendría gusto parecido.
– Y ahora qué hacemos? El plan llegaba hasta acá – dije
– Tenés hambre?
– Muero de hambre, pero no hay nada abierto.
Los locales estaban cerrados porque había alrededor de 5 millones de personas en las calles, y los negocios corrían riesgo ante tal movilización de gente.
– Vivo a 20 cuadras de acá, querés ir? Puedo cocinar algo.
Tardé unos segundos en responder porque no sabía si era la mejor idea. Sin embargo seguí mi instinto y acepté. Caminamos hasta su casa charlando. Allí me enteré que tenía 24 años (cuatro menos que yo) y que era de Bariloche pero vivía desde los 18 en Capital Federal, donde había estudiado kinesiología. Era fanático de River Plate y tenía tres hermanos que vivían repartidos por distintos lugares del país y del mundo. Tenía también algunos sobrinos. Eso es todo lo que pude obtener de él durante el trayecto, y él obtuvo, por supuesto, alguna información similar sobre mí.
Al entrar a su departamento me sorprendió lo lindo y ordenado que estaba. Tenía olor a limpio y varios detalles que daban sensación de hogar. Algunas fotos de sus sobrinos, cuadros de Maradona, de Messi y de Marcelo Gallardo, DT de su club que acababa de anunciar su renuncia hacía pocos meses.
– Qué lindo todo. Sos más ordenado de lo que pensaba- le dije mientras me daba vuelta a mirarlo.
Él se acercó, y acomodándome el pelo detrás de la oreja me respondió:
– Ordené antes del partido por si conocía alguna chica que valiera la pena en los festejos – sonrió irónico
Yo por dentro me sentía una adolescente que se estaba enamorando de alguien que sólo la había hecho reír alguna vez.
– Qué hacemos? Comemos? – pregunté
– No sé vos, pero yo necesito una ducha urgente – dijo mientras se sacaba las zapatillas y las acomodaba prolijamente al lado de la puerta de entrada.
Yo venía pensando lo mismo en el camino, pero consideraba invasivo pedirle eso a un desconocido.
– Sí, la verdad es que soy un asco. – respondí
– Te querés bañar primero?
– Prefiero bañarme con vos si me invitás
Me sonrió mientras se sacaba la remera exageradamente para hacerme reír, y me la tiraba suavemente a la cara.
– Pará un poco que me enamoro – dijo y me levantó sobre su hombro.
Entró al baño conmigo cabeza abajo, para luego depositarme suavemente adentro de la bañera. Todavía estaba vestida, aunque había podido deshacerme de mis zapatillas en el trayecto hasta el baño. Abrió la ducha y comenzamos a empaparnos, mientras las prendas comenzaban a pesar. Toda esa secuencia se sentía como si nos conociéramos de toda la vida. Nos besamos bajo el agua entre algunas risas, mientras nos quitábamos parte de la ropa mojada. Un instante tardó en diluirse el clima jocoso, y el ambiente comenzó a calentarse más y más. Él estaba en bóxer y yo había perdido ya el short, quedando sólo con mi tanga celeste de encaje (celeste porque era la cábala de cada partido ganado) y mi camiseta de Argentina pegada a mi cuerpo sobre un corpiño negro, que no combinaba para nada con mi tanga.
Con una de sus manos Enzo apretaba mis tetas por encima de la ropa y con la otra acariciaba mi culo, desde mis nalgas hasta pasar suavemente sus dedos entre ellas. Tenía una forma de tocarme que hacía que sintiera fuego en la entrepierna mucho antes de que su piel llegara allí. Con mi cuerpo pegado al suyo podía sentir su erección y se me hacía agua la boca. Saqué su bóxer y lo tiré fuera de la bañera, pensando en que luego ese pibe tan ordenado y prolijo me odiaría por el desastre que estaba haciendo en su baño. Comencé a tocarlo con una de mis manos mientras él me quitaba como podía la camiseta y corpiño, dejando al aire mis tetas firmes con los pezones erizados. Él las apretó y las besó con dedicación, hasta que no resistí más y me arrodillé frente a él, y sin dejar de mirarlo a los ojos, metí su verga en mi boca. Ésta era como él: limpia, prolija y hermosa; de esas que da gusto chupar.
Sentía el agua caer en mi espalda y las manos gentiles de Enzo enredadas en mi pelo. Me encantaba mirarlo a la cara mientras mi saliva lubricaba una y otra vez su miembro. Lo sentía en mi garganta mientras escuchaba sus leves gemidos. Acaricié sus testículos y lo masturbé, hasta que tomándome suavemente de la nuca y sin necesidad de mediar palabras, me puso de pie. Me tomó de la cintura y me puso de espaldas a él, quedando mis tetas pegadas contra los mosaicos blancos. Apretó mi cintura mientras besaba mi espalda y al llegar a mi culo lo apretó y lo golpeó firmemente con toda su mano, oyéndose con fuerza una nalgada que me hizo gemir con fuerza. Se arrodilló a mi espalda y sostuvo mi culo mientras lo besaba, lo mordía y lo chupaba. Separó suavemente mis cachetes y se hundió entre ellos pasando su lengua por mi ano con maestría. Mi respiración se aceleraba empañando más aún mosaicos, con mi cara pegada a ellos. Y cuando creí que no podía estar pasándola mejor, sentí su dedo pulgar estimulando mi clítoris e ingresando suavemente por mi entrada vaginal.
– Me vuelve loco lo mojada que estás – dijo y pasó su lengua por allí, saboreando toda mi excitación.
– Cogeme de una vez.
Se paró y me dio vuelta de un movimiento brusco, dejándome frente a él nuevamente. Pasó su dedo por mis labios y posó su mano con firmeza en mi garganta, sin ser muy agresivo.
– Pedímelo de nuevo.
– Cogeme de una vez. – le dije mientras pasaba suavemente mi lengua por sus labios.
Enzo hizo un movimiento rápido y tomando mis piernas con fuerza me levantó, posicionándolas alrededor de su cintura, ayudándose con la pared a mi espalda para sostenerme. Me besó mientras metía muy despacio su pija dura dentro mío. Era tal mi lubricación que el agua no fue un impedimento. No pude evitar tirar mi cabeza hacia atrás mientras emitía un gemido profundo y genuino, momento en el que Enzo aprovechó para besar y pasar su lengua tibia por mi cuello. Con sus manos sosteniendo mi culo, empezó a moverse lentamente, penetrándome con fuerza y aumentando progresivamente la velocidad. Su pelvis empujaba una y otra vez mi clítoris, estimulándolo mientras su verga entraba y salía empapada de mi cuerpo. Yo canalizaba mi éxtasis apretando su nuca o tirando de su pelo, mientras gemía muy cerca de su boca.
Él percibió que mi respiración se intensificaba y que mi orgasmo estaba cerca. Continuó con los movimientos parejos y firmes. Mientras me susurraba al oído:
– Tengo muchas ganas de ver tu cara mientras acabás para mí.
Desde allí, sólo hicieron falta algunas embestidas más, y clavando mis dedos en sus hombros, mirándolo a los ojos y con un ruidoso gemido, exploté y sentí los espasmos de mi entrepierna alrededor de su todavía erecto pene.
Me bajé de su cuerpo y volví a arrodillarme, con intención de que Enzo no acabara dentro mío.
– Ufff, me vas a matar. – dijo en voz baja y entrecortada mientras yo ingresaba su pene en mi boca.
Ahora era él quien tiraba la cabeza hacia atrás contra los mosaicos.
Chupé su miembro con mucha satisfacción. Intensifiqué la velocidad interpretando su respiración. Cuando estaba ya cerca de eyacular, dijo:
– No quiero ser irrespetuoso pero me encantan tus tetas y te las quiero ensuciar – lo dijo en tono de broma y yo sonreí avalando su deseo.
Acto seguido hizo un movimiento rápido en el que retiró su verga y estalló sobre mis pechos mientras yo los sostenía y apretaba para él.
Luego de eso nos bañamos rápido y cerramos el agua de la ducha, que ya bastante agua habíamos desperdiciado. Mojando todo el departamento Enzo me guio al cuarto, tirándome con fuerza sobre su cama. Se tiró desnudo sobre mí, mientras yo lo rodeaba con mis piernas, y me acarició la mejilla antes de besarme.
– Cómo no apareciste antes? – dijo
Yo sólo lo miraba embelesada y acariciaba su pelo mojado. Me sentía estúpida. No supe qué decir, porque en ese momento hubiera sido como Ted Mosby diciéndole “te amo” a Robin Scherbatsky en la primera cita. Así que opté por cambiar de tema.
– Y ahora? Cenamos?
– Bueno, pero te quedás un rato más después? No estoy preparado para la despedida todavía.
Yo me reí.
– Sabés que vengo seguido a Buenos Aires y no pienso morirme pronto, no?
– No importa, dejame exagerar en paz – dijo riendo mientras se ponía de pie.
Me prestó ropa seca y él también se vistió. Sacó del frezzer una pizza congelada, le puso muzzarella y la metió al horno. Sacó una cerveza helada y sirvió dos vasos.
– Por Messi y por vos – dijo levantando el vaso, proponiendo un brindis.
Choqué su vaso con el mío. En ese preciso instante recordé que afuera la gente seguía de festejo, y me percaté de que todavía se escuchaban gritos y bocinazos entrando desde la calle. Por un rato me había olvidado de todo, pero éramos campeones del mundo por primera vez en nuestras vidas.
Comimos, charlamos, tomamos cerveza. Me sorprendía cómo se había dado todo aquel día, y cuánto me gustaba estar ahí con él. Ni siquiera agarré el celular en todo el tiempo que estuve allí.
Fui al baño y al volver lo vi sentado en el sillón, con gesto despreocupado, y sólo quería tenerlo cerca. Me senté sobre él, frente a frente y me miró sorprendido a los ojos, como leyendo mis intenciones. Acarició mi espalda por debajo de mi remera (su remera).
– Me gusta haber terminado el día acá con vos. – confesé
– Qué bueno, porque a mí me encanta que estés acá.
Lo besé con ternura. Ternura que muy rápidamente cobró ímpetu. Nuestras lenguas y cuerpos se entendían a la perfección. Sin modificar mi posición sobre él, Enzo se paró y me llevó a la habitación. Las sábanas seguían húmedas. Me desvistió a la velocidad de la luz y luego se desvistió él. Yo miraba cada uno de sus movimientos desde mi lugar en la cama.
Abrió mis piernas y las besó desde el lateral de las rodillas, subiendo por la parte interior de mis muslos, llegando a mi sexo. Yo estaba concentrada en recordar cada una de esas sensaciones, por si llegaba a ser la única vez que veía a ese hombre. Me comió con muchas ganas y buena técnica. Todo lo que él hacía estaba bien, y eso me daba placer y bronca. Cómo era posible que no tuviera ni un defecto a la vista?
Con dos dedos dentro de mí y su lengua estimulando mi clítoris me hizo acabar dos veces más. No una, dos veces más. Gracias Argentina por esta joyita.
Ya eran las 3 de la mañana y nosotros seguíamos cogiendo. En la cama, en la pared, en el sillón. En todas las posiciones posibles. Esa noche se durmió poco y se garchó mucho, y cuando salí de su departamento a las 9 de la mañana de aquel lunes 19/12, me fui con mucho miedo de no ver a Enzo nunca más.