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Unas fotos para su amante virtual
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Fue muy fortuito el camino que la llevó a entablar conversación con él, pero no podía evitar ahora desvelarse cada noche intercambiando candentes mensajes con ese desconocido del otro lado de la pantalla. No sabe muy bien que la llevó a eso, la vida con su esposo es maravillosa, romántica y el sexo es aún tan apasionado cómo cuando eran jóvenes, sin embargo, mientras su marido duerme inconsciente de lo que sucede bajo las mismas mantas, ella se muerde los labios, separa sus piernas y desliza sus dedos en sus bragas al leer las excitantes historias en las que su amante virtual la hace protagonista.

Ambos se escriben a todas horas, desde el anonimato mutuo que acordaron desde un principio, nunca revelaron sus nombres o sus lugares de procedencia y en sus intercambios el sexo y la lujuria están en el centro. Las fantasías se convierten en una secuencia de escenas detalladas, ella se deja llevar por las cuidadosamente seleccionadas palabras que él le dedica, cayendo una y otra vez en el éxtasis.

Aún sin conocerlo, sin saber absolutamente nada de su identidad, ella siente una incontrolable atracción, un deseo que en cada instante de intimidad la empuja a autosatisfacerse al tiempo que recrea en su mente cada una de las conversaciones que tuvieron, dejándose llevar por esas maravillosas palabras hasta alcanzar un orgasmo con una intensidad tal que jamás creyó poder alcanzar sólo con sus dedos.

Este era un placer culposo y ella siente verdadero terror de ser descubierta por su pareja, pero cada mensaje la hace engancharse más a la idea de este hombre que alimenta sus más profundos deseos. Más de una vez intentó dejar el móvil y tomar distancia, pero su voluntad flaquea ante la forma en que él la hace sentir deseada, hermosa, candente. Le encanta que le diga cuanto lo pone, que va por allí con una erección a su nombre, cuán fuerte se corre pensando en ella o que su presencia invade su mente cuando está con otra mujer.

Es así como esta obsesión la lleva a hacer algo que para ella era impensado, algo que más de una vez se dijo que jamás haría, que no era algo adecuado para una mujer como ella. Sola en casa, con el chat abierto espera que su amante aparezca, escribe y borra ansiosa una y otra vez el mismo mensaje, deseosa de una larga sesión de sexo virtual ahora que disponía de uno de esos infrecuentes momentos de completa soledad. Relee conversaciones anteriores que hacen que su libido se dispare, juega con su ropa rogando que él pronto aparezca para describirle la forma tan candente en que se la quitaría. No obstante, los minutos pasan y su hombre misterioso no da señales, es así que la idea aparece frente a ella. Se acomoda en la cama, abre la cámara del móvil, estira el brazo lo más alto que puede y ¡click! Allí va la primera foto.

Un impulso de adrenalina recorre su espalda, siente que no es sólo una cámara, sino que son los ojos de él que la miran. De a poco se quita la ropa, con cada prenda que remueve una foto más la acompaña, cada una más atrevida que la anterior, y con cada una más intenso el impulso que siente. Es cuidadosa en ocultar su rostro y las cosas de su habitación que no quiere mostrar, pero no se detiene hasta quedar por completo desnuda frente al lente, entonces prueba varios ángulos hasta que por fin encuentra uno que le gusta. La sensación es increíble, aunque no piensa en enviarle ninguna de esas fotos, el sentimiento de hacerlas para él la vuelve loca, le pone tanto la mera idea de que él vea alguna de ellas, que involuntariamente sus manos buscan su entrepierna, pronto sus dedos sienten el calor de su humedad y, aunque no hace fotos o grabación, deja la cámara abierta apuntándose y se observa en la pantalla del móvil alcanzar el clímax para él.

Al recuperar el aliento coge el móvil para borrar las fotos, había recuperado la razón y ahora le parecía peligroso tener eso allí, quien sabe quien pudiese descubrirlas. Sin embargo, cuando aparece el mensaje preguntando si está segura que desea eliminarlas duda… y en lugar de hacerlas desaparecer todas, deja una pequeña selección que esconde en un lugar recóndito de la memoria del dispositivo.

Durante los próximos días no deja de pensar en las imágenes que allí había escondido, aun sabiendo que su teléfono es privado teme que salgan a la luz, que aparezcan por accidente ante su marido al mostrarle algo, que alguna copia de respaldo las suba a la nube y de allí quien sabe, o que alguna conocida metiche las encuentre al meter su nariz donde no le incumbe. Si, son miedos irracionales, es consciente de ello, pero aun así no puede controlar que el corazón le dé un salto cada vez que alguna persona se acerca a su móvil. A su vez, esa misma sensación de riesgo le encanta, la hace sentir atrevida, la empuja a hacer esas cosas que nunca hubiese pensado hacer antes, es por ello que comienza a buscar nuevos momentos para seguir fotografiándose.

Pronto le confiesa a su amante virtual sobre su nuevo juego, él está más que sorprendido y deseoso de ver los resultados, pero enviarle una fotografía sería cruzar una línea que no está dispuesta a cruzar, y aunque la idea de compartir con él su faceta más sensual la excita, era mucho lo que arriesgaba si alguien más que ellos veían esas fotos. Comprensivo, él deja de insistir pero la alienta a que continúe y ella así lo hace.

Cada vez se atreve a más, aprende nuevas formas de iluminación, prueba nueva ropa y lencería, experimenta con diferentes poses, locaciones y hasta comienza a divertirse retocando las fotos, sobre todo cuando su marido anda por allí pero distraído en otros asuntos, el sabor del riesgo de esa situación le encanta y la hace sentir que está teniendo una aventura.

A medida que el juego continúa a la par de las charlas con su amante, ella se siente más a gusto con su cuerpo y puede disfrutar a pleno de su sensualidad. Entonces, en un fogoso intercambio con él, durante una charla que lleva a un incontrolable nivel de excitación, cae ante un impulso y sin pensarlo envía una de sus fotos al misterioso hombre. Tiembla mientras el círculo de carga gira, los nervios la atacan cuando aparece la confirmación del envío, pero lo que le sigue es aún peor… el silencio. El avatar de él junto al mensaje indica que ya la vio, sin embargo no dice nada, la manecilla de los segundos del reloj de su habitación parece haberse detenido y de él ninguna señal. Todos sus miedos la invaden, comienza a sentir el arrepentimiento en su estómago hasta que entonces, los tres puntos de él escribiendo aparecen, esos maravillosos puntos que siempre la excitan, que le generan la expectativa de lo que le espera en sus aventuras con él. Aparecen y vuelven a desaparecer, termina de escribir pero nunca llega su mensaje, como así vuelve a escribir otra vez y mientras la situación se repite ella siente que va a morir, entonces una solitaria palabra aparece.

-Uff…

Lo deja sin palabras, cosa muy extraña. Pero el silencio dura muy poco, él comienza a manifestar sin reparos cuanto le ha gustado su fotografía, cuan hermosa y seductora la ve, le cuenta que había necesitado buscar un lugar más privado para apreciar su regalo. La temperatura de la charla comienza a subir más rápido que de costumbre, ella tiene una nueva sensación que le encanta cada vez que él le dice cuanto le gusta, hasta llegar a un punto que es tal la excitación que deciden tocarse juntos. Aunque son sus propias manos, al leer sus palabras ella siente que es él quien la toca, que la besa, que la penetra y lo que comienza con unas bragas mojadas termina con sus piernas temblando.

A partir de ese encuentro el juego alcanza otro nivel, el intercambio de imágenes se hace más frecuente y en ambos sentidos. La mayoría de las veces son fotos muy cuidadas, pensadas y con un sentido concreto, con un tono artístico que buscan lo erótico y provocativo sin caer en lo vulgar, no obstante en momentos especiales se dejan llevar a imágenes más explícitas y sin medias tintas. Cualquiera sea el caso el resultado es siempre el mismo, sin importar si es junto a su esposo, sola con sus manos, o en compañía de las candentes palabras de su amante, un poderoso orgasmo que la deja rendida, luchando para recuperar el aliento, pero cada una de las veces deseando aún más.

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