Como aclaración previa, diré que soy casada, pero siempre he tenido ganas de tener aventuras extramaritales. Mi marido me trata bien en todos los sentidos y en mis sueños las he vivido. Últimamente, al leer los relatos de algunas damas de mi condición, me ha atraído aceptar las propuestas de coito, o al menos contar y recrear las fantasías que he soñado y otras con las que me he masturbado.
En este caso, el sujeto de mi calentura literaria es uno de mis admiradores con quien he tenido deliciosos roces y propuestas quien de muchas maneras, delicadas unas y otras muy lascivas, me ha confesado que le gustan mis tetas y que, al menos, le gustaría que lo dejara estrujarlas y mamarlas.
Él tiene más de 50 años, y yo 45. Me ha tomado muchas fotografías trabajando en la oficina, incluso me ha hecho acercamientos a mi rostro y a mi pecho cuando llevo escote. Una vez le envié por correo algunas fotos que tomé para mis trámites en la Universidad, desde los 18 años a los 22. “Así era yo” le dije. “Igual de hermosa que ahora”, me contestó, remitiendo el escaneo de su credencial de estudiante para corresponder. Yo siempre he sido algo llenita de la cara y mis bubis ya estaban crecidas desde los 14 años. Cuando le pregunté “¿Qué haces con mis fotos?”, me respondió “Las miro una y otra vez y me deleito imaginando muchas cosas”. “¿Qué cosas?”, insistí. “Mira, ven a mi máquina, dijo y metió una USB donde abrió una foto, obtenida de Internet donde estaba una mujer de mi porte, disfrazada de diabla, con un escote tremendo, y mi cara sobrepuesta, ¡parecía que era yo! “¿Te gusta mi vaquita?”, preguntó. Yo solté la carcajada y le dije “Seguramente tienes otras más atrevidas”. “¡Claro! ¿Recuerdas que te conocí embarazada? Tengo fotos de esa época, cuando tu primer embarazo, y también a algunas le hice su ‘tratamiento’ con algunas señoras de tu tipo que modelan desnudas y embarazadas”. Yo pongo cara de sorpresa y me confiesa mostrando una sonrisa lúbrica “En mi casa tengo una gran colección de tus fotos, para mi uso particular…”. Ya no pregunté más y me retiré dándole una sonrisa que capturó con su móvil.
Una ocasión, me regaló un calendario de una postal con un acercamiento donde está un bebé siendo alimentado por su madre; “Para que me recuerdes…”, dijo y me miró al pecho dando un suspiro, en seguida me dio el abrazo de Año Nuevo y deslizó una de sus manos al frente oprimiéndome una teta. Quedé estupefacta y ¡obviamente me calenté!, pues él no me es indiferente. Pero me separé sonriente, bajándole su mano. Esa tarde, decidí comenzar a escribir esta fantasía con Mario (así lo llamo aquí).
En la oficina, es la hora del receso para desayunar. Casi todos han bajado al sótano donde están las máquinas expendedoras de frituras, refrescos y pastelillos. Mario está descansando en una silla y me acerco por detrás hacia él. Lo tomo de los hombros y le restriego mi pecho en la cabeza, la cual inclina hacia arriba y me sonríe. Le beso la frente.
–¿Qué vas a hacer saliendo de aquí? –le pregunto con coquetería.
–Lo que tú quieras –me responde.
–¿Me puedes llevar a mi casa? No traje auto y mi marido no puede venir por mí.
–¡Con todo gusto! –responde moviendo su cabeza entre mi pecho y me comienzo a mojar.
Se oyen pasos y voces por la escalera, señal de que algunos compañeros regresan y me separo para colocarme al frente de Mario en la mesa de trabajo.
–Quiero tener la oportunidad de saber cómo mamas –le digo en voz baja y sus ojos se iluminan.
–¿A qué lugar quieres ir antes de llegar a tu casa? –me pregunta emocionado.
–A ninguno, sólo quiero que me dejes cerca de mi casa –le respondo y su cara deja ver un mohín de tristeza–, pero en el estacionamiento, sabré cómo mamas…–concluyo y su rostro se alegra.
A la hora de la salida, esperamos que se desocupe un poco la oficina y bajamos al estacionamiento. Nos abrazamos y viene el primer beso, así como el primer estrujamiento de chiches.
–¡Espera, aquí puede vernos alguien! –le digo y me suelta.
Llegamos a donde está su auto. Hay otros dos más un poco alejados. Aprovecho para soltarme el broche del sujetador, antes de subir al carro, mientras Mario me abre la puerta. Cuando él sube a su asiento, simplemente me subo el suéter ligero que porto y las copas del brasier, quedando mi busto al descubierto. Vigilo que no se acerque alguien y aprovecho que el respaldo del asiento nos oculta de posibles miradas.
–Muéstrame –le ordeno a Mario quien tiene una cara de enajenamiento mirando mis pezones, las líneas que en la parte superior de mis tetas ha formado la tirantez de mi volumen y la fuerza de gravedad con los años.
Mario no pierde tiempo y se pone a mamar, le acaricio la cara y el pelo como si fuese mi bebé y se me escapa la frase clásica que le digo a mi esposo en esas circunstancias: “Mama, mi bebé, mama”. Él lo hace con mayor empeño, sigue mamando la teta izquierda, presionándola con una mano y estirando el pezón derecho con la otra, dándole giros para retorcerlo. Yo disfruto sus caricias y me mojo la pantaleta. “La otra, antes de que venga alguien”, le pido y Mario cambia de teta.
–Ya, viene alguien –digo y lo separo–, vámonos –le ordeno bajándome el suéter y el brasier.
–No llegará hasta aquí –me dice metiendo su mano bajo el suéter.
–Ya vámonos –insisto, sacándole la mano de mi ropa y él arranca el auto.
–¿Te gusto cómo mamo? –me pregunta mientras yo me abrocho el sostén.
–Sí, pasaste la prueba –le respondo acariciando su pierna y subo mi mano para apretar la turgencia–, pero aún faltan otras…
–¿A dónde vamos para la siguiente prueba? –me pregunta.
–Será algún otro día cuando te examine este aparatito, más bien: ¡aparatote! –exclamo dándole más estrujones en la zona del glande donde se ha mojado el pantalón.
–¡Qué rico hubiera sido que la prueba anterior me la hubieras puesto cuando estabas amamantando! –me expresó sin remilgos.
–Hasta crees… –le respondo–. Además, ahora ya está muy colgadas y bofas. ¿Qué te atrae de ellas?
–El tamaño, la forma y los pezones guindas. Cuelgan exactamente como deben. Su consistencia y suavidad es mejor después de los embarazos. ¡Están perfectas!
–Hasta ahorita las conociste, así que no inventes –le preciso.
–El tamaño y la forma no se pueden ocultar, más en verano, cuando traes ropa ligera. El color lo he visto, no sólo algunas veces que estabas agachada sobre la mesa de trabajo. Se muevían generando líneas de ondulación sobre tu piel cuando estabas borrando algunas líneas del documento que elaborábamos. También, cuando traías una blusa blanca y un sostén de tela delgada, los pitones parecían ojos que me preguntaban ‘¿Te gusto?’ –explicó detalladamente.
Y sí, a veces me vestía así, pero me ponía un saco, que después, por el calor me tenía que quitar. ¿O me lo quitaba sólo frente a él cuando trabajábamos juntos en la mesa? ¿Habrá sido plan con maña que ideé inconscientemente? Lo cierto es que desde hace quince años, en que nos conocimos, él me atrajo, y creció todo al mirar cómo le brillaba la mirada al bamboleo de mi pecho.
–¿Aún puedes embarazarte? –me suelta de golpe la pregunta y yo titubeo por la profundidad de las consecuencias.
–No, la fábrica se cerró en mi segundo parto, además, a esta edad sería peligroso –contesto, dándole a entender que en el siguiente examen no será necesario el condón–. Mi marido sí probó mi calostro y la leche.
–¡Qué afortunado! Eso es delicioso… –dijo entornando los ojos.
–Se quedó con la costumbre de dormirse como bebé: con la teta en la boca. También así es delicioso… –le digo y siento en mi mano el movimiento de su pene bajo el pantalón, el cual no he soltado, a pesar de que la humedad continúa creciendo.
–Por fin llegamos. Aquí me bajo –le digo y, cuando abro la puerta para bajarme, resbalo mi mano a lo largo de su monte como despedida.
El auto queda oliendo a sexo por mis flujos y su presemen, percibo la diferencia cuando bajo y me da el aire exterior. Camino hacia mi casa y siento humedad exagerada en mis bragas, incluida una pequeña gota de flujo que escapa de ella y resbala en mi entrepierna.
Esa noche, cuando mi esposo duerme, escucho el chasquido del pezón saliendo de su boca y me pregunto por qué les atraerán las tetas grandes a los hombres. Las mías ya están bofas, pero Mario se extasió con ellas. También mi marido las alaba, y las disfruta. Algunas nacimos agraciadas y con suerte, me digo y empiezo a acariciarme masturbadoramente antes de quedar dormida…
Al amanecer, mi marido me despierta como muchas veces antes de que suene la alarma: el pito crecidísimo adentro de mí, y su boca y manos ocupadas con mis tetas. “Mámame, bebé”, le digo y recuerdo a Mario. ¿Cómo será tener a la vez una boca en cada una…?