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La española y el deseo / La tanga en el bolsillo
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Mi marido había hablado tanto del club. Creía que yo no tendría idea. Muchas amigas, de las más calladitas habían ido. Yo sabía como funcionaba. Pero dejé que el creyera que iba con más nervios de los que el disimulaba. Al entrar nos recibió Tania, una de las personas a cargo. Ella preguntó nuestros nombres que previo a ir se pedía por control. No entraba cualquiera. Se identificaba a los visitantes por seguridad. Nadie podía tocar sin permiso a nadie. Yo me sentí demasiado sexual, así que, me aferre como una niña al brazo de Andrés. De todos modos, siempre resaltaba en los boliches por mis alocadas danzas que Andrés, solo por amor, increíblemente podía seguir.

Yo no sabía si Eliana, una mujer que se me había acercado, con ese acento que calentaba todavía más, que su enorme culo de corazón que se sostenía por su pequeña cintura por debajo de sus gigantes senos caídos. Dudaba si le gustaban las chicas o prefería las parejas en intercambio. Pero menos sabía yo, de tocar mujeres, aunque con ella me resultó como si fuera cotidiano. Me sonrió y me preguntó que tenía mi trago. Ahí percibí que la trivial pregunta era su aprobación. La convide y le pedí a Andrés le comprará uno.

Ella miró mis ojos bajando hasta mi escote. Nos presentó a su pareja que era como un bastón para apoyar sus manos. Mi esposo no quitaba los ojos de su trasero. Yo me contenía para no parecer caliente con lo que creía podía acontecer. Propuse ir a eso con huecos que no conocía pero que entendí la función al entrar. En la pista, sólo iba a quedar como un regalo para las masivas tocadas de los cinco hombres que estaban en la barra. Las dos nos miramos con complicidad, ella con más experiencia: "uruguayita linda" en España no solemos dar canilla libre de pajas más de dos minutos.

Fuimos entrando en las cabinas de diez huecos. Yo no creía poder chupar tantas. Por suerte nuestras parejas habilitaron con un gesto a los cinco terceros. Nosotras, dentro, nos quitamos, yo el vestido y ella la blusa y el gigante brasiere. Entre besos y toqueteos fuimos compartiendo las paradas y las más tristonas, como una ensalada de frutas saboreada en un mismo plato.

La tanga en el bolsillo:

Influyó mucho que estábamos de vacaciones. También nuestras ganas de hacer algo distinto.

Alejandra sabía hacía tiempo de esa fantasía reiteradamente relatada por Gastón. Entre una mezcla de nervios y empodere ella le regalo el sí como si el juez los uniera en un juego sin invitados.

Alejandra qué llevaba muy bien sus 45 años. Sus curvas hacían temblar los platos de las bandejas de los mozos.

Él quería saber hasta qué punto podía ser admirada y deseada por otros hombres. Antes de ir al boliche pensaron cada detalle. El eligió el vestido ella los tacones de terciopelo rojo que usó solo en un casamiento. Se puso un vestido negro ajustado al cuerpo y muy corto. Su belleza estaba exacerbada por la travesura qué harían. Ropa interior no llevaba, ni sostén. Sus senos se veían deliciosos como naranjas de ombligo. Esas en las que se invirtieron 2.550 dólares. Su tanga guardada en el bolsillo del excitado marido.

Llegaron al restaurante caminando, ella era la reina de la noche, el extasiado viendo su determinación y su belleza.

En el acceso Alejandra se inclinó un poquito en la boletería y enloqueció al guardia de seguridad.

Quedó a la vista del borde de sus nalgas sin marca del pequeño grosor de una bombacha. Para ella era muy excitante sentir el aire fresco que le recorría su clítoris qué crecía por la caricia escondida que Gastón le dio presionando el vestido.

El guardia miró hacia arriba mientras ella subía las escaleras con el tic toc de sus tacones rojos. Gastón sabía que los pies de Ale estaban sufriendo, pero que la fantasía les preparaba la cama del mejor motel qué esa noche ambos merecían.

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