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La carpa azul
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Nos tomó de sorpresa que la ocupación del camping estuviera repleta, así que decidimos acampar monte adentro, a unos 2 kilómetros del sitio donde solíamos hacerlo. Conocíamos el lugar perfectamente a orillas de un riachuelo, entre pinos y sauces plantamos la carpa con mi esposa Carolina. Para sorpresa nuestra una pareja despareja corrió la misma suerte y optaron por instalarse a unos treinta metros de nosotros. Pasó lo mismos con otros incautos qué vimos pasar pero nadie permaneció en el agreste sitió. Hicimos amistad casi de inmediato con los nuevos inquilinos, Noa (43) y Laura (24) a pesar de ser de distinta generación parecían llevarse estupendamente y a juzgar por los sonidos qué huían (a toda hora) de la carpa a

en el terreno sexual yo diría que más que bien. Los días transcurrieron apacibles hasta el último. Fogata mediante y algunas cervezas fueron el preámbulo de una extraña y excitante propuesta. La noche estaba fría y las mujeres reían en la hoguera, Noa me acompañó al vehículo a sacar unas fundas de bebida cola y un pack de cervezas.

–Linda noche. Dije, para hablar de algo.

–Linda esta tu señora. Me sorprendió el profesor de barba apurando el sorbo de cebada qué empino de la lata.

–¿Te gusta?… Pregunte perplejo.

–Me encanta. Aseguró. Hundiéndole la mirada a unos 80 metros de distancia. Carolina tiene el cabello negro azabache, los 42 recién cumplidos le sentaban de maravilla a pesar de algunas libras de más las caderas gruesas y firmes la hacían poseer una presencia sublime.

–Mejor llevamos la bebida. Comenté nervioso.

–¿ Qué pasa?… A vos Laura, no te va? Laura era una mujer hermosa, casi 1 metro 80, cuerpo esbelto, cintura felina de tetas chicas y piernas largas. Era una gatúbela tremendamente atractiva, pero aun así con mi esposa nunca habíamos hecho nada de aquello, aunque una vez estuvimos muy cerca de llevarlo a cabo.

Cuando comenzó internet recuerdo que conocimos una pareja y nosotros teníamos la tentación de probar una situación diferente, pero nos dimos cuenta que eran unos chantas. No eran ni pareja, en fin. No pasó nada con ellos pero ahora era diferente. Era algo tangible en medio de la nada, eran personas agradables y sobre todo Laura era un caramelo esquisto, eso si yo no creía que mi esposa aceptará tamaña propuesta.

–Carolina no se prende. La conozco. Asegure.

– A ver, con la Lau no hay problema. No seamos tan directos y listo.

–¿ Como seria eso? Pregunte intrigado. Rasco su barba y lo soltó.

–¿Nunca cogiste dormitando?… Salis de la carpa para mear a las tres de la madrugada, yo hago lo mismo. Vos vas para mi carpa y te encargas de Laura y yo me ocupo de tu señora.

–Ella se dará cuenta de inmediato qué no soy yo.

–Lo sé. Dijo el profesor de geografía. Y continuó

–Tu crees que le importe? Yo creo que va a seguir el juego, igual que todos. Me dejó turbado la propuesta del alto sujeto qué follaría a mi mujer esa noche con todas sus fuerzas. La velada transcurrió normal, si a normal le llamamos qué no le quité la vista de encima a Laura qué me sonreía avivadamente, cada vez que Noa le susurraba al oído y se sorprendía socarronamente.

Eran cómplices del placer. La hora pactada llegó como a la vez cien qué mire el celular, salí casi arrastrado del cubículo para cruzar al profesor que terminaba de calar su cigarrillo y más a prisa qué el viento qué había comenzado a soplar del sur desapareció tras la lona azul que contenía a mi esposa.

Entré en la choza de la felina qué me esperaba dispuesta y desnuda, pero estaba tan nervioso qué no podía articular palabra y quedé expectante del escándalo qué seguramente vendría del otro lado del telón. Los minutos transcurrieron sin trascendencia, la gata se impaciento y yo no podía lograr una erección acorde para perforar aquél tajo pelado de la joven que me esperaba en la oscuridad.

De pronto el grito de mi mujer anunció que el inquilino llego a la meta y fue el primero de varios que escucharía esa madrugada. Los gemidos los regaba el viento una y otra vez como voces de desespero y yo ahí con la veinteañera en ascuas. No sé bien cuanto tiempo pasó, pero cuando volví del shock los gemidos incesantes de Carolina se confundió con las palabras de la chica.

–Pah… Se la está recogiendo! Encendí el celular para descubrir la media sonrisa de Lau y separo ambas palmas de las manos como a treinta centímetros, evidenciando el trozo qué estaba enloqueciendo a mi esposa. Preso de la desesperación corrí a mi carpa, a medida que avanzaba más claro se escuchaba los azotes enajenados del barbudo y los grititos histéricos de mi mujer.

Sin pensar en nada entré y jamás olvidaré las piernas levantadas de esa mujer, con el miembro desconocido del sujeto totalmente dentro de ella. Mirándome acostada con sus labios hinchados y sus grandes tetas a la deriva, el profesor con las bragas de encaje desgarradas en uno de sus puños alzándolo al cielo como un trofeo de guerra y yo ahí incrédulo y completamente aturdido.

–Basta! Grite desencajado. Pero ella totalmente ronca e inconexa suplico que le dejara acabar.

–Déjalo! Por favor… Y estiró sus brazos hacia mi y así fue como aquel robusto semental, retomó su empuje enloquecedor. Mi mujer gritaba mirándome a los ojos y arañaba mis antebrazos ante el implacable embate. La tremenda domada llegó a su suplicado final con sendos gritos de los participantes, el barbudo extrajo su largo y grueso miembro de las profundidades del dilatado coño de mi esposa y lo sacudió escupiendo semen en las nalgas sudadas de mi señora que en ese entonces la desconocía.

Después de haber acabado le dio dos nalgadas y se dejó caer encima en medio de un recital de respiraciones, intentando tomar aire. Luego de unos minutos se incorporó y sin mediar palabra abandono la carpa. No nos volvimos a ver ni hubo despedida.

Nosotros nos fuimos de inmediato y trato de no hablar de ello pero cuando se acerca turismo o en alguna película acampan aflora el recuerdo y me mi señora se ríe.

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