En el silencio de la noche,
donde la pasión se desvela,
se erige una mujer bellísima,
una musa que despierta mi candela.
Sus curvas danzan al compás del deseo,
su piel, suave lienzo que anhelo tocar,
su mirada ardiente enciende mi fuego,
en sus labios encuentro el verbo amar.
La mujer bellísima me llama,
susurra versos de pasión y lujuria,
en su figura el éxtasis se derrama,
y el anhelo se convierte en sinfonía.
En su lecho de sábanas seductoras,
nos entregamos al fulgor de la piel,
la pasión nos envuelve sin demoras,
y el sexo se vuelve un dulce riel.
Sus gemidos son canciones prohibidas,
que encienden el fuego de mis sentidos,
sus caricias despiertan mis heridas,
y en su cuerpo encuentro el paraíso.
Mujer bellísima, musa de mis versos,
en tus brazos el tiempo se desvanece,
nos envuelve el éxtasis más perverso,
y el amor se convierte en eternidad.
Enredados en la pasión desenfrenada,
dibujamos con nuestro deseo una obra,
la noche se tiñe de intensa madrugada,
y el sexo se convierte en sublime obra.
Así, mujer bellísima, en el éxtasis,
enlazamos nuestros cuerpos sin medida,
y el amor se transforma en erotismo tenaz,
en una danza ardiente, en la entrega más atrevida.